Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 23 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2021 /
.
Variaciones sobre
un canon. En torno al comienzo de la
filosofía
Variations
on a canon.On
the
beginning of philosophy
Carla Galfione
Instituto de
Humanidades (IDH)
Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad
Nacional de Córdoba
Recibido:
29/09/2020
Aceptado:
12/04/2021
Resumen. Contamos actualmente con un relato
medianamente consensuado de la historia de la filosofía
académica en Argentina
en función del cual se señala un inicio, allá por
la década del veinte, marcado
por una determinada línea teórica y el protagonismo de
algunos profesores. Ese
relato deja fuera, sin embargo, otras expresiones de la época
que apostaron por
diferentes opciones conceptuales. Tomando como referencia la Revista de Filosofía. Cultura, ciencias,
educación, que suele no ser considerada por aquellas
historias, exploramos
hacia el interior de la academia, intentando cruzar ambos elementos.
Esa
superposición nos permite ver, por una parte, que la revista
(autores, temas,
referentes) no está tan lejos de la academia como suele
pensarse; en segundo
lugar, que es difícil, o al menos discutible, desde esta
perspectiva de
lectura, establecer una línea teórica de corte que
permita señalar un inicio
para la filosofía en el país y, por último, que
resulta insoslayable a una
mirada histórica introducir una lectura que dé lugar a
los aspectos
político-institucionales.
Palabras clave. Filosofía académica; Revista
de filosofía; Continuidad;
Discontinuidad; Comienzo.
Abstract.
At
present, we have a moderately consensual account of the history of
academic
philosophy in Argentina according to which a beginningis made, in the
twenties,
marked by a certain theoretical line and the leading role of some
professors.
However, this account leaves out other expressions of the time that bet
on
different conceptual options. Taking as a reference the Revista
de Filosofía. Cultura, ciencias, educación, which is
usually not considered by those stories, we explore the interior of the
academy, trying to cross both elements. This overlapping allows us to
see, on
the one hand, that the journal (authors, themes, referents) is not as
far from
the academy as is usually thought; secondly, that it is difficult, or
at least
debatable, from this reading perspective, to establish a theoretical
line of
cut that allows to point out a beginning for philosophy in the country
and,
finally, that it is unavoidable to a historical look to introduce a
reading
that gives rise to the political-institutional aspects
Keywords.
Academic
Philosophy; Revista de filosofía;
Continuity; Discontinuity; Beginning.
Hace ya
varios años, Foucault recordaba un cambio muy reciente en la
historia de las
ideas, que él podía mostrar recurriendo a nombres como
Bachelard, Canguilhem o
Guéroult, que habían llegado a concentrarse en los
“fenómenos de rupturas”,
reemplazando el modelo de las continuidades. Pero rápidamente
agregaba que “esa
mutación epistemológica de la historia no ha terminado
hoy”, señalando que
parecía haber sido “particularmente difícil en la
historia que los hombres
reescriben de sus propias ideas y de sus propios conocimientos,
formular una
teoría general de la discontinuidad”
[1]
(Foucault, M. 2002,
19).
Aunque
entonces Foucault no lo dijera en estos términos, pensar en la
discontinuidad
dirige la mirada hacia la cuestión del poder, hacia las
presiones o tensiones,
para usar términos relativamente neutros, que supone todo
intento de establecer
la verdad. Y con ello, habilita también la pregunta por todo lo
que queda
afuera del saber legitimado.
¿Qué
pasa con la historia de la filosofía académica o
universitaria en la Argentina?
Me animo a decir que el escenario es parecido al que miraba Foucault
hace
cincuenta años: se considera medianamente fechable el momento
del inicio, se
reconocen sus rasgos más sobresalientes en términos
teóricos y se señalan
algunos actores fundamentales. La discontinuidad no es un supuesto.
La
invitación aquí es a pensar el canon de esta
filosofía y un modo de hacernos
eco es revisando con detenimiento ciertos elementos de ese momento
considerado
inaugural, para aportar, en última instancia, elementos que
alienten a la
revisión de esa continuidad supuesta. No se trata de disputar
los privilegios
que ofrece estar dentro del canon, sino reconocerlo parte de una serie
de
causas y azares que podrían no haber existido y cuya existencia
puede revisarse
a partir de intereses y contiendas de la época, que son de
diverso orden. Y
reconocemos, en ese marco, que el modo en que elijamos contar la
historia de
este saber tiene mucho que ver la producción,
reproducción y comprensión de los
diversos elementos que confluyen en el canon. Se trata de poner el
canon mismo
entre signos de pregunta, tanto en relación con su contenido
cuanto con los
recursos variados que lo hicieron posible.
[2]
La historia es uno de
ellos.
Del
mismo modo, me interesa en lo que sigue rastrear algunas pistas para
indagar la
politicidad propia de las definiciones en juego. Al decir
“politicidad” intento
desplazar la mirada, atendiendo, no al contenido teórico o
conceptual de las
definiciones, suponiendo un sistema de reglas más o menos
definidas para ese
saber, sino al modo y los mecanismos o herramientas que
acompañan la
institucionalización y sistematización de éste.
Desde ahí, la politicidad
también puede señalarse en esta lectura.
Avanzando
sobre aquella noción de discontinuidad, en lo que sigue voy a
focalizar la
atención en un momento de cambio. Ese vértice se forma
por un tiempo y un lugar
que me ofrecen las coordenadas básicas: Buenos Aires, 1912-1925.
Ambas
referencias y el escenario que señalan, no impiden, sin embargo,
que el campo
de la visión se extienda a veces más allá.
Sobre
esa base reduzco incluso el material de mi investigación,
intentando establecer
algunos mojones en un trabajo que espera ser de más largo
aliento: partiendo de
aquella intuición y de algunos diagnósticos que
repasaré en breve, me muevo
entre dos objetos. Por un lado, la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA, en
especial la carrera de Filosofía. Y allí me detengo en lo
que puede
considerarse el contexto en que se inscribe el discurso
filosófico: profesores,
materias, en el marco de un plan de estudio, y programas de materias.
Por el
otro, una revista que vengo estudiando desde diferentes aristas hace
tiempo, la
Revista de Filosofía. Cultura, ciencia, educación,
[3]
que no es una revista
institucional, pero en la que escriben algunos profesores de la carrera
y se
abordan algunos temas de aquellas materias. La Revista, así como
su director,
José Ingenieros, me sirven de apoyo para tensionar mi lectura de
la carrera.
[4]
Una
breve referencia a algunas lecturas vigentes de la historia de la
filosofía me
permite dar cuenta de las razones pendientes que me llevan a considerar
ese
material y esta indagación. En un artículo reciente, dice
Patricia Funes: “en
el momento de la creación de la FFyL existía solo una
cátedra de Filosofía. De
la mano de médicos o abogados, los estudios filosóficos
(considerados en una
definición muy laxa) discurrían por el sendero de las
lecturas de Spencer, Comte
y Stuart Mill. Un parte aguas fue la visita magistral de Ortega y
Gasset en
1916, que dictó en las aulas de FFyL un seminario sobre Kant. En
esos cursos se
escuchaban autores y planteos de Cohen, Cassirer, Husserl, Simmel,
Meinong,
Brentano, Windelband, Rickert, Driesch, Scheler.
[5]
La prédica de
Ortega
acercaba a la filosofía contemporánea, tarea de
actualización que se
complementaba con la difusión y circulación de los
filósofos alemanes a través
de la Biblioteca de ideas del Siglo XX y la Revista de Occidente. En un
camino
no lineal convergen la renovación de la enseñanza, el
estudio y la circulación
del conocimiento filosófico, por un lado y una lenta
diversificación,
racionalización y profundización del peso institucional
de los estudios
filosóficos en la FFyL” (Funes, P. 2018, 193).
