Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 23 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2021 /
.
El canon
de la filosofía moderna europea en las universidades argentinas
(1780-1920).
Genealogías, críticas y desafíos
The
canon of modern European
philosophy in Argentine universities (1780-1920).
Genealogies, critiques and challenges
Silvia Manzo
Instituto de
Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IDIHCS)
Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad
Nacional de La Plata (UNLP)
Recibido:
05/11/2020
Aceptado:02/08/2021
Resumen. El relato historiográfico que describe
a la filosofía moderna europea como la confrontación
entre el racionalismo y el
empirismo, y su superación a través de la síntesis
kantiana tuvo una enorme
difusión en la Argentina, como en muchos otros países.
Este artículo investiga
la génesis de esta narrativa tradicional dentro del
ámbito universitario
argentino entre 1780 y 1920 en las universidades de Córdoba,
Buenos Aires y La
Plata. Para ello, hará una introducción sobre el
surgimiento de esa narrativa
en el espacio europea y un repaso de la enseñanza de la
filosofía moderna en
nuestro país durante ese periodo. Concluirá que, si bien
durante el siglo XIX
se encuentran algunos de sus componentes, recién en la segunda
década del siglo
XX la narrativa tradicional apareció formulada en toda su
extensión, en
paralelo con el ingreso del kantismo en el medio académico
argentino. Sin
embargo, la construcción del relato tradicional en nuestro medio
no se explica
meramente por el ingreso del kantismo sino además por el peso
propio que
adquirió lo historia de la filosofía en los planes de
estudio como parte de las
demandas implicadas por la conformación del campo
filosófico académico en las
primeras décadas del siglo XX. Finalmente, el artículo
sugiere vías para
reconfigurar y renovar el canon de la filosofía moderna desde
nuestro presente
y nuestro espacio latinoamericano.
Palabras clave. Empirismo, racionalismo y criticismo
en Argentina, Historiografía, Ideologismo argentino.
Abstract.
The
historiographical narrative describing early modern European philosophy
as the
confrontation between rationalism and empiricism and its overcoming
through the
Kantian synthesis had a huge spread in Argentina. This article
investigates the
genesis of this traditional account in the universities of
Córdoba, Buenos Aires
and La Plata between 1780 and 1920. It offers an introduction
concerning the
formation of this narrative in Europe and a survey of the teaching of
early
modern philosophy in Argentina during that period. It concludes that,
although
some of its components are found during the nineteenth century, it was
only in
the second decade of the twentieth century that the traditional
narrative was
formulated in its entirety, in parallel with the introduction of
Kantianism in
Argentine. However, the construction of this narrative is not merely
explained
by this fact but also by the weight that the history of philosophy
gained in
the syllabus as part of the demands involved in the shaping of the
academic
philosophical field. Finally, this paper suggests ways to reconfigure
and renew
the canon.
Keywords.
Empiricism,
Rationalism and Critical Philosophy in Argentina, Historiography of
Philosophy,
Argentine ideólogie.
En
el ámbito académico argentino y latinoamericano, como
así
también en el europeo y el norteamericano, el desarrollo
histórico de la
filosofía europea durante el periodo que va desde Francis Bacon
hasta Immanuel
Kant todavía hoy suele ser presentado a través de una
interpretación historiográfica
que ha sido denominada “paradigma epistemológico”
–también conocido como
“relato estándar” – de la filosofía
moderna (Haakonssen, K. 2006). Este
paradigma estableció, por un lado, cuál fue la
cuestión filosófica más
importante de la que se ocupó la Modernidad europea y
cuáles fueron las
posiciones filosóficas más significativas sobre esta
cuestión. Junto con ello,
el paradigma fue fijando el canon de los filósofos modernos
sobresalientes. A
toda esta construcción la llamaremos de la filosofía
moderna.
Según
este paradigma, la cuestión central que ocupó a la
filosofía
de los siglos XVII y XVIII fue el problema del conocimiento. El
resurgimiento
del escepticismo durante Renacimiento operó como un disparador
para las
reflexiones gnoseológicas en las cuales se interesó la
filosofía moderna. En
torno a este eje, se desarrollaron dos corrientes: el racionalismo y el
empirismo. Los empiristas, aferrados a la experiencia y a la
justificación a
posteriori del conocimiento, se oponen a los racionalistas convencidos
del
innatismo y defensores de la fundamentación a priori del
conocimiento. Estas
dos corrientes fueron muchas veces asociadas en términos de una
oposición
territorial, dividas por el canal de la Mancha: la filosofía
británica
concentró los exponentes del empirismo, mientras que la
filosofía continental
fue de neto corte racionalista. Según este relato, a partir de
la oposición
absoluta entre estos dos bandos, surgió la filosofía
kantiana, momento
superador y a la vez síntesis de los desarrollos precedentes. El
canon
resultante de este mapa de posiciones está constituido por los
“siete grandes”
de la filosofía moderna: Descartes, Spinoza y Leibniz, por un
lado; Locke,
Berkeley y Hume, por otro; finalmente, Kant, como cumbre de la
filosofía
moderna.
Si
bien esa narrativa de la filosofía moderna desde hace
décadas
es objeto de muchas críticas y revisiones,
[1]
sigue
siendo, aun con
ciertas variaciones y diferencias de matices, la imagen de la
filosofía moderna
más conocida y divulgada. A grandes rasgos, es un relato que
todavía se enseña
y transmite en universidades, institutos terciarios y escuelas
secundarias de
nuestro país.
[2]
En
este artículo nos proponemos investigar la génesis de
esta narrativa en el
ámbito argentino. Intentaremos conocer quiénes,
cuándo y porqué comenzaron a
enseñar la filosofía moderna de acuerdo con esta
narrativa, que se convirtió en
hegemónica. Este trabajo apunta a conocer la recepción de
la filosofía moderna
europea y la construcción de una narrativa de la modernidad
filosófica específicamente
en la filosofía enseñada en el ámbito
universitario, en la medida en que nos
preguntamos por la forma en la cual la filosofía moderna ha sido
transmitida y
reproducida en los ámbitos académicos de
formación. Si bien existen algunos
estudios sobre la recepción de ciertos filósofos modernos
en Argentina (Carbia,
R. 1937; Martínez Paz, E. 1937; Dotti, J. 1992;
Distintos
estudios han señalado que esta construcción
historiográfica de la Modernidad tuvo sus orígenes en
Europa. Algunos rasgos
básicos aparecieron en la obra de Thomas Reid en el siglo XVIII,
quien
Nuestra
investigación mostrará que en nuestro país la
exposición
de ciertos esbozos del paradigma se puede encontrar en las lecciones de
profesores partidarios del espiritualismo ecléctico y del
ideologismo
[3]
en
el siglo XIX. Sin embargo, fue en la segunda década del siglo XX
que la
narrativa tradicional apareció formulada con toda claridad, en
paralelo con el
ingreso del kantismo a la Argentina. Décadas después, se
convirtió en
hegemónica.
Dado
que no hay estudios previos específicos, lo que ofrecemos
aquí es el primer paso de un itinerario que podrá ser
continuado en
investigaciones posteriores. Exponemos un panorama general y no un
análisis en
profundidad de cada una de las etapas, de los autores y de sus
contextos
intelectuales locales. Es por ello que no añadimos una
investigación de la
consistencia o no al interior del pensamiento general de cada autor ni
nos
centramos en sus trayectorias individuales y motivaciones
intelectuales. Dentro
de este marco, nos proponemos ofrecer una reconstrucción de las
líneas
generales de la filosofía moderna que principalmente tal como
aparecen en las
lecciones y libros de texto utilizados en el ámbito
universitario de Córdoba, Buenos
Aires y La Plata.
[4]
Como
en el resto de Latinoamérica, durante la etapa colonial la
enseñanza de la filosofía en el actual territorio
argentino estuvo dominada por
la escolástica tardía. El centro de la enseñanza
académica superior fue la
universidad de Córdoba, a cargo de los Orden jesuita desde su
fundación en 1613
hasta su expulsión de los dominios españoles en 1767.
