Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección ArtÃculos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza, Argentina / 2023 /
.
The Problem of the Relation. Elements of Conceptual History and Foucaultean
Usage
Emiliano Jacky Rosell
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina.
Recibido: 21/07/2021
Aceptado: 07/02/2022
Resumen. El objetivo del presente
artículo es efectuar un abordaje ontológico de la noción de relación y
argumentar en favor de la productividad hermenéutica de esta perspectiva en el
dominio de la teoría social contemporánea. Para ello revisamos, en primer
lugar, algunas de las escenas en que históricamente se ha estructurado la
problematización filosófica del concepto. Luego, establecemos los perfiles
generales, epistemológicos y metodológicos, de lo que definimos como problema
de la relación. Por último, nos detenemos en la consideración de un caso de
estudio específico que permite experimentar con cierto detalle los efectos de este
tipo de aproximación, a saber: el modo en que el problema de la relación
habilita novedosos itinerarios de lectura y escritura con la textualidad
foucaulteana a partir de lo que designamos como la tensión entre formalismo y
nominalismo relacional.
Palabras clave. Problema de la relación,
Ontología, Foucault, Nominalismo relacional.
Abstract. The aim of this paper is to perform an ontological approach to the
notion of relation and to argue in favour of the hermeneutic productivity of
this perspective in the domain of contemporary social theory. To this aim, we
first revise some of the scenes in which the philosophical problematisation of
the concept has historically been structured. Then, we establish the general
epistemological and methodological outlines of what we define as the problem of
the relation. Finally, we will consider a specific case study that allows us to
experiment in detail with the effects of this type of approach, namely: the way
in which the problem of the relation enables new reading and writing
itineraries with Foucaultean textuality based on what we designate as the
tension between formalism and relational nominalism.
Keywords. The Problem of Relation, Ontology, Foucault, Relational Nominalism.
El propósito de las páginas que siguen es trabajar
teóricamente sobre el concepto de relación a fin de exponer el modo en que esta
noción se encuentra asociada desde sus orígenes a una problematización ontológica
con impacto en múltiples planos del saber de la teoría social contemporánea. Nuestra
estrategia consistirá en relevar algunos hitos fundamentales de la historia conceptual
de la categoría para, a partir de allí, formular la estructura de lo que llamamos
problema de la relación. Realizado esto, nos concentraremos en una serie
de textos foucaulteanos para observar cómo dicho problema se modula de manera singular
y productiva en una tensión entre dos orientaciones de lectura (formalismo
y nominalismo relacional), dando lugar a efectos interpretativos específicos.
Debe tenerse en cuenta que lo presentado en estos primeros apartados es un somero
acercamiento a una historia conceptual que se encuentra abierta, en construcción
y que puede y merece ser profundizada en futuras investigaciones, tanto en los tópicos
abordados como en los que necesariamente quedan sin inventariar[1].
El devenir de nuestro concepto abarca una vasta franja de la tradición
del pensamiento occidental, desde esos inevitables “operadores filosóficos” que constituyen algunos textos y enunciados aristotélicos[2], pasando por las decisivas
inflexiones de la escolástica medieval, hasta llegar a la época
moderna a través de las formulaciones de diferentes formas
de empirismo e idealismo, presentes
de diverso modo en las teorizaciones contemporáneas. Más que de las peripecias
de un concepto en sus cambiantes acepciones y traducciones, lo que se halla puesto en juego en este recorrido
es la serie de disputas
y dificultades que abre su incierto estatuto.
Según nos
informa el diccionario de la lengua española,
el término “relación” designa “conexión,
correspondencia de algo con otra cosa” y también “conexión,
correspondencia, trato, comunicación de alguien con otra persona”
¿En qué consiste
esa “conexión” o “correspondencia” entre cosas y entre personas?
¿Cuál es su consistencia? ¿Cómo es el conjunto de sus propiedades específicas? Pero antes
incluso: ¿hay acaso una o alguna propiedad de la relación?,
¿es posible determinarla en sí misma, de manera independiente de las “cosas”
y de
las “personas” que conecta? O, por el contrario, ¿esto es imposible
y hay que pensar que la relación
es “de” lo que relaciona, en tanto es una naturaleza o propiedad inherente y definitoria de esa(s) cosa(s) o persona(s) relacionada(s)? Pero esta última posibilidad conduce a una situación paradójica en la que la propiedad
de la conexión sería, al mismo tiempo, la de los elementos que conecta. Estas
cuestiones, desprendidas en cierto
modo de la definición misma
y más básica de la relación, nos dan las primeras pistas de
nuestro problema.
De acuerdo al diccionario filosófico de Nicola Abbagnano
el concepto en cuestión ha planteado en su historia
dos problemas fundamentales, a saber: si deben (o no) considerarse incluidas las determinaciones sustanciales (esenciales y cualitativas) en su concepto
y si constituye una entidad real o solo mental (Abbagnano,
N. 1993, 1001). A partir
de aquí se abren dos grandes y complejas tradiciones de respuesta, una que sostiene
la realidad y la substancialidad de la relación
y otra su carácter mental y accidental. Lo que está en cuestión entonces,
es la realidad y la objetividad de la relación o, como también se afirma, su estatuto ontológico: problema abierto en el terreno
de la lógica en torno de la posibilidad de “propiedades
relacionales” en las funciones proposicionales;
problema, en el espacio propio de la ontología, del “ser” de la relación,
de su “entidad”, de su existencia en los diversos
planos de lo existente.
