Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 25 (Especial) / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Ontologized Indigenous
Identities and
Discrimination
María Luisa Rubinelli
Universidad Nacional de
Jujuy, Argentina.
Recibido:
29/06/2022
Aceptado:
27/09/2022
Resumen. Abordamos
reflexiones de A. A. Roig sobre la
identidad y los riesgos de fundamentalismos y esencialismos que su
definición
ontologizada implica, enfocándonos en los pueblos
indígenas. El autor se
refiere a los huarpes mendocinos, mientras que en nuestro caso se trata
de
pueblos indígenas del Noroeste andino argentino.
Categorías
como: “universo discursivo”,
“sintaxis de la cotidianidad” y en relación con la
misma la consideración de
una cotidianidad como positiva o negativa trabajadas por A. A. Roig
provoca una
ampliación significativa de la tarea filosófica,
incluyendo en la misma el
análisis de múltiples expresiones de los pueblos y
permitiendo visibilizar
distintos posicionamientos político – axiológicos
presentes en la
conflictividad de la cotidianidad historizada. Con ello se vincula la
irrupción
periódica de moralidades emergentes que resisten al orden
hegemónico y señalan
momentos importantes y fundantes del pensar latinoamericano.
Palabras clave.
Identidad, esencialismos, universo discursivo,
sintaxis de la cotidianidad, moralidades emergentes.
Abstract. We address reflections by A. A. Roig on identity and the
risks of
fundamentalisms and essentialisms that its ontologized definition
implies,
focusing on indigenous peoples. The author refers to the Huarpes from
Mendoza,
while in our case they are indigenous peoples from the Northwest Andean
region
of Argentina.
Categories
such as: "discursive
universe", "syntax of everyday life" and in relation to it the
consideration of everyday life as positive or negative worked by A.A.
Roig
provokes a significant expansion of the philosophical task, including
in it the
analysis of multiple expressions of peoples and allowing the visibility
of
different political-axiological positions present in the conflict of
historicized
daily life. This is linked to the periodic irruption of emerging
moralities
that resist the hegemonic order and point to important and founding
moments of
Latin American thinking.
Keywords. Identity, essentialisms, discursive universe, syntax of
everyday life,
emerging moralities.
En
nuestra participación en el presente homenaje al Maestro Arturo
A. Roig,
tomaremos como punto de partida sus reflexiones sobre la cultura y los
sujetos
huarpes, pueblo indígena antiguo poblador de las tierras
cuyanas. Las
producciones roigeanas acerca del tema que hemos elegido están
desarrolladas en
“Los huarpes mendocinos” (Roig, 2005) y en “Los
Huarpes Millcayac” (Roig A,
2011).
En el
primero de los dos textos reflexiona sobre las características
de la identidad
y advierte sobre los que entiende se constituyen como riesgos de
deslizamientos
ideológicos fundamentalistas en que es posible incurrir al
abordar el tema, que
nuestro autor siempre contextualiza históricamente. En este
caso, se impone la
consideración de las etapas del proceso histórico en que
los sectores
hegemónicos agro ganaderos que lideraron la conformación
de la actual nación
argentina, procuraron la des-integración y desaparición
de los pueblos
indígenas, que sería resultado añorado de las
campañas de exterminio desatadas.
La visión
que tenían las autoridades y buena parte de la sociedad
argentina respecto del
indio y de su hábitat natural –el denominado
“desierto”- resultaba determinante
para llevar a cabo los planes de ocupación y (…)
sometimiento (…) y justificaba
el uso de la fuerza(…) desierto era la irracionalidad y el
indígena -…[era]
producto del [“desierto”] – [considerado] un ser
incivilizado (…) (…)una
expresión de barbarie incrustada en la
civilización(…) En esta línea de
pensamiento (…) el desierto aparece como el principal enemigo
del desarrollo y
(…) el progreso (…) del país, y (…) su
necesaria ocupación (…) se vuelve una
prioridad impostergable y una condición básica para el
definitivo sometimiento
indígena. (Mases, E., 2010, 47,48)
El tal
supuesto desierto fue una construcción imaginaria que proyectaba
un futuro en
un territorio expropiado a una población originaria que se
vislumbraba en
extinción, sometida y desplazada.
