Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 23 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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The Itineraries of an Intellectual Clergyman. Juan
Ramón Sepich Lange and the Modulations of Hispanism
María Celina Fares
Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales,
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina
Recibido: 28/09/2020
Aceptado: 06/04/2021
Resumen. La reconstrucción del itinerario
del clérigo intelectual Juan Ramón Sepich constituye un aporte significativo
desde la historia intelectual para la nueva historia de las universidades y de
la filosofía, que incluye cruces entre la historia política y los enfoques
culturales de redes de transnacionales. Su intención de hacer de la ciudad
profana una ciudad sagrada, a través de su prédica universitaria y publicista,
lo constituye como uno de los agentes más relevantes de mediados del siglo XX,
en la producción y difusión de las ideas que asociaban la catolicidad con el
hispanismo. A través de su trayectoria local, nacional e internacional es
posible explicar no solo los desplazamientos de su pensamiento reaccionario y
su intento de diálogo con los filósofos de la modernidad, sino hacer visible la
red de circulación trasatlántica que fortalecieron las políticas del
internacional catolicismo sostenidas por el franquismo.
Palabras clave. Historia intelectual; Historia de
la Filosofía; hispanismo; catolicismo; franquismo.
Abstract. The reconstruction of the
itinerary of the intellectual clergyman Juan Ramón Sepich constitutes a
significant contribution, from the perspective of intellectual history to the
new history of universities and of philosophy. This new history includes
intersections between political history and the cultural approaches of
transnational networks. Sepich’s intention to make the profane city a sacred
one through his university and journalistic endeavors makes him one of the
mid-20th century most relevant agents in the production and dissemination of
the ideas that associated Catholicity with Hispanism. Considering his local,
national, and international trajectory, it is possible to explain not only the
movements of his reactionary thought in dialogue with the philosophers of
modernity, but also to make visible the transatlantic circulation networks that
strengthened the Francoism-backed policies of international Catholicism.
Keywords.
Intellectual history; History of Philosophy; hispanism; catholicism; francoism
Las trayectorias de los filósofos
católicos en el ámbito universitario y su proyección en la esfera pública
resultan de particular interés desde la perspectiva de la historia intelectual,
que atiende no solo al desarrollo de las ideas, sino que se preocupa por darle
arraigo social y carnadura política a las mismas (Dosse, F. 2007). La propuesta
de trabajar en la recuperación de trayectorias de referentes no tan conocidos,
nombrados como “los otros intelectuales” (Fiorucci, F. 2013) - aquellos que no
figuran en el mainstream de la tradicional historia de las ideas-, procura
reconstruir a través de un perfil profesional y una vida y localización
singular, las redes sociales en las que se imbrican y los contextos
sociopolíticos en los que se mueven, con el propósito de acercarnos a
comprender cómo estos sujetos pensaban y significaban al mundo y cómo pudieron
incidir en la cultura de su época (Skinner, Q. 2000).
Desde estos enfoques propuestos por
la historia de los intelectuales y a través de un abordaje que pretende
realizar un cruce de escalas, vinculando experiencias locales, con las
problemáticas nacionales e internacionales (Werner, M. y Zimmerman, B. 2003),
es posible detectar la emergencia de redes y realizar el seguimiento de
trayectorias individuales y colectivas, que vuelven a rescatar la dimensión
social y contextual en que se construye el mundo cultural (Eley, G. 2008). De
allí que los registros biográficos conviertan a los datos en indicios
significativos para la reconstrucción de contextos que aporten elementos explicativos
tanto para la historia de las disciplinas y de las universidades (Buchbinder,
P. 2005), como para una nueva historia política (Rosanvallon, P. 2002).
En este marco, la biografía de un
clérigo intelectual explica las modulaciones que se observan entre el
tradicional rol sacerdotal, formador de conciencia moral, pero, sobre todo, el
rol de profesor, gestor cultural, conferencista y escritor, que aspira a
incidir en el mundo cultural de su época y no solo en la grey católica
(Altamirano, C. 2013). De allí que el presente texto procura también aportar a
los estudios sobre la relación entre el mundo sociocultural del catolicismo con
la vida política, que en los últimos tiempos ha tenido un notable desarrollo
desde el área metropolitana. [2]
Más allá de los enfoques y
perspectivas con los que abordamos el tema, es posible observar que la figura
de Juan Ramón Sepich Lange fue la de un sacerdote católico que operó en el
ámbito universitario con un importante nivel de autonomía de las estructuras
eclesiásticas, con el propósito de sostener los fundamentos de la filosofía
católica en un mundo en proceso de secularización. Su figura tuvo una especial
incidencia no solo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Cuyo, sino en otras universidades del país y de Europa. Su
trayectoria trasatlántica da cuenta del rol que jugó como agente propulsor de
un hispanismo y sus modulaciones, acordes a los cambios políticos operados a lo
largo de gran parte del siglo XX. De allí que su figura emerja como una especie
de pivote articulador de una red de profesores y académicos universitarios de
sostenida presencia en la escena cultural de mediados del siglo XX, cuya
influencia se extendió en Cuyo más allá de su muerte, a fines de los setenta.
Nuestro interés va más allá de la
reproducción de las lógicas argumentativas disciplinares de sus escritos, y
procuran focalizarse en la conexión que su filosofía católica guarda con las
redes académicas trasatlánticas que vinculan al mundo hispano a mediados del
siglo XX. Estas articulaciones resultan significativas para comprender las
modulaciones del hispanismo como una matriz cultural de renovada vigencia,
gracias a la recepción y difusión que le dieron algunos intelectuales/clerc,
como Sepich, y otros referentes locales, a las políticas culturales del
franquismo.
En la trayectoria de Sepich es
posible observar cierto desplazamiento de las prácticas litúrgicas y de la
acción pastoral, en pos de la prioridad que adquiere el rol de profesor, siendo
la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) el lugar de permanente retorno de sus
estancias en otras universidades argentinas y europeas. Vivió fuera de una
comunidad parroquial y se trasladó de un lugar a otro, en función de decisiones
que parecían responder a coyunturas políticas que afectaban su posición
personal, más que a decisiones de las jerarquías eclesiásticas. De allí que no
podamos concebirlo solo como un sacerdote más, sino que en su rol de
clerc/intelectual secularizado, le cabe la figura de “productor cultural”
(Williams, R. 1982, 201), cuyo desarrollo de saberes especiales, en este caso
el de una filosofía que buscaba sostener los valores de la antigua cristiandad
en la modernidad.
