Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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¿Por qué don Quijote es una figura del exilio?

Why is Don Quixote a figure of exile?

Antolín Sánchez Cuervo

Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España.

Recibido: 17/11/2021

Aceptado: 13/03/2022


Resumen. El Quijote es una figura universal de la existencia desarraigada y de la locura lúcida, que renuncia a la vida acomodada y a las convenciones sociales para impartir justicia. En este sentido apuntan multitud de comentarios. Un ejemplo poco conocido es el de José Gaos, uno de los principales filósofos del exilio republicano español de 1939. Otro de los grandes nombres de este exilio fue el de María Zambrano, quien también reparó en el simbolismo del Quijote como una escenificación del pensamiento de lengua española y su condición “marginal” en el contexto de la razón moderna. Finalmente, otro autor del exilio español del 39 como Américo Castro señaló el “exilio interior” del judeoconverso en la España del siglo XVI, manifiesta en el propio Cervantes y sin la que el Quijote no habría sido posible.

Palabras clave. Don Quijote, Cervantes, exilio español, José Gaos, María Zambrano, Américo Castro

 

Abstract. Don Quijote is an universal figure of uprooted existence and lucid madness, giving up to wealthy life and social conventions to deliver justice. Many comments point in this sense. For example, that of José Gaos, one of the main philosophers of the 1939 Spanish republican exile. Anhoter great philosopher of this exile was María Zambrano, who also reflecte on the symbolism of Don Quijote as a dramatization of the marginal position of the Spanish philosophy in modernity. Finally, another intellectual of this exile as Américo Castro, pointed the ‘inner exile’ of the converse jews in the 16th century Spain, including Cervantes, without wich Don Quijote would not have been posible.

Keywords. Don Quijote, Cervantes, Spanish exile, José Gaos, María Zambrano, Américo Castro.



1. El Quijote como figura universal del desarraigo


Bajo una aproximación general o “universal” (sin olvidar que todo universalismo esconde un particularismo), la aventura de don Quijote puede interpretarse como una suerte de exilio voluntario o un “autoexilio”, más o menos palpable en algunos rasgos constantes a lo largo de la narración cervantina. Entre otros, el afán de justicia, la rebeldía contra el despotismo de los grandes núcleos de poder y el inconformismo frente a sus dictados, el gusto por los ambientes marginales y la empatía con personajes desarraigados y socialmente excluidos, la compasión ante el sufrimiento, la imaginación utópica, la esperanza, la ironía como actitud ante la vida y como forma de conocimiento, o el despliegue de una subjetividad heterogénea, polifónica e incluso multicultural, inspirada en la alteridad y la diferencia. Todos estos rasgos guardan alguna conexión, estrecha en algunos casos, con la experiencia del exilio. Ciertamente, don Quijote es un caballero andante sin un destino predeterminado, que se echa a caminar en la hora del alba y prefiere la errancia en paisajes solitarios o habitados por seres marginales, con los que además se identifica. Muchos de esos seres marginales son súbditos de una maquinaria burocrático-estatal opresiva, radicada en las grandes ciudades y de la que el propio Cervantes había formado parte, a su pesar, entre 1582 y 1597, desempeñándose como recaudador de cereales y aceite; y que al mismo tiempo –y sobre todo– había sufrido, pues no olvidemos sus dos estancias en la cárcel, acusado precisamente de recaudación fraudulenta, además de su cautiverio de cinco años en Argel en 1573 y el rechazo de la administración a su petición de un puesto de trabajo en las Indias, seguramente por su condición judeoconversa. [1] Más adelante nos referiremos al “exilio interior” de Cervantes. Antes debemos señalar dos convenciones poderosamente cuestionadas por don Quijote desde su posición marginal y que revelan, de hecho, su vocación de “exilio”. Tales son las relaciones social y políticamente establecidas entre el crimen y el castigo, y las relaciones epistemológicas entre la razón y la realidad.