Esa
convicción del futuro logro de la desaparición de los
pueblos originarios, se
expresa aún hoy en la afirmación de que “nosotros,
los argentinos, descendemos
de los barcos”. Una expresión que se reitera desde
sectores ultraliberales,
pero también entre miembros de sectores que supuestamente
comparten un ideario
nacional y popular. Se exhibe con orgullo un blanqueamiento fundado en
el
genocidio y la violencia ejercidos contra los pueblos indígenas
en el
territorio nacional, efectuándose una operación de
deshistorización en que se
ontologiza la fundación de una nación que
respondería a una matriz acorde a la
modernidad europea, invisibilizando su sangriento origen.
A
comienzos del siglo XX, durante el proceso de organización
nacional, los
principios de orden y progreso guiaron la construcción de una
sociedad
fuertemente jerarquizada y sometida a la hegemonía de los
sectores
oligárquicos, que instrumentarían un sistema de
aprovechamiento de mano de obra
de bajo costo o gratuita, proveniente de poblaciones indígenas
sometidas o de
migrantes que, bajo un sistema de control de los sectores populares,
disciplinamiento mediante, podrían ser adiestrados como fuerza
de trabajo.
Con
posterioridad nuestro país ha firmado acuerdos internacionales,
como el
Convenio 169 de la OIT en que se reconocen derechos de los pueblos
originarios,
sancionó la Ley 23.302 de Régimen de Propiedad
Comunitaria Indígena, y la
Constitución Nacional vigente. Ha creado organismos estatales de
atención de
los derechos de los pueblos originarios (INAI, CEAPI). En algunas
provincias se
crearon Direcciones, Secretarías y Ministerios de Asuntos
Indígenas. Sin
embargo, paradójicamente, la mayor parte de las veces acuerdos
internacionales
y leyes nacionales referidos al tema no son aplicadas. El accionar de
los
organismos estatales oscila entre el reconocimiento de los derechos, la
indiferencia ante su vulneración y la intencional
intervención para la
fragmentación de comunidades, mediante estrategias de
cooptación y represión de
quienes se resisten, por ejemplo, al avance de explotaciones
megamineras.
La
concepción del Estado y sus instituciones se funda en la idea
moderna de sujeto
individual que, investido de poder, se posiciona como dominador de
todos los
demás seres, a los que homogeiniza denominándolos
“naturaleza”, a la que
concibe como conjunto de objetos cuantificables, recursos disponibles.
Y, tal
como se hace con los llamados “recursos naturales”,
también se cuantifican los
“recursos humanos”. A ello se suma que las instituciones
educativas, acordes
aún al modelo de Estado que las fundó y sustentó,
tienden a la imposición del
silencio como parte de la estrategia homogeneizadora, excluyendo del
ejercicio
de la ciudadanía a sectores de la población considerados
“otros” diferentes.
Aún se asumen como portadoras de un “mandato
civilizatorio”, por lo que la categoría
de barbarie sigue vigente como supuesto ideológico, actuando
como
estigmatizadora en las prácticas cotidianas de instituciones
como la escuela,
la justicia, la administración pública, iglesias y otras.
El
surgimiento de moralidades emergentes - como las de las resistencias
indígenas-
siguen pugnando por adquirir espacio social para sus propias voces y
prácticas.
