Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Why is Don Quixote a figure of
exile?
Antolín Sánchez Cuervo
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España.
Recibido: 17/11/2021
Aceptado: 13/03/2022
Resumen. El Quijote es una figura
universal de la existencia desarraigada y de la locura lúcida, que renuncia a
la vida acomodada y a las convenciones sociales para impartir justicia. En este
sentido apuntan multitud de comentarios. Un ejemplo poco conocido es el de José
Gaos, uno de los principales filósofos del exilio republicano español de 1939.
Otro de los grandes nombres de este exilio fue el de María Zambrano, quien
también reparó en el simbolismo del Quijote como una escenificación del
pensamiento de lengua española y su condición “marginal” en el contexto de la
razón moderna. Finalmente, otro autor del exilio español del 39 como Américo
Castro señaló el “exilio interior” del judeoconverso en la España del siglo
XVI, manifiesta en el propio Cervantes y sin la que el Quijote no habría sido
posible.
Palabras clave. Don Quijote,
Cervantes, exilio español, José Gaos, María Zambrano, Américo Castro
Abstract. Don Quijote is an
universal figure of uprooted existence and lucid madness, giving up to wealthy
life and social conventions to deliver justice. Many comments point in this
sense. For example, that of José Gaos, one of the main philosophers of the 1939
Spanish republican exile. Anhoter great philosopher of this exile was María
Zambrano, who also reflecte on the symbolism of Don Quijote as a dramatization
of the marginal position of the Spanish philosophy in modernity. Finally,
another intellectual of this exile as Américo Castro, pointed the ‘inner exile’
of the converse jews in the 16th century Spain, including Cervantes, without
wich Don Quijote would not have been posible.
Keywords. Don Quijote, Cervantes,
Spanish exile, José Gaos, María Zambrano, Américo Castro.
Bajo una aproximación general o “universal” (sin olvidar que
todo universalismo esconde un particularismo), la aventura de don Quijote puede
interpretarse como una suerte de exilio voluntario o un “autoexilio”, más o
menos palpable en algunos rasgos constantes a lo largo de la narración cervantina.
Entre otros, el afán de justicia, la rebeldía contra el despotismo de los
grandes núcleos de poder y el inconformismo frente a sus dictados, el gusto por
los ambientes marginales y la empatía con personajes desarraigados y
socialmente excluidos, la compasión ante el sufrimiento, la imaginación
utópica, la esperanza, la ironía como actitud ante la vida y como forma de
conocimiento, o el despliegue de una subjetividad heterogénea, polifónica e
incluso multicultural, inspirada en la alteridad y la diferencia. Todos estos
rasgos guardan alguna conexión, estrecha en algunos casos, con la experiencia
del exilio. Ciertamente, don Quijote es un caballero andante sin un destino
predeterminado, que se echa a caminar en la hora del alba y prefiere la errancia
en paisajes solitarios o habitados por seres marginales, con los que además se
identifica. Muchos de esos seres marginales son súbditos de una maquinaria
burocrático-estatal opresiva, radicada en las grandes ciudades y de la que el
propio Cervantes había formado parte, a su pesar, entre 1582 y 1597,
desempeñándose como recaudador de cereales y aceite; y que al mismo tiempo –y
sobre todo– había sufrido, pues no olvidemos sus dos estancias en la cárcel,
acusado precisamente de recaudación fraudulenta, además de su cautiverio de
cinco años en Argel en 1573 y el rechazo de la administración a su petición de
un puesto de trabajo en las Indias, seguramente por su condición judeoconversa.
[1] Más
adelante nos referiremos al “exilio interior” de Cervantes. Antes debemos
señalar dos convenciones poderosamente cuestionadas por don Quijote desde su
posición marginal y que revelan, de hecho, su vocación de “exilio”. Tales son
las relaciones social y políticamente establecidas entre el crimen y el
castigo, y las relaciones epistemológicas entre la razón y la realidad.
