Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección ArtÃculos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza, Argentina / 2023 /
.
Uses and
transformations of the category of vulnerability in the work of Judith Butler:
from exposure of the body to activism
Carelí Duperut
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
Recibido: 03/04/2023
Aceptado: 01/11/2023
Resumen. La presencia del problema de la vulnerabilidad en la obra de la
filósofa estadounidense Judith Butler comienza a observarse con mayor
recurrencia desde principios del siglo XXI, luego de una serie de hechos
violentos acaecidos tanto en Estados Unidos como en el mundo que ponen al
descubierto, para la autora, la precariedad de los cuerpos, expuestos a la
pérdida y el daño.
La intención de este
artículo es, por una parte, mostrar la centralidad que tiene la categoría de
vulnerabilidad en la obra de Judith Butler en la medida en que le permite
pensar su presente político; y, por otra, argumentar que la categoría de
vulnerabilidad entre los años 2004 al 2015, si bien mantiene la referencia a la
exposición propia de todo cuerpo, toma un mayor carácter de resistencia y
activismo en el texto Cuerpos aliados y lucha política (2015).
Palabras clave. Butler, vulnerabilidad, cuerpo, exposición.
Abstract. The presence of vulnerability as a problem in
the work of the American philosopher Judith Butler begins to be seen with major
recurrence in the beginnings of the current century, after a series of violents
acts happened in the United States of America and the world. These events
uncover, for the author, the precariousness of bodies, exposed to loss and
damage.
This
article’s intention is, first, to show the centrality that the category of
vulnerability has in the work of Judith Butler, according to the fact that it
allows her to think the political present time; and, second, to argue that,
even though the category of vulnerability between the years 2004 and 2015
maintains a reference to the exposure of all bodies, it takes a bigger tenor
towards resistance and activism in the text Notes toward a performative theory
of assembly.
Keywords. Butler, vulnerability, body, exposure.
La presencia del problema de la
vulnerabilidad en los textos de la filósofa estadounidense Judith Butler
comienza a observarse con mayor recurrencia desde principios del siglo XXI,
luego del atentado contra las Torres Gemelas (Nueva York, 11 de septiembre de
2001), la creación de la cárcel de Guantánamo (2002) y la invasión del
territorio iraquí por parte del ejército de los Estados Unidos (2003). Estos
eventos, que implicaron grandes cuotas de dolor, permearon la obra de la
filósofa en la medida en que pusieron al descubierto una serie de problemas:
las condiciones de vulnerabilidad en la que viven los cuerpos, expuestos a la
pérdida y el daño; los niveles de agresión a los que están sometidos los
cuerpos de manera inevitable, y el enorme cuestionamiento que implican estos
hechos para la reflexión sobre la vida política y la vida en comunidad.
Uno de los primeros textos que escribe
Butler sobre el tema es Vida precaria,
publicado en 2004. Este libro recoge cinco ensayos donde la autora piensa,
atravesada por estos trágicos hechos, cómo puede conformarse una comunidad
política global a partir de la evidente realidad de que estamos expuestos a la
violencia, que somos precarios y que esa precariedad nos hace
interdependientes, es decir que, así como pueden hacernos (y podemos hacer)
daño, también podemos (y debemos, según la autora) sostenernos en la vida: “La
herida ayuda a entender que hay otros afuera de quienes depende mi vida, gente
que no conozco y que tal vez nunca conozca.” (Butler, J. 2006, 14). El sostén
que requiere todo cuerpo para mantenerse en la vida lo halla solamente en
sociedad, pero es esta misma precariedad la que lo convierte en vulnerable, en
la medida en que inevitablemente está expuesto al otro.
La cuestión reaparece en Marcos de guerra, un texto publicado en
el 2009 pero escrito entre los años 2004 y 2008, pensado como una continuación
de Vida precaria. En estos ensayos
Butler elabora una crítica de la guerra y de la violencia que permea y daña los
vínculos sociales y las vidas de los sujetos. Su reflexión tiene nuevamente a
la vulnerabilidad como un elemento central que le permite pensar las formas de
distribución de la precariedad (lo que ella denomina precaridad) y los marcos de reconocimiento que construyen una
sensibilidad que permite o imposibilita la percepción de una vida como humana
(y, por lo tanto, como digna de ser llorada).
Seis años después publica el libro Cuerpos aliados y lucha política donde
el objeto de su pensamiento ya no será la guerra sino los movimientos de
ocupación que tuvieron lugar en la plaza Tahrir y el movimiento Occupy que se dio en varias ciudades del
mundo en el año 2011. Butler se cuestiona, a lo largo de este libro, quién es
el pueblo, qué es la democracia y cómo las asambleas públicas conforman un
nuevo espacio que ofrece las condiciones para pensar la responsabilidad y la
acción política por fuera del marco normativo del individualismo. Aquí, la
vulnerabilidad emerge como una categoría que muestra la íntima relación que
tienen los cuerpos entre sí, cuya posibilidad de existir no puede ser pensada
por fuera de su vínculo con los otros.