Sin embargo, lo cierto es que, si la relación ofrece dificultad, esto ocurre en el marco de una determinada forma de pensamiento, una lógica y una ontología
en el seno de la cual, a partir de la cual y contra la cual,
hace problema. Precisamente, se trata de esa forma de pensamiento dominante en Occidente, estructurada en torno a los “operadores filosóficos” de la tradición aristotélica que da primacía
al modo de ser de la sustancia. Es decir,
que considera al ente individual, independiente y existente
por sí mismo como el ente fundamental, al que en última instancia refieren todos los otros modos
de ser y que constituye el sujeto último
de toda predicación posible. Entendida
como lo “respecto
a algo” o “lo relativo”,
to pros ti
en griego, ad aliquid y relatio en las traducciones latinas,
la relación designa
en Aristóteles “aquellas
cosas que, lo que son exactamente ellas mismas, se dice que lo son de otras
o respecto a otra
cosa de cualquier otra manera”;
también, aquello “cuyo ser consiste en comportarse de una determinada manera hacia algo cualquiera” (Aristóteles, 1982, Cat. 7, 47, 53). La peculiaridad de la relación,
como señala Vittorio Morfino, es que “su inherencia a una sustancia
es al mismo tiempo un reenvío a otra sustancia”
(Morfino, V. 2010, 16-17). Ahora bien, esto resulta inadmisible para una lógica sujeto-predicado y para una ontología fundada en el primado de la categoría de sustancia donde las entidades
primarias se conciben
bajo el modelo del individuo.
Aceptar el “reenvío”
que es la relación significa
minar las fronteras
de los entes puestos en relación (personas o cosas), dado que lo que son ya no sería definido
“en sí”, sino “en otro” (in alio) como los accidentes. De ahí que Aristóteles dude profundamente sobre
la inclusión de “lo respecto
a algo” dentro de las entidades y finalmente parezca
terminar excluyendo la posibilidad (Aristóteles, 1982, Cat. 7, 52 y ss). La importancia decisiva de estos pasajes
radica en que ellos no son simples
definiciones, sino que dejan ver en sus propias
denegaciones y ambigüedades las dificultades que plantea la categoría en cuestión.
Sobre las incertidumbres del texto aristotélico se desplegarán los debates de la escolástica medieval acerca de la relación,
a propósito de preocupaciones teológicas
y políticas específicas, siendo el debate
sobre dogma de la trinidad
uno de los más relevantes desde el punto de vista que nos interesa
(Abbagnano, N. 1993, 1001-1002; Morfino, V. 2010, 20; Agamben, G. 2017, 260 y ss). En la matriz
medieval el problema
de la relación se abre paso paulatinamente en la oposición
entre relaciones
reales y relaciones mentales, una oposición en la que resuena claramente la célebre disputa
que enfrenta a realistas y a nominalistas en torno a los universales y que tendrá
amplias repercusiones en la filosofía
moderna en las disputas entre racionalistas y empiristas.
Afirmar
que las relaciones son reales significa que éstas son constitutivas de las cosas, es decir, que son disposiciones, condiciones, estados, potencialidades reales “de” los términos, “de” los entes,
que se relacionan. Sostener, por el contrario, que las relaciones son mentales, significa afirmar que son puras entidades de la razón, privadas de realidad fuera de la mente humana. La primera postura correspondería a la escuela realista
representada por Duns Scoto y que operaría a partir de los textos aristotélicos
de Metafísica para afirmar que no solo las relaciones de potencialidad, sensibilidad
y conocimiento tienen correlato con objetos reales, sino que esto es extensible
a todo tipo de relacionamiento[3]. La segunda posición sería perseguida por la corriente nominalista de Guillermo de Occam,
según la cual debe ubicarse la categoría de la relación entre los accidentes y no
entre las substancias (Abbagnano, N. 1993, p.1002).
Otra escena paradigmática de esta discusión
en torno a lo real o mental de las relaciones, ahora pensada también como alternativa
entre objetividad y subjetividad, emerge en la modernidad a través de lo que Morfino
llama “encrucijada Locke-Leibniz”. Mientras que para Locke la relación no estaría
“contenida en la existencia real de la cosa”, para Leibniz habría una “omnirelacionalidad
de lo real” debido a que cada relación estaría fundada en la interioridad misma
de una sustancia. Si bien Locke y Leibniz seguirían respetando la prohibición aristotélica
de considerar a la sustancia como una relación, la teoría del espacio y del tiempo
y el concepto de situación de este último, presentaría un ejemplo notorio de una perspectiva
que da primacía a la relación (Morfino, V. 2010, 20-26).
Más cercano en el tiempo, nuestro problema reaparece
con una nueva configuración en las fronteras de la filosofía analítica
y el idealismo anglosajón, gracias a la obra de Francis Herbert Bradley y a lo que, a partir de su confrontación con Bertrand Russell,
se conocerá como la querella de las relaciones internas
y las relaciones externas. Si la primera
gran dicotomía en torno a la relación se organiza, desde
el seno de la escolástica hasta la modernidad, bajo la forma
de oposición entre lo real y lo mental, en los albores
del siglo XX el problema
de la relación podrá reconocerse, además, en la división y oposición entre lo interno
y lo externo.
La conocida tesis que Bradley
desarrolla en su libro Appearance and Reality.
A metaphysical essay (1916) es que “cada relación penetra
esencialmente el ser de sus términos y, en consecuencia, es intrínseca” (Bradley,
F.H. 1916, 392). La postulación de que todas las
relaciones son internas lleva necesariamente
a afirmar que todo es ontológicamente dependiente de todo a lo que está relacionado de alguna manera;
por consecuencia, no habría en el cosmos ninguna
parte que sea una sustancia ontológicamente independiente ya que la naturaleza de cada cosa es tan compleja
como la estructura relacional del cosmos entero
(Marmodoro, A y Yates, D. 2016, 11-12). No existen para Bradley, en este sentido, ni términos, ni propiedades de términos que sean autónomos, es decir, explicables independientemente de toda relación.
Pero esto último
es justamente lo que se propondrá defender, grosso modo, Russell, quien no puede aceptar las consecuencias que derivan del planteo de Bradley.
Para el atomismo lógico defendido
en Principia Mathematica y en otros escritos, lo que existe primero
es la diversidad de los entes entre los cuales pueden
establecerse múltiples relaciones. Si la relación
es interna, es imposible concebir
algo como el átomo, unidad
de análisis última
en el lenguaje filosófico de Russell, pero también, según esta perspectiva, la diferencia y multiplicidad misma de los entes (Lejeune, P. 2015, 5).