Desde entonces, la
regencia de estudios estuvo al mando de la Orden franciscana hasta
1808. A lo
largo de esos años, el periodo dominado por los jesuitas ha sido
caracterizado
como “puramente escolástico” (incluyendo diversas
variantes dentro del
escolasticismo), mientras que la etapa franciscana ha sido interpretada
como
ecléctica, dado que en ella se observan de manera creciente
referencias a las
“nuevas ideas” filosóficas y científicas
provenientes del continente europeo.
Sea con fines polémicos o no, se encuentran principalmente
menciones a
Descartes y el cartesianismo, pero también a Newton o Gassendi,
entre otros
(Furlong, G. 1952; Lértora Mendoza, C. 1990; Beuchot, M. 1994;
Torchia Estrada,
J.C. 2009). Como consecuencia, hacia fines del periodo colonial los
claustros
académicos tenían cierta familiaridad con la Modernidad
filosófica. Prueba de
ello son las poco entusiastas palabras del Deán Gregorio Funes,
rector de la
Universidad de Córdoba, quien en 1813 decía en su
proyecto de reforma
curricular: “Hace tiempo que los implacables sectarios de Newton
y Descartes
atravesaron el océano e introdujeron la discordia en estas
aulas.” (Funes, G.
en Torchia Estrada, J. 2009, 47).
[5]
Los
estudios especializados y la lectura de algunas fuentes nos
permiten señalar que en las lecciones de filosofía
coloniales las referencias a
las concepciones filosóficas o científicas provenientes
de la Modernidad
europea no formaban parte de un relato histórico de la
filosofía. Así lo vemos
en el primer documento al que tuvimos acceso para este estudio. Se
trata de las
clases dictadas por dos de los profesores del periodo colonial que han
sido más
estudiados por los especialistas: las Institutiones philosophicae
(…) Pars
prima logicam (1783) del profesor Luis Chorroarín, y la Physica
generalis del
profesor Elías del Carmen Pereyra (1784) (ambos en Chiabra, J.
1911). Se pueden
aducir quizá dos razones por las cuales no se encuentra en ellas
una narrativa
histórica de la filosofía. La razón principal es
que estos profesores no
concebían a la filosofía como una actividad marcada por
su propia historia, y
en consecuencia no creían que la historia de la filosofía
debía ser una parte
esencial de su enseñanza. Una segunda razón que explica
la ausencia de un
relato histórico de la filosofía moderna en particular es
que, aun si hubiera
un interés específico por la historia, las “nuevas
ideas” tenían un peso
relativo menor en obras cuya matriz era predominantemente
escolástica, incluso
en el caso de los autores más eclécticos.
A
comienzos el siglo XIX el centro de la formación
académica en
filosofía se desplazó a Buenos Aires, donde se
introdujeron nuevas perspectivas
filosóficas que pretendían dejar atrás la matriz
escolástica. Estos cambios
ocurrieron en el marco de la serie de grandes transformaciones
políticas e institucionales
en torno a la Revolución de Mayo de 1810. Desde fines de la
década de 1810 y
hasta comienzos de la década de 1840, la filosofía
predominante en los
claustros porteños provenía del ámbito
francés a través de dos vertientes
básicas: por un lado, la Ilustración del siglo XVIII y,
por otro, sus
derivaciones al final de esa centuria y comienzos de la siguiente, la
ideólogie, cuyos representantes más connotados en el
ámbito rioplatense fueron
Étienne Bonnot de Condillac, Destutt de Tracy y Pierre Jean
George Cabanis
(Zamudio Silva, J. 1940; Di Pasquale, M. 2011 y 2014).
Durante
el Directorio de Martín de Pueyrredón, el Real Colegio de
San Carlos, institución de estudios superiores que desde su
fundación en 1773
había estado dominado por la escolástica, fue
transformado en el Colegio de la
Unión del Sud (1818). En esta nueva etapa la cátedra de
filosofía que había
quedado vacante fue ocupada en 1819 por el joven puntano Juan
Crisóstomo
Lafinur (1797-1824), cuyo curso adoptaba completamente la perspectiva
ideologicista, lo cual significó una renovación radical
de la enseñanza. La
apuesta de Lafinur no tardó en ser cuestionada por parte de
sectores
conservadores, por lo cual tuvo que dejar la cátedra al
año siguiente. Poco
después, ya bajo la égida de Bernardino Rivadavia
–gran entusiasta de la
ideología y corresponsal de Tracy--, se creó la
cátedra de Ideología, esta vez
en el marco de la recientemente fundada Universidad de Buenos Aires, a
la cual
el Colegio de la Unión Sud, devenido Colegio de Ciencias
Morales, fue anexado
en 1823. A cargo de la cátedra estuvieron los profesores Juan
Manuel Fernández
de Agüero (1822-1827), Luis José de la Peña (1827) y
Diego Alcorta (1827-1842).
Al igual que en las clases del periodo colonial, ninguno de ellos tiene
un
abordaje centralmente histórico de la filosofía. Sin
embargo, como veremos, en
algunos casos se ofrecen ciertos esbozos históricos, en los que
aparece la
filosofía moderna como un momento que representa una ruptura con
el pasado.
[6]
El
Curso filosófico de Lafinur comienza con un muy breve prefacio
que ofrece una tosca, desprolija y apretada síntesis de la
historia de la
filosofía, que en escasas cuatro páginas va desde los
caldeos hasta el
“inmortal Newton”, “príncipe” de las
“escuelas modernas”. Mientras Gassendi es
curiosamente agrupado junto a una serie de filósofos del
Renacimiento,
Descartes y Galileo son celebrados como aquellos que sacudieron
“con más
felicidad el yugo de Aristóteles en el siglo XVI”
(Lafinur, C. 2015, 57-60).
[7]
En
ese relato no aparece ninguno de los filósofos que el paradigma
epistemológico
más estricto incluyó en el empirismo. Ya en su parte
expositiva y sistemática,
el curso repasa los tópicos más habituales del
ideologismo, y menciona a
algunos de los filósofos canónicos. El más
recurrente es el “inmortal Locke,”
quien es evocado brevemente en relación con el origen de las
ideas, el problema
de Molyneux, la existencia de Dios y la libertad (ib. 81, 86, 88, 115 y
140).
Por su parte, el pensamiento de Bacon figura como un sabio antecedente
de la
correcta división de la lógica (ib. 61). Lejos de
confrontar a Bacon con
Descartes, Lafinur los unifica como que iniciadores de una nueva era.
Sus
filosofías contienen “el germen de la verdad, y la total
renovación deseada”.
La combinación de sus legados sirve de base para el ideologismo:
las ideas son
hechos mentales (Bacon) y el cogito cartesiano es “el primer
hecho (…) de donde
derivan todos” (ib. 93).
Las
Lecciones de filosofía de Luis José de la Peña
(Jalif de
Bertranou, C. 2006) también presentan una articulación
entre ciertos filósofos
que el relato estándar ubicó en bandos opuestos. Esta vez
las conexiones se
establecen en relación con las facultades del alma humana (de la
Peña, L.
Sin
embargo, con respecto al origen de las ideas de la Peña
presenta una reconstrucción afín a los agrupamientos
definidos por el paradigma
epistemológico. Descartes y Locke aparecen como las cabezas
modernas de las dos
“principales doctrinas” que han dividido a los
filósofos “casi desde el
principio.” Así, de la Peña observa una continuidad
en las posiciones de
antiguos y modernos sobre el tema: Platón-Descartes;
Aristóteles-Locke (ib.,
125). Estas doctrinas “son tan opuestas entre sí mismas,
que no tienen punto
alguno de contacto” (ib., 138) y ambas se equivocan. Por ello, de
la Peña
“impugna” ambas soluciones, tomando como base algunas ideas
críticas que toma
de Condillac: “Nosotros no decimos –las ideas vienen de los
sentidos, ni
tampoco que ellas son innatas– creemos sí que ambas
opiniones son falsas; la
primera, porque sólo está de acuerdo en parte, con la
experiencia; la segunda,
porque le es enteramente contraria” (ib. 139). Como vemos, sin
usar las
denominaciones racionalismo y empirismo este relato comparte varios
puntos con
el paradigma epistemológico: presenta el origen de las ideas
como un problema
central en la historia de la filosofía, y sostiene que sus
soluciones han sido
totalmente contrapuestas. Además, pone en el inicio del canon
moderno a los dos
filósofos que encabezaron las dos triadas tradicionales.