Visto lo anterior, nuestra hipótesis es
que, en primer lugar, el concepto de vulnerabilidad ocupa un rol central en la
obra ético-política de Judith Butler en la medida en que le permite reflexionar
acerca de su presente político; y, en segundo lugar, que la filósofa utiliza la
categoría de vulnerabilidad entendiéndola, en los tres textos, como la
exposición de todo cuerpo a lo que acontece, pero tomándola en su aspecto más activo
en Cuerpos aliados y lucha política
donde interpreta la vulnerabilidad como una forma de activismo y resistencia
(Butler, J. 2019, 132).
Para mostrar nuestra hipótesis,
concretamente examinaremos tres ensayos que toman la noción de vulnerabilidad
como centro de su reflexión. Estos son: “Violencia, duelo y política” (Vida precaria, 2006); “Capacidad de
supervivencia, vulnerabilidad y afecto” (Marcos
de guerra. Las vidas lloradas, 2010); y “Vulnerabilidad del cuerpo y la
política de coaliciones” (Cuerpos aliados
y lucha política, 2019). Nuestro primer apartado analizará la propuesta de
Judith Butler en Vida precaria, donde
presenta la categoría en su relación con la noción de precariedad, violencia y
cuerpo. Aquí ilustraremos el modo a partir del cual la autora hace uso de la
categoría de vulnerabilidad en tanto exposición de todo cuerpo y, por ello,
condición para la humanización. Dedicaremos un segundo apartado al ensayo de Marcos de guerra, donde explicaremos la
conformación de los marcos de reconocimiento y las normas de reconocibilidad
que construyen u obstaculizan la percepción de la vulnerabilidad en los otros cuerpos.
Aquí, señalaremos cómo la autora apela a la noción de interdependencia como vía
para pensar la destructibilidad y exposición de todo cuerpo en tanto
vulnerable. En tercer lugar, consideraremos las reflexiones de Butler acerca
del lugar que ocupa la vulnerabilidad en las acciones concertadas
colectivamente y las condiciones de aparición de los cuerpos, mostrando en este
recorrido el matiz activo que toma la categoría de vulnerabilidad como forma de
activismo y resistencia.
En
su libro Vida precaria, publicado en
el año 2004 y traducido al español por primera vez en 2006, Judith Butler
analiza, a lo largo de cinco capítulos que funcionan como ensayos autónomos,
las condiciones agravadas de vulnerabilidad de los cuerpos, cuya precariedad se
ve expuesta en Estados Unidos posterior a los hechos ocurridos en el centro de
Manhattan el 11 de septiembre de 2001. Coincidimos con Magdalena Marisa Napoli
en que, contra lo esperable, en estos textos se profundiza más la noción de
vulnerabilidad que de precariedad (Napoli, M. 2016, 3), y que lo que busca con
ellos es abrir una reflexión que ponga a la vulnerabilidad, propia de todo
cuerpo, socialmente constituido, como posible punto de partida de la vida política.
Específicamente, en el segundo capítulo “Violencia, duelo, política”, foco de
análisis de este artículo, Butler revisa la manera en que los cuerpos,
expuestos a la violencia, transitan su propia vulnerabilidad, en tanto
expuestos al daño y a la pérdida de las vidas que los sostienen, con su
consecuente duelo.
Aquello
que implica la vulnerabilidad sobre todo es la exposición del cuerpo en tanto
elemento social, constituido por las relaciones que mantiene (con otros
sujetos, con discursos, con las instituciones, etc.). Esta exposición lo deja
vulnerable al daño y la violencia, pero también le permite generar una
respuesta, amar o aliarse con otros. Sin embargo, la vulnerabilidad no es
igualmente percibida en todo cuerpo. En este sentido, la filósofa estadounidense
se pregunta por el vínculo entre aquello que podemos percibir como vulnerable y
el valor de una vida, es decir, ¿por qué ciertos cuerpos están más expuestos
que otros al daño y la violencia? Si todas las personas estamos de una u otra
manera expuestas (ya sea a la pérdida de un ser querido o a la violencia al
propio cuerpo, como también al afecto o la excitación) ¿no es la vulnerabilidad
la condición social a partir de la cual nuestros cuerpos son constituidos? Para
la autora, este será el puntapié que le permitirá hablar de un posible
“nosotros”. Es decir, “nosotros” que estamos amenazados por la pérdida y somos
susceptibles de violencia creamos las bases para una comunidad política
(Butler, J. 2006, 46).