El pensamiento de Bradley fue tenazmente resistido
y quedó a la sombra del contundente desarrollo de la filosofía analítica. Sin embargo,
la pertinencia de los dilemas
que supo plantear
acerca de la relación, admitida
en su momento por el mismo Russell,
fue ya advertida
por el filósofo italiano Enzo Paci, conocido
por su proyecto relacionista y para quien Bradley es el pensador
que con mayor agudeza presenta
en el mundo contemporáneo la
“problematicidad de toda relación en
la vida misma y en el pensamiento”, esto es, su carácter paradojal y enigmático
en los confines de la lógica de la identidad (Paci, E. 1963, 60-61). Si bien
este planteo paradójico tenía que ser inadmisible para el atomismo lógico de Russel,
parece haber ejercido, según Paci, una decidida influencia en Alfred North Whitehead,
co-autor de los Principia Mathematica, pero también referente importante
de muchos planteos relacionalistas contemporáneos, incluido el de Paci mismo.
No es casual que toque a Bradley, un representante del idealismo
hegeliano en suelo anglosajón, defender la doctrina de las relaciones internas. Ocurre que la filosofía de Hegel ocupa un lugar privilegiado en la historia
conceptual de la relación en la modernidad, tanto porque plantea
con una notable claridad la primacía de la categoría
de relación para explicar la constitución de toda realidad
y toda objetividad posibles, como por su impacto en el pensamiento continental. Siguiendo y
radicalizando la operación kantiana de ubicar a la sustancia entre las categorías
de relación, Hegel altera el curso de la historia conceptual
al desobedecer definitivamente la prescripción tradicional de considerar a la relación
como un accidente
de la sustancia. En su filosofía, la relación rompe el
cerco metafísico para instalarse en el corazón de la
sustancia y disolverlo en una “relación absoluta” (absolute Verhältnis).
Este concepto es sin lugar a dudas un excelente indicio de la extrema radicalidad
y complejidad del pensamiento de Hegel sobre la relación, de la cual no podremos
ocuparnos en los límites de este artículo[4].
Los dilemas hegelianos de la relación se transmiten
a otros dominios del pensamiento continental en gran medida a través del legado marxiano, en particular, de las discusiones teóricas abiertas en sus confines
alrededor de los conceptos de dialéctica, totalidad y sujeto. Es lo que ocurre específicamente
con esa acotada escena del pensamiento contemporáneo que tuvo como protagonistas al estructuralismo francés
y a su contraparte polémica, la filosofía del sujeto encarnada por el
humanismo sartreano. Haya constituido el estructuralismo
un “paradigma” o una “doxa”, un “movimiento” o un “momento”
(Rodríguez, P y Vallejo M. 2011; Balibar, É. 2007; Milner, J.C. 2002; Piaget, J.1980), parece haber acuerdo general en verlo como un
ataque radical a cierta teórica del sujeto constituyente. Existe un punto básico de esta querella que para una historia de la relación
no puede pasar desapercibido. Por un lado, se trata del postulado esencial, expresado en el texto fundacional en que Levi-Strauss sintetiza los rasgos
fundamentales del método
estructural, según el cual se impide tratar a los “términos” del análisis como entidades independientes y poner en el centro,
en la base, a las “relaciones” (Lévi-Strauss, C. 1946, 3). La “estructura” del estructuralismo,
pensada a través de la noción de sistema o totalidad y antes de toda disquisición sobre su naturaleza, su realidad o su función
en la producción de conocimiento (Rodríguez, P y Vallejo M. 2011, 15-39), se opone a la idea de un agregado formado a
partir de elementos independientes
del todo y reclama el estudio de las leyes de formación de ese todo, no a partir de las propiedades de los elementos,
si no de las operaciones de relacionamiento que hacen a su composición (Piaget,
J.1980, 13-14). Por otro lado, hay que notar que la introducción de la estructura habría tenido como efecto cortocircuitar el movimiento teleológico y dialéctico que lleva, en “la ecuación generativa” del sujeto según el humanismo, a una “reconciliación”, una “coincidencia” o una “apropiación” del sujeto consigo mismo bajo la forma de la conciencia de identidad
a nivel individual del yo con el yo mismo y a nivel colectivo
del yo con el nosotros. A esto precisamente apunta la
crítica lévi-straussiana al Sartre de Crítica de la razón dialéctica, según
el comentario que realiza Jean Piaget en su trabajo dedicado a las relaciones entre
estructuralismo y filosofía (Piaget, J. 1980, 137-139).
La intervención estructuralista consistiría, por lo tanto, en invertir la ecuación humanista
y pasar de la idea de un sujeto constituyente a la
de un sujeto constituido, centrándose en las operaciones precedentes y constituyentes de este sujeto. En este clivaje preciso de la crítica
al sujeto constituyente emerge ese otro gran paisaje del pensamiento contemporáneo que sin lugar a dudas también puede ser conectado
con la historia conceptual del problema de la relación y que corresponde a la fenomenología
alemana y, en especial, a su deslinde heideggeriano. De este venero proviene toda
la problematización deconstructiva y posfundacional en torno a la categoría de sujeto
de la que son deudoras y continuadoras, entre otras, las escrituras de Jacques Derrida,
Jean-Luc Nancy, Roberto Esposito y Giorgio Agamben. En estos planteos, las problemáticas
de lo político, la comunidad, la biopolítica y lo común son recorridas en su nervio
íntimo, aunque no de manera directa y frontal, por el problema de la relación.
Por fuera de estas últimas referencias, la actualidad de la relación se percibe a través de una amplia multiplicidad
de usos, desplegados en territorios que van desde la teoría social y política
a los ámbitos de la antropología, las artes y la tecnología, desde la filosofía del lenguaje
y la lógica hasta los dominios de la física teórica. Para mencionar sólo algunos
ejemplos, percibimos esta productiva problematización en las propuestas incisivas
de una epistemología chi’xi (Rivera Cusicanqui, S. 2016), en renovadas interpretaciones
y discusiones sociológicas y antropológicas sobre el “ser social” marxiano y sobre
el diseño ontológico de lo comunal en sentido emancipatorio (Alvaro, D. 2019; Balibar, E. y Morfino, V. 2014; Escobar,
A. 2017), en experimentaciones entre filosofía, danza y performance en torno a las
posibilidades de una atención sensible y de una composición en tiempo
real (Bardet, M. 2012, 2019; Fiadeiro, J.