Con un
tono similar se expresa Clara Ruvituso, aunque agrega algunos elementos
importantes:
El
desarrollo de una nueva sensibilidad antipositivista y la
constitución de las
humanidades como disciplinas autónomas en las universidades se
concretizó con
la Reforma universitaria de 1918. Este impulso renovador
propició la recepción
de nuevas corrientes de pensamiento, especialmente de la
filosofía alemana. En
este proceso, jugaron un rol importante los filósofos
españoles como ‘mediadores’
y desde la Argentina los ‘viajeros’ y los
‘lectores’ (Ruvituso, C. 2015, 48).
Más
adelante agrega precisión a su lectura: “los
filósofos coincidían en un punto
fundamental de la Reforma Universitaria: ésta debía ser
una reforma espiritual,
un cambio en la manera de pensar de las nuevas generaciones que
debía influir
en la renovación cultural nacional, desde el punto de vista
antipositivista y
antiutilitarista” (Ruvituso, C. 2015, 50)
Hay
varios elementos en común: 1916 y 1918 como mojones, que invocan
de paso
acontecimientos ajenos al campo, algunas figuras que esbozan un
escenario de
circulación y sociabilidad, y un cambio importante al nivel de
las ideas
filosóficas dominantes. En ambas lecturas, se deja en claro que
hubo entonces
una transformación: de un lado, el de la novedad,
quedaría establecida la base
de la nueva concepción del saber filosófico, autores,
instituciones e ideas;
del otro, las viejas expresiones a las que la novedad se oponía.
Esas
lecturas posibilitarán afirmar, como lo hace Mauro Donnantuoni,
que
el
movimiento de reacción contra el positivismo (…) ha sido
pensado por la
tradición filosófica argentina como un momento
‘fundacional’ en su propio
desarrollo interno ya que representaba el nacimiento de los estudios
serios en
el país y la consagración de la filosofía como
actividad autónoma y
privilegiada al interior de la cultura nacional
[6]
. (Donnantuoni, M. 2014, 2)
No
obstante, esas representaciones, lo advierte inmediatamente este autor,
son
deudoras de la herencia recibida de los actores involucrados en ese
“movimiento
antipositivista”, actores que concentraron buena parte de su
esfuerzo
filosófico y de autodefinición teórica en el
cuestionamiento de la corriente
que le habría precedido.
En este
sentido, no me interesa dejar de lado esas lecturas. Me sirve, en
cambio,
reconocerlas y señalarlas también, en este punto, como
expresión de una
condición histórica, de un modo de hablar de la historia
de la filosofía en la
Argentina que responde, no sólo a las autoridades que erigen
como poseedoras de
herencias a testamentar, sino también a los rasgos que
adquirió ese saber y su
historia de hecho, de las reglas de la filosofía
académica. Una filosofía que
naturaliza sus reglas como condición.
Parándonos
cerca de Foucault, podemos recordar lo que supone toda
definición de un saber:
una serie de reglas que establecen los términos de lo decible,
un conjunto de
condiciones de verdad. En ese marco, indagar sobre la filosofía
académica en
Argentina es preguntarnos por su marco de existencia y de sentido,
sobre sus
posibilidades y restricciones, sobre su lenguaje, sus autores y
doctrinas,
sobre sus sociabilidades y proyectos, sobre sus instituciones. Y
aquí también
podemos preguntarnos sobre sus fronteras, y eso es lo que está a
la base del material
que escogimos para este trabajo.
Como
recordamos con Donnantuoni (2014), el discurso fundante de esta
filosofía
elaboró una definición de sí que tenía como
rasgo principal la negación del
positivismo. Según aquella, en esa tradición no se
encontraba filosofía y por
esto no resultaba un interlocutor válido. Y es probable que
aquí radique la
mayor potencia del antipositivismo: en ese ejercicio de
definición negativa. No
había vínculo posible con el positivismo, con
excepción de la negación. Así
comienza la historia de la filosofía en el país. Y si
todo aquello, de revisar
las reglas y condiciones con minucia, está aún por
hacerse, el recorrido de una
investigación de más largo aliento nos sitúa ahora
en este ángulo: en el
encuentro de dos líneas que se presentan como
antagónicas, suponiendo
diferencias teóricas que se pretenden evidentes. No discuto esas
diferencias,
al contrario, aunque aceptarlas supone advertir la profundidad e
implicancia
del cambio que se produce. Me interesa, por ahora, remitirme al
cómo de esa
transformación, reconocer alguno de los elementos que
participaron del juego y
la hicieron posible.
Como
dije, desde hace tiempo estudio la Revista,
la he analizado en conjunto y también diseccionado en
función de motivos
medianamente aislados y en cada abordaje he partido de una evidencia,
pero era
también una interrogación: la Revista de
Filosofía ha sido poco estudiada.
[7]
Una publicación que duró catorce
años, que reunió a más de
doscientos autores, que publicaba seis números al año de
más de ciento
cincuenta páginas cada uno, que fue creada y dirigida por una
figura tan
importante para la cultura, el reformismo y el discurso
latinoamericanista como
lo fue José Ingenieros, una revista de esta envergadura,
¿por qué no fue
estudiada? ¿Por qué no aparece por lo general mencionada
en la lista de las
revistas que en la época tejieron el clima de una
intelectualidad porteña
conmocionada por las condiciones que presentaba el mundo y el
país y buscaban
dirigir la cultura desde sus páginas? Si a menudo he reconocido
en esa
ignorancia más un incentivo a estudiarla –ávida,
como indican las reglas de
nuestra investigación científica, de novedad, primicia,
“originalidad”–, ello
ha sido a condición postergar la pregunta a un segundo plano, en
el que, sin
embargo, se va reuniendo un sedimento, base de algunas
hipótesis. Este trabajo
avanza a paso lento en esa dirección.
Si en
otros trabajos indagué en torno a la Revista
y los desarrollos conceptuales que propone, aquí me interesa
pensarla en
relación con la carrera de Filosofía en la Universidad de
Buenos Aires, que
junto con la de la Universidad de La Plata, pero incluso más que
ésta, es
señalada como la cuna de la disciplina.
[8]
Partiendo entonces de esos análisis y de la
certeza de que el eje
conceptual central de la Revista
coincide con lo que se suele señalar como superado al decretar
el inicio de la
filosofía en el país, me interesa pensar la
publicación en relación con esas
condiciones institucionales. Aquí encontramos los nudos de
sociabilidad sobre
los que se construye y legitima el saber: autoridades, cargos,
trayectorias,
que, si por momentos me alejan del discurso filosófico
propiamente dicho, creo
que, a fin de cuentas, contribuyen a explicar parte de su despliegue y
permiten
reconocer algunos elementos que sirven para pensar lo que
también Foucault
invita a mirar: el vínculo del saber y el poder.
Como
dije, la Revista presenta una
importante complejidad, a simple vista, por la cantidad de autores que
reúne,
pero también por la variedad de temas sobre los que tratan sus
páginas.
[9]
En ese sentido, una aproximación general a
ésta nos obliga a tomar
algunas decisiones para limitar u ordenar, en parte al menos, esa
diversidad y
extensión. En sus páginas, en la sección dedicada
a artículos, que es la más
extensa de cada número, se reúnen tanto artículos
escritos y enviados para ser
incluidos en esos números, como reproducciones de trabajos
publicados en otras
revistas del país, de América Latina y de Europa. Del
mismo modo, según el
número, porque ese formato fue variando con los años, hay
otras secciones
destinadas a análisis y comentarios de libros y revistas. Los
artículos, que
salvo escasas excepciones, llevan el nombre de su autor, consignan
también la
procedencia institucional de éste. No ocurre lo mismo con los
comentarios de
libros, en los que en general no figura referencia del autor, algo que
hace
suponer la autoría de la dirección.