Sin
duda, el manual ideologicista más interesante, tanto por su
profundidad filosófica, como por cuidado y extensión, es
Principios de
ideología elemental, abstractiva y oratoria, de Fernández
de Agüero. Como en
los otros casos, estas lecciones no presentan un relato
histórico de la
filosofía, aunque cabe notar que su autor tenía planeado
incorporar una
historia de los “progresos de la filosofía
racional”, que no llegó a concretar
(Fernández de Agüero, J. 1940, 29). En su relato de esa
progresión de la
filosofía racional, Fernández de Agüero postula una
integración de filósofos
contrapuestos por el paradigma epistemológico ubicó en
grupos contrapuestos,
que se asemeja a la que vimos en Lafinur y de la Peña. Bacon,
Descartes y Locke
son presentados como los pioneros del proceso por el cual se
dejó de lado la
metafísica abstracta y se colocó la filosofía al
frente de la religión. Bacon
es celebrado como el “restaurador”, que desafió a la
escolástica e inició
nuevos caminos para descubrir los secretos de la naturaleza, a partir
de la
observación de los “hechos”. Descartes aportó
el cogito, primer hecho que
constituye el principio de todas las ciencias humanas (Ib. I, 11-19;
62).
Locke, a su vez, exploró al “hombre físico”:
su análisis de las ideas esbozó el
“sistema ideológico,” que luego mejoró
Condillac y “desenvolvió copiosamente”
Destutt de Tracy (Ib. I, 127).
Sin
embargo, al igual que de la Peña, Fernández de
Agüero también
da cuenta de diferencias importantes entre Descartes y Locke con
respecto al
origen de las ideas. Notó el hilo conductor que unía al
“inmortal Locke” con Aristóteles,
y a Platón con Descartes y Malebranche. De todos modos, no cree
como de la Peña
que ambas posiciones se equivocaban: el error lo cometieron los
innatistas,
primero criticados por Locke y más tarde definitivamente
refutados por el
ideologismo (Ib. I, 135, 146). Más allá del
reconocimiento de esta diferencia
entre Descartes y Locke, en el relato de Fernández de
Agüero no se encuentran
los trazos fundamentales del paradigma epistemológico: no se
presenta esta
cuestión como central, ni se enfatizan las diferencias sobre el
origen de las
ideas como oposición absoluta entre sus partidarios.
Finalmente,
las Lecciones de filosofía de Diego Alcorta apenas si
nombran unos pocos filósofos a lo largo del curso. No obstante,
presentan una
confrontación entre los modernos hacia el final. Allí,
Alcorta ofrece una “Idea
general de las revoluciones del espíritu o historia de la
filosofía”, que en
escasas dos páginas relata el devenir filosófico desde
los antiguos griegos
hasta “el siglo de las luces y la erudición”, cuando
sobrevino “una súbita
revolución y avanzaron las ciencias exactas” (Alcorta, D.
2000, 187-189). El
gran mérito de los modernos, según Alcorta, es haber
perfeccionado el método
científico. Y aquí aparece una confrontación de
dos tendencias al interior de
la Modernidad: el verdadero método es el analítico
promovido por Bacon, Locke,
Condillac y Bonnett, y no el sintético, sostenido por Descartes
y Malebranche
(Ib. 185; 192).
En
suma, en los relatos ideologicistas la filosofía moderna no
aparece primariamente como un campo de una disputa entre racionalistas
y
empiristas, que culminará en la gran solución kantiana.
La teleología
filosófica no tiene como punto de llegada a Kant, sino que sigue
la senda del
sensualismo hacia Destutt de Tracy y a Cabanis. Dentro de esta
perspectiva
cobra pleno sentido la integración entre Bacon, Descartes y
Locke, aun cuando
se noten sus divergencias filosóficas acerca del origen de las
ideas, las
facultades del alma y el método. Finalmente, el panteón
de los filósofos modernos
está formado por Bacon, Descartes y Locke, y sus seguidores
ideologicistas, que
articularon las filosofías de estos tres percursores en una
unidad coherente.
El resto de los autores canónicos del paradigma
epistemológico, Leibniz,
Spinoza, Hume y Berkeley, apenas a veces son nombrados incidentalmente
y
ubicados en un segundo o tercer plano junto a otros filósofos
como Hobbes,
Gassendi, Rousseau, etc. Kant es el gran ausente en estos relatos.
El
siguiente capítulo en la historia de la filosofía
académica en
la universidad porteña estuvo influido por otra
orientación de la filosofía
francesa: el eclecticismo espiritualista del siglo XIX, centrado en la
filosofía y el programa político-pedagógico de
Victor Cousin (Vermeren, P.
2009). Amédée Jacques, exiliado francés formado en
la escuela cousiniana, tuvo
a su cargo entre 1862 y 1865 los cursos de filosofía del Colegio
de Ciencias
Morales de la Universidad de Buenos Aires, y llegó a ser su
Rector.
[9]
Su influencia perduró largamente no solo por la impronta de sus
propuestas pedagógicas --que fueron tomadas como modelo por
Bartolomé Mitre--
sino también por el Manual de filosofía,
del cual fue coautor. El Manual fue
publicado por primera vez en francés en 1846 en el marco del
programa de
estudios diseñado por Cousin para Francia. En 1848 fue traducido
al español y
se utilizó en varias instituciones de Hispanoamérica por
lo menos hasta fines
del siglo XIX. Fue compuesto por tres autores, cada uno a cargo de
distintas
secciones: Introducción a la filosofía y
Psicología (compuesta por Jacques),
Lógica e Historia de la filosofía (a cargo de Jules
Simon) y Moral y Teodicea
(escrita por Emile Saisset). En esta etapa la filosofía kantiana
ya gozaba de
gran difusión en Francia; Cousin conocía muy bien y
valoraba positivamente la
historia de la filosofía escrita por Tennemann. Si bien su
orientación
filosófico-histórica ecléctica reconocía el
conflicto entre “sensualismo e
intelectualismo” enfatizado por la historiografía
kantiana, no aceptaba reducir
toda la filosofía a él. Por añadidura, la apuesta
cousiniana tampoco pensaba
que la filosofía kantiana constituyera la culminación del
devenir histórico de
la filosofía; antes bien la consideraba una suerte de
“escepticismo ontológico”
(Piaia, G. 2004, 152-188; Vermeren, P. 2009, 71-85). La
operación
historiográfica del eclecticismo cousiniano consiste en
recuperar el valor
positivo que contiene cada posición, señalar los errores
que se siguen de
asumirlas como posiciones extremas y exclusivas, y proponer una
vía alternativa
que tome de cada una lo que tiene de verdadero.
Las
pautas establecidas por el programa pedagógico cousiniano
indicaban que el Manual para la
enseñanza escolar no debía ser escrito
íntegramente en un registro histórico de
la filosofía (Piaia, G. 2004, 127-135). Es por ello que
sólo hay una sección
histórica al final de la obra, escrita por Jules Simon y
totalmente en línea
con la perspectiva historiográfica de Cousin.
[10]
Esta ubicación final tiene una justificación
metodológica: hacer
historia de la filosofía requiere un conocimiento previo de las
cuestiones
filosóficas. Solo entonces se está en condiciones de
abordar la historia desde
un punto de vista crítico, exponer y clasificar los sistemas a
lo largo de la historia,
explicar sus causas e inferir las leyes del desarrollo del
espíritu. Los
problemas filosóficos son siempre los mismos, y todos los
sistemas tienen algo
de verdad. La tarea de la historia es examinar los sistemas del pasado,
recuperar lo que tienen de verdadero y construir con ellos, en uso de
una
libertad plena, un nuevo todo, compuesto de las mejores piezas del
pasado. Se
trata de un método que “concilia la fidelidad
histórica con una crítica severa”
y tiene como nombre “eclecticismo” (Simon, J. en Jacques A.
et al., 1848, 415).