En primer lugar, desde la perspectiva extravagante del Quijote la relación entre el crimen y el castigo no puede ser justa al definirse en función de las ideologías, los intereses y los discursos de los estamentos dominantes. Análogamente a tantos personajes desdichados del atormentado universo de Dostoievsky (sin olvidar la inspiración directa del príncipe Myshkin, el protagonista de El idiota, en la figura de don Quijote), muchos personajes de Cervantes sufren castigos desproporcionados o son inocentes o sencillamente dignos de compasión por el hecho de sufrir. Probablemente el episodio más célebre del Quijote en este sentido sea el de los galeotes (Primera parte, capítulo XXII), seres cosificados y deshumanizados, condenados a galeras por el estado y a quienes don Quijote decide liberar como respuesta a la brutalidad del castigo que se les ha impuesto (no olvidemos que las galeras son una práctica normalizada en los imperios de la época, entre otros fines para el tráfico de esclavos). Aun siendo delincuentes, don Quijote considera que no es admisible el trato que se está infligiendo y arremete contra la maldad institucionalizada en los poderes del estado y la Iglesia, personificados en carceleros, guardias, jueces y clérigos de la Santa Hermandad (Cervantes, M. de, 2004, 257-271).

Pero la condición marginal y extravagante de don Quijote tiene también un sentido epistemológico, en la medida en que cuestiona, y de manera radical, las relaciones convencionales entre la razón y la realidad. Personifica la locura como una forma de exilio o una rebeldía lúcida, no ya contra la injusticia institucionalizada, sino también contra la irracionalidad disfrazada de cordura; o, lo que es igual, contra la realidad instituida, a la que, no olvidemos, el propio don Quijote se reintegrará sólo por la coacción y la fuerza[2].

Fue un filósofo hispano-mexicano contemporáneo, integrante además de uno de los mayores exilios acontecidos en la Europa del siglo XX como el republicano español de 1939 y tan cercano, por lo demás, a la historia y la teoría del pensamiento iberoamericano como José Gaos, quien reparara especialmente en este aspecto del Quijote, tan caro para la naciente subjetividad moderna. En ensayo de 1947 titulado “El Quijote y el tema de su tiempo” (Gaos, J. 1992, 463-475)[3], Gaos interpretaba la tensión cervantina entre razón y realidad en un sentido barroco, bajo el que la nitidez de las apariencias se va complicando paulatinamente hasta llegar a la confusión entre unas perspectivas y otras. Observa así cómo razón y sinrazón por una parte, realidad e irrealidad por otra, se distinguen con relativa sencillez a lo largo de la primera y segunda salidas del Quijote, complicándose gradualmente a partir de la tercera, hasta culminar un juego de perspectivas que cuestiona los límites entre unos y otros elementos. De esta manera, la razón no es necesariamente una justificación de lo real, de la misma manera que lo real no tiene por qué ser aquello en que estén de acuerdo los cuerdos. Razón y realidad son más bien conceptos que se construyen y que por tanto también pueden deconstruirse y re-significarse para cuestionar y desenmascarar el poder. En el mundo de los cuerdos, “van leyes donde quieran reyes”, se dice en el episodio del pleito del yelmo y la albarda, “como quien dice que la legítima realidad es la que quieren los reyes, o las reinas, de las opiniones generales o autorizadas…” (Gaos, J. 1992, 465) El Quijote personifica así la resistencia frente a la violencia de la inminente razón cartesiana cuando, conforme al moderno paradigma científico-matemático, reducirá la realidad a “res cogitans” y “res extensa”, y la ironía del conocimiento cuando tropieza con su propia ilusión de transparencia. Es por tanto una figura desenmascaradora de la sinrazón de los cuerdos, misma que hará suya la racionalidad moderna dominante. Esto no significa que Gaos reivindique el Quijote como una figura de la tradición o la Contrarreforma sin más, sino más bien de un humanismo crítico en clave irónica y barroca. Gaos interpretará el Quijote en este sentido, señalando la confusión deliberada y con una intención crítica, entre la razón y la sinrazón, la realidad y la irrealidad.