2008), en apuestas literarias y políticas de una poética de la relación
(Glissant, E. 2006; 2017), en las perspectivas abiertas por un pensamiento sim-poiético
sobre las ciencias y la tecnología que al mismo tiempo incorpora dimensiones literarias
y políticas (Haraway, D. 2019), finalmente, en teorizaciones sobre la individuación
técnica y sobre la externalidad/internalidad de las relaciones en la física cuántica
(Simondon, G. 2009; Marmodoro, A y Yeats, D. 2016). A continuación, veremos cómo se despliega
esta problemática en algunos textos clave de la tradición foucaulteana. Sin embargo,
antes de hacer esto, y para explicar cómo realizarlo, veamos algunas consecuencias
epistemológicas y metodológicas que pueden establecerse a partir del itinerario
presentado.
La revisión de algunos de los hitos fundamentales del devenir histórico del problema de la relación muestra que este es inescindible de las formulaciones específicas que cada vez recibe, pero que, al mismo tiempo, reviste cierta estabilidad o generalidad, en el sentido
de ser una cuestión que es
recurrente hasta nuestra actualidad. Esta característica puede ser investigada con
mayor profundidad en sus dimensiones histórico epistemológicas mediante el concepto
foucaulteano de problematización (Foucault, M. 1996, 109-110). Sin embargo,
lo que interesa enfocar en este apartado es el modo en que la recurrencia puede
ser estructurada. Siguiendo los fines de nuestra pesquisa identificamos tres modalidades:
1. Modalidad referida a la pregunta ontológica sobre la relación: debemos
tener en cuenta la dinámica que,
al preguntar sobre la “conexión” (“correspondencia”, “comunicación”) entre cosas
y personas, sobre lo que está “entre” una cosa y otra cosa, entre una persona y otra persona
—y, sin dudas, entre las personas
y las cosas— lejos de limitarse a poner en consideración y ponderación un nuevo objeto,
situado al medio de otros dos objetos
extremos, abre una dinámica que reenvía a una interrogación por el “ser” mismo de estos extremos (“cosas”,
“personas”). Lo que parece comenzar
así por el examen regional
de una categoría
entre otras lleva a incorporar en su zona de interrogación a la definición misma de los entes y al modelo tradicional desde el cual se los concibe: el problema de la relación
abarca así todo el espacio de la ontología
y abre un cuestionamiento sobre el modo tradicional de pensar el “ser” que tiene como categoría fundamental a la sustancia
y como esquema de comprensión el modelo del individuo.
Se puede decir, por consiguiente, que el problema
de la relación conlleva el problema del “individuo”, en el sentido que la consideración
de la relación conduce a una preocupación por las operaciones de individuación o individualización de realidades diversas.
Vemos con esto que la cuestión de la relación
arrastra consigo también el problema
de la causalidad, es decir, de los tipos de causalidad
y del modo de entender
la causalidad en los procesos
y operaciones de co-relacionamiento puestas
en obra en las individuaciones,
tópico medular de las ciencias humanas y sociales, y que ha sido
largamente discutido en la tradición
marxista a propósito
de los condicionamientos y jerarquizaciones entre instancias económicas, políticas, jurídicas, estéticas de la realidad
social.
Debe tenerse en cuenta, en función de lo expuesto,
que la dimensión de análisis de la noción de relación
que nos interesa tiene por objeto esta problematicidad ontológica misma y no la búsqueda
de una definición acabada o la construcción de un inventario de los diferentes tipos de relaciones que puedan aparecer en diferentes análisis puntuales.
2. Modalidad de existencia textual: el
problema de la relación puede captarse por la presencia de ciertas formulaciones
y de ciertas palabras en los textos que examinamos. Se trata de un conjunto acotado
de términos, expresiones y giros retóricos que rodeando la palabra “relación” permiten
interrogar su consistencia, a veces de manera explícita, otras veces muy tenuemente,
y casi siempre en el marco de elucidaciones de problemas y temas de diversa índole,
muy alejados de las disquisiciones conceptuales sobre la categoría misma. Advertimos
la acción de este vocabulario o léxico de la relación en esas zonas donde se trata
de “entradas en” o “puestas en” relación; donde se hace referencia a “elementos”, “términos”, “átomos”, “individuos”, “partes”
que se “conectan”, se “ligan”,
se “enlazan” en una “configuración”, un “conjunto”, un “ensamblaje”; zonas en las que la escritura altera su ritmo
para tomar en consideración a “unos” “y” “otros” (pudiendo mutar la “y” en “sobre”, “con”, “contra”, “en”, “junto”, “entre”,
etc.) y donde se abren paso con frecuencia cuestiones más o menos explícitas en torno a lo homogéneo
y lo heterogéneo, lo interior y lo exterior, lo simultáneo y lo sucesivo,
la trascendente y lo inmanente.
3. Modalidad de singularización problemática: la cuestión de la relación produce interrogaciones
específicas en los corpus textuales en los que se la verifica. Esto quiere
decir que puede ser utilizada metodológicamente para abrir preguntas y problemas
en y para el espacio discursivo en el que se constata su vocabulario. Tal es el
ensayo de intervención crítica que desarrollamos en nuestra tesis doctoral con los
textos arqueológicos y genealógicos del período 1966-1979. Con esto se contribuye
sin dudas a escribir uno de los capítulos de la historia conceptual de la relación,
pero lo más interesante ha sido experimentar cómo al hacer esto se abría la posibilidad
de leer y escribir de otro modo con la textualidad foucaulteana según intentaremos
mostrar resumidamente en el próximo apartado.
Dentro de las coordenadas históricas esbozadas,
la tradición foucaulteana se ubica en el episodio de la querella francesa sobre
la antropología filosófica. En este sentido, el énfasis en las relaciones puede
captarse ya con claridad en las discusiones sobre el estructuralismo que rodean
la publicación de Las palabras y las cosas y también en las que versan sobre
los conceptos de poder y dispositivo, discusiones estas últimas que de alguna manera relevan puntos claves de la disputa estructural. Los
antecedentes aquí son los trabajos de Paul Veyne (1984), Étienne Balibar (1990,
2014) y Diogo Sardinha (2014). Si bien estos estudios no tratan el concepto de relación
de modo sistemático y por sí mismo, sino solo en el marco más amplio de la cuestión
del nominalismo, ciertamente muestran que la crítica de los universales antropológicos
o de las esencias conduce en Foucault a una perspectiva relacional. Resulta imposible
desplegar en este artículo un examen pormenorizado sobre estos antecedentes, ni
tampoco un análisis exhaustivo de la textualidad foucaulteana del período 1966-1979.