En esa
variedad, a la hora de reconocer a los autores de la revista, parece
importante
hacer un recorte o selección en función de algunos
criterios generales. En este
caso, tomo principalmente el de la cantidad de artículos con los
que
participan. El número de veces que un autor publica allí
permite reconocer la
mayor o menor cercanía de éstos con el proyecto, es
decir: en qué medida los
autores encontraban en la revista una vía valiosa para difundir
sus posiciones
y aquélla reconocía en estos autores posiciones que le
interesaba difundir. Si
bien no interesa aquí hacer un análisis del contenido de
los artículos, sabemos
que no todos los textos publicados son del mismo tipo y coinciden con
la
posición de su director; hay polémicas en sus
páginas y en diversas
oportunidades la inclusión de un artículo es,
precisamente, la posibilidad de
explicitar las diferencias. En otros trabajos me he concentrado en esos
debates
y me apoyo en esas indagaciones para hacer este recorte.
Considerando
todos los años que duró la revista, obtenemos un
número medianamente acotado de
autores, como lo muestra el siguiente cuadro:
Autor |
Cant.artic. |
Cargo e Institución de
referencia en la Revista (tal como aparece ahí, considerando
incluso diversas referencias)(
[10]
*)
|
José Ingenieros (sin contar pseudónimos) |
56 |
|
Aníbal Ponce (sin contar pseudónimos) |
23 |
Profesor del Colegio Nacional Pueyrredón (desde
enero del 23, cuando Ponce comienza a participar en la
dirección, se abandona la referencia) |
Rodolfo Senet |
15 |
Profesor en la Universidad de Buenos Aires, Ex profesor
en la Universidad de La Plata |
Víctor Mercante |
13 |
Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación,
de La Plata Profesor en la Universidad de La Plata |
Raúl Orgaz |
11 |
Profesor en la Universidad de Córdoba |
Arturo Orzabal Quintana |
10 |
Laureado de la Escuela de Ciencias Políticas de
París |
Carlos Bunge |
9 |
Profesor en la Universidad de Buenos Aires |
Leopoldo Maupas |
9 |
Profesor de la Universidad de Buenos Aires |
Ernesto Quesada
[11]
**
|
9 |
Profesor en la Universidad de Buenos Aires, Presidente de
la Academia de Filosofía y Letras |
Rodolfo Rivarola |
8 |
Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de
Buenos Aires, Presidente de la Universidad de La Plata |
Gregorio Bermann |
7 |
Profesor en la Universidad de Córdoba |
Nicolás Besio Moreno |
7 |
Profesor en la Universidad de La Plata, Presidente de la
Federación [de Asociaciones Culturales], Decano de la Facultad
de Ciencias Exactas de La Plata |
Honorio Delgado |
7 |
Profesor en la Universidad de Lima |
Alfredo Ferreyra |
7 |
Profesor de la Universidad de La Plata |
Maximio Victoria |
7 |
Director de la Escuela Normal de Paraná, Profesor
de la Universidad de La Plata |
Alfredo Colmo |
6 |
Profesor en la Universidad de Buenos Aires |
Julio V. González |
6 |
Ex-presidente de la FUA, Consejero de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales |
Narciso Laclau |
6 |
Profesor en la Universidad de Buenos Aires |
Alberto Palcos |
6 |
Adscripto al seminario de Filosofía |
Armando Donoso |
5 |
“de Santiago de Chile” |
Enrique Mouchet |
5 |
Profesor de la Facultad de Humanidades de La Plata,
Decano de la Facultad de Humanidades de La Plata |
Ernesto Nelson |
5 |
Presidente de la Liga de Educación
Estética, Profesor en la Universidad de La Plata |
Antonio Sagarna |
5 |
Profesor en la Escuela Normal de Paraná, Ministro
Plenipotenciario de la Argentina en el Perú, Profesor de la
Universidad del Litoral, Ministro de Justicia e Instrucción
Pública |
Si
cruzamos esta información con las condiciones que presentaba la
carrera de
Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos
Aires, podemos señalar especialmente algunos nombres: Bunge,
González,
Ingenieros, Laclau, Maupas, Mouchet, Quesada, Rivarola. Si nos
concentramos en
éstos, el número se reduce bastante, de veintitrés
autores muy frecuentes, sólo
ocho eran o fueron profesores de alguna materia de la carrera de
Filosofía en
FFyL-UBA. Aunque, de aquel total, otros fueron profesores en diferentes
facultades o universidades del país. Entre estas últimas
se destaca la de
Córdoba, sobre todo porque Raúl Orgaz es uno de los
autores más habituales, y
La Plata, que aporta también nombres relevantes. De cualquier
manera, no me
interesa aquí un análisis cuantitativo. Lo que muestra
este cruce es,
simplemente, que existía un vínculo entre la revista y la
carrera de Filosofía
que se acababa de crear en la UBA. Esto se consolida si ampliamos la
mirada y
reconocemos que casi todos los docentes de la carrera tuvieron
algún vínculo
con la publicación, un artículo, una reseña o un
comentario a sus trabajos;
algo que la sola valoración del número de
artículos opaca.
[12]
Si
ahora miramos qué pasaba al interior de la carrera de
Filosofía, se advierte
que se trata de una época signada por sucesivos cambios y
ajustes en los planes
de estudio. Así, puede verse que el plan que sirve de eje a la
carrera de
Filosofía en estos años data de 1912, en que el decano de
la Facultad, Norberto
Piñero, distingue las carreras de Letras, Historia y
Filosofía, estableciendo
un plan de estudios particular para cada una de ellas.
[13]
En 1920, durante el decanato de Alejandro Korn, se
agregan algunas
materias, y se modifica la definición de algunas de las
existentes, como ocurre
con la separación de Ética y Metafísica, pero se
mantiene, explícitamente, el
“espíritu humanista” del plan, siendo éste un
tema frecuente en los debates
sobre la modificación (RUBA, 45, 851). En 1925 se produce otra
modificación del
plan, y en parte esa es una de las razones por las que interrumpimos
aquí
nuestro trabajo.