En primer lugar, desde la perspectiva extravagante del
Quijote la relación entre el crimen y el castigo no puede ser justa al
definirse en función de las ideologías, los intereses y los discursos de los
estamentos dominantes. Análogamente a tantos personajes desdichados del
atormentado universo de Dostoievsky (sin olvidar la inspiración directa del
príncipe Myshkin, el protagonista de El
idiota, en la figura de don Quijote), muchos personajes de Cervantes sufren
castigos desproporcionados o son inocentes o sencillamente dignos de compasión
por el hecho de sufrir. Probablemente el episodio más célebre del Quijote en este sentido sea el de los
galeotes (Primera parte, capítulo XXII), seres cosificados y deshumanizados,
condenados a galeras por el estado y a quienes don Quijote decide liberar como
respuesta a la brutalidad del castigo que se les ha impuesto (no olvidemos que
las galeras son una práctica normalizada en los imperios de la época, entre
otros fines para el tráfico de esclavos). Aun siendo delincuentes, don Quijote
considera que no es admisible el trato que se está infligiendo y arremete
contra la maldad institucionalizada en los poderes del estado y la Iglesia,
personificados en carceleros, guardias, jueces y clérigos de la Santa Hermandad
(Cervantes, M. de, 2004, 257-271).
Pero la condición marginal y extravagante de don Quijote
tiene también un sentido epistemológico, en la medida en que cuestiona, y de
manera radical, las relaciones convencionales entre la razón y la realidad.
Personifica la locura como una forma de exilio o una rebeldía lúcida, no ya
contra la injusticia institucionalizada, sino también contra la irracionalidad
disfrazada de cordura; o, lo que es igual, contra la realidad instituida, a la
que, no olvidemos, el propio don Quijote se reintegrará sólo por la coacción y
la fuerza[2].
Fue un filósofo hispano-mexicano contemporáneo, integrante
además de uno de los mayores exilios acontecidos en la Europa del siglo XX como
el republicano español de 1939 y tan cercano, por lo demás, a la historia y la
teoría del pensamiento iberoamericano como José Gaos, quien reparara
especialmente en este aspecto del Quijote,
tan caro para la naciente subjetividad moderna. En ensayo de 1947 titulado “El
Quijote y el tema de su tiempo” (Gaos, J. 1992, 463-475)[3],
Gaos interpretaba la tensión cervantina entre razón y realidad en un sentido
barroco, bajo el que la nitidez de las apariencias se va complicando
paulatinamente hasta llegar a la confusión entre unas perspectivas y otras.
Observa así cómo razón y sinrazón por una parte, realidad e irrealidad por
otra, se distinguen con relativa sencillez a lo largo de la primera y segunda
salidas del Quijote, complicándose gradualmente a partir de la tercera, hasta
culminar un juego de perspectivas que cuestiona los límites entre unos y otros
elementos. De esta manera, la razón no es necesariamente una justificación de
lo real, de la misma manera que lo real no tiene por qué ser aquello en que
estén de acuerdo los cuerdos. Razón y realidad son más bien conceptos que se
construyen y que por tanto también pueden deconstruirse y re-significarse para
cuestionar y desenmascarar el poder. En el mundo de los cuerdos, “van leyes
donde quieran reyes”, se dice en el episodio del pleito del yelmo y la albarda,
“como quien dice que la legítima realidad es la que quieren los reyes, o las
reinas, de las opiniones generales o autorizadas…” (Gaos, J. 1992, 465) El
Quijote personifica así la resistencia frente a la violencia de la inminente razón
cartesiana cuando, conforme al moderno paradigma científico-matemático,
reducirá la realidad a “res cogitans” y “res extensa”, y la ironía del
conocimiento cuando tropieza con su propia ilusión de transparencia. Es por
tanto una figura desenmascaradora de la sinrazón de los cuerdos, misma que hará
suya la racionalidad moderna dominante. Esto no significa que Gaos reivindique
el Quijote como una figura de la tradición o la Contrarreforma sin más, sino
más bien de un humanismo crítico en clave irónica y barroca. Gaos interpretará
el Quijote en este sentido, señalando la confusión deliberada y con una
intención crítica, entre la razón y la sinrazón, la realidad y la irrealidad.
Esta doble subversión de convenciones, político-jurídicas y
epistemológicas, confluye por ejemplo en una nueva alusión a los galeotes.
Concretamente en el capítulo LXIII de la segunda parte, cuando, encontrándose
don Quijote y Sancho en Barcelona, visitan a unos galeotes ya apresados en una
galera a punto de partir y Sancho, tras observar la chulería de los guardianes
arreándoles con unos látigos, afirma lo siguiente: “Estas sí son verdaderamente
cosas encantadas, y no las que mi
amo dice. ¿Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y cómo este
hombre solo que anda por aquí silbando tiene atrevimiento para azotar a tanta
gente. Ahora yo digo que este es infierno, o por lo menos el purgatorio.”