Las
culturas de los pueblos originarios son de enorme riqueza y capaces de
brindar
aportes significativos a la sociedad en general, pero enfatizar en ello
de
manera descontexualizada, puede llevar a situaciones de mayor
marginación o de
ontologización y fragmentación de sentidos de formas
culturales vivas, cuyos
sujetos sociales necesitan – en muchos casos- recuperar sus
memorias históricas
y lograr reconstruirlas. Desde una visión esencialista, las
herencias invocadas
podrían pasar a constituirse – en el imaginario de la
sociedad general- en
residuos del pasado que, habiendo portado niveles de conocimientos
importantes
éstos serían ahora desactualizados, que podrían
constituirse en bienes
culturales estereotipados y fetichizados, aptos para su
explotación turística.
Es común encontrar personajes y discursos que, habiendo
naturalizado que los
sujetos de pueblos indígenas vivan en la pobreza, consideran que
no estarían
interesados en un mejor nivel de vida. O, por otra parte, que
requerirían un
líder externo que los impulsara a desarrollar iniciativas de las
que serían
incapaces por sí mismos.
Al
ocuparse del tema de la identidad, A.A. Roig la concibe como un proceso
y por
tanto, dinámica, no esencializada. No es entonces posible
concebirla como un
bien adquirido que se mantendría inmutable, tampoco como
excluyente de toda
característica similar a las de otros pueblos. Los pueblos de
Abya Yala han estado
en contacto desde épocas antiguas, por necesidades de
provisión e intercambio
de recursos indispensables para la vida humana y de los animales
(alimentos,
prácticas terapéuticas, etc), por relaciones
simbólicas y otras. Las fronteras
nacionales impusieron divisiones donde existía
comunicación. Roig lo señala al
aclarar que los pueblos indígenas “mantienen sentimiento
de unidad territorial”
(Roig, A., 2005,330) ya que, nos dice, “la expresión
‘Nuestra América’ tiene en
boca de un indígena una extensión total (…) abarca
la totalidad de las naciones
y sus territorios anteriores a la llegada del europeo en el siglo
XV”. (Idem,
327).
(Las)
identidades regionales se ponen de manifiesto de modo importante en los
puntos
tangenciales en los que se cortan y a su vez se anudan los diversos
circuitos
puestos en movimiento por los sectores de poder político y
económico. [Por lo
que] no se trata (…) exclusivamente de un espacio con
características físicas o
naturales diferenciables, sino de una realidad historizada. (Roig, A.
1996).
La
permanente consideración de la dimensión histórica
dinamiza también la del
espacio territorial, que se comprende como gestado por los sujetos
sociales que
lo habitaron en el pasado y el presente y lo han cargado no solo de
significación productiva sino también simbólica,
espiritual, en estrecha
vinculación con la continuidad de la vida grupal.
En una
cultura indígena la vinculación con el territorio es
decisiva para su
pervivencia. Ese territorio, en todas sus diversas manifestaciones o
aspectos,
es considerado como un ser viviente que alberga, una morada que brinda
sus
riquezas a la vida humana, a condición de ser respetado y
preservado, como bien
colectivo. Es la dimensión de la territorialidad así
entendida, la que junto a
una
decisión más o menos
consciente de (…) convivir respetando (…) pautas
jurídicas principalmente, pero
también morales y políticas hace posible identificar a
“‟pueblos indígenas‟ (…)
[como] una población con un cierto grado de determinación
y de libertad de
determinación dentro del marco de las funciones del Estado
(…) y hablar de
naciones indígenas (…) [en referencia] a entes colectivos
en (…) que priman sus
referentes culturales identitarios. (Roig A, 2005, 332, 333)
Lo
dicho no implica que la identidad del sujeto indígena sea
determinada por una
relación estática y pasiva con la tierra, aunque se
identifique como criatura
criada por ella. Afirmar un tipo de arraigo esencialista y ontologizado
implicaría dar lugar a un telurismo, que Roig considera una
deformación
ideológica.
Reyes
afirma que para “el pensamiento indígena (…) la
existencia pertenece y es
regida por los lugares en que se desenvuelve [por lo que] no
habría tiempo [sin
más] (…) sino más bien lugares temporales
(…) constituyen[do] a los hombres que
los habitan” (Reyes L, 2008, 142).