Esta doble subversión de convenciones, político-jurídicas y epistemológicas, confluye por ejemplo en una nueva alusión a los galeotes. Concretamente en el capítulo LXIII de la segunda parte, cuando, encontrándose don Quijote y Sancho en Barcelona, visitan a unos galeotes ya apresados en una galera a punto de partir y Sancho, tras observar la chulería de los guardianes arreándoles con unos látigos, afirma lo siguiente: “Estas sí son verdaderamente cosas encantadas, y no las que mi amo dice. ¿Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y cómo este hombre solo que anda por aquí silbando tiene atrevimiento para azotar a tanta gente. Ahora yo digo que este es infierno, o por lo menos el purgatorio.” (Cervantes, M. de, 2004, 1254) “Cosas encantadas”, afirma señalando la irracionalidad, el mito y la barbarie propias de las razones de estado, a las que Don Quijote opondrá otro tipo de razones inspiradas en otro tipo de cordura, aun cuando se escenifiquen mediante la parodia y la ironía cervantinas, en boca de un loco...

En definitiva, don Quijote es una figura del exilio por su agudeza para desenmascarar la injusticia y el disparate latentes de las convenciones sociales y epistemológicas.


2. El Quijote como figura de la marginalidaddel pensamiento de lengua española


Don Quijote fue también un emblema de la resistencia contra la intolerancia, el autoritarismo y la mentalidad inquisitorial hispánica, de la que el propio exilio republicano español de 1939 dio, tristemente, buena cuenta. En este sentido, cabría apuntar un doble rasgo, seguramente indisociable pese a resultar un tanto contradictorio entre sí, característico de esta nueva significación emblemática. Desde un punto de vista más bien desmitificador, que nunca deberemos obviar, el mencionado exilio encontraría en la célebre creación cervantina un rico capital simbólico y legitimador de su propia posición, en su pugna por la hegemonía cultural con el hispanismo de la España oficial y también, aun de manera más laxa, con el discurso de las élites culturales de los países de acogida en el caso de la América hispanohablante. La identificación con el universo quijotesco tendría entonces un fin legitimador, al servicio de una identidad colectiva en trance de supervivencia. Los rasgos universales antes mencionados se adaptarían entonces a la circunstancia actual del exilio, sublimando con ellos la derrota sufrida en la guerra civil o transformándola en una suerte de victoria moral. El Quijote se presenta entonces como una figura ejemplar, no ya de la condición humana en general, sino también del exilio republicano de 1939. Así se muestra, por ejemplo, en “Don Quijote desterrado”, la célebre pintura de Antonio Rodríguez Luna en la que una larga fila de exiliados camina tras él, o en la portada de Las Españas, una de las revistas culturales más célebres del exilio en cuestión, en la que don Quijote imparte justicia blandiendo su lanza contra un yugo falangista. No son, obviamente, analogías inocentes, ya que por medio de ellas la precaria identidad exiliada podía apropiarse del principal emblema de la lengua y la cultura hispánicas, erigiéndose en legítimo heredero de ellas y por tanto en representante de la España “auténtica”, frente a quienes la habrían usurpado y la tergiversan de manera más o menos perversa.

Ahora bien, desde una perspectiva más reflexiva, más allá de esta estrategia de apropiación cultural el Quijote y el universo cervantino en general también constituirían un motivo inspirador muy relevante para reflexionar sobre el singular perfil del pensamiento de lengua española. Ciertamente, el Quijote personificó de manera ejemplar y emblemática una manera de entender el hombre y su lugar en el mundo muy característica de este modo de pensar, tan visitado por los filósofos del exilio republicano, no sólo para preservar, legitimar y fortalecer su identidad colectiva, sino también para elaborar una respuesta a la quiebra radical de la racionalidad tecno-científica moderna, consumida (y consumada) en los campos de concentración y exterminio, bajo el efecto de su propia violencia y de las lógicas totalitarias que ella misma había ido alimentando. En este horizonte catastrófico, el universo quijotesco se presenta como una excelente fuente de inspiración para calibrar las posibilidades de un humanismo crítico a la altura de los tiempos. Frente al agotado –no ya inminente– sujeto cartesiano, el sujeto cervantino podría revelarse como la gran referencia genealógica de un relato de la racionalidad moderna diferente y heterodoxo; un relato escrito con “la lengua del esclavo” según el término empleado por Reyes Mate (Mate, R. 2000)[4] para referirse a la expresión de un pensamiento crítico y desenmascarador, no sólo de la lengua del imperio que paradójicamente le dio a luz, sino también de la violencia inscrita en el idealismo europeo. En este sentido, pensar en español significaría pensar desde el exilio, entendiendo este último no sólo como la circunstancia vital e íntima de muchos de sus interlocutores, sino también como una metáfora de su marginalidad respecto del canon racionalista occidental.