A
partir de estos presupuestos, Simon retoma la lectura de Cousin
según la cual en cada periodo de la historia tienen lugar cuatro
formas del
pensamiento filosófico que resultan de las cuatro tendencias
fundamentales del espíritu
postuladas por Cousin: sensualismo, escepticismo, racionalismo (o
idealismo) y misticismo
(ib. 415-418, cf. Piaia, G. 2004,152-188). En ese relato se observa
que, por
momentos, aunque no de manera fatal y necesaria, se da una cierta
dinámica en
el surgimiento de las distintas escuelas. Cuando tiene lugar una
confrontación
entre escuelas sensualistas y racionalistas, suele surgir el
escepticismo, es
decir, un descrédito sobre todo tipo de filosofía. A su
vez, las escuelas
místicas surgen como respuestas que reaccionan contra los
escepticismos
extremos. Pero además de estos ciclos del devenir
filosófico, el paladar
cousiniano de Simon agrega que existe una forma superior y más
verdadera: el
eclecticismo, cuyo fundador sería Leibniz, y asume que
“todos los sistemas son
verdaderos por lo que afirman y falsos por lo que niegan” (ib.
417).
Esa
hermenéutica de las “leyes del espíritu
humano” da lugar a
ciertos esbozos narrativos compatibles con el paradigma
epistemológico de la
filosofía moderna, aunque no completamente idénticos a
él. Simon indica que el
“sensualismo” y el “racionalismo”
[11]
han sido las dos tendencias principales en que se han dividido
las escuelas filosóficas ya desde su origen, entre
jónicos y pitagóricos,
aristotélicos y platónicos, respectivamente (ib. 479). En
esa línea, Bacon y
Descartes, fundadores de la filosofía moderna, difieren
principalmente “en que
Bacon preconiza con preferencia los métodos experimentales y la
observación de
los fenómenos sensibles [cuya escuela Simon llamará
más tarde, sensualista],
mientras que Descartes funda una escuela racionalista.” (ib.) De
tal manera,
desde su comienzo la filosofía moderna alberga estas dos
tendencias
principales. Los juicios de Simon están lejos de ser
esquemáticos o simplistas,
y se ocupan de señalar los muchos puntos de contacto entre ambas
escuelas
modernas y sus antecedentes antiguos. Si se afirma que
“Platón no ha hecho
ningún caso de los datos experimentales, o que
Aristóteles no ha visto nada más
allá de los sentidos, no se comprendería ni a uno ni a
otro.” (ib. 444). Por
otro lado, de Bacon dice que, aunque no fue “sensualista
expresamente”, ya que
sólo anunció una reforma de la filosofía,
sí lo fueron sus seguidores como
Gassendi, Hobbes y Locke (ib. 482). Berkeley y Hume reciben una breve
consideración y son exhibidos como el resultado de llevar al
extremo las
consecuencias del sensualismo: mientras que el primero termina en un
idealismo
extremo –que al negar el mundo material es, según Simon,
una forma de
escepticismo--, el segundo acaba en un escepticismo radical (ib.
487-488). En
cuanto a Descartes, desarrolló un sistema abiertamente
racionalista (ib. 482),
continuado por sus seguidores más destacados: Malebranche
(ocasionalismo),
Spinoza (panteísmo) y Leibniz (armonía prestablecida).
Simon expone de manera
sucinta el criticismo kantiano,
[12]
al que no pondera como una perfecta síntesis de dos escuelas
opuestas, sino como una resultante del escepticismo de Hume, el cual
ayudó a
Kant a advertir “la inferioridad de la metafísica”
(ib. 501). Aun así, agrega
Simon, se lo ha leído a Kant como un escéptico (ib. 512).
En
la sección a cargo de Jacques dedicada a la Introducción
a la
filosofía, se introduce la oposición entre
“racionalismo” y “empirismo” en
relación con el método de conocimiento (Jacques A. et al. 1848, 17-22). Sus antecedentes antiguos son
Platón y
Aristóteles, y sus pioneros modernos Descartes y Bacon,
respectivamente. Si
bien “Bacon se lisonjea de haber cimentado para siempre la
unión sólida de la
razón y la experiencia,” (ib. 21) según Jacques
Bacon se limitó a proponer que
la razón sólo sirve para asociar las indicaciones de la
experiencia. Pero al
hacerlo, le quitó sus principios más sólidos;
entre ellos el mejor de todos, la
causalidad final. El juicio que le merece la opción
metodológica cartesiana
también es negativo. Aunque Descartes parte de los conocimientos
que
proporciona la razón desde la conciencia individual,
rápidamente se dirige a la
idea de Dios como sostén del cual se deduce el conocimiento de
todo lo demás.
Pero justamente eso es lo que Jacques considera un vicio reprochable:
“Este
método de ir a Dios en derechura, para sacar de él por la
fuerza del raciocinio
todo lo que hay o puede haber en el mundo, es el método racional
en todo su
poder, y ya con algunos de sus excesos” (ib. 22). En suma,
Jacques propone la
solución típicamente ecléctica de la
cuestión: la historia enseña que es
preciso unir la razón con la experiencia para lograr un genuino
conocimiento y
avance de la ciencia.
Otro
rasgo característico del paradigma epistemológico que
encontramos en la exposición de Jacques se refiere a la
cuestión del origen de
las ideas, que es caracterizada como “el gran problema de los
filósofos del
siglo último” (Jacques, A. et al. 1848,
96). El sesgo del paradigma epistemológico se puede ver, cuando
Jacques afirma
que de la respuesta a esta cuestión depende el sistema
filosófico que se
adopte. La posición de Jacques explica que las ideas facticias
provienen
necesariamente de las adventicias, y evoca el principio
“empirista” nihil est intellectu quod prius
non fuerit
in sensu, que atribuye a Aristóteles, Locke y Condillac. Sin
embargo, ese
principio que vincula al método “experimental” y al
“empirismo enteramente
puro” está “fatalmente” enlazado con el
egoísmo moral, el naturalismo y el
ateísmo (ib. 96-98). De nuevo, la solución
ecléctica de Jacques consiste en
postular una combinación de lo que tienen de verdadero ambas
posiciones: el
principio empirista ha de ser combinado con el innatismo
(“inneidad”). Sin
embargo, no se trata de un innatismo típicamente cartesiano,
sino más bien un
innatismo “proposicional” de carácter teórico
y práctico, que incluye
proposiciones tales como “todo fenómeno tiene una
causa” o “un ser ilustrado y
libre no debe ofender a su semejante”. En este contexto, si bien
Jacques se
refiere a Descartes como defensor del innatismo en la filosofía
moderna y a la
teoría de la reminiscencia de Platón como uno de sus
antecedentes, es a Leibniz
a quien considera como “el gran defensor de las ideas innatas y
del poder de la
razón” (ib. 101). Una vez planteado el protagonismo de
Leibniz, se dedica a
exponer algunos de los argumentos centrales de su confrontación
con Locke.
[13]
Finalmente,
frente a la “tabla rasa y el empirismo”, por un lado,
y las “ideas innatas y el racionalismo”, por el otro,
Jacques mantiene la
alternativa ecléctica como la mejor explicación del
origen de ideas. Esta
consiste en una
teoría media,
que respete y concilie
todos los hechos, que se haga igualmente cargo de la razón y de
la experiencia
en la adquisición de nuestras ideas, y presente a esta
proporcionando al
espíritu la materia de todos sus conocimientos, dando a los
principios de la
razón la ocasión de producirse, y a aquella fundando la
experiencia sobre el
apoyo firme de las verdades necesarias; y explicando por ellas al alma
el
sentido de las apariencias exteriores (Jacques et al.
1848, 102).
[14]
Como
se ha podido notar, a pesar de la filiación filosófica
compartida por sus autores, las representaciones de la filosofía
moderna en las
distintas secciones del Manual no son
completamente idénticas. La sección escrita por Jacques
constituye el primer
texto que circuló en el ámbito académico argentino
que presenta
sistemáticamente la contraposición entre empirismo y
racionalismo, utilizando
esas denominaciones y focalizando en el problema del conocimiento. Por
su
parte, Simon se refiere a ellos como “sensualismo” y
“racionalismo”, y los
destaca como las dos tendencias filosóficas principales a lo
largo de la
historia. Sin embargo, dada la perspectiva ecléctica que inspira
toda la obra,
las posiciones de las dos corrientes principales de la filosofía
moderna no se
describen como opuestas y completamente irreconciliables. Kant ya no es
una
figurada ignorada en esta recepción, pero no cumple con los
requisitos
requeridos por el eclecticismo, y por lo tanto no constituye la cumbre
de la
Modernidad filosófica.