Su marcado integrismo si bien
admitía cierta preocupación formal o pragmática por separar el campo filosófico
del teológico, no podía ocultar la intención de encontrar en la filosofía
insumos que no contrariaran la creencia religiosa; sino por el contrario, su
búsqueda fue la de abrir puertas de conexión y posibilidad de diálogo entre
ambas disciplinas. Esta actitud no era una excepción. Gran parte del integrismo
no fue siempre unánimemente antimoderno. Si bien las jerarquías se ocuparon de
mantener el verticalismo doctrinario emanado de Roma que condenaba al
modernismo en general, una parte no menor del catolicismo y muchos de sus
clérigos e intelectuales, fueron construyendo puentes y negociando, los modos
de ser católicos en el mundo moderno, sin renunciar a la integración de las dos
esferas, la temporal y la espiritual.
La trayectoria de Sepich da cuenta
de este intento, sobre todo en su etapa madura. Como estudiante de
instituciones dirigidas por jesuitas, receptó la práctica de tamizar las ideas
de la modernidad a través de la neoescolástica.[3] En sus primeras experiencias académicas se posicionó más cerca de
un hispanismo reaccionario, y sólo luego de una serie de tránsitos y
decepciones encararía nuevas búsquedas filosóficas, reconociendo la necesidad
de profundizar el diálogo con corrientes filosófica que fueran compatibles.
En el plano de sus prácticas, su
integrismo lo llevó a colaborar activamente con la gestión pública en
instituciones educativas durante los años cuarenta. Para el presbítero la
función política de la Universidad era la de promover a través de la enseñanza,
la cultura espiritual de la comunidad política, apartándose del demonizado
racionalismo de los intelectuales modernos, y la de sostener valores
tradicionales de sabiduría y prudencia, que configuraran una soberanía
nacional, identificada con el patrimonio heredado del gran estado cristiano
(Sepich, R. 1946). De allí su interés por impulsar la articulación de redes
académicas por las que circulaban los valores tradicionalistas, jerárquicos y
autoritarios del hispanismo, aprovechando los vínculos y compatibilidades entre
los gobiernos y funcionarios españoles y argentinos.
De allí que mientras por su
formación se lo identifica con el pensamiento neoescolástico impartido por las
instituciones clericales porteñas fuertemente vinculadas con Roma, su trayectoria
en los años treinta y cuarenta se relaciona con el hispanismo reaccionario,
propio de los nacionalismos políticos de la época, a los que acompaña con su
participación como funcionario del gobierno militar de 1943 y como miembro del
cuerpo de profesores de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), muy ligados a
las redes académicas del franquismo (Fares, M.C. 2017). Atravesado por el
conflicto entre peronismo y catolicismo, su labor docente en las universidades
de Mendoza y La Plata se verá acotada y optará por recurrentes estancias
europeas, en varias universidades entre las que destacan Madrid y Friburgo, una
de las universidades cristianas más antiguas de Alemania que unía tradición y
modernidad, y desde la cual la escuela fenomenológica tendrá influencia en el
pensamiento católico. Tanto las lecturas y reflexiones sobre la fenomenología
de Husserl como del existencialismo de Heidegger y del idealismo de Hegel de
las que hablaremos más adelante, terminarían por acercar al sacerdote católico
al pensamiento moderno y alejarlo del reaccionarismo que profesara en los
cuarenta.
Su trayectoria también permite
revisar visiones estereotipadas que confrontan las imágenes de los
intelectuales del interior, periféricos, o poco conocidos versus intelectuales
centrales que ocupan el lugares preponderantes en la escena pública y suelen
formar parte del canon de las historiografías clásicas; y observar la dinámica
acerca de cómo circulan las lógicas dentro del campo católico rompiendo
fronteras nacionales y construyendo identidades que trascienden jurisdicciones
institucionales o territoriales. Su recorrido también resquebraja la tajante
línea divisoria entre tradicionalismo / modernización, al observar dentro de su
propia escritura, las tensiones que provoca la necesidad de sostener el dogma y
negociar su forma de articularse con el mundo en función de los contextos
políticos del país y de las estaciones del hispanismo franquistas. Según
relatos de los memoriosos, la imagen de los últimos años de Sepich en Mendoza, recuerda
no sólo su decepción y autoexilio frente al contexto radicalizado de los
setenta, sino el último giro de su filosofía católica en diálogo con Hegel y el
idealismo alemán, que lo acreditaron ante los ojos de algunos contemporáneos –
aunque no para todos – como un hombre abierto a los cambios de su época, que se
permitió pensar a América como parte central del proceso de modernización y en
la consecución de su libertad a través de una teología de la conciencia
individual.
Juan Ramón Sepich Lange (1906-1979),
hijo de Román Sepich de origen croata y Juana Lange de origen alemán, comenzó a
los 17 años a estudiar Filosofía y Teología en la Facultad de Teología de San
Miguel. En 1923 ingresó en el Seminario Mayor Metropolitano de la Inmaculada
Concepción, conocido como Seminario de Villa Devoto de Buenos Aires, el cual
regido por entonces por los jesuitas. Allí se formaría en la tradición
neoescolástica junto a quienes luego serían destacados referentes del catolicismo
reaccionario como Julio Meinvieille, Nicolás Octavio Derisi y Leonardo
Castellani. Becado a la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma para estudiar
filosofía antigua, alcanzó el título de Bachiller en Filosofía a los 20 años.
De regreso a Buenos Aires se ordenó sacerdote en 1930 y se doctoró en Teología
en el mismo Seminario Pontificio, donde comenzaría a desempeñarse como docente
universitario en cátedras filosóficas.