(Cervantes, M. de, 2004, 1254) “Cosas encantadas”, afirma señalando la
irracionalidad, el mito y la barbarie propias de las razones de estado, a las
que Don Quijote opondrá otro tipo de razones inspiradas en otro tipo de
cordura, aun cuando se escenifiquen mediante la parodia y la ironía
cervantinas, en boca de un loco...
En definitiva, don Quijote es una figura del exilio por su agudeza
para desenmascarar la injusticia y el disparate latentes de las convenciones
sociales y epistemológicas.
Don Quijote fue también un emblema de la resistencia contra
la intolerancia, el autoritarismo y la mentalidad inquisitorial hispánica, de
la que el propio exilio republicano español de 1939 dio, tristemente, buena
cuenta. En este sentido, cabría apuntar un doble rasgo, seguramente
indisociable pese a resultar un tanto contradictorio entre sí, característico
de esta nueva significación emblemática. Desde un punto de vista más bien
desmitificador, que nunca deberemos obviar, el mencionado exilio encontraría en
la célebre creación cervantina un rico capital simbólico y legitimador de su
propia posición, en su pugna por la hegemonía cultural con el hispanismo de la
España oficial y también, aun de manera más laxa, con el discurso de las élites
culturales de los países de acogida en el caso de la América hispanohablante. La
identificación con el universo quijotesco tendría entonces un fin legitimador,
al servicio de una identidad colectiva en trance de supervivencia. Los rasgos
universales antes mencionados se adaptarían entonces a la circunstancia actual
del exilio, sublimando con ellos la derrota sufrida en la guerra civil o
transformándola en una suerte de victoria moral. El Quijote se presenta
entonces como una figura ejemplar, no ya de la condición humana en general,
sino también del exilio republicano de 1939. Así se muestra, por ejemplo, en
“Don Quijote desterrado”, la célebre pintura de Antonio Rodríguez Luna en la
que una larga fila de exiliados camina tras él, o en la portada de Las Españas, una de las revistas
culturales más célebres del exilio en cuestión, en la que don Quijote imparte
justicia blandiendo su lanza contra un yugo falangista. No son, obviamente,
analogías inocentes, ya que por medio de ellas la precaria identidad exiliada
podía apropiarse del principal emblema de la lengua y la cultura hispánicas,
erigiéndose en legítimo heredero de ellas y por tanto en representante de la
España “auténtica”, frente a quienes la habrían usurpado y la tergiversan de
manera más o menos perversa.
Ahora bien, desde una perspectiva más reflexiva, más allá de
esta estrategia de apropiación cultural el Quijote y el universo cervantino en
general también constituirían un motivo inspirador muy relevante para
reflexionar sobre el singular perfil del pensamiento de lengua española. Ciertamente,
el Quijote personificó de manera ejemplar y emblemática una manera de entender
el hombre y su lugar en el mundo muy característica de este modo de pensar, tan
visitado por los filósofos del exilio republicano, no sólo para preservar,
legitimar y fortalecer su identidad colectiva, sino también para elaborar una
respuesta a la quiebra radical de la racionalidad tecno-científica moderna,
consumida (y consumada) en los campos de concentración y exterminio, bajo el
efecto de su propia violencia y de las lógicas totalitarias que ella misma
había ido alimentando. En este horizonte catastrófico, el universo quijotesco
se presenta como una excelente fuente de inspiración para calibrar las
posibilidades de un humanismo crítico a la altura de los tiempos. Frente al
agotado –no ya inminente– sujeto cartesiano, el sujeto cervantino podría
revelarse como la gran referencia genealógica de un relato de la racionalidad
moderna diferente y heterodoxo; un relato escrito con “la lengua del esclavo”
según el término empleado por Reyes Mate (Mate, R. 2000)[4] para
referirse a la expresión de un pensamiento crítico y desenmascarador, no sólo
de la lengua del imperio que paradójicamente le dio a luz, sino también de la
violencia inscrita en el idealismo europeo. En este sentido, pensar en español
significaría pensar desde el exilio, entendiendo este último no sólo como la
circunstancia vital e íntima de muchos de sus interlocutores, sino también como
una metáfora de su marginalidad respecto del canon racionalista occidental.