En el
período que estamos revisando, las materias de la carrera son
las que siguen:
1912 |
1920 |
|
Latín I Latín II Latín III Latín y
literatura latina Griego I Griego II Literatura griega Psicología
(primer curso) Psicología
(segundo curso) Biología Lógica Ética y
Metafísica Sociología Historia de la
filosofía Estética Ciencia de la
Educación Historia Universal
|
Latín I Latín II Latín III Latín
IV Literatura
latina Griego I Griego II Literatura griega Psicología (primer curso) Psicología (segundo curso) Biología |
Lógica Ética Sociología Historia de la filosofía Estética Gnoseología y metafísica Introducción a la Filosofía
Introducción a la Historia Introducción a la Literatura Literatura castellana Historia Argentina |
Si
observamos la nómina de profesores de la carrera entre 1912 y
1924, con esas
modificaciones, encontramos el siguiente esquema: Rómulo
Martini, Aníbal
Moliné, Ricardo Cranwell, Teófilo Wechsler y Francisco
Capello, son docentes de
las materias clásicas. El resto de los profesores se distribuyen
del siguiente
modo:
|
1912 |
1913 |
1914 |
1916
[14]
|
1917 |
1918 |
1919 |
1924 |
Psicología (primer curso) |
Horacio Piñero |
H. Piñero |
H. Piñero |
H. Piñero |
H. Piñero |
H. Piñero |
José Ingenie-ros (Mouchet Suplente) |
Mouchet |
Psicología (segundo curso) |
Carlos Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
C. Rodríguez Etchart |
Alberini (desde 1922) |
Biología |
|
|
C. Jakob |
C. Jakob |
C. Jakob |
C. Jakob |
C. Jakob |
C. Jakob |
Lógica |
José N. Matienzo (Maupas, suplente) |
Leopoldo Maupas |
José N. Matienzo |
J. N. Matienzo |
J. N. Matienzo |
L. Maupas |
L. Maupas |
Alfredo Frances-chi |
Ética y Metafísica |
Rodolfo Rivarola |
R. Rivarola |
R. Rivarola |
R. Rivarola |
Ingenie-ros |
R. Rivarola (Ingenie-ros suplente) |
R. Rivarola (Ingenie-ros suplente) |
|
Sociología |
Ernesto Quesada Ricardo Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
E. Quesada Levene (suplente) |
Ricardo Levene |
Historia de la Filosofía |
Alejandro Korn |
A. Korn |
A. Korn |
A. Korn |
A. Korn |
A. Korn |
A. Korn |
Jacinto Cuccaro |
Estética |
Camilo Morel |
C. Morel |
C. Morel |
C. Morel |
C. Morel |
C. Morel |
C. Morel |
Mariano Barrene-chea |
Ciencia de la educación |
C. O. Bunge |
C. O. Bunge |
C. O. Bunge |
C. O. Bunge |
C. O. Bunge |
C. O. Bunge |
Horacio Rivarola |
Juan P. Ramos |
Historia Universal (
[15]
) |
Antonio Dellepiane |
A. Dellepiane |
A. Dellepiane |
A. Dellepiane |
A. Dellepiane |
A. Dellepiane |
A. Dellepiane |
|
Ética |
|
|
|
|
|
|
|
Juan Chiabra |
Gnoseología y metafísica |
|
|
|
|
|
|
|
A. Korn |
Filosofía
contemporánea |
|
|
|
|
|
|
|
A. Korn |
Introducción a la
filosofía |
|
|
|
|
|
|
|
C. Alberini |
A
juzgar por esta información, puede verse una constante desde
1912, aunque
varias de las materias que consideramos del tronco filosófico ya
estaban
vigentes antes de ese plan. En esos primeros años se observa el
predominio de
autores vinculados a la revista de Ingenieros y expresiones
próximas a esa
línea teórica. Algunos de ellos, Matienzo, Piñero
y Bunge, son referentes del
grupo generacional que fundó la FFyL, y en torno al cual el
mismo Ingenieros
habría dado sus primeros pasos en la Universidad.
Del
mismo modo, el plan de estudios, tanto el del 1912 como la
modificación de
1920, evidencia la porosidad de los estudios filosóficos
respecto de otras
disciplinas, y, en particular, con saberes consagrados como
“científicos”. Así
se observa si tenemos en cuenta la constante presencia de materias como
Psicología o Biología, aunque no debemos perder de vista
la cantidad de
materias de formación clásica y, en particular, la
novedad que supone en 1920
la incorporación de Literatura castellana e Historia Argentina.
Conviene
mirar también qué docentes estaban a cargo de las
materias y qué modificaciones
se operan. Revisando este aspecto, se puede señalar que, en la
mayoría de los
casos, el recambio responde, o bien a renuncias por jubilación,
o bien al
fallecimiento de los docentes a cargo.
[16]
Es el caso de Bunge, de Piñero, Rodríguez
Etchart, Rivarola, o de
Morel.
[17]
Ahora bien, hay otros, profesores, como Ingenieros,
Maupas o
Quesada, que se alejan de sus cargos por diferentes razones. Cada uno
de esos
casos presenta características particulares, pero me interesa
destacar los de
Ingenieros y Maupas.
[18]
Si el
recambio es, en la mayoría de los casos, generacional –en
el sentido biológico
del término–, y/o producto de una racionalización
institucional, no ocurre lo
mismo con Ingenieros. Luego de haber ocupado distintos cargos como
docente, de
Psicología, de Historia de la Filosofía (suplente) y de
Ética y metafísica
(suplente), y de haber sido un miembro activo de la vida institucional
y el
Consejo de la Facultad en el año de la Reforma, siendo designado
vicedecano
entonces, presenta su renuncia en octubre de 1919.
[19]
En las actas del Consejo no se explicitan las razones de
esa
renuncia, como sí ocurre en otros casos. Pero hay elementos que
dan cuenta de
ciertas tensiones en el contexto: en particular, la discusión
surgida en la
sesión anterior a la de la renuncia, en relación con el
desempeño del tribunal
actuante en la selección del profesor de Griego. Ricardo Rojas
objetaba
entonces el desempeño de ese tribunal. Ingenieros, siendo uno de
los
evaluadores, como parte del Consejo, rechazó la objeción
y citó como contraejemplo
la designación reciente de Alberini como suplente del segundo
curso de
Psicología. Según Ingenieros, allí se
habría utilizado el mismo procedimiento,
sin ocasionar, no obstante, cuestionamiento alguno (RUBA, 1919, 42). La
discusión se cerró y el Consejo desestimó la
impugnación de Rojas, designando
al profesor señalado por el tribunal: Leopoldo Longhi. En la
sesión siguiente,
dijimos, Ingenieros presentaba la renuncia a todos sus cargos en la
FFyL,
incluido el de vicedecano. Ese mismo Consejo elegía
inmediatamente a Rojas en
su lugar, para acompañar a Korn hasta el fin de su mandato. El
mismo Rojas
sería, luego, el sucesor de Korn en el decanato.
[20]
Leopoldo
Maupas, por su parte, fue un articulista muy frecuente en la Revista, y, aunque dedicado siempre a la
lógica y a la epistemología, sus textos y su frecuencia
dejan ver una
proximidad importante con Ingenieros. Como queda plasmado en el cuadro,
fue
profesor de Lógica en la FFyH, primero suplente y luego a cargo,
reemplazando a
Matienzo en el 18. Allí se mantuvo hasta 1921 en que
decidió alejarse del
ámbito académico y de la Argentina. Si bien fue un
ferviente impulsor de la
Reforma universitaria, parece no haber quedado conforme con los
resultados (cfr. Pereyra, D. 2008, 90). Tal como
puede leerse en un artículo publicado en Verbum,
de 1920 (Maupas, L. 1920), sus críticas se dirigen al modelo de
universidad que
se estaba creando: la universidad, decía, no tiene profesores en
un sentido
especial de la palabra, profesores que sepan investigar y que oficien
de
directores intelectuales. A su juicio, la Reforma no habría
cambiado más que la
superficie y el problema seguía vigente.
Ese
perfil científico era el que iba modificando con el correr de
los años, con las
muertes, jubilaciones y renuncias de sus profesores. Paralelamente,
ingresaban
nuevos docentes. El caso de Coriolano Alberini es muy significativo. En
la
sesión del 3 de septiembre de 1919, Alberini es designado por el
Consejo, por
concurso, profesor suplente de Historia de la Filosofía; el 17
de ese mismo mes
es nombrado profesor suplente en el segundo curso de Psicología,
del que
Rodríguez Etchart era titular.
[21]
Alberini también fue consejero del Consejo de la
Facultad desde
mediados de octubre de ese mismo año. El 12 de mayo del
año siguiente, obtiene
el cargo de profesor titular en Introducción a la
Filosofía. Un año después, en
julio de 1921, cuando Rivarola pide licencia en su cargo en
Ética y Metafísica,
proponiendo a Maupas como reemplazante, el Consejo acepta la renuncia
pero no
se pliega, sin embargo, a la recomendación, y señala a
Alberini para ese
puesto.