Sus estudios en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires lo conectaron con la
generación del Centenario que recorría por entonces los caminos del
espiritualismo novecentista y del antipositivismo, que había receptado la
presencia de Ortega y Gasset en 1916, quien abrió la puerta a la lectura de
autores alemanes como Husserl y Scheler que fueron receptados por filósofos
como Francisco Romero, Miguel A. Virasoro, Franceschi y Ángel Vasallo y en
Carlos Astrada, con quien tomaría los primeros cursos sobre Heidegger
(Buchbinder, P. 1997, 119). Este pasaje dejaría huellas que luego se
manifestaron con el vuelco que daría de sus primeras estancias de preocupación
social y política canalizadas en el hispanismo, hacia su interés por la
fenomenología y la conciencia personal (Jalif, C. 1996, 50).
En los años treinta se desempeña
como profesor del Seminario Pontificio, semillero de formación de futuros
sacerdotes, y en los Cursos de Cultura Católica (CCC) donde trabajó junto con
Nicolás O. Derisi, C. Pico, Atilio de Dell’ Oro Maini y Tomás Casares y mantuvo
contactos con Nimio de Anquín en Córdoba, Alberto Baldrich en Rosario, Sixto
Terán en Tucumán. En 1937 Tomás Casares, lo nombró junto con Derisi, a cargo de
la Escuela de Filosofía de los CCC., donde dictaría cursos sobre Lógica Formal,
siguiendo la tradición aristotélico tomista, e Introducción a la Filosofía, en
la cual propone una filosofía con función propedéutica y de indagación con la
que se identificaría (Rodríguez, A. 1974).
Su trayectoria inicial fue
prácticamente paralela a la de Nicolás Derisi, quien luego sería uno de los
fundadores de la Universidad Católica Argentina (Rodríguez, L. G. y Ruvituso,
C. 2012). Además de formarse como sacerdotes en la Pontificia y de enseñar en
los CCC, estudiaron y trabajaron en la Universidad de Buenos Aires y más tarde
en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Tanto los ámbitos como los
contenidos de formación que transitaron, así como las redes de socialización
que compartieron, permite identificarlos como pertenecientes a una generación,
aunque según algunos testimonios, existiera escasa simpatía entre ambos. Sepich
publicaría en
La filosofía tomista tradicional
venía siendo remozada por las lecturas de Jacques Maritain, Etienne Gilson y
Garrigou-Lagrange, lo cual generaría debates y revisiones sobre todo en la
generación de filósofos católicos mayores, como Tomás Casares, Leonardo
Castellani, Sixto Terán e Ismael Quiles. La presencia de Maritain[4]
despertó una serie de confrontaciones, no solo por su apertura hacia públicos
heterodoxos (judíos, elites liberales, masones, comunistas) sino por las
críticas del cura Meinvielle y del cardenal Caggiano, que alertaban sobre los
peligros del personalismo y del desviacionismo que implicaba la promoción de un
proceso de secularización.
El campo católico que a principios
de los años treinta aparecía unido, comenzaría a mostrar sus primeras fisuras a
fines de la década. Sepich claramente representó a un sector que estuvo
dispuesto a escuchar al filósofo humanista, pero no a polemizar y menos aún a
confrontar con el establishment eclesiástico.[5] Esto daba cuenta de que las
recepciones del pensamiento de Maritain en Argentina fueron plurivalentes: si
bien fue un referente del sector más progresista dispuesto a avanzar con la
secularización y crear una modernidad alternativa, sus críticas al liberalismo
en los años 20 le habían generado simpatías en los sectores nacionalistas, pero
además paradojalmente, había sabido promover una manera tradicional para que
reducidas élites académicas y políticas se vincularan con la modernidad
ideológica (Compagnon, O. 2013, 104-106); lo cual creemos en el caso de Sepich
tendría un eco tardío, pero fructífero.
Desde fines de los treinta y durante
la década de los cuarenta, concentraría sus esfuerzos intelectuales en
denunciar la crisis civilizatoria que había originado la modernidad (Sepich, R.
1938) y en difundir su propuesta integrista de subordinar lo social a lo
trascendental y la filosofía política a la teología (Sepich, R. 1940). Fue un
activo propagador y productor de la matriz cultural del hispanismo, fundada en
los principios de la filosofía escolástica y la tradición hispana que buscaban
consolidar la idea de una nacionalidad trasatlántica. Con el paso del tiempo
supo transitar las modulaciones que impuso la política franquista: que fueron
de la inicial proyección imperial y reaccionaria del hispanismo antimodernista,
hacia un expansionismo cultural más flexible y dialoguista con la modernidad,
afín al nuevo rol que jugaría España en el contexto de la posguerra como
centinela de Occidente frente a la expansión comunista (Fares, M. C. 2017).
En los primeros meses de 1943 fue
convocado por la UNCuyo para enseñar en la carrera de Filosofía, las
asignaturas de Historia comparada de las religiones, Metafísica y Gnoseología y
Epistemología de las Ciencias. Su bagaje de conocimientos sobre filosofía
clásica y escolástica, lógica y teología, así como las publicaciones que lo
precedían antes de llegar a Mendoza, lo acreditaban ante el conglomerado
nacionalista que había tomado la novel universidad del oeste y en la cual
Sepich rápidamente se posicionaría como un referente prestigiado.
Si bien la enseñanza de la filosofía
en la Facultad de Filosofía y Letras
Una muestra del enclave de la
tradición reaccionaria que vincula a la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)
con la UNCuyo es el homenaje que se le realizó a Nimio de Anquín y a Sepich en
forma conjunta. Ambos reflejaban la misma actitud filosófica, como profesores y
divulgadores de la filosofía escolástica que incursionaron en la filosofía y la
práctica política. La crítica al kantismo como una filosofía atrapada en el
mundo de los fenómenos y representaciones, los llevaría a que ambos buscaran
una salida que no encontrarían en el existencialismo, para recurrir finalmente
a una filosofía de la conciencia con el propósito de resolver la crisis del
pensamiento europeo, mientras, su opción política, quedaría anclada en el
hispanismo y en las políticas culturales del franquismo (Pró, D. 1984).