Volviendo al horizonte del exilio español de 1939, fue en
este caso María Zambrano una de las voces que con mayor agudeza reparó en el
Quijote como escenificación de esta metáfora. En “La reforma del entendimiento
español” (1937), uno de sus ensayos más relevantes de los años de la guerra
civil española (Zambrano, M. 2015, 205-219), don Quijote personifica la
voluntad decadente, nihilista y errante del estado contrarreformista español,
el cual se habría desentendido de la tarea de pensar tras su última gran
expresión, la Escuela de Salamanca, hasta reducirlo a una inercia flotante en
medio de la nada. Cervantes –observa Zambrano- recurrirá además a un género
novedoso como el de la novela, en el que esa voluntad abandonada a su propia
suerte busca nuevos argumentos y posibilidades. “Es Cervantes quien nos
presenta el fracaso del español, quien implacablemente nos pone de manifiesto
aquella maravilla de voluntad coherente, clara, perfecta, que se ha quedado sin
empleo y no hace sino estrellarse contra el muro de la nueva época. Es la
voluntad pura, desasida de su objeto real, puesto que ella misma lo inventa.”
(212) Para Zambrano, esta invención sólo es posible, de hecho, mediante la
novela, pues es el género de “lo que no llega a ser historia” y de lo que ha
quedado desprendido del reino de los acontecimientos “y sin embargo es”. Contrariamente al tratado y otros
géneros convencionales de la filosofía canónica, la novela es el gran recurso
del fracaso. “Por eso tenía que ser la novela para los españoles lo que la Filosofía
para Europa.” (213).
El pensamiento de lengua española parece anunciar así, en
los comienzos del mundo moderno, una especie de razón de los vencidos y también
una razón narrativa en la que la novela misma y no sólo el ensayo se presenta
como un género filosófico, eventualmente al menos. Zambrano reforzará este
doble y complementario rasgo en ensayos cervantinos posteriores. En su ensayo
“La novela: Don Quijote. La obra de Proust”, en concreto, incluido en El sueño creador (1965) (Zambrano, M.
2011, 1068-1078), la voluntad errante encuentra la vía de redimirse a sí misma
en el ensueño o “sueño creador”, en la recreación constante y fecunda del
fracaso a partir de su reverso, la esperanza, teniendo vigilia y sueño la misma
textura. La novela seguirá siendo así la expresión privilegiada de este fracaso
y de un género a la altura del pensamiento conceptual.
Pero habría para Zambrano un tercer rasgo característico de
la narración quijotesca, muy acorde también con la experiencia del exilio, como
es la alteridad, verdadero núcleo de una identidad polifónica, descentrada y
alternativa al monolítico sujeto cartesiano. “El misterio clarísimo de la
convivencia entre don Quijote y Sancho” –apuntaba Zambrano en su ensayo de
1937– “es algo que todavía no se ha revelado en toda su significación, porque
es una profecía sin petulancia de un tipo de relación humana que aún no se ha
realizado.” (Zambrano, M. 2015, 213) Cervantes entrevió así “las bases humanas
de una nueva convivencia, un sentido del prójimo ausente por completo de la
cultura europea, más ausente a medida que avanzaba el idealismo.” (214) Allí
donde está la voluntad de don Quijote “está el otro, el hombre igual a él, su hermano, por quien hace y arremete
contra todo.” (215)
Por otra parte, ese sentido de alteridad no se concretaría sólo
en la relación personal del Quijote con Sancho y con el resto de personajes
(arrieros, venteros, pastores, mozas de partido, etc), sino también en el
protagonismo que adquieren las cosas simples y las escenas de la vida cotidiana.
En concreto –había expuesto Zambrano en Pensamiento
y poesía en la vida española (1939), uno de los primeros libros de su largo
exilio- “los caminos, las ventas, los árboles, los arroyos y los prados, los
pellejos de vino y aceite, los trabajos de todas clases, en suma: las cosas y la naturaleza” (Zambrano, M.
2015, 590). Es decir, el extrarradio, tan ajeno a los centros de poder urbano,
lo cual infundiría al sujeto cervantino no ya un realismo vital característico
de la novela castellana y acorde con tantos lugares comunes sobre el
pensamiento de lengua española, sino también un “materialismo”, entendido como
una actitud vehemente de apego e incluso adoración a la materialidad concreta y
palpitante de la vida, libre de abstracciones y reduccionismos conceptuales.