Nos limitaremos a presentar el esquema de nuestra lectura a través de tres fragmentos
que ofician como muestra de lo que ocurre en dicho período de estudio. Su selección
obedece, por una parte, a que en ellos el léxico relacional se muestra de modo nítido
y, por otra, a su significación metodológica, puesto que tratan sobre la definición
del objeto de la arqueología y la genealogía.
El primer fragmento corresponde al capítulo “Observaciones y consecuencias”
de La arqueología del saber.
Nos interesa especialmente el pasaje en el que se define el tipo sistema sobre el
que trabaja la arqueología como una “puesta en relación [mise en relation]” de “elementos
heterogéneos” y también como un “haz complejo
de relaciones [un faisceau complexe de relations] que funcionan
como regla [y que] prescribe lo que ha debido ponerse
en relación [mise en rapport]
en una práctica…” (Foucault, M. 2007, 96-99. Subrayado nuestro).
Para comenzar, cabe prestar atención a la variación
terminológica con que la relación es designada en la versión
original: una vez como relation, otra como rapport. La diferencia entre las dos palabras francesas,
sus correspondencias con los términos de otras lenguas
y los conflictos de traducción que ello
conlleva, es un tópico recurrente en el tratamiento del concepto de relación, debido a las diferentes connotaciones que cada vocablo arrastra en las direcciones que el problema
de la relación señala. Pese a las reconocidas
dificultades y ambigüedades, habría coincidencia entre diferentes autores en asignar
a relation un sentido ligado a la objetividad y la internalidad, mientras
que rapport mantendría una significación más subjetiva y externa (Balibar,
É. 2014, 221; Lejeune, P. 2016, 3-6; Morfino, V. 2010, 32). En el pasaje que analizamos
no hay un uso diferenciado o marcado conceptualmente de relation
y de rapport, y esto, hemos constatado, es
una de las características propias de la manera en que funciona el concepto en la textualidad foucaulteana. De todos modos,
la oscilación terminológica no parece afectar el sentido interno del relacionamiento, es decir,
su carácter no accesorio sino más bien configurativo de la heterogeneidad vinculada.
Lo advertimos cuando se enfatiza que la puesta en relación de los elementos se da
“bajo una forma bien determinada” y no por mera “yuxtaposición”, “coexistencia” o “interacción”,
aludiendo con estas últimas expresiones a una relación externa
que conecta elementos que ya poseen,
con anterioridad, su forma o su identidad. Pero el problema pasa por entender qué significa “forma bien determinada” y qué estatuto
se da a la práctica discursiva y a la regla como puntos de origen o determinación de las relaciones, dado que también se sostiene
que la puesta en relación
se da “por” una
práctica discursiva y el haz de relaciones “funciona como regla”.
Esta regla es prescriptiva, “prescribe lo que ha debido ponerse en relación”,
pero, ciertamente no debe confundirse con la idea de unos “bloques de inmovilidad” o una “formas
estáticas que se impondría desde el exterior”. La cuestión es, por lo tanto: ¿cómo interpretar ese “por” y en qué consiste esa “prescripción”? Si su posición
acerca de los elementos relacionados es, como sugiere nuestra interpretación, la de una especie de primacía o anterioridad, ¿bajo qué modelo pensar
esta primacía?
El segundo fragmento
a considerar proviene
de la conocida entrevista “El juego de Michel Foucault” (Foucault, M. 1994, tomo 3, 299). En este texto se encuentra
la definición más explícita y más citada de la noción de dispositivo.
Nuestra lectura se enfoca en las fórmulas que definen al dispositivo como un “conjunto
(ensemble) heterogéneo”, una “red”, un “enlace”
que “existe entre elementos”. Observamos
que la “naturaleza” del enlace se determina por los
conceptos de “juego” y “estrategia”.
Si seguimos con detenimiento el texto, advertimos
que “juego” remite a “cambios”
y “modificaciones” en las funciones y posiciones de los elementos.
Por su parte, “estrategia” indica modificaciones que ocurren como respuesta
a determinadas urgencias.
Al proseguir, encontramos que por “respuesta” se entiende una serie de “procesos” concernientes a las diferentes posiciones y funciones
de los elementos. Es decir que la red, el enlace
es del orden de la multiplicidad y de la modificación. Lo que hay en el interior de los procesos
del dispositivo es un “haz más o menos organizado, más o menos piramidalizado, más o menos coordinado”, un “haz abierto”
de relaciones: “relaciones de fuerzas” (rapports de forces) “relaciones de poder” (relations de pouvoir) (1994, 300, 302).
En esta dirección, destacamos el empleo del término
ensemble para definir
lo propio del dispositivo y no los conceptos
más consolidados de todo, totalidad o estructura. Esto es
significativo a la luz de los actuales
usos de las nociones de ensamble y ensamblaje,
interesados en producir con ellas efectos de des-totalización de las realidades
investigadas. El término ensamble portaría aquí una triple significación
de: horizontalidad (no jerarquía,
no verticalidad), serialidad (abertura indefinida, red abierta, no clausura conceptual) y heterogeneidad (pluralidad de géneros, regiones
y modalidades de ser)
(Balibar, É. 2014, 233)[5].
La cuestión aquí es si puede considerarse
efectivamente al dispositivo como un ensamblaje. No debe pasarse por alto que en
el curso de esta misma entrevista el autor de La voluntad de saber reconoce
haberse servido puntual y excepcionalmente de la metáfora inapropiada “del punto
que poco a poco irradia”, del centro único que se derrama hacia las periferias,
para referirse al poder (Foucault, M. 1994, tomo 3, 302-303). No creemos que se
trate de un caso excepcional, sino de algo que está en el centro de las disputas
interpretativas en torno a Foucault. En un artículo reciente Edgardo Castro (2016)
restituye cuidadosamente los usos que Giorgio Agamben y Gilles Deleuze hacen del
concepto de dispositivo. Según creemos entender, Castro muestra que el concepto
foucaulteano, correlacionado con la noción arqueológica de positividad, no se deja
asimilar fácilmente a la idea de un sistema que es puramente de captura o que imposibilita
toda salida, toda fuga. Sin embargo, vemos que su lectura continúa situando como
discusión central de la noción de dispositivo el problema de si tiene un afuera.