[22]
Es probable que la cantidad de cargos docentes sea la
causa de su
renuncia inmediata al cargo en Historia de la Filosofía. Ese
escenario se
completa si recordamos que es Alberini quien acompaña a Rojas en
el decanato
desde 1921.
[23]
Al
focalizarnos en las materias y sus programas, no encontramos algo
diverso a lo
que venimos viendo: el cambio se opera de la mano del movimiento de
docentes y
es paulatino. En la estructura del plan de estudios y los contenidos de
las
materias, avanzada la década del 20, no se reconocen
transformaciones
importantes ni bruscas. Así, por ejemplo, los programas de
Psicología desde
1912 hasta 1924,
[24]
despliegan una concepción experimental de la
materia, en sintonía
con los desarrollos de la fisiología y muy vinculada con la
medicina. Sus
contenidos se concentran en el análisis de las funciones
sensoriales y
cognitivas de los individuos y las capacidades de inserción de
éstos en el
medio. En 1924, el programa de Alberini es más conceptual,
distanciándose mucho
de aquel modelo experimental. Pero el año siguiente se observa
una modificación
más radical: el programa del segundo curso de Psicología,
a su cargo, lleva por
subtítulo “Las teorías psicológicas de
Bergson”. La materia no sólo versa en
torno a un solo nombre, sino que la elección de éste
concentra la mirada en las
antípodas del modelo experimental. Esa línea se
mantendrá en los años
siguientes, aunque sin el subtítulo. En 1929 el programa aparece
con un nuevo
subtítulo: “psicología de los valores”. Puede
ser interesante notar que este
perfil recorre sólo el segundo curso de Psicología,
mientras que el primero,
aún con modificación de los docentes a cargo, conserva
durante todos esos años
su vínculo estrecho con la psicología experimental.
[25]
Esta distribución responde, sin dudas, a una
decisión.
A
comienzos de 1918, Jakob presentó un proyecto para reglamentar
las diferencias
de contenidos de los dos cursos de Psicología. El debate en
torno al proyecto
fue largo y las posiciones no exactamente opuestas. La propuesta de
Jakob
tendía a modificar la ordenanza de noviembre de 1907 en que se
creaba ese
segundo curso en continuidad con el primero. La razón central de
esta
iniciativa era diversificar los métodos de enseñanza de
la psicología, de
manera que no todo estuviera centrado, como venía siendo, en la
psicología
experimental. La Comisión de Enseñanza del Consejo de la
Facultad apoyó esa
propuesta. Su vocero, Alejandro Korn, decía reconocer que la
psicología
experimental no lo agotaba todo: “las grandes y verdaderas
emociones del
espíritu –afirmaba entonces- aún no han sido
analizadas en el laboratorio” (RUBA,
1918, 39, 361). En el mismo sentido se expresaba Horacio Piñero
que decía haber
propuesto ya en 1907 precisamente esto: la habilitación de una
cátedra de
“psicología filosófica”, sin que ello hubiera
sido atendido entonces por la
conducción de la Facultad, que, en cambio, había optado
por “programas
subordinados y complementarios” para los dos cursos de
psicología. Y abogaba
por una redacción de nuevas reglamentaciones que garantizaran la
percepción de
los dos cursos como “perfectamente independientes y
paralelos” (RUBA, 1918, 39,
366). Es explícita su opción por la psicología
experimental, pero con ella
advierte que es preciso también el estudio de la
psicología “en el mundo de las
ideas con su método propio” (RUBA, 1918, 39, 366), que
obtiene información de
la historia, de la lingüística y del arte, entre otras
fuentes.
Rivarola,
decano entonces, se opuso a la reforma, arguyendo que sería
más pertinente el
reemplazo de ese segundo curso por uno de filosofía general. El
debate, lo
dijimos, es largo y en verdad queda opacado por la reforma de estatutos
que
atraviesa ese convulsionado año universitario. Parte de ese
debate ronda en
torno a la conveniencia o no de condicionar a los docentes con algunos
contenidos mínimos de las materias, que dirijan sus actividades
pedagógicas.
Con todo, lo que nos permite observar es que las oposiciones no son
claras y no
hay una defensa a rajatabla de ninguno de los modelos, ni el
experimental ni el
espiritualista.
Asimismo,
puede verse el afianzamiento lento de la filosofía de Kant, que
sin embargo
convive con expresiones próximas al naturalismo, con Spencer o
con Wundt, como
se advierte en el programa de Rivarola para Ética y
Metafísica, o con lecturas
críticas como la de Foulliée, un autor que resulta figura
recurrente en esos
programas.
[26]
Sin duda, como lo hace notar Jorge Dotti (1992) en su
estudio sobre
la recepción de Kant, el mayor protagonismo de Kant se logra de
la mano de Juan
Chiabra, que reconocemos a cargo de Ética al menos a partir de
1924. El
programa de ese año estipula que una hora, de las dos que le
corresponden a la
materia, estará destinada para la lectura de la Crítica
de la razón práctica. Pero inmediatamente, el
año
siguiente, la centralidad del filósofo alemán se hace
más patente. El programa
de Ética ofrece una historia de la ética, que pasa por la
“antigua” y la
“medieval”, para aplicarse luego a la
“prekantiana”, kantiana” y “poskantiana”.
Se ve
también un acompasado acrecentamiento en la frecuencia con que
aparecen nombres
como los de Bergson o Croce, pero que, sin embargo, como evidencia el
programa
de 1924 de Filosofía Contemporánea, a cargo de Korn,
conviven con Le Dantec o
Haeckel, dos referentes del biologicismo y evolucionismo que se
venían
estudiando desde hacía varios años. El programa que el
mismo Korn presenta ese
año para Gnoseología y Metafísica cuenta con
cuatro autores en su bibliografía:
Kant, Spencer, Bergson y Croce. El nombre de Spencer es abandonado
paulatinamente. La propuesta de Korn para esta materia se fue
desplazando y
simplificando hasta contener, en 1926, sólo siete puntos, con
títulos muy
escuetos: 1. “El positivismo”, 2. “El
cientificismo”, 3. “El pragmatismo”, 4.
“Bergson”, 5. “Croce”, 6.
“Rickert”, 7. “Corrientes místicas”. Al
año siguiente
figura Jacinto Cuccaro como docente a cargo de la materia y el programa
simplifica más aún el esquema: Vico, Croce, Gentile.
En esa
misma línea puede reconocerse que el nombre de Bergson
está presente en varios
programas desde 1914: el de lógica, a cargo de Matienzo, destina
una unidad al
“examen crítico de las doctrinas de Herbert Spencer,
William James y Henri
Bergson acerca de la naturaleza, formación y función del
conocimiento” (Programas, 1914, 23); del mismo
modo, el
de Estética, incluye en la unidad IV la “estética
mística de Bergson”; y el de
Historia de la filosofía, a cargo de Korn, dedica la
séptima unidad al estudio
del filósofo francés.
Con
este recorrido, podemos volver a pensar el vínculo entre antipositivismo e inicio de la filosofía. Si, como
dijimos, la
carrera de Filosofía se distingue de las otras que ofrece la
Facultad a partir
de 1912, por iniciativa de Piñero, y si, del mismo modo, quienes
estaban al
frente de las cátedras inicialmente se fueron retirando como
producto del paso
del tiempo y el avance de la edad, me inclino más a pensar que
el abandono del
positivismo tuvo motivos de diversa índole y que exceden una
visita y algo así
como un destino inscripto en la misma disciplina.