Toda pérdida deviene en un duelo. Este se
refiere al proceso en el cual nos percatamos de que el otro que perdimos nos
constituía y nos sigue constituyendo aún en su ausencia. Esta conciencia nos
enfrenta con la realidad de que ya no sabemos bien quiénes somos sin ese
otro/a, ni sabemos tampoco cómo continuar con nuestra propia vida: “No es como
si un ‘yo’ existiera independientemente por aquí y que simplemente perdiera a
un ‘tu’ por allá (...) ¿Qué ‘soy’, sin ti? Cuando perdemos algunos de estos
lazos que nos constituyen, no sabemos quiénes somos ni qué hacer.” (Butler, J.
2006, 48). El duelo, para Butler, es la instancia que explicita nuestra
vulnerabilidad en la medida en que nos muestra nuestra dependencia fundamental,
poniendo en cuestión incluso nuestra supuesta autonomía. Si los otros nos
constituyen a tal punto que es difícil señalar quiénes somos sin ellos, y si la
pérdida de esos otros nos desposee de nosotras/os mismas/os, nos deshace,
entonces el “nosotros” que nombramos cuando apelamos a una comunidad política
nombra justamente esa suerte de aporía que existe gracias a que somos un
cuerpo: “Esta disposición de nosotros por afuera de nosotros parece ser una
consecuencia de la vida del cuerpo, de su vulnerabilidad y su exposición”
(Butler, J. 2006, 51).
La
condición del cuerpo, de ser y no ser mío, de exponerme a la violencia al mismo
tiempo que a la mirada y el contacto con otros, hace del mismo un fenómeno
público. Lo que logra Butler es deshacer analíticamente la proposición
individualista del cuerpo como algo íntimo o privado, e incluso como algo
exclusivamente propio: el cuerpo, compuesto por piel y carne, debe ser visto,
percibido, expuesto a peligro y cuidado. El cuerpo está “arrojado”, si se
quiere, a un afuera que lo constituye. Esta condición social del cuerpo, sin
embargo, no implica la imposibilidad de afirmar el enunciado “mi cuerpo es
mío”, ni tampoco la inexistencia de la individuación, sino que demuestra la
inviabilidad de negar la dimensión necesariamente paradojal de producción y
reproducción tanto del cuerpo como de su autonomía. Esta dimensión vuelve a ser
trabajada en Deshacer el género donde
plantea que la capacidad de agencia de todo sujeto se deriva del hecho
paradojal de que está constituido por un mundo social que no ha escogido:
“Aunque luchemos por los derechos sobre nuestros propios cuerpos, los mismos
cuerpos por los que luchamos no son nunca del todo nuestros” (Butler, J. 2016,
40). En efecto, hay una capa pública que impregna la vida del cuerpo, que lo
hace estar dado al mundo de los otros y construido por él. El cuerpo es aquello
que me permite relacionarme con las/los demás, aquellas/os que no he elegido
pero que me componen contra mi voluntad[1]. Esto agrega
un estrato “oculto” al yo, es decir, hay algo que el yo no puede conocer de sí
mismo y que lo pone siempre en un estado de éxtasis (por fuera de sí mismo).
El
cuerpo, por ende, está expuesto a la violencia, en especial cuando
políticamente la violencia se convierte en una forma de vida. Si bien para
Butler la violencia nos forma, al menos parcialmente, como sujetos, es una
posibilidad siempre presente que amerita ciertas distinciones: puede ejercerse
violencia contra personas, contra la propiedad, contra el medioambiente o
contra seres sintientes; puede estar destinada a contrarrestar otra violencia
(la defensa personal, por ejemplo) (Butler, J. 2010, 229); y, por otra parte,
puede surgir como rabia o agresión no-violenta que rechaza la violencia del
poder determinante de los sujetos (Butler, J. 2010, 234). Justamente, cuando al
principio de Vida precaria
diagnostica que en Estados Unidos “la violencia nos rodea” (Butler, J. 2006,
55), entendemos que Butler está haciendo referencia a la violencia de Estado,
aquella por la cual este último aplica la coerción con la finalidad de sostener
cierto orden de cosas que, en el caso de los Estados Unidos, ignora el derecho
internacional de guerra, reafirma sus prejuicios racistas para invadir
territorios y produce marcos de inteligibilidad que hacen ininteligibles
ciertas vidas (Cfr.: Butler, J. 2014;
Butler, J. 2011). En estos casos, donde estamos “empantanados en la violencia”
(Butler, J. 2010, 235), la vulnerabilidad aparece como un elemento clave de
análisis porque permite revisar el modo en el cual nos disponemos ante la
interdependencia: ¿respondemos con más violencia ante nuestra propia
vulnerabilidad descubierta, ante la evidencia de que somos dañables? ¿o
asumimos una “responsabilidad colectiva por las vidas físicas de los otros?”