Volviendo al horizonte del exilio español de 1939, fue en este caso María Zambrano una de las voces que con mayor agudeza reparó en el Quijote como escenificación de esta metáfora. En “La reforma del entendimiento español” (1937), uno de sus ensayos más relevantes de los años de la guerra civil española (Zambrano, M. 2015, 205-219), don Quijote personifica la voluntad decadente, nihilista y errante del estado contrarreformista español, el cual se habría desentendido de la tarea de pensar tras su última gran expresión, la Escuela de Salamanca, hasta reducirlo a una inercia flotante en medio de la nada. Cervantes –observa Zambrano- recurrirá además a un género novedoso como el de la novela, en el que esa voluntad abandonada a su propia suerte busca nuevos argumentos y posibilidades. “Es Cervantes quien nos presenta el fracaso del español, quien implacablemente nos pone de manifiesto aquella maravilla de voluntad coherente, clara, perfecta, que se ha quedado sin empleo y no hace sino estrellarse contra el muro de la nueva época. Es la voluntad pura, desasida de su objeto real, puesto que ella misma lo inventa.” (212) Para Zambrano, esta invención sólo es posible, de hecho, mediante la novela, pues es el género de “lo que no llega a ser historia” y de lo que ha quedado desprendido del reino de los acontecimientos “y sin embargo es”. Contrariamente al tratado y otros géneros convencionales de la filosofía canónica, la novela es el gran recurso del fracaso. “Por eso tenía que ser la novela para los españoles lo que la Filosofía para Europa.” (213).

El pensamiento de lengua española parece anunciar así, en los comienzos del mundo moderno, una especie de razón de los vencidos y también una razón narrativa en la que la novela misma y no sólo el ensayo se presenta como un género filosófico, eventualmente al menos. Zambrano reforzará este doble y complementario rasgo en ensayos cervantinos posteriores. En su ensayo “La novela: Don Quijote. La obra de Proust”, en concreto, incluido en El sueño creador (1965) (Zambrano, M. 2011, 1068-1078), la voluntad errante encuentra la vía de redimirse a sí misma en el ensueño o “sueño creador”, en la recreación constante y fecunda del fracaso a partir de su reverso, la esperanza, teniendo vigilia y sueño la misma textura. La novela seguirá siendo así la expresión privilegiada de este fracaso y de un género a la altura del pensamiento conceptual.

Pero habría para Zambrano un tercer rasgo característico de la narración quijotesca, muy acorde también con la experiencia del exilio, como es la alteridad, verdadero núcleo de una identidad polifónica, descentrada y alternativa al monolítico sujeto cartesiano. “El misterio clarísimo de la convivencia entre don Quijote y Sancho” –apuntaba Zambrano en su ensayo de 1937– “es algo que todavía no se ha revelado en toda su significación, porque es una profecía sin petulancia de un tipo de relación humana que aún no se ha realizado.” (Zambrano, M. 2015, 213) Cervantes entrevió así “las bases humanas de una nueva convivencia, un sentido del prójimo ausente por completo de la cultura europea, más ausente a medida que avanzaba el idealismo.” (214) Allí donde está la voluntad de don Quijote “está el otro, el hombre igual a él, su hermano, por quien hace y arremete contra todo.” (215)

Por otra parte, ese sentido de alteridad no se concretaría sólo en la relación personal del Quijote con Sancho y con el resto de personajes (arrieros, venteros, pastores, mozas de partido, etc), sino también en el protagonismo que adquieren las cosas simples y las escenas de la vida cotidiana. En concreto –había expuesto Zambrano en Pensamiento y poesía en la vida española (1939), uno de los primeros libros de su largo exilio- “los caminos, las ventas, los árboles, los arroyos y los prados, los pellejos de vino y aceite, los trabajos de todas clases, en suma: las cosas y la naturaleza” (Zambrano, M. 2015, 590). Es decir, el extrarradio, tan ajeno a los centros de poder urbano, lo cual infundiría al sujeto cervantino no ya un realismo vital característico de la novela castellana y acorde con tantos lugares comunes sobre el pensamiento de lengua española, sino también un “materialismo”, entendido como una actitud vehemente de apego e incluso adoración a la materialidad concreta y palpitante de la vida, libre de abstracciones y reduccionismos conceptuales. (588-591).