Su itinerario en la gestión se
inicia en 1943, como director del Instituto de Filosofía en la FFyL de la
UNCuyo, desde el que editaron revistas como
Las efímeras y fracasadas gestiones
en instituciones porteñas lo devolvieron a la provincia cuyana. El nivel de
conflictividad que se vivía en los claustros, entre católicos y reformistas,
luego de la intervención y el posterior intento de normalización en la UBA,
terminó con el desplazamiento que sufrió el sector más ultramontano en los
albores del peronismo. En mayo de 1945 los representantes estudiantiles de la
FFyL de la UBA pedían la suspensión en sus cargos de los profesores como Diego
Luis Molinari, Juan Sepich y Alberto Baldrich - por rosistas confesos y
colaboracionistas del gobierno-, incluso ese mismo año desestimaron la
postulación de Octavio Derisi, en la cátedra de Historia de la Filosofía
Antigua y Medieval, por su condición religiosa (Buchbinder, P. 1997, 158).
Retornó a Mendoza, con un
sentimiento de desengaño al que refiere uno de sus discípulos mendocinos
(Rodríguez, A. 1974). En la UNCuyo el conflicto alcanzó su clímax con la toma
del Rectorado en 1945 en defensa de la autonomía universitaria, la cual contó
con la legendaria presencia de Julio Cortázar, quien había sido convocado por
Ireneo Cruz, con quien compartía la crítica a los elencos conservadores
gobernantes, pero no su adhesión al peronismo y la continuidad de los sectores
más reactivos del nacionalismo. Así lo expresaba en su correspondencia personal
“porque yo no tengo estómago para aguantar la vuelta de Jesucristo a la
Facultad, los Sepich y los Soaje entronizados” (Correas, J. 2014, 128).[7]
Al poco tiempo de instalado el
peronismo en el poder, encontramos a Sepich en su segundo viaje a Europa, entre
1946 y 1947, cuando invitado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España
al XIX Congreso de Pax Romana, además de asistir al X Congreso Internacional de
Filosofía en Roma. Por entonces la designación como ministro de Asuntos
Exteriores de Alberto Martín Artajo en 1945, presidente nacional de Acción
Católica y miembro de la Asociación Nacional Católica de Propagandistas, daba
cuenta del interés del régimen franquista por fortalecer la internacional
católica. Se trataba de una organización iniciada en Friburgo (1921) destinada
a fortalecer los vínculos universitarios católicos y establecer redes de ayuda
en la primera posguerra. El XVII Congreso realizado en Washington (1939) se fijó
como objetivo fortalecer contactos que aproximaran a los demócratas cristianos
de Europa y América, pero la Segunda Guerra postergaría el proyecto. Habría que
esperar hasta el XIX Congreso realizado en España en 1946, para que su
presidente Joaquín Ruiz Giménez,[8] un
referente de la democracia cristiana reactualizara dichos propósitos. La
elección de España como sede de la internacional católica constituyó para el
régimen franquista, condenado por entonces por la ONU, un medio para promover
la reconstrucción de lazos con el mundo hispano y católico, y la oportunidad
para presentarse como adalid en la lucha contra el comunismo. El gobierno
brindó su apoyo para la realización del Congreso que contó con la presencia de
35 delegaciones extranjeras, a través de las cuales pensaba promover la
asociación entre catolicismo e hispanismo como estrategia que le permitiera
sortear la condena y el aislamiento exterior que padecía el régimen (Sánchez
Recio, G. 2005; Díaz Hernández, O. 2008, 53).[9]
La presencia argentina contó con una
numerosa delegación compuesta por Atilio Dell´Oro Maini, Cosme Beccar Varela,
Nimio de Anquín, Pedro José Frías, Félix Lafiandra, José Mariano Astigueta,
Horacio Mackinlay, Juan Carlos Goyeneche, entre otros (Zuleta Álvarez, E. 1993,
19). En ella destacó el presbítero Sepich, identificado con el peronismo, quien
expuso sobre “El universitario católico ante los problemas del Estado Moderno”
(1946). Sus argumentos en torno a la necesidad de restaurar la autoridad del
Estado cristiano, en oposición a la apostasía que significaba el Estado
moderno, requerían devolver el orden a la comunidad política y la soberanía en
todas sus dimensiones al estado. La universidad jugaba un rol político como
centro de resolución de problemas culturales con un sentido teológico. Su tarea
era formar ciudadanos y profesionales, evitando “el igualitarismo en la
formación de ambos sexos”, lo que considera no solo absurdo sino monstruoso, y
proyectar a través de la concepción de Hispanidad la solución de los problemas
y peligros, internos y externos, que compartían el bloque de naciones herederos
de la Cristiandad, y con ella, la conciencia de los valores católicos
identificado con la lengua castellana.
Su presencia y prédica no fue ajena
al perfil que adquirió Congreso. El cual fue recordado más como el Congreso de
la Pax Hispana, que el de la Pax Romana, pues en sus conclusiones se constituyó
una especie de organización internacional con sentido de cruzada, ante lo que
consideraban amenazas a la paz individual, familiar, social e internacional. La
creación de un Secretariado Internacional, tendría como finalidad adoptar los
medios modernos de penetración y de conquista necesarios para convertir a la
universidad y a las organizaciones profesionales y cooperativas cristianas en
adalides de la lucha contra el materialismo ateo en la teoría y en la práctica,
y a formar en los contenidos doctrinarios de las encíclicas a través de todos
los medios vinculados a la opinión pública, recomendando la propagación de las
doctrinas del Padre Vitoria, en homenaje a su IV Centenario.[10]
Según sus biógrafos Sepich habría
sido uno de los propulsores de la creación en 1947 del Instituto de Cultura
Hispánica, que suplió al falangista Consejo de la Hispanidad (Abellán J. L. y
Monclus, A. 1989, 150), cuya intención era ampliar la injerencia cultural en
Hispanoamérica, y postular la integración trasatlántica de las dos Españas,
mediante la promoción de la cultura católica tradicionalista como núcleo
identitario fundante de la hispanidad. A partir de entonces se convirtió en un
agente transnacional del hispanismo, cuya acción publicista se difundió a ambos
lados del Atlántico, dictando cursos y conferencias, y difundiendo sus ideas a
través de diversas publicaciones.