Al apelar a los textos tardíos de Foucault para pensar este afuera, se responde
bastante explícitamente de manera negativa a la pregunta del dispositivo. Si es
pensable el afuera, esto es posible para Castro más allá de la noción de dispositivo.
Todo nuestro esfuerzo argumentativo apunta a mostrar que hay elementos en el mismo
concepto de dispositivo, y en las elaboraciones arqueológicas, para pensar más allá
o más acá de las capturas totalizantes. En cualquier caso, lo que
intentamos indicar aquí son los perfiles de dos orientaciones en torno a la relación:
una que va hacia lo heterogéneo, hacia las
modificaciones y los procesos, y otra en la que todas estas movilidades se piensan bajo los modelos
de la “irradiación” y de la expansión
desde un “centro
único”, entre otras.
El tercer y último fragmento corresponde a la
clase del 1 de marzo del curso Seguridad, territorio, población. Es una consideración
metodológica sobre “el poder” en el marco de la indagación que Foucault conduce
ese año acerca del pastorado. Subrayamos aquí la confrontación que se presenta entre
dos perspectivas. De un lado, se coloca la figura de un poder que se piensa como
un desarrollo endógeno, que se da “a partir de sí mismo en una especie de locura
paranoica y narcisista” y que opera con clásico modelo expresivo de la ideología.
Del otro lado, se postula al poder como una perspectiva que pone “de relieve relaciones
inteligibles (relations intelligibles) entre elementos que son exteriores
unos a otros” y en consecuencia al poder pastoral como “bisagra (charnière)”
de “diferentes elementos exteriores entre sí”, “principio de puesta en
relación (mise en relation)” y “operador de intercambio (échangeur)
entre unos y otros. (Foucault, M. 2006,
260-261. Subrayado nuestro). Sin dudas, el interés por la relación obliga a preguntar
aquí, como en los fragmentos anteriores, por lo que ocurre con la puesta en relación, con ese “intercambiador” (échangeur) o “bisagra”: ¿cómo se concibe
esta “puesta”, este intercambio, esta operación?
Ciñéndonos más al texto: ¿cuál es el principio de la puesta en relación de los elementos exteriores?, ¿hay acaso un principio, una sola manera de “entrar en relación”, un solo modo de pensar esto en Foucault?
Esta somera exploración sobre noción de relación
en el texto foucaulteano nos lleva a reparar en las distancias, diferenciaciones y oposiciones que activa su figura allí donde la encontramos: esa separación de la “puesta
en relación” acerca de lo que sería una mera yuxtaposición o coexistencia de elementos heterogéneos; esa especificidad de unas relaciones que funcionarían como “regla” prescriptiva; ese énfasis puesto sobre lo heterogéneo, lo móvil, lo estratégico y, de modo explícito, sobre la “puesta
en relación” misma en detrimento de las figuras
de “bloques de inmovilidad”, de “formas estáticas
que se impusieran desde el exterior”, de “un punto que, poco a poco irradia”,
de un movimiento “que se desarrolla a partir de sí mismo”. Cada uno de estos desplazamientos abre la posibilidad de un conjunto
de preguntas y de direcciones de respuesta acerca de lo que debe entenderse por la relación
de heterogéneos. A través de ello, los contornos de un
singular problema de la relación se hacen perceptibles: su núcleo estaría
formado por la tensión de dos orientaciones interpretativas a las que llamaremos respectivamente formalismo y
nominalismo relacional.
La orientación formalista se habilita en el fragmento de La arqueología del saber cuando se habla de una forma que se impone desde el exterior, de una regla que “prescribe”, de una práctica “por la cual se da” la entrada
en relación, y también emerge,
creemos, en los fragmentos que tratan del problema de un “poder”
que se “irradia” o se expande “a partir de sí mismo”. En ambos casos se perfila
un modo de comprensión del relacionamiento que lo concibe
como el resultado de una instancia que, siempre separada
de la operación de puesta en relación, le impone sus condiciones y oficia como principio primero,
como fundamento o supuesto de explicación del modo en que
los elementos heterogéneos traban sus conexiones y se constituyen. Ciertamente, entre el primer
fragmento y los otros media más de una diferencia. No solo hay variación de las
nociones empleadas, sino que mientras que en el primero el formalismo aparece
como siendo apenas una interpretación posible de la “puesta en relación” —casi sugerida
por el funcionamiento gramatical de la “regla” y la “práctica discursiva”—, en los
otros se muestra como lo que se rechaza y se contrapone a la “puesta en relación”.
Hay una ambivalencia entonces de la expresión que en el pasaje de La arqueología…
parece incluir la interpretación formalista y en el del poder pastoral lo excluiría.
Nos apoyamos para hacer esta caracterización en lo que Pierre Macherey ha designado
como “punto de vista de la forma” (1992) o también, en referencia directa a Foucault,
como “dimensión de formalismo” (Macherey, P. 2011). De acuerdo a Macherey, el formalismo remite al modelo de una relación general y abstracta, de naturaleza inmutable
y universal, que, inspirado en la lógica ternaria del silogismo, funda la organización objetiva de una estructura, encontrándose presente en cada una de sus instancias o elementos a la manera de una regla que se les aplica desde afuera a estos elementos por medio de un determinismo mecánico (Macherey, P. 1992, 28-29).
La orientación interpretativa nominalista
relacional es la que se intenta
describir en el segundo y tercer pasaje con nociones como las de ensamblaje heterogéneo, juego, estrategia, operador
de intercambio y que se presenta
casi siempre bajo el modo de rechazos
del formalismo. Lo encontramos también en las figuras de lo heteróclito que
habitan Las palabras y las cosas, en el vocabulario de la dispersión (pluralidad,
discontinuidad, rareza, exterioridad, vecindad) y la teoría materialista del discurso
y el saber que desarrollan los textos que componen La arqueología…, para
mencionar solo algunos ejemplos. En este caso, el relacionamiento no depende de ninguna instancia
primera, anterior o fundante, sino que es, él mismo,
el acontecimiento de las instancias, que nunca son una, que solo se comprenden en sus múltiples consideraciones recíprocas y que son aprehensibles en un plan de descripción que se encuentra conceptualmente desplazado de posiciones de pura trascendencia o pura inmanencia y que por eso decidimos designar
como trans-inmanente.