[15]
En las primeras
décadas del siglo XX junto con el inicio de la
profesionalización de la
filosofía en el ámbito académico universitario
argentino se dio un cambio significativo
en el relato de la Modernidad filosófica europea que se
ofrecía en los
claustros de nuestro país. El proceso de
profesionalización estuvo fuertemente
vinculado con la serie de transformaciones ocurridas en las
universidades en el
marco de la Reforma de 1918 (Ramaglia, D. 2010). En el seno de la
Universidad
de Buenos Aires se dio una tensión entre positivismo y
antipositivismo, que, si
bien fue emprendida desde distintas perspectivas filosóficas y
tuvo muchos
matices, dio lugar a que la filosofía de Kant ocupara
paulatinamente un lugar
preponderante en la mayoría de las asignaturas (Buchbinder, P.
1997, 119-122).
[16]
El
estudio de Jorge Dotti sobre la recepción de Kant en Argentina
constata cómo
ocurrió un cambio cualitativo notable en las décadas de
1910 y 1920 durante las
cuales la enseñanza de Kant se introdujo en los cursos de
filosofía destinados
a la formación de profesionales de la filosofía (Dotti,
A. 1992, 149-154). Esto
trajo consigo que profesores universitarios, aun con diversas
preferencias
filosóficas, presentaran una narrativa de la historia de la
filosofía de los
siglos XVII y XVIII en los términos del relato estándar.
La
filosofía
positivista que imperaba en Argentina por ese tiempo se enrolaba
fuertemente en
la senda iniciada por autores típicamente considerados como
representantes del
empirismo. Así, José Ingenieros, a cargo por un
año del curso de Historia de
Filosofía en la Universidad de Buenos Aires en 1915 (Ramaglia,
D. 2010, 26),
señalaba
Los buenos sistemas
están fundados en
la experiencia. Este gran principio proclamado por Bacon, adoptado por
Locke, y
desenvuelto por todos los filósofos del siglo XVIII, es el que
ha dado tan
fuerte impulso a la inteligencia, y el que ha abierto el camino a tan
importantes descubrimientos en todos los ramos del saber
Uno
de los primeros profesores que enseñó la filosofía
kantiana en
sus cursos fue el jurista Rodolfo Rivarola, primer profesor de
Filosofía en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Comenzó sus
funciones en 1896 en pleno auge del positivismo, y enseñó
la filosofía de
Spencer. Pero a partir de 1904, dio cursos de Ética y
Metafísica en los que
enseñaba la filosofía de Kant (Dotti, J. 1992, 154-161;
Buchbinder, P. 1997,
43). Su enseñanza de Kant se concentró en la
filosofía práctica. Sin embargo,
al presentar el cuadro general de la filosofía moderna y el
lugar de Kant
dentro de ella, hace una breve mención del tema del
conocimiento. Ese relato,
por un lado, conserva algunos rasgos que habíamos
señalado en los textos
espiritualistas eclécticos. Así, Bacon y Descartes
aparecen como los
iniciadores de dos “caminos distintos” de la
filosofía del siglo XVII, y Locke
es destacado como el gran promotor del “empirismo puro” que
combatió al
innatismo (Rivarola, R. 1938, 16). Por otro lado, en el canon
filosófico
moderno comienzan a tener relevancia dos figuras prácticamente
omitidas en la
enseñanza impartida en periodos anteriores: Berkeley y Hume. Sin
embargo, la
narrativa de Rivarola no coincide plenamente con el relato
estándar, ya que los
agrupamientos filosóficos son distintos: Bacon fue seguido por
Locke, Hobbes y
Hume; mientras que los discípulos de Descartes fueron Berkeley
(idealismo),
Malebranche (ocasionalismo) y Spinoza (panteísmo). A ellos se
suman, Condillac
(sensualismo) y Leibniz (armonía prestablecida) como dos
prolongaciones de las
sendas iniciadas por Bacon y Descartes, respectivamente.
Otra diferencia
de
Rivarola con el relato estándar es de naturaleza
terminológica. La denominación
“racionalismo” todavía no aparece en sus textos para
calificar la escuela
filosófica iniciada por Descartes; en su lugar, nos habla de
“idealismo”. Más
allá de estas diferencias, su narrativa sí coincide
plenamente con el rol
otorgado a Kant, como superador de los antagonismos del siglo XVII y
como el
filósofo que supo redireccionar la filosofía en el siglo
XVIII
Hasta aquí
las tendencias de la
filosofía se habían manifestado en dos sentidos opuestos;
o partían de dos
puntos distintos: o se fundaban en principios que suponía
verdaderos, o procedían
por experiencia o análisis; o llegaban al idealismo puro; o
pasaban al
empirismo, al sensualismo, al materialismo. En la segunda mitad del
siglo XVIII
Kant dio otra dirección a la filosofía. Reconoció
la experiencia como fuente de
conocimientos que llamó conocimientos a
posteriori; y afirmó la existencia de otros conocimientos
que no tenían
aquel origen, y que llamó conocimientos a
priori. Interviene un tercer factor, la crítica de la
razón, para
distinguir lo que hay de verdadero o falso en una u otra parte de los
conocimientos (Rivarola, R. 1938, 18).
Un
abordaje más profundo de la cuestión del conocimiento en
la Crítica de la razón pura fue ofrecido
por Juan [Giovanni] Chiabra, profesor italiano que dio clases tanto en
la
Universidad de Buenos Aires (como profesor de Ética y
Estética desde 1924) como
en la de La Plata (Dotti, J. 1992, 164-167; Buchbinder, P. 1997, 122;
Pró, D.
1965, 32-33). Inspirado por el neokantismo, Chiabra abraza la
filosofía
kantiana, en abierta oposición a ciertos exponentes del
positivismo. En
relación con la historia de la filosofía, presenta a Kant
como objetor tanto
del dogmatismo materialista como del dogmatismo idealista, y como un
filósofo
antimaterialista e idealista. Según Chiabra, el término
“idealismo” es ambiguo
y vago. Por eso, no hay que confundir el idealismo kantiano con el de
otros
filósofos. La crítica de la razón pura realizada
por Kant es un idealismo en un
sentido en que no excluye “el positivismo, como diríamos
hoy,” sino que lo
integra y lo cumple (Chiabra, J. 1914, 6). La crítica ejercida
por Kant a las
“formas disolventes del empirismo inglés,” que el
siglo XVIII francés
transformó en materialismo y en racionalismo abstracto, dio paso
una generación
“épica y titánica” de nuevos idealismos que
se desarrollaron en el romanticismo
alemán del siglo XIX (ib., 9). He ahí dónde reside
la grandeza de Kant. Además,
en el relato de Chiabra Hume aparece como una figura destacada, por
haber
“inoculado” en la mente de Kant la duda acerca de distintos
postulados del
dogmatismo y sus profundas consideraciones en torno a la causalidad
(ib., 24,
43).
Al
igual que Rivarola, Chiabra emplea los rótulos
“empirismo” e
“intelectualismo”, y describe a la filosofía de Kant
como una superación de
ambos:
Acerca del problema
relativo a la
naturaleza del conocimiento, la gnoseología ha llegado a estos
resultados
positivos. Ni debe aceptarse el puro empirismo, ni el puro
intelectualismo. El
conocimiento es esencialmente para la gnoseología moderna como
para Kant, la
formación del dato intuitivo por medio de la categoría.
Pero se separa de Kant
en la doctrina que las categorías sean formas o funciones del
intelecto, considerado
como una facultad separada del sentido, o ligado a ésta por un
manantial común
y desconocido. La gnoseología moderna se funda en el concepto de
que la
inteligencia y la experiencia son aspectos distintos de la misma
formación, que
es el conocimiento (Chiabra, J. 1911, lx).
Este
tipo de relato no solo aparecía en autores claramente
enrolados con el kantismo, como Chiabra. También se advierte en
partidarios del
positivismo que encontraban compatible sus principios con el sujeto
trascendental kantiano. Tal es el caso de Christofredo (Christfried)
Jacob,
médico alemán, considerado como el fundador de la
neurobiología en Argentina.