Las mismas no se restringieron al ámbito
nacional con sus colaboraciones en revistas católicas como Criterio, Ortodoxia
de los Cursos de Cultura Católica, y Sapientia, y en otras de perfil más
nacionalista como Sol y Luna, Baluarte y Dinámica social; sino que circularon
profusamente en revistas de las derechas españolas (Pecourt, J. 2006). Publicó
en Alférez, un breve intento imperial falangista de legitimación hispanista y
catolicismo ortodoxo cerrado (Gracia, J. 1993), con dos artículos “Misión de la
inteligencia” (1946) y “La filosofía en Hispanoamérica” (1949). También en
Arbor, revista del Consejo de Investigaciones Científicas asociada al Opus Dei
y fundada por Calvo Serer y en Punta Europa, que apareció después de 1955 con
un marcado tono conservador. En todas ellas puso en relieve la necesidad de
construir un pensamiento que rescatara los valores providenciales de la cultura
hispánica, como fuente histórica de una identidad que se sostiene en la
tradición, y como referencia política revigorizada en el modelo franquista.
En su retorno a Mendoza entre 1947 y
1948, retomó varias cátedras de la carrera de filosofía: Gnoseología,
Metafísica, Historia de la Filosofía Antigua y Medieval, Historia de las
religiones, Epistemología e Introducción a la Filosofía y la Dirección del
Instituto de Filosofía, lo que daba cuenta de la centralidad que el presbítero
tenía en la carrera.
De esta época datan sus escritos más
conocidos sobre el tema de la hispanidad, como esencia de Occidente y
alternativa a la crisis europea. Bajo una lógica de cruzada o guerra religiosa
que debía llevar a cabo la cultura occidental entre “herejes” (calvinistas,
liberales y comunistas) y ortodoxos (cristianos que subordinan el poder
temporal al espiritual), se ofrecía convertir a la madre patria en hermana
espiritual, histórica, lingüística, geográfica y política de los países
católicos. Su hispanismo suponía no sólo un planteo de conciencia, sino un
proyecto político justificado en torno a la noción de “bien común” y en la
reconstrucción de un orden jurídico, que permitiera la restauración de la
cristiandad, pero sin desconocer las identidades nacionalidades (Sepich, J. R.
1947).
Como director del Instituto de
Filosofía presentaba un folleto titulado “La Hispanidad como problema y
destino”, donde escribían otros hispanistas cuyanos: el historiador y luego
interventor peronista Otto Burgos, el jurista profesor de sociología Julio
Soler Miralles y el filósofo Toribio Lucero, en el que se resume la síntesis
del hispanismo como matriz cultural que combate la leyenda negra, reconoce el
mestizaje entre lo hispano e indio con central en la identidad americana y
proyecta en ella la realización histórica de la cristiandad europea, imperial y
cristiana (Sepich, J. R. 1948, 7-10).
A través de la obra de Julio Ycaza
Tigerino, Originalidad de Hispanoamérica (1952), cuyas versiones preliminares
habían sido publicadas en Chile y Madrid en 1948, las tesis del hispanismo
alcanzarían difusión. No solo aquellas que configuraron una nueva versión
historiográfica sobre la emancipación, entendida no como un fenómeno de
separación entre las colonias y su metrópoli, sino como un proceso de
modernización que incluía ambas márgenes del Atlántico. Estas visiones
propendían a fortalecer las vinculaciones con el franquismo, el cual era
mostrado como adalid de la defensa de la cultura cristiana y su proyección
universal. Sin embargo, distinguía dos modalidades de vinculación: la que
priorizaba la imitación europea, como lo hacía el cosmopolitismo, el
latinoamericanismo y el españolismo, que concebían a América como un mero
reflejo y prolongación de España, y la autoctonista, que reconocía en las
formas telúricas, geopolíticas, raciales o indigenistas, e hispanistas o de
mestizaje la verdadera identidad hispanoamericana. Estas tesis se nutrían de
los argumentos de Sepich, a quien se citaba para definir a las nacionalidades
hispanoamericanas como integradas a España y a la civilización cristiana, y en
vinculación imperial de religión, lengua, política y cultura; postulando como
proyecto político la realización de la Cristiandad en América. Entre los
enemigos de esa hispanidad se señalaba al nacionalismo, como doctrina de Estado
y al peligro marxista cristiano, como se denominaba al socialcristianismo, pues
agredían el sentido de comunidad cultural supranacional, única forma capaz de
enfrentar al imperialismo norteamericano y soviético. He aquí una de las
expresiones más nítidas de la proyección de un sentido imperial y reaccionario
del hispanismo, que, si bien no niega una identidad diferencial americana, la
subordina al proyecto universal del catolicismo integrista.
Una de sus actuaciones más
relevantes derivada de esta cosmovisión sería su participación en la fundación
del Instituto Cuyano de Cultura Hispánica (ICCH) en 1951, el cual contaba con
el apoyo del de Madrid para promover las actividades culturales locales y
financiar becas de formación de posgrado o estancias de investigación para los
egresados y docentes en Humanidades de la
Si bien su presencia en Cuyo tenía
repercusiones públicas e incidencia en la formación en parte del estudiantado
que lo seguiría como maestro, su círculo de amistades de confianza en la
facultad parecía reducirse a una fuerte relación con Alberto Falcionelli,
maurrasiano exilado en la posguerra[11], símbolo del reaccionarismo
más extremo en FFyL; y con un discípulo recientemente converso, Rubén Calderón
Bouchet, quien sería luego reconocido como un patriarca del tradicionalismo.
Sin embargo, no cultivaría amistad con el grupo de historiadores que tuvieron
presencia activa en el ICCH, quienes se formarían en Escuela de Estudios
Hispanoamericanos de Sevilla, y difundirían las tesis historiográficas
fildelistas de Rodríguez Casado, pero que por oficio no reparaban en su
argumentación filosófica, y mantenían una distancia escéptica frente a
cualquier intento de aproximación al régimen peronista con el cual Sepich
comulgaba.