En el
repaso que hice hasta aquí, podemos reconocer la convivencia
medianamente
armónica entre dos modelos teóricos diversos en esos
primeros años de la
carrera. Pudimos ver varios puntos de encuentro entre las
características que
presentaba aquella y la Revista, que
nos hacen pensar que no se encontraban en posiciones excluyentes. Esos
dos
escenarios comparten personajes que ocupan en ambos posiciones
importantes.
Pero también las opciones teóricas adoptadas tienen sus
puntos de reunión, el
contenido de los programas y la orientación de muchas materias
reflejan
preferencias que las mantienen en proximidad con la Revista.
Del mismo modo, los cambios en la institución son
paulatinos. Así, podemos, por ejemplo, ver a Korn mucho
más cerca de Ingenieros
que de Rivarola, aunque este último tampoco esté muy
lejos de aquel. Si sus
opiniones son encontradas en relación con la Reforma,
también es cierto que
Rivalora propone a Maupas, una figura muy próxima a Ingenieros,
para que lo
reemplace en 1921. Podemos reconocer el apoyo que ofrece Korn al
proyecto de
Jakob, así como el hecho de que nadie discute en esos
años la importancia de
una materia como Biología en el plan de estudios de la carrera.
Encuentro,
sin embargo, un elemento de otro orden que llama la atención y
agudiza la
vista: la renuncia de Ingenieros, el ascenso político de Rojas y
el
protagonismo académico de Alberini. Sin haber ahondado en ese
meollo, parece
sugerirse en ese movimiento un cambio importante a nivel institucional
que
podría tener sus ecos en el desarrollo de la disciplina. Porque,
si revisamos
el cuadro de los profesores, pueden observarse modificaciones
importantes en la
columna de 1924. Hay varios docentes nuevos: Alberini, Chiabra,
Franceschi,
Cuccaro, Ramos, Barrenechea.
[27]
Igualmente, la consideración de los programas
también permite
señalar un cambio marcado en los primeros años de la
década del 20. Aunque los
nombres de Kant y de Bergson estaban presentes al menos desde el 14, se
vuelven
ahora autores protagónicos, de la mano de otras corrientes de la
época como el
idealismo italiano o, en menor medida, el neokantismo.
En
relación con la renuncia de Ingenieros, hay pocos estudios que
la analicen o
avancen en su explicación. Entre esas escasas referencias, se
destaca la de
Ponce. Él sostiene que su maestro habría abandonado la
universidad, “por no
complicarse en las sucias intrigas con que la política
corrompía a la Reforma”.
Ponce recuerda el paso de Ingenieros por la Facultad de
Filosofía: a cargo de
Ética, reemplazando a Rivarola en una breve ausencia, en 1917,
había dictado
sus lecciones sobre Emerson. Allí, como luego haría en Proposiciones, publicado en 1918, y años
después en sus críticas a
Kant, uno de los rasgos principales de su propuesta era el
vínculo de la
filosofía con “la vida de la política y los
vaivenes del movimiento social”
(Ponce, A. 1948, 126). Con todo, a su juicio, Ingenieros habría
expresado, teóricamente,
un espacio intermedio entre el “positivismo expirante” y el
“espiritualismo
naciente” (Ponce, 1948, 122). Aunque con diferencias importantes,
era pensable
para Ponce ese tránsito, que no implicaba, sin embargo, renuncia
alguna a
ciertos presupuestos básicos.
[28]
Si bien
la denuncia de Ponce sobre las intrigas de la política
universitaria, avanza
mucho más allá de lo que hemos recorrido, es claro al
revisar las actas del
consejo que, efectivamente, las diferencias explícitas tuvieron
que ver con
cuestiones institucionales, sin que ello niegue las diferencias
teóricas. Pero
más allá de Ingenieros y Rojas, pareciera que el discurso
de la filosofía
universitaria antipositivista comienza a ganar terreno lentamente luego
de
1920, cuando algunos de sus defensores cuentan con poder
político al interior
de la Facultad.
Más
allá de estos datos y de esta lectura, que seguramente
podría ampliarse y
profundizarse, lo que este recorrido permite pensar es un conjunto de
elementos
heterogéneos que parecen ser la base sobre la que se construye
una determinada
definición del saber filosófico en el país en sus
primeros años de
institucionalización. Si, fijando la vista, captamos una imagen
fotográfica de
lo que ocurría en las aulas, vemos que la coincidencia de
nombres, temas y
perspectivas con la Revista de Filosofía
es frecuente. Y, con ello, observamos también su convivencia con
profesores y
expresiones teóricas diversas y poco coincidente que poco a poco
van ganando
más terreno. Se reconocen novedades pero nunca cambios bruscos.
Si
ampliamos la mirada, explorando la porosidad de los conceptos,
quizás allí sí
podamos ver ese cambio más contundente que implica la renuncia
de Ingenieros y
la referencia que ésta trae, si seguimos la lectura de Ponce, a
las
transformaciones políticas institucionales.
En ese
sentido, la apuesta de esta perspectiva que intento desarrollar es
doble. Por
una parte, propongo volver al escenario de las definiciones y ver
cómo se
jugaban ahí las tensiones conceptuales a las que el calificativo
de “anti”
suele invocar, negándolas al mismo tiempo.
[29]
De lo que se trató aquí fue de
preguntarnos por esas definiciones:
qué había allí, qué líneas
teóricas se encontraban y se desplegaban.
[30]
Por la otra, inscribir esas posiciones u opciones
teóricas en el
escenario político que ofrece la FFyL de la UBA en ese tiempo e
indagar qué
elementos fueron objeto de discusión y decisión.
Si,
evitando partir de una idea definida, exclusiva y canónica,
acerca de la
filosofía universitaria en el país, pudimos reconocer la
variedad teórica que
se reúne, evitando esa misma definición podemos sugerir
también que los cambios
teóricos a nivel institucional tuvieron que ver con movimientos
y tensiones no
filosóficas, o al menos no sólo filosóficas. Se
trata de ensayar una mirada sincrónica,
horizontal,
[31]
que permita desandar una imagen construida de la
filosofía en el
país, no para cuestionar su triunfo final o sus logros, sino
para reconocer su
sentido histórico, su no necesidad, su devenir en vínculo
estrecho con
elementos no filosóficos. Haciendo este recorrido encontramos
algunos elementos
institucionales y algunas prácticas que participan en la
diferenciación de
posiciones de una manera más contundente que los elementos
conceptuales. Y
desde allí puede pensarse que las diferencias radicales entre
los dos modelos
teóricos son producto de la construcción de un relato
posterior acerca de la
historia de la filosofía, un relato que se va elaborando, nos
animamos a
hipotetizar, de la mano de la cimentación de una base
institucional que le da
vida y legitimidad.
Nuevamente,
si bien pueden notarse diferencias teóricas importantes en las
definiciones de
los años que abordamos, ellas no se marcan entonces como
oposición, ni se
practican institucionalmente de manera excluyente. El antagonismo, en
cambio,
es parte de un relato que en su misma construcción deja ver el
modo como piensa
la filosofía y su historia: como expresión exclusiva de
ciertas ideas con
desarrollo autónomo y continuo. Evitamos entonces la tan
cuestionada prolepsis,
el hecho de partir de una definición de filosofía, e
intentar revisar el pasado
rastreando en dónde estuvo o por dónde pasó.
Evitamos no tanto la falta de
rigor o coherencia que ésta pueda acarrear sobre nuestra
lectura, sino el
efecto que tiene sobre nuestro presente, sobre el sentido presente de
la
filosofía.