(588-591).
Errancia y marginalidad, fracaso y esperanza, razón y
narración, alteridad y polifonía, realismo y materialismo... Estas podrían ser
algunas de las palabras clave de un pensamiento alternativo al inminente
racionalismo cartesiano, escenificado en la narración quijotesca y tan cercano
a las metáforas del exilio. Pero..., aun en estos términos, ¿no sería el
Quijote una figura del hispanismo o del pensamiento español más que del orbe
iberoamericano o del pensamiento de lengua española? Queda pendiente calibrar
las posibilidades de una lectura del Quijote en clave americana y de su diálogo
con otras narraciones emblemáticas (¿Facundo,
Hombres de maíz, Cien años de soledad...?).
La creación quijotesca, como figura de la extravagancia y el
desarraigo no podía salir de cualquier pluma. Obviamente, esa figura no dejaba
de ser una proyección de un autor que conocía la marginalidad tanto como su
propia creatura. ¿Quién era Cervantes sino un escritor sin recursos que había
pasado penurias en cárceles, agobiado por las deudas y constantemente amenazado
por el fracaso, un antiguo soldado olvidado por la administración del imperio
por el que había combatido, de origen, además, judeoconverso, en medio de una
sociedad antisemita en la que aún era reciente la expulsión fundacional de
1492? Si Gaos fue nuestra referencia para asomarnos al simbolismo universal del
Quijote y Zambrano lo fue para aproximarnos a él como una figura del pensamiento
de lengua española, otro autor del exilio republicano como Américo Castro podrá
orientarnos para abrir, aunque sea de manera muy general, una nueva perspectiva
del Quijote en clave de exilio, como es la del al exilio interior de Cervantes.
Pero no nos referiremos a su célebre estudio de 1925 El pensamiento de Cervantes, escrito en la órbita de la generación
europeísta del 14, sino a otros estudios posteriores a la guerra civil y
contemporáneos de su exilio (Castro, A. 2002), experiencias sin duda determinantes
en el giro hermenéutico que registrará su visión de la cultura hispánica,
mayormente orientada, después de 1939, a una arqueología de su identidad
pluricultural y de su reiterada tendencia a la intolerancia a lo largo de su
historia. En este nuevo horizonte, Cervantes será redescubierto a la luz de su
condición de marrano o judío converso, una de las figuras más complejas y
originales de la modernidad hispánica, imprescindible para explorar el
antisemitismo fundacional de España moderna y para entender su inminente
sensibilidad barroca. Cervantes, al igual que el resto de conversos, se verá
obligado a buscar estrategias de acomodo para sobrevivir y sobreponerse en una
sociedad abiertamente hostil. Algunos como Francisco Suárez o Antonio Nebrija
–apuntará Castro–, buscarán antecedentes de hidalguía en sus ascendencias con
el fin de “purificarlas”. Otros harán votos de un cristianismo intachable hasta
el extremo de, o bien adoptar el papel de censores o inquisidores, o bien de
profundizar en una práctica genuina del mismo frente al integrismo de los
cristianos viejos. Otros, como Vives y Laguna, optarán por el exilio, o, como
Vitoria, buscarán acomodo en la academia sin poder evitar ciertos rasgos
judaizantes. Otros, “dotados de capacidad y cultura, hallaron un respiradero
para su angustioso existir en expresiones literarias de nueva forma” (Castro,
A. 2002, 589). Una de las más representativas, si no la que más, será
precisamente el Quijote.
La propia existencia como zozobra interior y como
disconformidad frente al mundo, como un “estar haciéndose” o un “vivir
desviviéndose” –dirá Castro a menudo-, como una pugna permanente entre ser y
hacer análoga a la tensión entre adentro y afuera, será de hecho el gran tema
de esta literatura de origen converso, plasmada en formas, géneros y estilos
únicos en Occidente e inasimilables a los estereotipos del Renacimiento
europeo. Cervantes, Luis de León, Luis de Granada, Fernando de Rojas, Teresa de
Jesús y Mateo Alemán, por citar sólo los nombres más emblemáticos, no podrán
rebelarse de manera explícita contra la situación opresiva en la que viven,
pero sí representarla y recrearla mediante la ficción, ya sea con la crudeza
propia de la narración picaresca, mediante una ironía compleja como la
cervantina, o a través de la mística o de un cristianismo íntimo que encuentra
en el tema del sosiego o del “estar en uno mismo” un escape a la tiranía del
“qué dirán” propia del vulgo cristiano-viejo. En todos los casos, será una
literatura de trasfondo existencial, plagada de sujetos agónicos, e
irreconciliable con las comedias de Lope de Vega, tan complacientes,
precisamente, con dicho vulgo.