Fue en esta instancia que Sepich
promovió la organización del Primer Congreso Nacional de Filosofía en 1949 con
el objetivo de celebrar los diez años de creación de la
La ausencia de Sepich en la UNCuyo
previa realización del Congreso, abriría espacios a la oficiosa Facultad, para
la contratación y permanencia de referentes no menores de la escolástica
española que se hicieran cargo del dictado de sus cátedras: Metafísica fue
ocupada por uno de los más renombrados españoles que había participado del
Congreso del 49, Ángel González Álvarez (1949-1956), quien dirigió además el
Instituto de Filosofía, la revista
Si bien su tercera estancia europea
como agregado cultural en la legación argentina en Berna y en Roma, parecen
acreditarlo como funcionario del peronismo, es posible pensar que su
desplazamiento del Congreso de Filosofía le había abierto márgenes de
autonomía, al igual que lo hacían las políticas aperturistas del franquismo en
los años cincuenta, debido a la necesidad del régimen de limpiar su imagen filo
fascista frente a los Estados Unidos (González Calleja, E. y Pardo Sanz, R. M.
1993). A partir de entonces profundizaría los planteos que la filosofía alemana
abría, como la posibilidad de diálogo entre el existencialismo y el
catolicismo. Por aquel entonces, había publicado sus primeros planteos
heideggerianos sobre la concepción del rol intelectual que debía jugar el
filósofo católico, asumiendo los desafíos de una modernidad que requería
responder a la soledad que embargaba al filósofo y la necesidad por arraigar la
dignidad de la persona humana, tarea que le asignaba a la filosofía política.
A su regreso de Europa a principios
de los cincuenta, ganó el concurso de profesor titular de Ética en la Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación UNLP, que había estado a cargo de
Astrada, donde permanecería entre 1950 y 1954. Allí permaneció durante el
primer quinquenio, hasta que fue declarado cesante en mayo de 1955, unos meses
después de su partida a Friburgo y unos meses antes del triunfo de la
revolución libertadora, en el marco del enfrentamiento del régimen con la
Iglesia católica.
Durante esta estancia europea dicta
cursos en la Universidad Central de Madrid, actual Complutense, y en Santiago
de Compostella y Salamanca, mientras que en verano pasó largas estadías en la
Universidad de Friburgo. Entre 1958 y 1966 se instaló en Alemania, estudiando a
Hegel en la Universidad Libre de Berlín y dictando cursos sobre Problemas de Iberoamérica,
en la Facultad de Humanidades de la Universidad Técnica de Berlín, con alguna
que otra estadía en Colonia, donde toma curso con discípulos de Heidegger. Esta
estancia europea sólo fue interrumpida brevemente en 1964 para asistir a una
reunión del Concilio Vaticano II. Si bien se trata de una etapa donde
profundiza sus estudios y escritos sobre Heidegger (Pró, D.F. 1987) su interés
por la hispanidad no cesa de reflexionar en torno a las tradiciones e
innovaciones que unen a Hispanoamérica con España y Europa (Sepich, J. R.
1956).
En su preocupación por darle
centralidad al rol del filósofo como el intelectual capacitado por antonomasia
para resolver la crisis de Occidente. Si bien mantenía la crítica al
racionalismo por el impacto que tuvo en la pérdida de la fe y del sentido de
trascendencia, entendía que su rol como filósofo tenía la función de revisar
los aportes que tanto el positivismo como el idealismo pudieran hacer al
propósito de dar respuesta a la nueva conciencia existencial que reclamaba una
conciencia de Dios.
Sepich no cesó de interrogarse en
esta etapa sobre América Latina y Argentina, visualizadas como la esfinge sobre
la cual debía develar su enigma, el cual, si bien filosóficamente era parte del
enigma de la humanidad, en su sentido histórico aguardaba explicaciones
diferentes a las europeas. El sentido y la significación de Latinoamérica fue
uno de los temas que desarrolló en Berlín y luego transfirió a la UNCuyo. El
registro de las tensiones que embargaban a la historia latinoamericana y la
búsqueda de una conciencia de unidad perdida, tras el impacto de la ideología y
el capitalismo europeo responsables de su desmembración y pérdida de conciencia
política, iba más allá de una mera visión decadentista propia de los
nacionalistas de antaño. Acorde a la expectativa de los tiempos, se sumaba a
una prospectiva utópica: anclada en valores patrióticos de tradición hispana y
superadora de la oposición entre lo nativo y lo europeo, se proyectaba a través
de la fuerza creadora del espíritu y de la solidaridad católica.
En su regreso al país en 1967 lo
encontramos como profesor de Pensamiento Moderno en la Universidad del
Salvador, y luego de otra estadía en Friburgo entre 1969 y 1970 acompañado por
Luis Nussan Lettry,[13]
vuelve a instalarse en Mendoza, como profesor de Metafísica y Gnoseología, y en
1972 sería nombrado Profesor Emérito.
Por entonces publicaría Propedéutica
filosófica (1971) y Posición de la Sociología (1974), donde según Pró (1980),
se expresaría finalmente su filosofía del espíritu acuñada en su última estancia
europea. En esa última etapa en la UNCuyo dictó cursos de historia del
pensamiento que reflejaron sus estaciones: Aristóteles, Kant, Heidegger y
Hegel, y en los que de alguna manera dejaron entrever su proceso interno que a
pesar de su inquieta búsqueda guardaba la causticidad e ironía de sus primeros
tiempos (Espinosa, N., 1980: 25).
Formaría parte de una Comisión de
docentes de la FFyL encargada de adecuar el espíritu de la departamentalización
que proponía el modelo eficientista del desarrollismo autoritario, la cual
propuso crear unidades pedagógicas internas intrafacultades, con clara
preeminencia de los profesores titulares en la dirección de la enseñanza. Poco
años más tarde el proyecto de renovación encarado bajo el Rectorado del Ing.