A
distancia de esa definición, reconocer el carácter
paulatino del cambio, nos
invita a revisar aquella idea de inicio de la filosofía. Pero
junto con esto,
nos permite reconocer que aquello que era y es la disciplina estaba en
movimiento permanente de definición y revisión, aunque
ese movimiento fuera
lento y acompasado; que lo que se entendía por
“filosofía”, su campo de
incumbencia, sus autoridades, sus reglas, iba cambiando con el tiempo.
De ese
modo, un trabajo atento a estos detalles nos permite no sólo
historizar el
canon, es decir, reconstruir la amplia variedad de átomos que se
fueron
articulando hasta llegar a una definición, sino advertir que esa
definición
simplificó y hasta negó esa variedad que le es
constitutiva.
[32]
La
“historia oficial” de la filosofía, como la llama
Rabossi (2008) en términos
más o menos generales, supuso en nuestras academias el
señalamiento de un
momento inaugural como condición. Esa indicación no
sólo daba centralidad a una
línea teórica, coherente con la que sus historiadores
desplegaban, sino que
convertía la historia de la filosofía argentina en un
objeto que se expandía
homogéneamente en una dirección y con absoluta
autonomía. No avanzamos aquí con
el análisis de ese discurso, ni nos interesa ahora hacer su
crítica. Lo que
observamos al pararnos en estas fronteras, al volver a mirar ese
momento que se
concibe como inaugural, es que hay otros elementos que complejizan
necesariamente esa lectura.
Con los
vaivenes teóricos podemos ver un juego de cruces de autoridades
y fuentes, que
nos hablan de las tensiones teóricas y el cambio como cualidades
propias de la
constitución histórica de un saber. Pero encontramos
además otros elementos que
nos invitan a preguntarnos por la existencia de otros factores en
juego: si
hubo cambios, si fue construyéndose una historia oficial de la
filosofía, ello
fue posible no sólo por el desarrollo de ciertas ideas que
pudieron mostrarse
más verdaderas para algunos, sino también porque sus
portadores ganaron terreno
a nivel institucional. O dicho de otra forma: para hacer una historia
del
canon, parece necesario salirse de las reglas de canon.
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[1]
Esa idea es completada con otra que es difícil
soslayar: “si la
historia del pensamiento pudiese seguir siendo el lugar de las
continuidades
ininterrumpidas (…) esa historia sería para la
soberanía de la conciencia un
abrigo privilegiado” (Foucault, M. 2002, 20).
[2]
Quizás no esté de más aclarar que
al decir “canon” nos valemos de
sus dos acepciones más comunes: como lista de obras, autores y
temas, pero
también como regla, precepto o modelo. No creemos que estos dos
sentidos sean
contradictorios, sino que, al contrario, es interesante pensar la
complementariedad de ambos, prestando atención a los criterios
que subyacen al
catálogo. Se puede consultar “Presentación: cinco
respuestas a un desafío”,
González, M. C. y Stigol, N. 2010.
[3]
En adelante: Revista
[4]
Debo aclarar que en alguna medida las opciones en lo que
hace al
material de archivo de este trabajo estuvieron sujetas a las
condiciones
creadas en el país por el Aislamiento Social Preventivo y
Obligatorio
(covid-19).
[5]
Se incluye una nota que señala a Alberini,
“La filosofía alemana en
Argentina”. Problemas de la historia de
las ideas filosófica en la Argentina. La Plata: Facultad de
Humanidades y
Ciencias de la Educación, 1966, 61. El original es de 1930.
[6]
Probablemente sea pertinente detenerse en el
carácter privilegiado
que se señala allí y que constituye el centro de
interés de Donnantuoni (2014),
cuestión también planteada por Funes. Volveremos
brevemente sobre ese punto al
final del artículo.
[7]
Y cuando lo ha sido, como el trabajo con el que Luis
Rossi
introduce la edición de una selección de textos, ha sido
para demostrar, a
partir de la noción romeriana de “normalidad
filosófica”, su escaso carácter
filosófico. (Cfr. Rossi, L. 1999).
[8]
Uno de los autores que marcaron una fuerte línea
de lectura en este
sentido, en clave de historia de la filosofía en Argentina es,
sin duda, Luis
Farré. En uno de sus libros leemos lo siguiente: “La
fundación de la Facultad
de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, la
visita de ilustres
pensadores extranjeros y, sobre todo, un intercambio cultural
más intenso y
diversificado con Europa, progresivamente ampliaron nuestra cultura
filosófica”. Y, tras desplazar a Korn por reconocer sus
deudas para con el
positivismo agrega inmediatamente: “La plena superación
–del positivismo- tenía
que proceder de otras partes; de hombres que, mejor imbuidos de los
principios
que gobiernan la cultura general, vieran cuáles son propiamente
los problemas
de la filosofía y qué métodos deben adoptarse para
su dilucidamiento”. En ese
marco se señala a Alberini. (Farré, L. 1958, 135)
[9]
Resulta de gran ayuda para obtener una primera mirada de
la
publicación, revisar la sistematización de los
índices que ofrece Cristina
Fernández. (Fernández, C. y Galfione, C. 2021)
[10]
*
Hay varios casos en los que la procedencia institucional que se
señala no
corresponde con la que efectivamente tenían los autores en el
momento en que se
publicaban sus textos, o no agota todas las inscripciones de esos
autores en
las universidades argentinas. Consigno, sin embargo, esta
información tal y
cómo acompaña cada nombre de autor en la Revista,
respetando esa inclusión y
confiando en que también dice mucho de la apuesta de la
publicación
[11]
**
Quesada es un caso excepcional en esta lista. Parte importante de los
nueve
trabajos que publica, en particular aquellos referidos al pensamiento
de
Spengler, son reproducidos en la revista acompañados con un
comentario crítico.
Su inclusión no muestra una cercanía de ideas, sino la
posibilidad de
explicitar diferencias con una línea de pensamiento bastante
desplegada en la
época y de la que Quesada es su principal difusor. Me he ocupado
en otro
trabajo de este asunto en particular en “Sentidos del
americanismo: debates en
torno a Spengler y sus aportes para pensar el lugar de América
en la historia”
(Galfione, C. 2020).
[12]
Es el caso de Korn, Jakob, Barrenechea, Franceschi y
Chiabra.
[13]
Cfr. Revista de la
Universidad de Buenos Aires 1912, 21, 95. En adelante, incluimos
la referencia
a las actas del consejo en el cuerpo, designando la revista como RUBA,
con su
correspondiente año, número de volumen y página.
[14]
No he podido acceder al listado de profesores de 1915.
Sin embargo,
como se ve comparando 1914 con 1916, es probable que los nombres sean
los
mismos. Del mismo modo, no cuento aún con información
referida al lapso que va
de 1920 a 1923. Advierto, además, que incluyo aquí
sólo las materias dictadas
por profesores de la carrera de filosofía, no aquellas, como
Historia argentina
o Literatura Argentina, en que los docentes son de otras carreras.
[15]
Hasta 1917 el plan de Filosofía incluye
“Historia Universal 1”. En
1917, sin que haya habido un cambio de plan e invocando el de 1912, se
reemplaza esa materia por “Historiología”.
Dellepiane sigue siendo el profesor.
[16]
Algo que Dotti reconoce como “un reflejo
burocrático (en el sentido
casi weberiano) de un movimiento de racionalización de los
estudios en sus
aspectos institucionales”, (Cfr.
Dotti, J. 1992, 151).