(Butler, J. 2006, 56). Sostener y quedarse en la insoportable vulnerabilidad es
una herramienta política para revisar el modo a partir del cual la
vulnerabilidad se distribuye de manera desigual en el mundo. Por el contrario,
oponer a nuestra propia vulnerabilidad un despliegue de violencia mayor impide
ver y evaluar “las condiciones a partir de las cuales ciertas vidas humanas son
más vulnerables que otras” (Butler, J. 2006, 57), están más desprotegidas y,
por lo tanto, ciertas muertes son presentadas como menos dignas de duelo y
llanto. La vulnerabilidad, en tanto condición humana común, permite, a los ojos
de Butler, postular una suerte de principio que nos compromete a proteger otras
vidas de la violencia que nosotras/os mismas/os quizás hemos sufrido[2].
Cuando la pensadora pone el foco del
análisis político en la categoría de vulnerabilidad, confirma que, globalmente,
la vida se cuida y se protege de manera radicalmente diferencial. Esto le
permite poner en tela de juicio los parámetros culturales que utilizamos para
designar lo que constituye un cuerpo inteligiblemente humano y aquel que no. La
posición desde la cual se lee un cuerpo o una vida como “irreal”, como no-vida produce una violencia que no es
comprendida como productora de daño, esto es, si una vida “irreal” es víctima
de violencia, ¿en qué medida podemos decir que hay, en efecto, daño si es una
no vida? “Son vidas para las que no cabe ningún duelo porque ya estaban
perdidas para siempre o porque más bien nunca ‘fueron’ (...)” (Butler, J. 2006,
60). El estatuto ontológico de estas vidas es el de espectro, es decir, hay una
producción de desrealización, de deshumanización ejercida a través, no del
discurso per se sino, más bien,
explica la autora, mediante el rechazo del discurso. Como en el caso de
Creonte, que prohíbe a Antígona el duelo a su hermano Polinices, el rechazo al
discurso, al duelo o al llanto a ciertas poblaciones o sujetos produce su
deshumanización en la medida en que no solo su propia vulnerabilidad no se ve
reconocida, sino que la capacidad de hacer comunidad a través de ella está
truncada.
Aquí se observa la vinculación que traza
Butler entre vulnerabilidad y comunidad política, y la importancia de
explicitar dicha relación. El rechazo al discurso de sujetos que se lamentan
por la pérdida, que hacen duelo por aquellas vidas que otrora les sostuvieron,
y el reconocimiento de esa condición que les sostiene en un plano común (la
vulnerabilidad de todo cuerpo), da como resultado la deshumanización. Esta
última imposibilita hacer comunidad con esos sujetos, se pierde lo común. Un resultado
que se patentiza en la ausencia (de ahí la dificultad de captarlo): ausencia de
nombres, de rostros, de imágenes. Como si no hubiese pasado nada.
Butler argumenta que el reconocimiento de
una vulnerabilidad “común” permite un “encuentro ético” que cambia el sentido
de dicha vulnerabilidad y pone las condiciones para la humanización de los
sujetos. Pero para que esto suceda es necesario revisar las normas de
reconocimiento que funcionan a la hora de percibirnos como seres vulnerables.
La vulnerabilidad corporal, en tanto exposición del cuerpo al daño, se vuelve
condición de humanidad solo en la medida en que las normas de reconocimiento
nos permiten justamente reconocerla en otros sujetos, y solo podemos decir que
ciertos sujetos son vulnerables si los reconocemos como sujetos humanos, si
estamos dispuestos a extender un duelo por ellos (Butler, J. 2006, 70).
El reconocimiento es un tema con largo
recorrido para la historia de la filosofía. En el caso de la autora es un
problema que la toca de cerca: no solo su primer libro publicado, resultado de
su investigación doctoral, trabaja sobre la relación entre deseo y
reconocimiento en lecturas hegelianas de filósofos franceses del siglo XX (Butler,
J. 1987), sino que, a lo largo de sus obras, aparece el problema interpretado y
profundizado desde nuevas miradas (Butler, J. 2006; 2010; 2019). En Vida precaria, Butler plantea que el
pedido de reconocimiento no implica exigir que se reconozca lo que una ya es,
sino que impulsa una transformación de mí en relación con un tú del cual
dependo para seguir existiendo (Butler, J. 2006, 70). El reconocimiento “nos
pone” fuera de nosotras mismas, para ser conformadas por las normas sociales y
culturales y por un marco de legibilidad que nos precede, nos condiciona y nos
sujeta: “La vulnerabilidad adquiere otro sentido desde el momento en que la
reconoce, y el reconocimiento tiene el poder de reconstituir la
vulnerabilidad.” (Butler, J. 2006, 71). En este texto, la autora da un lugar
privilegiado a las normas de reconocimiento como elementos esenciales para
poder comprender la vulnerabilidad en tanto condición de lo humano. La revisión
de esas normas, su evaluación permanente y la lucha por su transformación se
vuelve, por ende, indispensable.