Roberto Carretero y su Secretario Académico, el filósofo Arturo Roig (1973-74),
promovió en cambio prácticas pedagógicas participativas y una articulación
interdisciplinaria entre afinidades epistemológicas, curriculares y funcionales
en unidades pedagógicas transformadas en comunidades educativas organizadas,
donde los estudiantes compartirían la responsabilidad del proceso de enseñanza
aprendizaje fue uno de los primeros del país y tuvo su paralelo en la UNLP con
el Plan Agoglia, ambos truncados por la intervención de Ivanissevich (Roig, A.
1998,123).
Muy incómodo se sentiría Sepich en
este contexto, por la fuerte injerencia que tendría entre el estudiantado las
propuestas de los filósofos de la liberación representados por Arturo Andrés
Roig, Oswald Ferrari, Carlos Bazán, Enrique Dussel, Horacio Cerutti Gulberd,
Víctor Martín Fiorino, Ezequiel Ander Egg y Mauricio López, entre otros. Estos
filósofos mendocinos fueron activos participantes del Simposio de Filosofía
Latinoamericana, realizado en San Miguel de Buenos Aires, en agosto de 1973,
donde asistieron importantes referentes como Salazar Bondy y Leopoldo Zea. Allí
se abrieron discusiones emblemáticas que evidenciarían el giro radical de la
filosofía latinoamericana donde los mendocinos se sumaron con sus planteos
sobre la problemática fenomenológica, existencial e histórica, para dar lugar a
una praxis filosófica que tuviera como opción principal la liberación de los
pobres (Dussel, E. 2009, 406).
Frente a la interpelación de los
jóvenes filósofos de la liberación, nuestro sacerdote no vio más que sedicentes
que alborotan en nuevas pedagogías invocando la necesidad de los tiempos, tras
lo cual se ocultaban banderas rojas como amenazas en el horizonte. De allí que
rodeado de un grupo de discípulos que continuarían en la facultad aún después
de su partida, se hiciera cargo de las cátedras de los filósofos expulsados por
la intervención de Otto Burgos en FFyL en 1975. Filosofía Medieval que había
estado a cargo de Carlos Bazán, con quien mantuvo una relación muy tensa, y
Filosofía Antigua que había sido dictada por Arturo Roig, quien siempre
denunció su reaccionarismo. Dos años más tarde optó por emprender nuevamente el
camino hacia Europa[14].
En el homenaje póstumo, Espinosa
interpretó una de las últimas cartas que Sepich le envió desde Alemania donde
manifestaba que su carrera pertenecía al pasado y que una fractura lo separaba
del horizonte futuro. Se trataba no sólo del fin de la filosofía y teología de
occidente: la filosofía del espíritu, sino de su proceso de mutación interno.
Ya no era el filósofo y teólogo hispanista que había llegado a Mendoza a
principios de los cuarenta, sino un filósofo agobiado por el peso de las ideas
que había sostenido y de las cuales se debía despojar (Espinosa, N. 1980).
Su revisión partía de los primeros
trabajos fundados en la lógica aristotélica tomista de los cursos que dictara
en Buenos Aires en los años treinta, y llegaba a sus incursiones en el
pensamiento kantiano y heideggeriano, condensados en Madrid y Alemania después
de 1955. En Sistema de ciencia de Hegel
(1971) relata el itinerario que lo llevó a comprender la historicidad y
temporalidad de la filosofía de la modernidad. Para Sepich, Hegel significaba
recuperar al occidental europeo, greco, romano germánico y cristiano y cumplir
con el programa de la Ilustración para salvar a la modernidad, y con ella al
catolicismo. Según Espinosa esta obra pretendía dar a luz un pensamiento nuevo,
que no buscaba conciliar lo tradicional con lo moderno, sino dejar las tribunas
de la reacción y del tradicionalismo católico, y proponer una historia del
pensamiento entendida como la vida del espíritu, como una emergencia
fenomenológica donde a través del concepto, se hacía asequible el saber. La
idea de que el espíritu, la interioridad, la conciencia y la libertad vencían
cualquier barrera externa o interna, sería la única vía de salvación de
Occidente, lo que suponía un anclaje personalista en esas convicciones
esenciales.
Su filosofía había abandonado
definitivamente todo fanatismo, que pudiera convertirla en ideología y buscaría
sólo convicciones que no pudieran nacer sino desde la intimidad misma de quien
reflexiona, único índice de garantía para acceder a la verdad, que no es otra
cosa que su convencimiento o su convicción. De allí que postulara nuevamente su
fe como punto de partida para el conocimiento de lo verdadero.
La experiencia de una filosofía
individual en donde abrevaba la conciencia de modernidad, como conciencia de
tiempo nuevo, tenía su correlato histórico en la empresa americana, moderna por
excelencia, y su proyección en la defensa de las ideas de espíritu, conciencia,
subjetividad, libertad, individualidad y racionalidad. Allí tejía la
articulación entre la tradición hispana con la modernidad, y proyectaba un
destino de grandeza para el país capaz de superar tanto al racionalismo, como
el romanticismo, al positivismo como a la filosofía de la sospecha, aún
vigentes en las universidades argentinas. La propia Iglesia católica era
cuestionada por su atraso en lo que le restaba de mentalidad de Iglesia
nacional, hija de la española e italiana, en la que persistía la abstracción de
la escolástica, cuestión que se repetía en la Teología de la Liberación. En
cambio, entendía que la obra del Concilio Vaticano II relevaba el nacimiento
del hombre, como una nueva conciencia del pensamiento cristiano moderno.
Su propuesta de una filosofía
integrada, no como sucesión de estancias sino como construcción de una
filosofía nueva, que ya había planteado en 1942 como tarea humana, en 1946 como
propedéutica de la vida y en 1972 como el regreso del espíritu. Un continuum
según su intérprete, en la búsqueda de ese integrismo que pretendía salir de lo
doctrinario, para ser una concepción de la vida como experiencia de la
conciencia en sus grados más desarrollados.