Como profesor en las universidades de Buenos Aires y de La Plata,
promovió la
creación de la cátedra de Introducción a la
Filosofía en la primera (Dotti, J.
1992, 144-148). Jacob se refiere a Kant desde una perspectiva
biologicista
según la cual la estructura de la razón se basa en
última instancia en la
constitución del cuerpo humano: “En la lucha que en
filosofía separa desde las
épocas más remotas el racionalismo y el empirismo y que
por el criticismo de
Kant ha encontrado solamente su solución formal, recién
será la biología que
resolverá el problema del a priori
individual, transformándolo en un a
posteriori ancestral” (Jacob, C. 1914, 62-63).
En
el mismo contexto de autonomización e
institucionalización de
la filosofía en las primeras décadas del siglo XX, y de
confrontación con el
positivismo, la formulación del relato estándar aparece
en su expresión acabada
por primera vez en las clases de Historia de la Filosofía
dictadas por
Alejandro Korn. Esto no es casual ya que el interés por la
historia de la
filosofía estaba ligado estrechamente con el proceso de
profesionalización. La búsqueda
de la autonomía en la constitución del propio campo
académico requería tanto
definir la identidad de la filosofía como disciplina, y como
también establecer
su genealogía, sus antecedentes, su tradición
intelectual. Y esto no sólo en
términos “internacionales o universales,” sino
también en términos “nacionales
o particulares.” De tal manera, la escritura de la historia de la
filosofía en
su articulación con la cultura o el campo intelectual nacional
fue un tema de
gran relevancia para ciertas figuras protagónicas de la
filosofía argentina en
el periodo que va aproximadamente desde 1910 a 1930, entre los que se
cuenta
Korn (Domínguez Rubio, L. 2017).
En
1916, Korn abandonó definitivamente su actividad como
psiquiatra para dedicarse de lleno a la filosofía
académica, actividad en la
que ya se desempeñaba de manera paralela a la profesión
médica desde la década
precedente. En 1918, fue el primer decano de la Facultad de
Filosofía y Letras
de la UBA elegido con la participación del claustro estudiantil,
acompañado por
José Ingenieros como vicedecano. Korn le otorgó un lugar
de importancia a la
filosofía kantiana en todas las asignaturas a su cargo
(Buchbinder, P. 1997,
119-122). Un cambio fundamental que explica, en parte, por qué
el paradigma
epistemológico de la filosofía moderna alcanzó su
máxima expresión en sus
clases es la creación de una asignatura dedicada
específicamente a la enseñanza
de la historia de la filosofía en 1906. El primer profesor a
cargo de ella fue
el alemán Guillermo Keiper, al cual sucedió Korn en 1909
(Torchia Estrada,
2011, 19). A diferencia de las clases de los ideologicistas, donde la
historia
de la filosofía no constituía un componente propiamente
dicho, y a diferencia
del manual ecléctico de Jacques, Simon y Saisset, donde se la
presentaba como
un apéndice final, esta nueva asignatura le confiere a la
historia de la
filosofía un peso propio y la coloca al mismo nivel que otras
temáticas
filosóficas. La existencia de una asignatura independiente
exclusivamente
dedicada a la historia permitía un abordaje más profundo
de los conceptos y más
abarcativo. De ahí que se impone la necesidad de ofrecer un
relato histórico de
largo alcance y es eso lo que encontramos en los cursos de Korn.
Si
bien, como veremos, Korn expresa una evidente valorización
positiva de la figura de Kant, no por ello se lo debe considerar como
un
kantiano. En el afán de superar los problemas que encontraba en
el positivismo,
al cual consideraba imposible abandonar completamente (Terán, O.
1986a,
184-185; Halperin Donghi, T. 1999, 86-87), fue elaborando una
filosofía propia
en la que pueden apreciarse ciertos motivos y afinidades con el
kantismo
(Dotti, J. 1992, 172-178). En ella se conjuga una concepción
idealista del
conocimiento con una teoría relativista de los valores y una
idea del ser
humano como ser perfectible y creador, mediante el ejercicio de la
libertad
(Torchia-Estrada, J.C. 1967, 251-257) ambas integradas en una decidida
apuesta
en favor de la articulación de la filosofía –y del
espacio universitario— con
la praxis, y de intervención en el campo intelectual desde la
filosofía
(Ramaglia, D. 2010; Terán, ib., 179-194;
Halperin Donghi, ib. 85-91). Además,
Korn tiene una concepción de la historia de la filosofía
que asume dos
postulados principales. Por un lado, la filosofía de cada etapa
de la historia
es el resultado del Zeitgeist, de la
mentalidad y de las necesidades propias de cada época, aun
cuando ciertas ideas
filosóficas persisten a la largo de las distintas épocas.
Por otro lado, cuando
el desarrollo de una filosofía llega a su apogeo, de su propio
seno surgen una
reacción filosófica contraria. Esa es la forma en la que
tiene lugar el
progreso de la filosofía, la cual, si bien nunca llega a dar
respuestas
completamente satisfactorias de sus problemas, mejora la claridad de
sus
planteos (Torchia Estrada, 2011, 23-28).
Son
dos las fuentes principales con las que contamos para conocer
el relato de Korn de la filosofía moderna: la sección que
dedica a esta en su
obra “Las influencias filosóficas en nuestra
evolución nacional” (publicada en
cuatro partes en 1912, 1914 y 1919; más tarde compiladas en una
monografía en
1936) y sus lecciones de Historia de la Filosofía dictadas en la
Universidad de
Buenos Aires.
[18]
De manera complementaria, es muy valiosa la información que
aportan los programas de sus cursos de Historia de la Filosofía.
Hemos podido
consultar sus programas en la UNLP, los cuales indican que algunos
años Korn
daba cursos generales que abarcaban la historia desde los griegos
antiguos
hasta la filosofía contemporánea. Así es el muy
sintético programa de la UNLP
(1920). Pero otras veces Korn se concentraba en la historia de ciertos
periodos: por ejemplo, ofreció un curso de filosofía
antigua (1919), uno de
filosofía moderna (1915) y otro de filosofía
contemporánea (1925). El más
interesante para nuestros fines es el de 1915, en el cual la
filosofía moderna
aparece desglosada de la siguiente manera: filosofía del
Renacimiento;
racionalismo: Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz; empirismo:
Bacon,
Hobbes, Locke, Berkeley, Bentham; enciclopedismo: Montesquieu,
Helvecio,
Condillac, Rousseau; criticismo: Hume y Kant; evolución ulterior
en el siglo
XIX. Además, al final incluye en una serie de temas y textos: Discurso del método de Descartes;
“Discurso preliminar” de la Enciclopedia,
“los afectos” en Spinoza y la polémica sobre el
innatismo (sin consignar los
autores abordados ni los textos a estudiar).
En
sus lecciones de 1918, Korn dedica clases enteras a la
enseñanza de cada uno de los filósofos canónicos
modernos y va hilando un
relato que contiene todos los componentes del paradigma
epistemológico. Korn
recorta el periodo y nos habla de la “filosofía
moderna” como un momento de la
historia con una identidad propia, que se distingue de la
escolástica medieval,
del Renacimiento y de la filosofía contemporánea.
Presenta a Bacon y Descartes
como sus fundadores, en un momento histórico en que el
escepticismo había sido
reintroducido en la discusión filosófica. Según
Korn, la primera preocupación
de ambos autores fue el problema de “la verdad”, por lo
cual cada uno construyó
su propio método para acceder a ella. El hecho de que las
conclusiones de sus
fundadores fueran “diametralmente opuestas” explica por
qué “la Filosofía
moderna durante los siglos XVII y XVIII se [desenvolvió] en dos
corrientes y no
en una sola” (Korn A., 2011, 191-192; cf. Id. 1914, 307-308;
2012, 20-21).
Bacon fundó la “escuela empírica” que se
desarrolló en Inglaterra (Korn, A.
2011, 199), mientras que la escuela cartesiana nace en Francia y crece
en el
continente europeo.
Durante los siglos
XVII y XVIII se
desarrollan paralelamente estas dos escuelas, tratando cada una, sobre
su base
respectiva, de encontrar la solución final de problemas
filosóficos, de
resolver el problema lógico [gnoseológico]. Para ellas
era necesario una
Ontología, una Ética y cada una se lanzó a
buscarlas por sus métodos
respectivos. Los representantes de esta evolución son: Para el
empirismo,
primero, naturalmente, Bacon; después de éste Hobbes,
Locke, Berkeley y Hume.