A modo
de ejemplo, refiriéndose a pueblos de pastores altoandinos de
Susques, en la
puna jujeña, Tomasi afirma que la vida de estos grupos requiere
complejos
desplazamientos con sus animales durante todo el año,
según la disponibilidad
de agua y alimento para el ganado. Y así
el
recorrido (…) implica una construcción,
significación y actualización de la
memoria del grupo (…) La movilidad (…) se presenta como
una puesta en relación
de los espacios, (…) [y] de los momentos (…) de una
temporalidad doméstica”.
Los recorridos realizados anualmente se constituyen en mapa de la
memoria de la
historia e identidad grupales, que incluyen la construcción y
consolidación
periódica de relaciones con otros grupos. “Los pastoreos
se presentan como un
“hervidero” de lugares (…), como una suma de
espacios cargados de alta
significación para los grupos domésticos. (…) [Su]
recorrido (…) implica una
construcción, significación y actualización de la
memoria del grupo a partir de
estos espacios. La movilidad entre los lugares se presenta como una
puesta en
relación de espacios, pero también de momentos dentro de
una temporalidad
doméstica (…) [y] el fortalecimiento de los
vínculos presentes y pasados.
(Tomasi J, 2014, 281)
En
relación con la cultura, advierte Roig acerca de otros
fundamentalismos a
evitar para no dar lugar a irracionalismos.
Así,
ligar el legado cultural a la incidencia de la sangre conduciría
al racismo,
que es posible observar tanto en sectores de élites hacia los
sectores populares,
entre los cuales cabe incluir especialmente a quienes son integrantes
de
pueblos indígenas y afrodescendientes, como entre miembros de
estos grupos,
generándose un racismo en sentido inverso. En ambos casos se cae
en una falacia
generalizadora y en la discriminación negativa,
desvalorización y exclusión del
otro en las actitudes y prácticas cotidianas.
Las
élites políticas e intelectuales, asumidas como blancas,
definieron al otro
como problema, así fueron formulados el “problema
indígena”, del negro, del
inmigrante. (Ansaldi W y Giordano V, 2012: 544). El otro, caracterizado
como
portador del riesgo de la transgresión y el desorden, define
– por diferencia-
una identidad nacional en cuyo territorio se gestan fronteras
interiores. Desde
allí se construyó una ideología racialista
oligárquica, que proyectó su
discurso sobre la sociedad y logró que se naturalizara como
sentido común en
amplios sectores sociales.
Ansaldi
y Giordano mencionan como presupuestos de esa doctrina los siguientes
postulados: existencia de razas con preeminencia de unas sobre otras,
continuidad entre lo físico y lo moral, determinación de
la biología sobre la
cultura, acción del grupo sobre el individuo, jerarquía
única y etnocéntrica de
valores, planificación política fundada en el saber
acumulado por una minoría
evolucionada. Siguiendo esos postulados, será entonces
fundamental disponer de
un sistema de control social, a fin de asegurar la reproducción
del orden
impuesto, imbuido del afán de progreso. Por su parte, Arpini
explicita que –
entre otros criterios que señala en coincidencia con los
expresados por Ansaldi
y Giordano- el racialismo es
la ideología acerca de
las razas que viene a legitimar el racismo, (…) comportamiento
basado en el
odio/ menosprecio de las personas por sus rasgos físicos.