¿Se trataba de una reafirmación de una
teología de la conciencia individual, como una nueva forma de reacción frente
al comunitarismo que planteaba la teología de la liberación? Así como desde la
idea de integración latinoamericana pretendía construir fuerzas frente a las
imposiciones de los procesos de modernización ¿la filosofía experiencial de la
conciencia individual no sería la nueva forma de contención frente a la
radicalización de las opciones comunitaristas que campeaban en un amenazante
tercermundismo? Probablemente la reconciliación con los valores de la
modernidad en su sentido más personalista, encontraban resonancias en las
prédicas maritainiana y las enseñanzas fenomenológicas que había sabido
escuchar en sus años de formación, y que tomaron otras rutas en pleno auge del
nacionalismo y posteriormente del peronismo; pero que en los nuevos tiempos
ofrecían un resguardo para la tradición católica que pretendía aún defender.
Finalmente,
instalado en Alemania en 1978, se propuso abordar el problema teológico, con la
intención de volver a su país natal para dictar un seminario sobre la filosofía
en Argentina. Ambos propósitos quedaron inconclusos. Falleció un año después de
su partida de Mendoza a los 72 años en un hogar de ancianos de Ravensburgen,
donde ejercía como capellán.
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[1] Una primera versión del texto se presentó bajo el título
“Por los sinuosos senderos del catolicismo integrista. Una biografía de Juan
Ramón Sepich Lange”, en
[2] Sobre catolicismo en este período ver Zanca, J. 2006; 2013;
Lida, M. 2015; Lida, M. y Fabris, M. 2019. Sobre trayectorias sacerdotales de
figuras más conocidas, como Octavio N. Derisi: ver Rodríguez L. G. y Ruvituso
C. 2012; sobre Miguel de Andrea ver Lida, M. 2013. Sobre el hispanismo ver
Fares, M.C. 2011, 2017 y 2021.
[3] La renovación del pensamiento tomista de mediados del siglo
XIX había incorporado algunos matices diferenciales de la escolástica medieval
y la tardía, al proponer no remitir tanto a los clásicos y discriminar las
ramas de la Filosofía, de la teología, retomando con más énfasis los estudios
histórico-críticos del doctor Angélico (Klimke, F. 1947, 820).
[4] Sepich formó parte de comité de recepción de Maritain en
Montevideo en 1936, junto con Casares, Pividal, Mendioroz, Goyeneche y Llambías
(Zanca, J. 2013, 61).
[5] En una carta que le escribió a Maritain, si bien decía
lamentar las críticas de Meinvielle publicadas en Crisol, le demandaba al
francés gestos heroicos que expresaran públicamente su prescindencia política,
con el fin de hacerla llegar a los CCC para demostrar que no se encontraban
amenazadas las relaciones con las jerarquías eclesiásticas (Zanca, J. 2013,70).
[6]Sepich, J. R. 1944. De
la soberanía argentina y la fortaleza nacional, Discurso pronunciado por el
Rector del Colegio Universitario de San Carlos. 28 julio 1944, Bs. As., UNBA.
[7] Los autores que refieren a la estadía cortaziana en la
UNCuyo muestran el conflicto que vivía Cortázar: “Si por un lado se saluda en
los pasillos con nacionalistas católicos y curas franquistas, por el otro
participa en la toma de la facultad en un contexto de resistencia estudiantil
en todo el país que busca terminar con la influencia de Perón. Junto a medio
centenar de alumnos y un puñado de profesores, Cortázar se atrinchera en la
facultad de Filosofía y Letras durante cinco días, al cabo de los cuales los
responsables son arrestados. Su actitud pone en peligro la relación con sus
padrinos…” (Montes-Bradley, E. 2008, 295).
[8] Ruiz Giménez sería nombrado posteriormente embajador en la
Santa Sede, primer director del Instituto de Cultura Hispánica y Ministro de
Educación Nacional (1951) procuró aceitar las relaciones entre España y las
naciones vencedoras, pero su respaldo no perduraría, pues en los años sesenta
pasaría a ser referente de la oposición cristiana progresista.
[9] Ver “Filosofía en español” en:
http://www.filosofia.org/mfb/1946pr22.htm
[10] Ver Pax Romana en: http://www.filosofia.org/mfb/1946pr15.htm y http://www.filosofia.org/ave/001/a048.htm
[11] Algunos testimonios señalan que Sepich habría intermediado
para su arribo a la FFyLetras en 1947, con pasaporte francés y prontamente
habría obtenido la ciudadanía argentina.
[12] Si bien Lértora descarta como improbable esta tesis
sostenida incluso por uno de los primeros relatores del Congreso al que cita
(Brinkmann, 1949, 537), admite que en el acto inaugural del Congreso el
discurso del ministro español, leído por el Profesor Ramón C. Lorente,
establecía la identidad entre los homenajes a Suárez en el año 1948 en España y
el del Congreso mencionado, destacando la vinculación cultural de la identidad
entre España -léase la España franquista- y la América de habla española,
enfrentadas ambas a los "avatares implacables y rigurosos del positivismo
materialista" (Lértora, C. 2010). La sexta sesión dedicada a Homenajes
incluyó a Francisco Suárez.
[13] Sepich figura como uno de los tres impulsores más
importantes, junto a Héctor Mandrioni de Buenos Aires y Estanislao Karlic de
Córdoba, en la promoción de los programas de intercambio financiados por Adveniat,
entre Friburgo Alemania y la UCA Buenos Aires y que se hacía extensible a
América Latina. Tanto la Universidad del Salvador como La UNCuyo, entre otras,
habría recibido en 1967 a Bernhard Welte, un agente difusor del humanismo
integral que proponía un diálogo filosófico y teológico, que incluía no solo la
lectura de Heidegger, sino con las ciencias modernas. Ver Eckolt y Durán, 2020:
30-32.
[14] Sepich figura como uno de los tres impulsores más
importantes junto a Héctor Mandrioni de Buenos Aires y Estanislao Karlic de
Córdoba, en la promoción de los programas de intercambio financiados por
Adveniat, entre Friburgo Alemania y la UCA Buenos Aires y que se hacía
extensible a América Latina. La UNCuyo habría recibido en 1967 a Bernhard
Welte, uno de sus mentores, difusor de un humanismo integral que proponía un
diálogo filosófico y teológico, que incluye no solo la lectura de Heidegger
sino con las ciencias modernas. Ver Eckolt y Durán, 2020: 30-32.