Todos ellos son ingleses por lo cual se designa esta escuela con el
nombre de
“Escuela filosófica inglesa”. Los racionalistas,
son: en primer lugar,
Descartes, luego Malebranche, Spinoza, Leibniz. (Korn, A. 2011, 211)
La
lista de los integrantes canónicos de cada corriente va
variando en distintas exposiciones y cursos. A veces son más
abarcativas;
otras, coinciden exactamente con las dos tríadas de la
versión estándar del
paradigma epistemológico. Por ejemplo, la progresión
más habitual de los filósofos
modernos empiristas aparece en los siguientes términos:
Pronto
también [el empirismo]
descubre el factor subjetivo, que perturba la percepción
sencilla de los datos
sensibles, abandona el realismo ingenuo y con Locke ensaya el
análisis
psicológico del entendimiento humano, con Berkeley se
extravía en la paradoja
de un idealismo de origen empírico y por fin termina en la
investigación
escéptica de Hume, que, a su tiempo, debía despertar a
Kant del sueño dogmático
(Korn, A. 1940, 82).
[19]
La
llegada de la solución kantiana frente a esta tensión
aparece
como sigue: “en una situación extrema a que han llevado el
empirismo y el
racionalismo, Kant encuentra un nuevo camino para renovar otra vez la
investigación filosófica (…) en su primera
época, viene del racionalismo; en
una edad más avanzada se impregna de las doctrinas del empirismo
inglés, y al
último pasa por la escuela escéptica de Hume, que lo
despertó de su sueño
dogmático.” (Korn, A. 2011, 226). “Así es que
con Kant terminó la historia del
racionalismo y empirismo, para convertirse en criticismo; y a su vez,
así como
Kant es el final de una gran época, también es luego el
punto de arranque de un
nuevo período filosófico que comprende el siglo XIX; toda
la especulación
filosófica de este siglo descansa sobre Kant” (ib. 321).
Esta
lectura de la filosofía moderna perduró y se
prolongó en las
enseñanzas de quienes fueron alumnos de Korn. Acaso su principal
difusor fue
Francisco Romero, quien en 1930 lo reemplazó en la
cátedra de Gnoseología y
Metafísica. Según Romero, “Kant recoge y anuda dos
hilos del pensamiento del
siglo XVII, conciliando en un plano nuevo, descubierto por él,
la aguda
contraposición de racionalismo y empirismo, y al mismo
tiempo” (Romero, F.
Finalmente,
en su Historia
de la filosofía moderna, publicada en 1959, Romero afirma:
La
preocupación principal del siglo
XVII es la creación de grandes sistemas del racionalismo y la
controversia
entre el racionalismo y el empirismo, dos tendencias que se definen
como las
dos vertientes de la conciencia filosófica; esta controversia
continuará
durante el siglo XVIII (Ilustración), y arribará al final
del siglo a una
especie de conciliación o síntesis superadora en la obra
de Kant, culminación
de la filosofía moderna. (Romero, F.
Como
resultado de la investigación desarrollada hasta el momento,
es posible ofrecer una explicación, al menos preliminar, de por
qué el
paradigma epistemológico se comenzó a instalar en nuestro
medio en la segunda
década del siglo XX. Sin dudas, otras investigaciones
complementarias serán
necesarias para dar una explicación más sólida y
abarcadora de este fenómeno,
la cual considere no solo la génesis de este relato
canónico sino también su
estabilización y normalización en las décadas
siguientes, analizando con
detalle los contextos institucionales y políticos locales, las
apuestas
filosóficas y las trayectorias intelectuales de las figuras
mayores y menores
que formaron parte de este proceso.
En
particular, con respecto a la figura de Korn queda pendiente
investigar las fuentes de historia de la filosofía y otros
textos cuya lectura
lo habrían inspirado o influido para transmitir este relato.
También sería
conveniente rastrear las características de la eventual
presencia de la
filosofía moderna en sus clases de otras asignaturas.
Finalmente, estas
exploraciones deberían ser puestas en relación con la
evolución de su propia
filosofía y con sus posicionamientos políticos tanto en
lo que respecta a la
universidad como a la política nacional. De ese modo, se
podría construir una
interpretación más integral que albergue las principales
variables que entraron
en juego para incorporar el paradigma epistemológico en las
clases de Korn.
Más
allá de esa agenda pendiente, a modo de conclusión
observamos
que --como todas las recepciones filosóficas-- las diversas
recepciones de la
filosofía moderna europea analizadas en este trabajo estuvieron
marcadas tanto
por la dinámica interna de la propia disciplina
filosófica como por sus
vínculos –reconocidos o no por sus actores— con las
circunstancias
institucionales, educativas y políticas que los rodearon. El
momento en el que
el paradigma epistemológico tomó su forma típica
en la enseñanza de la
filosofía en nuestro medio coincide con la etapa de las grandes
transformaciones políticas, pedagógicas e institucionales
ligadas con la
Reforma universitaria de 1918 y con la constitución del campo
académico de la
filosofía. Por lo que respecta a los contenidos y debates de la
filosofía
académica en ese contexto, son tres los factores principales que
nos sirven
para explicar por qué el paradigma afloró en este momento
y no otro: 1) la
tensión entre positivismo y antipositivismo; 2) el procesamiento
de la novedad
que significaba la filosofía kantiana; 3) la
historización de la enseñanza de
la filosofía, que comienza a manifestarse con la creación
de una asignatura
exclusivamente dedicada a la historia del filosofar y que en
décadas
posteriores se irá profundizando. Si la filosofía
kantiana le ofrecía a Korn
elementos o motivos inspiradores para enfrentar las consecuencias
más
indeseables de un positivismo del cual se quiso distanciar --pero con
el cual
nunca rompió definitivamente-- no sorprenderá que su
relato de la historia de
la filosofía moderna adopte la forma de un paradigma que
colocaba a Kant como
el punto más alto que había alcanzado la filosofía
en el siglo XVIII.
Si tomamos como momento a quo
las clases de historia de la
filosofía ofrecidas por Korn en 1918, podemos afirmar que el
paradigma
epistemológico ya ha cumplido cien años en las aulas
argentinas. Mantener
intacta la estructura básica y el canon que constituye ese
relato podría
significar que nuestra mirada filosófica actual no tiene nada
nuevo para decir
y que nada que sea verdaderamente importante para la filosofía
ha cambiado a lo
largo de todos esos años. La lectura de la historia de la
filosofía de Korn
estuvo marcada por los desafíos y la renovación
pedagógica y política que
reclamaba la Reforma de 1918, así como por sus inquietudes
filosóficas en torno
a la libertad creadora y su distanciamiento del positivismo. Parece
bastante
obvio que ese contexto filosófico y político de 1918 es
muy distinto al
nuestro, en los albores pandémicos de la segunda década
del siglo XXI. Las
obvias diferencias entre uno y otro momento nos obligan a revisar el
valor y el
sentido del paradigma epistemológico y el canon que
estableció.
[20]
No se trata de descartarlos completamente por el mero hecho de
que sean vetustos. No se trata de cortar y hacer rodar las cabezas de
los
“siete grandes de la filosofía moderna.” Sí
se trata de no reproducir el
paradigma y el canon automática y acríticamente.
Sí se trata no sacralizarlos
como si fueran reliquias heredadas de antepasados venerables.
[21]
El
pasado filosófico no es una realidad unidimensional, que
sólo
alberga un único sentido para ser descifrado por sus sucesivas
posteridades.