Errancia y marginalidad, fracaso y esperanza, razón y narración, alteridad y polifonía, realismo y materialismo... Estas podrían ser algunas de las palabras clave de un pensamiento alternativo al inminente racionalismo cartesiano, escenificado en la narración quijotesca y tan cercano a las metáforas del exilio. Pero..., aun en estos términos, ¿no sería el Quijote una figura del hispanismo o del pensamiento español más que del orbe iberoamericano o del pensamiento de lengua española? Queda pendiente calibrar las posibilidades de una lectura del Quijote en clave americana y de su diálogo con otras narraciones emblemáticas (¿Facundo, Hombres de maíz, Cien años de soledad...?).


3. De la extravagancia de don Quijote al exilio interior de Cervantes


La creación quijotesca, como figura de la extravagancia y el desarraigo no podía salir de cualquier pluma. Obviamente, esa figura no dejaba de ser una proyección de un autor que conocía la marginalidad tanto como su propia creatura. ¿Quién era Cervantes sino un escritor sin recursos que había pasado penurias en cárceles, agobiado por las deudas y constantemente amenazado por el fracaso, un antiguo soldado olvidado por la administración del imperio por el que había combatido, de origen, además, judeoconverso, en medio de una sociedad antisemita en la que aún era reciente la expulsión fundacional de 1492? Si Gaos fue nuestra referencia para asomarnos al simbolismo universal del Quijote y Zambrano lo fue para aproximarnos a él como una figura del pensamiento de lengua española, otro autor del exilio republicano como Américo Castro podrá orientarnos para abrir, aunque sea de manera muy general, una nueva perspectiva del Quijote en clave de exilio, como es la del al exilio interior de Cervantes. Pero no nos referiremos a su célebre estudio de 1925 El pensamiento de Cervantes, escrito en la órbita de la generación europeísta del 14, sino a otros estudios posteriores a la guerra civil y contemporáneos de su exilio (Castro, A. 2002), experiencias sin duda determinantes en el giro hermenéutico que registrará su visión de la cultura hispánica, mayormente orientada, después de 1939, a una arqueología de su identidad pluricultural y de su reiterada tendencia a la intolerancia a lo largo de su historia. En este nuevo horizonte, Cervantes será redescubierto a la luz de su condición de marrano o judío converso, una de las figuras más complejas y originales de la modernidad hispánica, imprescindible para explorar el antisemitismo fundacional de España moderna y para entender su inminente sensibilidad barroca. Cervantes, al igual que el resto de conversos, se verá obligado a buscar estrategias de acomodo para sobrevivir y sobreponerse en una sociedad abiertamente hostil. Algunos como Francisco Suárez o Antonio Nebrija –apuntará Castro–, buscarán antecedentes de hidalguía en sus ascendencias con el fin de “purificarlas”. Otros harán votos de un cristianismo intachable hasta el extremo de, o bien adoptar el papel de censores o inquisidores, o bien de profundizar en una práctica genuina del mismo frente al integrismo de los cristianos viejos. Otros, como Vives y Laguna, optarán por el exilio, o, como Vitoria, buscarán acomodo en la academia sin poder evitar ciertos rasgos judaizantes. Otros, “dotados de capacidad y cultura, hallaron un respiradero para su angustioso existir en expresiones literarias de nueva forma” (Castro, A. 2002, 589). Una de las más representativas, si no la que más, será precisamente el Quijote.

La propia existencia como zozobra interior y como disconformidad frente al mundo, como un “estar haciéndose” o un “vivir desviviéndose” –dirá Castro a menudo-, como una pugna permanente entre ser y hacer análoga a la tensión entre adentro y afuera, será de hecho el gran tema de esta literatura de origen converso, plasmada en formas, géneros y estilos únicos en Occidente e inasimilables a los estereotipos del Renacimiento europeo. Cervantes, Luis de León, Luis de Granada, Fernando de Rojas, Teresa de Jesús y Mateo Alemán, por citar sólo los nombres más emblemáticos, no podrán rebelarse de manera explícita contra la situación opresiva en la que viven, pero sí representarla y recrearla mediante la ficción, ya sea con la crudeza propia de la narración picaresca, mediante una ironía compleja como la cervantina, o a través de la mística o de un cristianismo íntimo que encuentra en el tema del sosiego o del “estar en uno mismo” un escape a la tiranía del “qué dirán” propia del vulgo cristiano-viejo. En todos los casos, será una literatura de trasfondo existencial, plagada de sujetos agónicos, e irreconciliable con las comedias de Lope de Vega, tan complacientes, precisamente, con dicho vulgo.