[17]
Algunas aclaraciones son convenientes. Interesados como
estamos en
hacer foco en algunas cuestiones, no podemos pasar por alto que las
jubilaciones o fallecimientos como causa del alejamiento de la
universidad no
puede ocultar algunas diferencias con otros sectores que se
venían planteando
durante los años de docencia. Un ejemplo de esto es el caso de
Rodríguez
Etchart, cuya inclusión en la terna para el segundo curso de
Psicología, que se
renovaba a mediados de 1918, suscitó importantes conflictos con
el estudiantado
y algunos enfrentamientos docentes. Parte de esto lo encontramos en las
actas
del 20 de junio y del 5 de septiembre de 1918, pero también en
una nota
publicada en el n° 48 de la revista Verbum. Por otra parte, es
importante
recordar que antes de 1922, en que Rivarola renuncia al cargo por haber
accedido a la jubilación, a comienzos del 18 renuncia al
decanato luego de ser
designado Presidente de la UNLP.
[18]
Para el caso de Quesada, por su parte, como mencionamos
antes,
hemos trabajado recientemente en un artículo en que intentamos
abordar el
perfil teórico de este intelectual. Un autor que pasó a
la historia como un
intelectual próximo a Ingenieros, cuya cercanía
podría señalarse, entre otras
cosas, si recordamos que publica en su revista. No obstante, son
relevantes las
diferencias teóricas entre ambos pensadores, y se van haciendo
más explícitas
con el paso del tiempo. En este caso, su alejamiento de la carrera tuvo
que ver
con razones personales, que también cabe analizar, pero que
exceden las
posibilidades de esta indagación. Para ello puede consultarse el
trabajo de
Buchbinder (Buchbinder, P. 2012).
[19]
El paso de Ingenieros por las cátedras de la FFyL
fue irregular
aunque persistente hasta 1919, incluso los años de su autoexilio
lo atraviesan,
como queda plasmado en las actas del consejo y en alguna
correspondencia.
[20]
Por su parte, no es menor tener presente cuál era
entonces la
posición política de Rojas y, en particular, el hecho de
que en breve se
presentarían algunos problemas con la expresión
reformista en la UNLP, que lo
llevarían a renunciar a su cargo docente en esa universidad el
año siguiente (cfr. Bustelo, N. 2014.
Inédita). Esos
son los meses en que Rojas irá teniendo cada vez mayor
protagonismo en la FFyL
de la UBA. Además de ser elegido decano para suceder a Korn, en
diciembre de
1921, el consejo de la Facultad acuerda dar lugar a la solicitud
presentada por
el Consejo Superior en la que se solicita, respondiendo a la iniciativa
del
rector, Eufemio Uballes, otorgarle a Rojas el título de Doctor
Honoris Causa.
En 1926, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, será
elegido rector de la
UBA. Si bien hay muchos trabajos que se ocupan de este profesor y
elogian su
derrotero de estos años, no he encontrado referencias a ese
costado
conflictivo.
[21]
Se trata del cargo que hasta 1911 ocupaba Ingenieros. En
1922,
luego de la renuncia de Rodríguez Etchart por su
jubilación, Alberini pasa a
ser el titular.
[22]
El acta de la sesión extraordinaria del 29 de
octubre de 1919 deja
constancia de la renuncia de Rivarola a su cargo de consejero y se
explicitan
las razones: considera inconstitucionales las reformas de los
estatutos. En esa
misma sesión se elige a Ingenieros como vicedecano.
Inmediatamente, Ingenieros
presenta un proyecto de formar comisión para discutir los
diversos aspectos que
deben adoptarse en la facultad a raíz de los nuevos estatutos,
se habla de la
publicidad de las sesiones del consejo, de la provisión de las
cátedras, de
extensión, etc.
[23]
Para completar el panorama de su trayectoria, podemos
recordar que,
desde 1913, Alberini es Secretario Interino de la Dirección de
la Revista de la Universidad de Buenos Aires,
y desde 1916 ocupa ese cargo de manera regular hasta 1922, cuando pasa
a la
Dirección.
[24]
No contamos con programas que den información
sobre los contenidos
desarrollados entre 1919 y 1924. No obstante, recordemos que acabamos
de decir
que Alberini asume como titular, a cargo de la materia, en 1922.
[25]
La principal innovación aquí se observa en
1924, cuando se incluye
el psicoanálisis y el nombre de Freud.
[26]
La lectura de Kant es en este momento uno de los focos
de los
debates. Así puede verse si comparamos la lectura que ofrece
Ingenieros, con
motivo del bicentenario de la muerte del filósofo alemán,
en la Revista con la
que hacen desde las páginas de Valoraciones.
[27]
Aunque sería importante hacer un análisis
de las trayectorias
filosóficas de cada uno de estos profesores, así como de
su formación y
producción teórica, si tomamos la consideración
que de ellos hace Jorge Dotti,
todos están contados dentro de lo que se considera como
“reacción
antipositivista”. No obstante, el mismo Dotti hace distinciones
también
generales entre ellos y algunos son “figuras de
mediación”, mientras que otros
son “figuras de ruptura”. Con todo, para el caso de ese
estudio en particular,
todos coinciden, agregando la figura de Korn y Rivarola, entre los
nombres
destacados de la FFyL, en sus lecturas y valoraciones de Kant (Cfr. Dotti, 1992, 149). Se plantea aquí
una inquietud que queda pendiente para avanzar en la exploración
y que surge
del reconocimiento de las diversas opciones teóricas que ofrecen
Alberini y
Korn, y de las huellas que dejan en sus discípulos.
[28]
Algo parecido sugiere Terán, aunque sin advertir
la continuidad en
que repara Ponce. A pesar de las diferencias explícitas de
Ingenieros con las
bases teóricas de las líneas que adopta el
antipositivismo –Croce, Bergson, el
neokantismo–, para Terán puede verse ya en Proposiciones
relativas al porvenir
de la filosofía, de 1918, “una extensa apertura (cuyos
orígenes hemos
presenciado en Principios de Psicología) hacia la
temática de lo
inexperiencial” (Terán, O. 1986, 89). Expresión,
para Terán, de un ataque a las
formulaciones éticas y filosóficas del positivismo.
[29]
Es interesante notar que, si valiéndose del
nombre de
“antipositivismo” se marca una oposición o
negación, ésta se desvanece
inmediatamente como oposición filosófica al establecer
recién con esta
corriente el inicio de la filosofía.
[30]
Por el recorrido que elegí aquí, no he
profundizado en el análisis
de las diversas posiciones teóricas que se despliegan en esos
años ni en su
comparación. He partido de una caracterización general
para poder valerme de
este objeto a los fines de cuestionar el modo en que elaboramos
nuestras
lecturas históricas. Creo que, en ese sentido, falta aún
mucho por hacer. En
particular, resulta de sumo interés avanzar en una
indagación conceptual que
profundice, desde otros supuestos historiográficos, en el
análisis y sobre todo
en la comparación de las principales líneas
teóricas del momento y permita
pensar en qué medida éstas condicionaron la
formación y el despliegue teórico
del discurso filosófico.
[31]
Retomando la arqueología foucaultiana, Luca Paltrinieri sugiere
la importancia
de “definir las relaciones horizontales entre los discursos para
destacar las
transformaciones que permiten mostrar lo invisible que nos rodea”
y diferencia
esa mirada de una vertical: “la búsqueda
‘vertical’ del principio (archè), del
primer comienzo” (Paltrinieri, L. 2015, 26).
[32]
No es
osado afirmar que la condición del modo triunfante de hablar de
filosofía en
esos años era, precisamente, negar la historia, entendiendo por
historia algo
más vinculado con el cambio que con la continuidad. Rabossi lo
plantea en
términos más generales, pero señalando un elemento
que aquí también jugó un rol
central: el idealismo fue “la perspectiva básica de la
filosofía”, que se
transformó rápidamente en “el canon de la
profesión, es decir, en el conjunto
de pautas de criterio que determinan los modos legítimos de
ejercitarla”
(Rabossi, E. 2008 22).