En Marcos
de guerra, publicado en 2009 y pensado como continuación de Vida precaria, Judith Butler analiza los
modos en los cuales las guerras contemporáneas producen y regulan disposiciones
afectivas y respuestas éticas, ofreciendo marcos de reconocimiento de lo que
constituye o no una vida humana. Como ya plantea en El género en disputa cuando se refiere a la iterabilidad de los
actos que constituyen el género de los sujetos (Butler, J. 1999), la
constitución de los sujetos se lleva a cabo a través de normas que repiten y
que van a fabricar el marco de reconocimiento de lo que va a ser considerado
como sujeto. Estas condiciones normativas de constitución y aparición de los
sujetos responden a transformaciones históricas, mutan, se transforman, de allí
que produzcan “una ontología históricamente contingente”, donde aquello que
podemos nombrar y reconocer como sujeto cambia a lo largo de la historia
(Butler, J. 2010, 17).
Butler introduce una distinción entre
reconocimiento y reconocibilidad:
[L]a ‘reconocibilidad’ caracterizará las
condiciones más generales que preparan o modelan a un sujeto para el
reconocimiento (...). Estas categorías, convenciones y normas que preparan o
establecen a un sujeto para el reconocimiento, (...) preceden y hacen posible
el acto del reconocimiento propiamente dicho. En este sentido, la
reconocibilidad precede al reconocimiento. (Butler, J. 2010, 19)
Esto permite ver que ciertas normas,
términos o convenciones culturales, en su repetición, efectúan condiciones de
reconocibilidad para que pueda darse, finalmente, el reconocimiento en tanto
sujetos, vidas humanas, ciudadanos/as o cuerpos vulnerables. El reconocimiento
aparece, entonces, como consecuencia, en un marco normativo que lo asigna de manera
diferencial. De ahí que le resulte fundamental a Butler, como previamente
señalábamos, reflexionar acerca de las posibilidades de cambiar dichos marcos,
a través de la producción de nuevas normas (lingüísticas, estéticas,
discursivas, etc.).
En
“Capacidad de supervivencia, vulnerabilidad, afecto” primer capítulo de Marcos de guerra la filósofa
estadounidense plantea que una nueva ontología corporal permite poner en
cuestión la ontología del individualismo (que supone como norma una
responsabilidad y autonomía[3] absoluta
de los sujetos) en la medida en que comprende al cuerpo como vulnerable por
definición: está expuesto a los demás (es dependiente del afuera para su
subsistencia, al mismo tiempo que está amenazado de daño). Pero aquí, aclara la
autora, la vulnerabilidad no debe reducirse a la no dañabilidad de un cuerpo,
sino que implica el “enfrentarse a” el mundo en general. El cuerpo se halla en
estado extático[4], pero, “No
es [el cuerpo] una mera superficie en la que se inscriben los significados
sociales, sino aquello que sufre, se alegra y responde a la exterioridad del
mundo” (Butler, J. 2010, 58). El cuerpo produce una respuesta primera en los
afectos (alegría, sufrimiento, rabia, dolor) que pueden devenir en una crítica
de las normas mismas en las cuales se inscribe dicho cuerpo y a partir de las
cuales se conforman los marcos de reconocibilidad de ciertas vidas como vidas.[5]
Aquí
Butler vuelve a la cuestión del duelo: una vida es entendida como tal cuando es
digna de duelo, cuando se considera que merece ser llorada. La noción de
“merecer” es utilizada por la autora en su sentido moral, justamente porque la
revisión crítica que realiza apunta a cuestionar la normativa que produce los
marcos para distinguir lo que es humano y lo que no, como lo que está bien y lo
que no, encuadrando con ello las respuestas afectivas propias de todo cuerpo.
Por ello retoma a Antígona y su dolor: el problema político de a quiénes
tenemos permitido llorar saca a la luz una distribución diferencial no solo de
la vulnerabilidad sino también de lo que se considera vida y lo que no: una
vida no llorada es una vida que no ha amado a nadie ni ha intervenido en la
vida de nadie: que no ha existido.
Sin embargo, el sufrimiento o la
indignación son afectos movilizantes del cuerpo que pueden llegar a
desestabilizar, resquebrajar o debilitar dichos marcos, mantenidos por
determinados regímenes de poder. De ahí que les sea fundamental controlarlos.
Butler está pensando, en ese momento, en la guerra de Estados Unidos contra
Irak, más específicamente, en las imágenes filtradas de prisioneros torturados
por soldados estadounidenses en Abu Ghraib. El Secretario de Defensa en ese
entonces, Donald Rumsfeld, proclamó que era “antiamericano” divulgar esas
fotografías. La autora entiende que aquello que desea controlarse, en este caso
como en el de Antígona, es la respuesta afectiva de la población, una respuesta
cuya indignación podría debilitar el apoyo a la invasión en el país de Medio
Oriente o el apoyo a Creonte, respectivamente.