El Quijote es por tanto el resultado de una
muy compleja y novedosa articulación de situaciones, tensiones, conflictos e
influencias de otros géneros literarios, en la que lo inter-castizo (figura
liminar entre las castas cristiana, judía y mora) desempeña un papel relevante
e insoslayable. La personalización literaria desplegada en esta novela fue
posible “gracias a las varias maneras de vivir
en sí buscadas y cultivadas por quienes encontraban duro y muy amargo
existir vertidos hacia el exterior, amoldados a las circunstancias españolas
del siglo XVI” (Castro, A. 2002, 576), afirmará Castro en este sentido
refiriéndose, obviamente, a los judeoconversos y otros cristianos nuevos
“descendientes de moros” (589). El Quijote
se redescubría así como el trasunto literario de la condición desplazada e
inadaptada del propio Cervantes y del colectivo inter-castizo del que formaba
parte, “en una sociedad en la cual el linaje puro, sin mezcla judaica o moruna,
determinaba la condición y valía de la persona” (586); como la proyección y
recreación de la zozobra existencial propia del neo-cristiano en un medio hostil
cuyo rumbo quería rectificar; como el reflejo de su identidad compleja y
refractaria, llena de pliegues y de silencios, de oquedades y de relieves. De
alguna manera, el Quijote es una
transposición de este nuevo modo de existir y convivir. Por eso su gran
protagonista, personaje de por sí extravagante, contempla el mundo desde la
periferia, en un sentido tanto literal como metafórico. “Su vivir no es un
estar en sí, ni encajado en un ambiente quieto bien caracterizado y enmarcado,
sino un peregrinar por las afueras de la sociedad”, en el que además se
encontrará con seres “retraídos, huidos, alejados de sus vidas” (571). En esta
novela, el problema de las castas fue por tanto una “circunstancia animadora y
vivificante” (635) contra la que Cervantes se rebela. No fue éste “’hombre de
su tiempo’, sino alzado sobre y contra él” (578), contra su intransigencia
castiza e inquisitorial, que combatió “con vehemencia, eficacia moral y
artístico estilo” (590). De ahí su crítica de las instituciones y estamentos que
encarnan y salvaguardan el orden social, jurídico y religioso, ya sea de manera
oblicua o directa, defensiva o agresiva, irónica o explícita. El exilio
interior de Cervantes hizo posible el Quijote, gran acervo del pensamiento
crítico en lengua española. Lejos de ser un agente de la Contrarreforma, en la
línea de tantas interpretaciones convencionales, fue un profundo reformador de
la literatura y, a través de ésta, de la sociedad, la mentalidad y la forma de
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Gutenberg.
[1]
Véase por ejemplo Peña, M. 2010.
[2]
Ya sea enjaulado en una carreta, al final de la primera parte, ya sea tras ser
derrotado por el caballero de la Blanca Luna, al final de la obra. Lo recuerda
Abellán en 2006, 95.
[3]
Una reproducción de este ensayo con
ligeras variaciones se publicaría de manera póstuma en 1973, bajo el
título de “La razón y la realidad
en la literatura. El Quijote” (Gaos, J. 1994, 411-425).
[4]
Véase también Mate, M. 2021,39-55, en donde, en diálogo con León Portilla,
Derridá y García Márquez, se considera asimismo el español como lengua de la
conquista y del imperio, albergando así experiencias muy diversas. También se
muestra cómo la violencia lingüística del español no pasó desapercibida al
propio Cervantes, quien al final del cap. VIII del Quijote revela la autoría del sabio arábigo-manchego Cide Hamete
Benengeli y el árabe como la lengua (prohibida en España desde 1568) en la que
está escrita la narración original. Sobre esa duplicidad del español y su
relación con la experiencia del exilio, véase también Sánchez Cuervo, A. 2008.
Finalmente, el “exilio” de las lenguas indígenas americanas está muy presente
en narrativas como la de Roa Bastos.