(…) Una noción de
raza basada en criterios de diferencias físicas (…)
Racialismo y racismo
sumados producen efectos catastróficos. (Arpini, A. 2002, 90-91)
Otro
riesgo a evitar en la consideración de la identidad-
según Roig- es el del
tradicionalismo que, si bien diferencia de los fundamentalismos
anteriormente
señalados, desaprueba como una forma de ideología. A su
vez, diferencia
tradicionalismo de tradición, la que se desarrolla en
tensión entre
conservación e innovación (al modo en que la concibe
también P. Ricoeur), en
tanto ningún “legado” tiene carácter
inmutable, sino que va siendo
resignificado y recreado por sus portadores y productores ya que los
sujetos
que lo reciben no lo hacen pasivamente. La continua repetición
de un legado
fosilizado sería la sentencia de extinción de una
cultura, y su transformación
en instrumento del sometimiento de sus sujetos sociales a la
afirmación de
dominio por parte de elites para las que fungirían como sustento
y legitimación
de superioridad, la que favorecería la consolidación de
su rol como portadoras
y generosas detentadoras de una verdadera civilización que
escaparía a las
posibilidades de comprensión del pueblo indígena.
De este
modo, el ‘legado’ no juega como un determinado mundo de
bienes que nos abre a
ciertas perspectivas opcionales, sino como una suerte de imperativo
cultural
insoslayable (…) formas opresivas del ejercicio de determinados
grupos
sociales, conducen a considerar lo que ellos denominan
‘legado’ no solo como un
conjunto prioritario y reducido de manifestaciones culturales, sino
también
como principios formalizantes ‘separados’ de lo
histórico. (Roig, A, 1981, 46)
En
nuestra historia como nación hemos asistido al desarrollo de
estas ideas,
calificadas por Roig como esencialismos y fundamentalismos, en el
contexto de
vigencia de las teorías evolucionistas y darwinistas, acorde a
las que se
consideraba demostrado por la ciencia y la observación que el
indígena, el
negro, por naturaleza son ignorantes y pusilánimes,
características ciertamente
– se asegura- “congénitas de esa „raza‟
”. (Farberman J, 2005, 259) En el caso
de la mujer indígena, se la concibe, además, como carente
de “noción alguna de
moral…de pudor, dignidad y honor” (Archivo de Tribunales
de Jujuy, Leg. Nº 190,
1898. cit. por Mallagray L, 2009, 155).
En el
seno de la cultura en que nos formamos, recibimos – en principio-
pasivamente
un lenguaje, una de las vías de nuestra objetivación y
forma de mediación con
la realidad. “Se nos presenta como el lugar del encuentro y el
desencuentro, de
la comunicación y la incomunicación, reflejo…de la
naturaleza misma de los
signos” (Roig A, 1993, 108) El lenguaje es, en la
concepción roigeana,
histórico, en tanto “manifestación de una sociedad
dada…Es un „reflejo‟
[1]
que contiene, de manera mediatizada, la realidad social misma”
(Idem, 108) Es
el lenguaje de la cotidianidad, ella misma histórica. Aunque
considera el
lenguaje verbal, expresado mediante la palabra, no solo escrita sino
oral,
también incluye - en estrecha relación con ella- las
expresiones artísticas y
los metalenguajes científicos.
En el
lenguaje de la cotidianidad se expresa el carácter siempre
conflictivo de la
vida real de una comunidad, en que el aspecto axiológico-
político está
continuamente presente.
La
presencia del discurso filosófico en el discurso político
es fácil de entrever
cuando el discurso filosófico juega un papel de
justificación o de denuncia. El
discurso academicista se ubica [supuestamente] más allá
de la demanda social.
Sin embargo, las decisiones que adopta el filósofo no se
desenvuelven
simplemente sobre el plano filosófico sino sobre el suelo
social. La filosofía
es una toma de posición frente a una realidad vigente que le es
anterior y de
la cual ella surge para confirmarla o para hacer su crítica
(Roig A, 1993, 99
cit. por Pérez Zavala C, 2013, 64,65) (…) Es fundamental
para esclarecer el
tema, la distinción que hace Roig entre significado y sentido,
el primero es
una construcción llevada a cabo dentro del filosofar de una
época, el segundo
representa una direccionalidad anterior al mismo, dentro de la cual
nace el
significado.