Antes bien, puede ser revisitado a la luz de las inquietudes
filosóficas de
cada presente y de cada espacio, en búsqueda de sentidos
inexplorados, sin que
por ello termine siendo inevitablemente desfigurado por obra de
anacronismos
antojadizos. A partir de este presente filosófico atravesado por
las
reivindicaciones promovidas por los feminismos, y a partir desde este
espacio
sudamericano donde hacemos y enseñamos filosofía, destaco
una de las muchas nuevas lecturas posibles de la
filosofía moderna
que me parece fundamental. Consiste en rescatar las voces silenciadas
de las
mujeres filósofas, no sólo las del norte global sino
también las de
Latinoamérica y las de otros continentes. Todas ellas han sido
ignoradas, o en
el mejor de los casos relegadas, por ese paradigma
epistemológico tan potente y
omnipresente. Revisitar el pasado desde esta perspectiva, nos
permitirá
desarmar y rearmar el canon filosófico moderno. A través
de esa operación, el
canon llegará alguna vez a poblarse de otros nombres, de otras
figuras y
trayectorias intelectuales, de otras ideas y de otras formas
discursivas, que
tendrán más que ver con los interrogantes, con las
necesidades y con las
miradas filosóficas y políticas de nuestro tiempo y de
nuestro espacio.
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[1]
Para un panorama de estas críticas me remito a
Manzo, S.
2016 y 2021; Calvente, S. y Manzo, S. 2020; Manzo, S. y Calvente, S.
2021.
[2]
Como ejemplo nos remitimos a Carpio, A. 1974, Cap. 8 #
13;
Cap. 9 # 1 (la tríada empirista es diferente: Bacon, Locke y
Hume). La
pertenencia de Berkeley a ella es uno de los puntos más
debatidos del relato
estándar, razón por la cual a veces no está
presente.
[3]
Utilizo este neologismo y sus derivados en conformidad
con
el uso extendido en los estudios más recientes sobre el tema.
Vd. por ejemplo
los trabajos de Di Pasquale citados en este artículo.
[4]
Cabe aclarar, que si bien durante el periodo que
estudiamos
aquí además de las Universidades de Córdoba,
Buenos Aires y La Plata, en 1914
se fundó la Universidad de Tucumán, esta última no
fue incluida en nuestra
investigación porque en ella los estudios filosóficos se
sistematizaron recién
en 1937, con la creación del Departamento de Filosofía.
Al respecto puede
consultarse el artículo de Jimena Sosa en el presente volumen.
[5]
Como regla general en este trabajo, he optado por
adaptar
las citas de los textos originales en español al uso
ortográfico contemporáneo.
[6]
Si bien todos los profesores aquí mencionados era
partidarios del ideologismo, hay diferencias entre ellos en cuanto a su
mayor o
menor acercamiento al sensualismo y el rol otorgado a la
filosofía de
Descartes. Un caso interesante que muestra la complejidad de la
recepción del
ideologismo en nuestro país es el de Fernández
Agüero, quien por ejemplo
conserva la lógica silogística, lo cual va a contrapelo
con la posición de
Destutt de Tracy. Vd. Di Pasquale, 2011. Un análisis en detalle
de estas
variaciones excede los propósitos del presente trabajo.
[7]
Cito la paginación de la ed. original de 1938.
[8]
Es llamativa esta interpretación de la
Peña, sobre todo
proviniendo de un autor conocedor de la idéologie.
La posición de Bacon en verdad se apoya en autores del
Renacimiento (Bernardino
Telesio y Agostino Donio). La doctrina del alma sensible baconiana,
lejos de
tener afinidades con la Edad Media cristiana, está más
cerca del materialismo y
así fue valorada en los siglos XVIII y XIX, incluso por
partidarios de la idéologie.
[9]
Siguiendo a Roig, acotamos que, en la vida intelectual
de
Jacques se dio una transición desde un eclecticismo cousiniano
más o menos
ortodoxo hacia lo que él mismo denominó
“racionalismo moderado” o
“cartesianismo” cercano a Jules Michelet y Edgar Quinet.
Vd. Roig A. 1972,
144-9. Cf. Vermeren, P. 1998.
[10]
Otra publicación de Simon concerniente a la
historia de la
filosofía fue Histoire de l’École
d’Alexandrie,
Paris, 1844-1845, 2 vols.
[11]
Simon no usa siempre los mismos rótulos para
representar a
esas formas o tendencias de la filosofía. A veces llama a los
partidarios de
cada tendencia “físicos”, “sensualistas”
y “experimentales”, por un lado, y
“especulativos”, “idealistas” y
“racionalistas”, por otro.
[12]
Según Dotti, J. 1992, 69-70, esta
presentación de Simon
constituye “la primera exposición aceptablemente detallada
y fidedigna
difundida en Argentina.”
[13]
En la lista de fuentes primarias complementarias a las
partes a su cargo en el Manual, Jacques incluyó tanto el libro 2
del Ensayo sobre el entendimiento humano de
Locke como el libro 1 de los Nuevos ensayos sobre el entendimiento
humano de
Leibniz. Otros autores modernos incluidos en la lista son Bacon,
Descartes,
Pascal, Malebranche, Condillac, Bossuet, Reid, Smith, y Stewart. Los
autores
del canon estándar omitidos son Spinoza, Berkeley y Kant.
[14]
Es interesante notar que, en la sección dedicada
a la
Lógica, Simon no coincide con Jacques con respecto al innatismo.
Niega que
existan ideas puramente facticias o ideas puramente adventicias, con lo
cual
sugiere que todas las ideas pueden ser consideradas innatas.
Según Simon, las
ideas son consideradas como innatas no porque nacen con nosotros sino
porque se
desarrollan “en nosotros por el solo hecho de pensar.”
Simon en Jacques et al. 1848, 174.
[15]
Las únicas menciones incidentales a Kant
realizadas por
Jacques hacen referencia a la teoría de la belleza (Jacques et
al. 1848, 60) y
a la sensibilidad (ib. 104). Por otro lado, la filosofía
práctica kantiana es
expuesta con mayor detalle en las secciones del Manual
dedicadas a la moral y a la teodicea.
[16]
No entendemos la “tensión” entre
positivismo y
antipositivismo como una oposición lisa y llana en la que solo
se pueden
encontrar representantes puramente identificados en cada uno de los dos
“bandos.” Como el mismo Dotti, J. 1992, 149ss, lo
señala hubo “figuras de
mediación” y “figuras de ruptura” en el
contexto de esta tensión. Los casos de
Rivarola y de Korn, que vamos a considerar en este trabajo, son
ejemplos de
figuras formadas en el positivismo que evidencian un distanciamiento
parcial
pero no un abandono total del positivismo. Los estudios fundamentales
de Oscar
Terán señalaron que ni siquiera en el caso de José
Ingenieros encontramos una
adhesión monolítica al positivismo. Vd. Terán, O.,
1986b, y Maihle, A.,
[17]
Este mismo texto apareció con anterioridad en
1914, en José
Ingenieros, Las direcciones de la cultura
filosófica en Argentina.
[18]
Korn, A. 2011. Además, he consultado otras
lecciones y
cursos (Korn, A. 1949 y 2012) menos relevantes para esta
investigación. Excede
los límites de este trabajo analizar las posibles fuentes
historiográficas
utilizadas por Korn. Sin embargo, acoto que en el programa general de
Historia
de la filosofía (UNLP 1920), el único que incluye una
lista bibliográfica, Korn
nombra las historias generales de Fouillée, Hoffding, Schwegler
y Guido de
Ruggiero (además de un par de textos específicas para la
filosofía griega). Por
su propio testimonio, sabemos además que consultó la obra
historiográfica de
Marcelino Menendez, Historia de los
heterodoxos españoles (1910) (Korn, A. 1940, p. 18; 84; 95,
etc.). Torchia
Estada, J.C. 2011, sostiene que, además de la obra de
Fouillée, utilizó con
seguridad el Grundriss der Geschichte der
Philosophie (1862) de Friedrich Ueberweg. Sugiere que
también conocía Lehrbuch der Geschichte der
Philosophie
de Wilhelm Windelband (1892) y el Manual
de Jacques, Simon y Saisset, ya mencionado en este artículo.
[19]
En otro texto que transcribe un curso dictado por Korn
en
la Escuela de Estudios Sociales Juan B. Justo, publicado en 1935
aparece el
agrupamiento Descartes, Spinoza, Leibniz. Vd. Korn, A. 1949.
[20]
Me remito a mi propia evaluación sobre la validez
del
paradigma en Manzo, S. 2016 y 2021, donde además doy un panorama
de las
críticas que ha recibido desde los años 80 del siglo XX.
[21]
Sobre el tema canon filosófico su
gestación y transformaciones
vd. Manzo, S. 2017.