Ahora bien, nuestros afectos no son
primitivos, no nos indignamos de igual manera ante cualquier muerte ni tampoco
ante cualquier sufrimiento. Las respuestas morales o “sentimientos morales” que
tenemos frente a los fenómenos (“si tal muerte es una desgracia o un alivio” “si
tal hecho es humano o inhumano”) no son iguales para “lo mismo”, no son
universales ni innatos; no es pertinente, por tanto, suponerlos como rasgos de
humanidad (Butler, J. 2010, 80). Los propios afectos, vistos desde una
ontología del cuerpo, ya vienen interpretados de antemano, es decir, nuestro
afecto de tristeza, por ejemplo, ante una muerte, no es “nuestro” en términos
absolutos, sino que, como afirma Butler “nos viene comunicado desde otra parte”
(Butler, J. 2010, 79). La diferencialidad de nuestras respuestas afectivas está
en el marco de interpretación, el cual no entendemos del todo e implica densas
redes de poder que distinguen las vidas entre las que son merecedoras de duelo
y las que no, las vidas “muy vivas”, las vidas “socialmente muertas” o incluso
las vidas cuya existencia es una amenaza a la vida en general (Butler, J. 2010,
69). Pero esto no implica que dicho marco esté más allá de nosotras/os, que no
pueda verse agrietado o ahuecado por alguna emoción.
La pregunta que surge entonces es: ¿cómo
salirnos de estos marcos? ¿cómo restituir la posibilidad de considerar toda
vida como valiosa? Butler echa mano en este punto a la categoría de
interdependencia. Justamente, un elemento fundamental de la vulnerabilidad,
como habíamos señalado, es la dependencia necesaria de todo cuerpo respecto del
afuera que lo sostiene. Cuando un país declara guerra a otro país, afirma
materialmente que no lo necesita, que su existencia le es prescindible. Al
declarar la guerra explota y niega tanto la vulnerabilidad como la precariedad
compartida.[6] Esta
última, en tanto condición social del cuerpo, es el convencimiento de que una
vida que nace es una vida que debe ser sostenida en la vida por otros, lo cual
permite comprender que, en tanto sujetos, estamos ligados a aquello que no
somos: “Si yo intento conservar tu vida no es solo porque intento conservar la
mía, sino también porque quien ‘yo’ soy no es nada sin tu vida” (Butler, J.
2010, 72). Este razonamiento antropológico nos ofrece un fundamento ético a la
imposibilidad de dañar o acabar con otra vida. Fundamento que se encuentra en
la necesidad de un eventual “tú” para conformar un “yo”. Pero dicho “tú” no es
meramente formal como podría serlo el imperativo kantiano que pone al otro como
fin. Aquí lo que funciona es una ontología corporal donde lo que prima es la
interdependencia material de los cuerpos para sostener la vida. Más un conatus que un imperativo.
La interdependencia, por lo tanto, es una
categoría que la autora defiende como un nuevo ángulo para pensar la
destructibilidad y también las normas de reconocimiento, al explicitar una
condición común (la de la precariedad y vulnerabilidad de los cuerpos). Pero
Butler se cuestiona cómo es que una vida puede volverse visible en su
vulnerabilidad. La respuesta está necesariamente en la capacidad de percepción
que tienen los sujetos. Capacidad no innata, que se construye a través de
diversos elementos, entre ellos, los medios de comunicación y los discursos de
poder, que fabrican aquello que los sentidos pueden y no pueden sentir: lo que
los ojos pueden ver o no, lo que los oídos oyen, etc.: “El plan interpretativo
tácito que divide las vidas en meritorias y no meritorias funciona
fundamentalmente a través de los sentidos.” (Butler, J. 2010, 81). Al postular
el cuerpo humano como vulnerable inevitablemente el reconocimiento de sus
límites y formas aparecerá en un afuera que no controla y que está mediado por
normas y pautas culturales. De este modo, ciertos cuerpos serán percibidos como
más humanos que otros, como más precarios que otros.
Vida precaria y Marcos de guerra siguen una línea de continuidad reflexiva en la
obra de Judith Butler. En ambos textos, la autora busca construir una ontología
corporal, para analizar ciertas nociones que resultan fundamentales de ser
repensadas en ese momento histórico de guerra: la vulnerabilidad, la violencia,
el cuerpo, el reconocimiento, la precariedad, la interdependencia y lo humano. Cuerpos aliados y lucha política (2015),
aparecido seis años después de la publicación de Marcos de guerra (2009), ya no tiene en el centro de su reflexión
la guerra sino las alianzas comunitarias y las movilizaciones en el espacio
público.[7] Esto
impacta directamente en el modo en que Butler va a tratar la categoría de
vulnerabilidad. En efecto, el texto “Vulnerabilidad del cuerpo y la política de
las coaliciones”, cuarto ensayo del libro, está atravesado por un dilema no
aparecido previamente: ¿el cuerpo es vulnerable o resistente? Si los cuerpos no
son activos, ¿son vulnerables? ¿Son la agencia y la vulnerabilidad elementos
contrarios? Si bien la idea de vulnerabilidad en tanto exposición de los
cuerpos es mantenida por la autora, en este texto analiza la posible
contraposición con la categoría de resistencia. Lo que argumenta Butler es que
no hay contradicción entre un término (vulnerabilidad) y otro (resistencia).