El
análisis de las manifestaciones de ese lenguaje es una tarea que
requiere la
creación de una herramienta, una categoría que Roig va a
denominar “universo
discursivo”, entendido como la totalidad posible discusiva de una
comunidad
humana concreta (…), [siendo] el “texto‟ (…) en
cada caso concreto, una de las
tantas manifestaciones posibles de aquel universo. (Roig A, 1984, 5)
En el
análisis, siempre el texto será puesto en relación
con su contexto de
producción, en tanto inserto en la historicidad.
Mediante
sus propios relatos una comunidad construye y expresa su identidad, su
subjetividad.
Como
afirma Barthes, “el relato está presente en todos los
tiempos, en todos los
lugares, en todas las sociedades (…) no hay ni ha habido
jamás en parte alguna
un pueblo sin relatos (…) El relato está allí,
como la vida” (Barthes R, 1977,
65).
En esos
relatos, elaborados socialmente, es preciso considerar varios aspectos:
sus
estructuras, sus contenidos, personajes, funciones, lo que se dice, lo
aludido,
pero también lo eludido, lo silenciado pero presente.
En el
análisis del cuento ecuatoriano “¿Te
acordás, patito ingrato?” que desarrolla
en Narrativa y cotidianidad, aborda,
con la mirada puesta en la “sintaxis de la cotidianidad”,
las maneras en que se
expresan las formas de conflicto presentes en la comunidad que narra el
cuento.
Tratándose de un relato folklórico, aplica en su
análisis su propuesta de
ampliación metodológico - epistemológica
[2]
de interpretación del universo discursivo. Ello le posibilita
introducir la
dimensión de la historicidad en el análisis, considerando
la concepción de una
cotidianidad como positiva (CP) o como negativa (CN) por parte de
distintos
sectores de la comunidad en cuestión. Ante la
generalización y homogeneización
operados por la universalización de un solo discurso
hegemónico (CP) en una
sociedad dada, explicita cómo desde un discurso dominante se
simplifican los
“procesos sobre los que se ejerce el desconocimiento del
„otro‟. La noción de
„sintaxis de la cotidianidad‟ tendería…
[así] a restablecer la…conciencia de lo
complejo del mundo social, tanto en su facticidad como en los diversos
niveles
discursivos-comunicativos a través de los cuales se
manifiesta” (NyC: 6). Desde
una CN, asumida como tal por algunos integrantes de la comunidad
aparece un
discurso contrario a la homogeneización, que puede plantearse
tan solo como
“anti- discurso” basado en valores contrapuestos a los del
discurso universalizante
pero sin una crítica suficientemente sólida, por lo que
tendrá escasas
posibilidades de gestar cambios, o como “discurso
contrario” desde el que
podrían promoverse cambios/resistencias, ejerciéndose un
“discurso liberador”
(Roig A, 1984, 15)
La referida
ampliación metodológico- epistemológica produce
una notoria apertura a la
consideración filosófica del conjunto de la
producción social, en la que
incluirá los relatos populares tradicionales, los
míticos, los textos
periodísticos, las expresiones artísticas, entre otros,
siempre frutos de un
sujeto social, que “está „por detrás‟ de la
narración, y al mismo tiempo
„dentro‟ de ella” (Idem, 16). El relato adquiere así
“naturaleza metafórica”
(Idem, 58). En consonancia con lo dicho, considerando Roig dos textos
que
relatan la creación de los seres humanos: la fábula de
Cura por una parte, y el
relato del Popol Vuh por otra, identifica diferencias fundamentales
entre las
concepciones que ambos expresan sobre la condición humana.
Señala
Roig que en el mito creacionista incluido por Heidegger en El ser y el
tiempo
(1968, 218, 219) el disgregamiento del hombre en cuerpo y
espíritu -entidades
de diferente jerarquía, que se separan con la muerte-, su
carácter de pasivo
receptor de la vida otorgada por una divinidad creadora exterior al
hombre, y
la final disolución del cuerpo de éste, favorecen la
comprensión del ser humano
como ser para la muerte.