 El Quijote es por tanto el resultado de una muy compleja y novedosa articulación de situaciones, tensiones, conflictos e influencias de otros géneros literarios, en la que lo inter-castizo (figura liminar entre las castas cristiana, judía y mora) desempeña un papel relevante e insoslayable. La personalización literaria desplegada en esta novela fue posible “gracias a las varias maneras de vivir en sí buscadas y cultivadas por quienes encontraban duro y muy amargo existir vertidos hacia el exterior, amoldados a las circunstancias españolas del siglo XVI” (Castro, A. 2002, 576), afirmará Castro en este sentido refiriéndose, obviamente, a los judeoconversos y otros cristianos nuevos “descendientes de moros” (589). El Quijote se redescubría así como el trasunto literario de la condición desplazada e inadaptada del propio Cervantes y del colectivo inter-castizo del que formaba parte, “en una sociedad en la cual el linaje puro, sin mezcla judaica o moruna, determinaba la condición y valía de la persona” (586); como la proyección y recreación de la zozobra existencial propia del neo-cristiano en un medio hostil cuyo rumbo quería rectificar; como el reflejo de su identidad compleja y refractaria, llena de pliegues y de silencios, de oquedades y de relieves. De alguna manera, el Quijote es una transposición de este nuevo modo de existir y convivir. Por eso su gran protagonista, personaje de por sí extravagante, contempla el mundo desde la periferia, en un sentido tanto literal como metafórico. “Su vivir no es un estar en sí, ni encajado en un ambiente quieto bien caracterizado y enmarcado, sino un peregrinar por las afueras de la sociedad”, en el que además se encontrará con seres “retraídos, huidos, alejados de sus vidas” (571). En esta novela, el problema de las castas fue por tanto una “circunstancia animadora y vivificante” (635) contra la que Cervantes se rebela. No fue éste “’hombre de su tiempo’, sino alzado sobre y contra él” (578), contra su intransigencia castiza e inquisitorial, que combatió “con vehemencia, eficacia moral y artístico estilo” (590). De ahí su crítica de las instituciones y estamentos que encarnan y salvaguardan el orden social, jurídico y religioso, ya sea de manera oblicua o directa, defensiva o agresiva, irónica o explícita. El exilio interior de Cervantes hizo posible el Quijote, gran acervo del pensamiento crítico en lengua española. Lejos de ser un agente de la Contrarreforma, en la línea de tantas interpretaciones convencionales, fue un profundo reformador de la literatura y, a través de ésta, de la sociedad, la mentalidad y la forma de vida propias de su tiempo


Bibliografía


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[1] Véase por ejemplo Peña, M. 2010.

[2] Ya sea enjaulado en una carreta, al final de la primera parte, ya sea tras ser derrotado por el caballero de la Blanca Luna, al final de la obra. Lo recuerda Abellán en 2006, 95.

[3] Una reproducción de este ensayo con ligeras variaciones se publicaría de manera póstuma en 1973, bajo el título de “La razón y la realidad en la literatura. El Quijote” (Gaos, J. 1994, 411-425).

[4] Véase también Mate, M. 2021,39-55, en donde, en diálogo con León Portilla, Derridá y García Márquez, se considera asimismo el español como lengua de la conquista y del imperio, albergando así experiencias muy diversas. También se muestra cómo la violencia lingüística del español no pasó desapercibida al propio Cervantes, quien al final del cap. VIII del Quijote revela la autoría del sabio arábigo-manchego Cide Hamete Benengeli y el árabe como la lengua (prohibida en España desde 1568) en la que está escrita la narración original. Sobre esa duplicidad del español y su relación con la experiencia del exilio, véase también Sánchez Cuervo, A. 2008. Finalmente, el “exilio” de las lenguas indígenas americanas está muy presente en narrativas como la de Roa Bastos.