En cuanto a este
singular nominalismo, nuestra
fuente de inspiración más directa son los trabajos ya mencionados de Veyne,
Balibar y Sardinha. Debemos
tener en cuenta que este tipo de nominalismo
no se identifica con el que Balibar reconoce en Max Stirner, a saber,
la posición
filosófica que denuncia toda generalidad y todo concepto
universal como una ficción
que debe ser negada en función de la única realidad que
es el individuo (Balibar,
É. 2006, 40-42). Por el contrario, para la perspectiva
foucaulteana cada “individuo”
es una “singularidad histórica” a la que solo se
arriba tras suspender ciertas evidencias
que se presentan por sí mismas, en el sentido de ser nociones
que aparecen aisladas
(“locura”, “Estado”, “sexualidad”,
etc.). La operación de suspensión es correlativa
a una investigación de la “trama” de
múltiples y en el límite de infinitas relaciones
y dependencias en el seno de la cual una singularidad es captada
(Veyne, P. 1984,
34). En este sentido, el “individuo” nunca es principio,
sino efecto de relaciones;
el individuo es lo que resulta de una operación de
individualización por relación.
Se trata, por ello, de un “nominalismo histórico”
que puede llamarse nominalismo
relacional o nominalismo de la relación (Sardinha, D. 2014,
252-253).
A lo largo de estas páginas nuestra intención
fue argumentar sobre la pertinencia y productividad que posee un abordaje del concepto
de relación desde el punto de vista de su problematicidad ontológica asociada. Para
experimentar cómo puede configurarse esta última realizamos un breve recorrido histórico
conceptual y nos detuvimos con mayor profundidad y detalle en el caso de la literatura
foucaulteana. Lo que llamamos problema de la relación refiere a que esta
noción no puede definirse en su ser sin minar los principios ontológicos tradicionales
del pensamiento occidental, basados en la primacía de la categoría de substancia
y en el modelo del individuo. Aceptar que el ser de la relación es un re-envío constitutivo
entre entidades no puede sino instalarnos en la paradoja de que toda entidad ya
no se delimitará alrededor de una propiedad individual, sino que sus propiedades
características serán, a la vez, las propiedades de otras entidades, lo cual no
puede “resolverse” en los límites de los principios de identidad, no contradicción, tercero
excluido y razón o fundamentación. En este sentido, el desafío
que trae consigo
la relación es poder pensar la paradoja
de un modo de constitución de las entidades
que toma como punto de partida no al individuo,
sino a los procesos o las entradas
en relación y que, por lo tanto, postula que tales entidades
poseen siempre una zona de incertidumbre e inestabilidad respecto a sus propios
límites identitarios.
Según pudimos observar, el problema de la
relación recibe diferentes tratamientos y genera debates específicos en su devenir
histórico. Nuestra tesis es que al ser introducido en las canteras foucaulteanas
produce una tensión entre dos orientaciones interpretativas que denominamos formalismo
y nominalismo relacional. La primera orientación afirma que la entrada
en relación puede pensarse como resultado
de la operación de una
instancia separada (trascendente) que impone un conjunto de reglas
y normas y que, por lo tanto,
se coloca como supuesto,
como instancia que es condición de posibilidad de la existencia
de los elementos en relación
sin ser ella condicionada, ni afectada
por lo que pone en relación. La otra línea de interpretación sostiene
que la “puesta en relación”
no acontece “por”,
ni “en”, y ni siquiera
“a través de” o “por medio de” —como si se tratara de un tercero, un medio, un canal, una materia— sino que es, ella misma, el acontecimiento: acontecer de una dispersión material imposible
de remitir a una instancia
unitaria trascendente. Finalizaremos puntualizando las implicancias
y efectos que según nuestra perspectiva este planteo desencadena para un trabajo
conceptual con los textos arqueo-genealógicos.
Debe notarse que cuando nos referimos a interpretaciones u orientaciones hermenéuticas pensamos en posibilidades que están efectivamente habilitadas en el texto a través del vocabulario de la relación.
Es decir que no hay entre formalismo y nominalismo relacional una variante correcta
o más legítima respecto a lo que
sería un supuesto texto verdadero
o un “verdadero Foucault”. Ahora bien, advertimos que esto permite desplazar la
clásica imagen conceptual de la obra foucaulteana y la concepción teleológica o progresiva que le está
inevitablemente asociada. De acuerdo a esta última, cada nueva etapa se concibe como una superación de las aporías de la precedente,
utilizándose los modelos del fracaso y la competencia para pensar cada transición.
A nuestro modo de ver, es posible cuestionar este auténtico sistema autor-obra-comentario,
desobedecer sus restricciones jurisdiccionales y abrir exploraciones que no se subordinen
a sus prescripciones de lectura y escritura, desde el momento en que el esquema
interpretativo que proponemos no se encuentra aquejado por la competencia binaria
o ternaria entre conceptos
fundamentales y metodologías. En efecto, a partir de esta clave ya no es necesario pensar que media un fracaso y una superación del saber al poder,
ni de éste a la gubernamentalidad
y a la ética; o bien suponer que allí
opera, entre las reflexiones sobre el discurso y las historias
sobre la prisión, y entre estas y la genealogía del gobierno de sí y de los otros, alguna especie de "bajada" a lo real, algún tipo de desengaño teórico-político. Tampoco es necesario ya orientar
nuestras búsquedas hacia, ni ser obligadxs a decidir entre, centros conceptuales
y metodológicos en competencia: o el saber o el poder, o la guerra o el gobierno,
o la dominación o la subjetividad, o la arqueología o la genealogía.