En la
concepción maya, expresada en el relato creacionista del Popol
Vuh, los dioses,
luego de varios intentos fallidos, encuentran en el maíz un
principio con vida
propia, del que surge la humanidad. Es un principio capaz de
autoformación y de
autotransformación, en tanto “el ser humano es creado
creándose a sí mismo”
(Roig A, 2002a, 216, 217), en la continua renovación de su vida
en tanto se
trata de un ser que produce su alimento mediante el cultivo de la
naturaleza,
que es -al mismo tiempo- de sí, en tanto trabajador y creador de
cultura.
Acercándonos
a los Andes del sur, hallamos una crónica en que se narra la
versión quechua,
en que el hombre nace (Arguedas, J, 1975, 106) a la vida, en el fruto
de la
quinoa. Nace de la misma vida que la naturaleza, fecundada por la
sangre-lluvia
del universo, principio fertilizante de la vida y, al morir, sigue
viviendo en
ella y alimentando a la comunidad.
Mientras
en el relato de Cura el hombre aparece creado como resultado del soplo
infundido a la arcilla modelada por un dios, en forma individual, en
los
relatos americanos –tanto en el analizado por Roig como en el
sur-andino-, no se
trata de la aparición de un sujeto individual, que tampoco es
creado por dioses
únicos. Se trata de pueblos enteros, cuyos integrantes no
conciben como posible
la vida en soledad.
Para
Roig, mientras en el relato de Cura se narra la creación del
hombre mediante un
proceso analítico, en que la diferenciación alma-cuerpo
(espiritualidad-corporeidad) otorga al segundo el peso de lo negativo y
preanuncia su disgregación; en el relato del Popol Vuh, el
método creacionista
es sintético, la materia que forma al ser humano no es pasiva,
sino “principio
de la totalidad del ser humano” con vida propia (Roig A, 1981,
204, 205). “El
cuerpo ha quedado incorporado como condición del ser humano y, a
su vez, éste,
como condición de sí mismo desde aquella corporeidad
rescatada e integrada en
relación con una praxis. No se analizan partes, se describe una
totalidad desde
sus huellas, las que van quedando de ese su hacer mediante el cual se
hace (…)
para la vida, no para la muerte” (Idem, 217).
El ser
humano así entendido se relaciona con la totalidad de la
naturaleza, tanto en
sentido material como espiritual y su concepción de la vida
expresa esa
permanente dinámica interrelación, que exige al humano un
continuo esforzarse
para el logro de una armonía que siempre es inestable. Se trata
de fuerzas a
veces contradictorias y en tensión que, por ello, requieren de
la adecuada
intervención humana, que es parte integrante de esa misma
naturaleza.
La
manifiesta potencialidad de la ampliación roigeana conduce a
“filosofar a
partir de un reconocimiento de las hablas comunes” (Ceruti
Guldberg H, 2009,
116).
En ese
contexto, la supervivencia y recreación de las narrativas
populares pueden ser
consideradas una práctica de estrategias de resistencia,
dinámicas expresiones
del plurilingüismo “orientado, de manera paródica y
polémica, contra los
lenguajes oficiales, de la contemporaneidad” que protagoniza el
“proceso de
descentralización y separación”, contracara del de
“centralización ideológico-verbal”
(Bajtin M, 1991, 90, 91)
Dice
Roig:
previo (…)
a una confrontación de aspectos de la „realidad‟ con sus
correlativos “contenidos‟
dentro del discurso, se hace necesaria una confrontación entre
el sistema de
relaciones sociales y los sistemas de códigos de los cuales
depende todo
discurso, cuya estructura última se enuncia fundamentalmente en
juicios de
valor, a los que quedan supeditados los juicios de realidad. Momento
investigativo (…) en el que se dará siempre una
mediación, por cuanto el
sistema de relaciones sociales no lo captaremos nunca en bruto, pero
abre las
puertas para dar el paso del lenguaje cotidiano (…) al lenguaje
científico, al
colocarnos en la fuente donde se organiza el mundo de significados.