Tanto la vulnerabilidad como aquello que nos vulnera se vuelve el motivo por el
cual nos exponemos en la lucha, actuamos, resistimos y, por lo tanto, la
vulnerabilidad puede ser una forma de activismo.
Ya hemos visto que los cuerpos están
constituidos por sus relaciones con otros sujetos y con infraestructuras (que
están o no), en las cuales se apoyan para sobrevivir. La vulnerabilidad, dice
Butler, puede entenderse “como un modo de relacionarse” que pone en cuestión la
dimensión individual o discreta del cuerpo (Butler, J. 2019, 132). Así, el
cuerpo, dependiente de las relaciones que lo sostienen, queda expuesto a la
violencia pero también al cuidado y el amor (Butler, J. 2019, 150). La
vulnerabilidad es entonces esa exposición de todo cuerpo a lo inesperado, a
aquello que no podemos controlar ni dominar de antemano porque no sabemos qué
va a ocurrirnos. Un cuerpo se vuelve vulnerable cuando queda a la intemperie de
aquello que está más allá de sí mismo pero que al mismo tiempo lo constituye en
su corporeidad.
Aquí puede observarse una fuerte impronta
de la lectura deleuziana de Spinoza,[8] la cual le
permite postular, primero, que el cuerpo está permanentemente abierto,
extático, siempre fuera de sí, a la intemperie de lo que acontece; segundo, que
el cuerpo está gobernado por las pasiones, en el sentido de que está vinculado
con aquello que no es él. Justamente, cuando Deleuze tiene que definir la
pasión expresa que “Una afección solo es una pasión cuando (...) se explica por
la influencia de otros cuerpos” (Deleuze, G. 2021, 213). Y tercero, que el
cuerpo desea perseverar, persistir en su existencia. Estas dos últimas
cuestiones spinozistas, la pasión y la perseverancia en el ser, son tomadas por
Butler atravesando en ellas un análisis socio-político estructural, donde al
aspecto puramente ontológico de la afección se incorporan las condiciones
materiales en virtud de las cuales “somos seres que quieren persistir y cuya
persistencia puede estar amenazada o, por el contrario, apoyada en función de
la ayuda que brinden las estructuras sociales, económicas y políticas para que
una vida pueda ser experimentada como tal.” (Butler, J. 2019, 152).[9] Si estas
estructuras no están dadas los cuerpos salen a la calle, exponiéndose, a veces,
al daño para luchar por sus posibilidades de sobrevivencia.
Butler cuestiona la suposición de un
espacio público compartido que sirva de sustento permanente al accionar
político de las asambleas porque justamente los cuerpos vulnerados a veces se
congregan para pedir por la existencia misma y la mejora de ese espacio o
infraestructura que es sentida como propia. La movilización de los cuerpos por
las calles requiere ser sostenida por condiciones materiales donde está
incluido el asfalto o los edificios públicos, y dicho sustento forma parte
también de la acción. En este sentido, agencia y vulnerabilidad se encuentran
en un espacio donde esta última es un efecto político que moviliza a la acción.
Esta movilización, que patentiza la
vulnerabilidad del cuerpo en la medida en que lo expone aún más a lo
imprevisto, ratifica su cualidad de interdependiente. Aquí Butler toma a Hannah
Arendt al postular que el espacio de aparición se conforma cuando los sujetos
se agrupan con otros para dar lugar a la acción: “la acción emerge en el entre” (Butler, J. 2019, 81). En efecto,
los cuerpos aparecen en el espacio público para rechazar su prescindencia, pero
en la calle se encuentran con otros a quienes necesitan para sobrevivir, aunque
incluso esa necesidad pueda causarles algún tipo de daño. Butler cita un texto
de la feminista afrodescendiente Bernice Johnson Reagon donde explica que
trabajar en coalición con otros es sentirse amenazada de manera permanente y
que construir un mundo “nuestro” y vivir “juntos” es una opción que contiene
sus peligros, que hay que soportar pero que, justamente, nos permite sobrevivir
(Butler, J. 2019, 153). Es en este malestar insoslayable que implica la
interdependencia donde puede nacer la solidaridad:
“Las personas que uno se encuentra en las
calles o fuera de ellas (...) no son precisamente las personas que uno escoge.
(...) Quizás podríamos decir que el cuerpo está siempre expuesto a personas e
impresiones sobre las que no tiene nada que decir, que no llega a anticipar o
controlar en su totalidad, y que esas condiciones de su encarnación social son
las que no ha negociado del todo. En mi opinión, la solidaridad nace justamente
en ese momento.” (Butler, J. 2019, 154).