Se sigue una dirección de interpretación formalista
cuando se denuncia en La arqueología del saber la caída en la ilusión de
un discurso autónomo, pero también cuando se llama a olvidar una forma de pensamiento
que es espejo del poder (Baudrillard, J. 2001); cuando se reclama por un afuera
del dispositivo y se insiste en los “callejones sin salida del poder” (Agamben,2011;
Deleuze, 1987), cuando se apela a la dimensión de la subjetividad, pero para inmediatamente
sospechar en ella una vuelta neoliberal del sujeto (Elden, E. 2014). En esta línea
de lectura, que pese a notables excepciones continúa siendo dominante, se construye
un pensamiento que enseña con implacable lógica cuán profunda
y sutilmente estamos dominadxs. Defensores y detractores coinciden extrañamente en la misma
dirección: los primeros para afirmar la verdad de una dominación que ningún parapeto
jurídico o ideológico puede ocultar y que el foucaultismo ayudaría
a desenmascarar, los segundos para criticar la impotencia de un pensamiento que deja sin salida, que no aporta soluciones o que,
lisa y llanamente, se amputa
de la praxis.
Sin embargo,
esta no es la única dirección interpretativa posible. Se trabaja en la orientación
nominalista relacional cuando se es capaz de captar
los vocabularios de la dispersión, la perspectiva materialista del discurso o la
multidimensionalidad del saber en La arqueología…, cuando se interpreta el
dispositivo como un ensamblaje estratégico o el poder pastoral como un operador
de intercambio entre realidades heterogéneas, dentro de muchos otros ejemplos. Lo
que aprendemos desde esta perspectiva es que el modo en que llegamos a ser lo que
somos y a hacer lo que hacemos acontece junto a muchos otros modos y maneras de
ser y de hacer, lo cual implica la postulación ontológica de que nuestra praxis,
en su existencia efectiva de acontecimiento, emerge siempre dispersa: su origen,
su causa, su forma es la heterogeneidad misma, lo cual no rechaza de plano, ni masivamente
las categorías del origen, la causalidad o la forma, sino que las reafirma en plural.
Se experimenta entonces un pensamiento anarquizante que despliega el principio paradójico
de que existe más de un principio y cuyo efecto trans-inmanente es una conmoción
de las identidades, una contingencia inherente que las vuelve ambiguas, precarias
e inestables. Esto complica irremediablemente su definición y habilita formas de
sublevación y desobediencia a las jerarquizaciones que pretenden ordenarlas en función
de tal o cual principio excluyente. Se hace experiencia de este pensamiento, por
lo demás, a través de la emergencia de vocabularios que no son los visitados habitualmente
por la crítica y menos aún los más utilizados por las investigaciones que se nutren
de la caja de herramientas foucauteana. El problema de la relación cruzado con la
literatura arqueo-genealógica nos permite percibir nuestras maneras de hacer como
un perpetuo desprendimiento, como una dispersión inherente que las abre a una continua
discontinuidad y a una exterioridad rara que no es la contraparte binaria de ninguna
interioridad, sino la vecindad lagunosa de varias singularidades, cuyas comunicaciones,
intercambios, luchas y mezclas específicas desafían los llamados formalistas al
orden. Este es el modo concreto que nuestro trabajo ha encontrado al introducir
el problema de la relación en las canteras foucaulteanas. Podemos ver, como afirmamos
antes, que lo que nos interesa no es tanto incluir a Foucault en una historia filosófica
más amplia, sino servirnos de una problematización histórica precisa para permitirnos
nuevos acercamientos a sus textos, para abrirnos a la posibilidad de encontrar allí
itinerarios de lectura-escritura y vocabularios conceptuales alternativos a los
prescriptos por la visión clásica de su obra.
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[1] Este trabajo es una versión modificada,
actualizada y resumida del segundo capítulo de nuestra tesis doctoral
“Dispersar a Foucault: lo social y la relación. Un estudio epistemológico y
ontológico del período 1966-1979” financiada por CONICET y realizada en el
Doctorado en Ciencias Sociales de la UNCUYO.
[2] En Lecciones sobre la voluntad de
saber Michel Foucault sostiene que el primer fragmento de la Metafísica
de Aristóteles sobre la naturaleza del conocimiento constituye un “operador
filosófico”, esto es, un conjunto de enunciados cuyo sistema ha tenido efectos
sobre el estatus del discurso filosófico “tal como existió en nuestra
civilización” (Foucault, M. 2011, p. 7). Como tantos otros en la tradición de
la filosofía occidental, pero de una manera sin dudas fundacional, estos
enunciados aristotélicos operan como condiciones de existencia de toda una
trama discursiva, en este caso, de la trama de la relación.
[3] Señalamos que los planteos escotistas han sido retomados en las últimas
décadas por Paolo Virno y Giorgio Agamben para pensar una ontología de lo común
y una ontología modal, respectivamente (Virno, P. 2004; Agamben, G. 2017).
[4] Una publicación reciente se dedica
enteramente y de modo explícito al tema: Le concept de relation chez Hegel
et en regard de sa posterité (Lejeune, P. 2016). Ver, en especial, la
introducción de Pierre Lejeune “Relations et rapports chez Hegel”. Para un
retorno deconstructivo a este pensador que “inaugura el mundo contemporáneo”,
con especial énfasis en la cuestión de la relación, puede consultarse la
lectura que hace Jean-Luc Nancy de Hegel en Hegel. La inquietud de lo
negativo (Nancy, J-L. 2005, 11, 25-27). Acerca de las limitaciones del
pensamiento kantiano y, luego, del hegeliano sobre la relación argumenta el ya
citado Morfino (2010, 36-37).
[5] Para otras utilizaciones de los conceptos de ensamble y ensamblaje se
pueden consultar los trabajos de Ana Blanco (2016), Verónica Gago (2014) y Bruno
Latour (2008). La etimología de ensamble es también una fuente de inspiración
heurística para nuestro trabajo: entre otros significados que contiene, está el
de “al mismo tiempo” y también el de “ser juntos” (Ernout, A. y Meillet, A. 2011,
626). Sin embargo, es probable que los usos actuales en castellano deban menos
a la reflexión sobre la etimología que a un curioso tráfico conceptual. El
“ensamblaje” sería, según esta hipótesis, la traducción española de la
traducción anglosajona (assemblage) del concepto deleuziano de
“agenciamiento” (agencement). Sobre la traducción anglosajona ver el
artículo “Agencement/Assemblage” de John Phillips (2006).