(Roig A,
1981, 42)
Roig
sostiene que “una comunidad indígena puede experimentar
modificaciones muy
profundas (…) pero continuar con una fuerte cohesión
interna y con un ejercicio
vigoroso de auto y heterorreconocimiento” (Roig A, 2005, 336).
Aludiendo
específicamente a grupos indígenas que han perdido el uso
de su lengua,
reconoce como una forma de identidad de los mismos “las
modalidades propias con
las que se habla la lengua castellana” (Idem: 334)
[3]
,
cuestión sumamente importante y vigente en el Noroeste andino
argentino, en que
el español hablado reconoce expresiones, concordancias,
onomatopeyas, tiempos
verbales, toponimias, provenientes de antiguas lenguas indígenas.
Y
considerando la vigencia de lenguajes propios no solo verbales, afirma
“las
artesanías pueden legítimamente (…) ser
consideradas un lenguaje: el de las
manos, reconocido como tal desde muy antiguo (…) La
artesanía es el „lenguaje„
de una tradición que…posee continuidad histórica,
a pesar de los tiempos y las
situaciones”. Menciona, como ejemplo de lo dicho la
cestería huarpe, con su
particular uso estético de motas de lanas de colores (Roig A,
2011, 50). De
esta manera supera la paradójica contradicción que
implica el desconocimiento
de identidades indígenas que han perdido su idioma, luego de
haber sido
sometidas durante siglos, desde las instituciones del Estado argentino,
a la
prohibición de su uso.
Las
modalidades adoptadas para dar continuidad a los reclamos de
identidades
sociales diferentes que se reconocen como indígenas, pensadas
como expresiones
de resistencias de larga duración que irrumpen
periódicamente, contribuyen a
manifestar la presencia de “moralidades de la protesta”
frente al injusto orden
estatal. Así pueden ser consideradas en Jujuy las anuales
marchas y jornadas en
defensa de la vida y el agua contra las megamineras, la defensa de los
territorios de las comunidades contra los avances de esas empresas y
del
gobierno provincial con pretexto de emprendimientos turísticos y
de protección
de especies silvestres, el recordatorio y reivindicación de
batallas libradas
por la población puneña contra arrendatarios, en defensa
de los derechos a sus
tierras, y también contra mineras durante la última
dictadura. Asimismo, el
reclamo de inclusión de las lenguas indígenas en el
próximo censo y la
protección de territorios en otros lugares del País, en
que - en algunas
oportunidades- los pueblos indígenas han logrado el apoyo de
otros sectores de
la población.
La
“moral de la emergencia” (Roig A, 2002b) reconoce variedad
de manifestaciones y
lenguajes, en acontecimientos discontinuos insertos en un proceso de
siglos en
reclamo de reconocimiento de la dignidad de la vida humana y de la
naturaleza.
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[1]
Acerca de su concepción como reflejo, alerta
sobre el riesgo de
caer en la ingenuidad de afirmarlo de manera directa y mecánica.
[2]
Expresión que reconoce dos autores. Mientras A.
A. Roig, conforme a
su presentación en el Encuentro de Morelia, denominaba a su
propuesta una
ampliación metodológica, Yamandú Acosta –
con quien coincidimos- propone
considerarla una transformación epistemológica con
consecuencias metodológicas.
(Acosta Y, 2013,8).
[3]
Guzmán afirma que una de las
características del habla de la región
surandina es que “los arcaísmos son especialmente
abundantes. [En] su perfil
lingüístico (…) pesa tanto la oralidad como el
silencio, la sobrevivencia del
sustrato kechuwa y el apego a una lengua más tradicional y
conservadora”
(Guzmán F, 1997, 50).