La caracterización de la vulnerabilidad
presentada en este texto se aleja de “la debilidad”, usada históricamente para
calificar a las mujeres. Si bien cierta corriente feminista utiliza la noción
de “vulnerabilidad” para definir a las mujeres en orden a instituir políticas
paternalistas de protección, otra corriente las piensa (en su amplio espectro
interseccional) como vulnerables pero resistentes (Butler, J. 2019, 142). Es
decir, mujeres que están políticamente en el foco de agresiones permanentes y
expuestas a mayor grado de violencia que otras, pero que resisten tales
agresiones y violencias. De este modo, Butler responde el dilema que presentó
al principio: la vulnerabilidad no necesariamente se traduce en resistencia ni
fortaleza, pero tampoco la fortaleza es lo contrario a la vulnerabilidad.
Sin embargo, en ciertos discursos políticos
la noción de vulnerabilidad decanta en una dualidad que pareciera insoslayable:
por una parte, su utilización para calificar “esencialmente” a las mujeres o a
cualquier otro grupo que se seleccione como “desprotegido” o “realmente débil”;
y, por otra, como el fundamento para exigir o proponer la protección de dicha
población. El uso político liberal e individualista que se le da al término
construye el dilema, puesto que se refiere, de una parte, a la selección de un
blanco (poblaciones cuya vulnerabilidad es producida activamente por regímenes
de poder que crean una retórica en la cual es la población la responsable
absoluta de su situación) y, de otra parte, a la protección paternalista de un
grupo de personas (excluyéndolo así de decisiones y procesos democráticos)
(Butler, J. 2019, 146).
Aquí es donde la autora hace explícita la
producción de ciertas condiciones que tienen la vulnerabilidad como efecto
desigual en ciertos sujetos o ciertas poblaciones, especialmente estableciendo
diferencias de género: “[L]a vulnerabilidad e invulnerabilidad no son
características esenciales de los hombres o las mujeres, sino más bien procesos
de determinación de género, efectos de unas formas de poder (...).” (Butler, J.
2019, 147). La vulnerabilidad está presente en tanto seres humanos como
exposición. Si se desarrolla en ciertos sujetos, por procesos de poder
históricos, una impermeabilización a esa exposición y, por ende, un olvido de
la vulnerabilidad, dicho sujeto repetirá un relato de sí mismo que conformará
un tipo de yo, podríamos decir, “invulnerable”, aunque su cuerpo, en efecto, no
lo sea. Butler pone dos ejemplos acerca de esto: primeramente, el sujeto
militar en cuyo discurso aparece la destrucción de poblaciones enteras
suponiendo que él mismo no puede ser objeto de esa misma destrucción; en
segundo lugar, el sujeto defensor del neoliberalismo económico, que no se ve a
sí mismo siendo víctima de la falta de derecho a vivienda o salud (Butler, J.
2019, 148). La vulnerabilidad negada no solo permite la dominación o protección
paternalista de ciertos sujetos considerados vulnerables, sino que también niega
la propia interdependencia, indispensable para sobrevivir.[10]
Pero la vulnerabilidad del cuerpo no
decanta en la inacción. Cuando los cuerpos se congregan en la calle y resisten,
muestra que esta resistencia es “la puesta en juego de la vulnerabilidad y la
exposición” y, en este sentido, constituyen un modo de activismo que permite
luchar por las condiciones que hagan de la propia vida una vida vivible.
A lo largo de este artículo, hemos mostrado
que la categoría de vulnerabilidad en la obra de Judith Butler emerge para
nombrar una situación de los cuerpos como expuestos: a lo inesperado, al daño,
a la violencia, pero también al amor y el cuidado. Esta exposición es pensada
por la autora a lo largo de once años (2004-2015) a partir de distintos
escenarios políticos. En Vida precaria
(2004) la vulnerabilidad es puesta como condición de humanización que
permitiría el acercamiento a un Otro que me constituye, pero también como una
condición explotada por la violencia estatal a través de ciertas políticas que
tienen como efecto formas diferenciales y desiguales de precariedad. En Marcos de guerra (2009), Butler revisa
la conformación de los marcos de reconocimiento para argumentar los modos en
que la vulnerabilidad, latente en todo cuerpo, no es percibida como tal en
ciertas vidas que no son lloradas. La interdependencia constitutiva de los
cuerpos queda cesante cuando una nación decide entrar en guerra con otra,
declarando performativamente que no necesita de ciertas vidas para vivir, y
creando condiciones de vida no vivibles. La protección de ciertas vidas como
dignas se ve anulada y emerge una producción de sujetos indignos de vida que
permite su destrucción en la medida en que son considerados como no-existentes.
En Cuerpos aliados y lucha política
(2015) el análisis de la categoría de vulnerabilidad está interceptado por las
movilizaciones en el espacio público acaecidas entre los años 2010 y 2011.
Cuerpos que deciden congregarse para resistir juntos condiciones de vida que la
convierten en no vivible. Cuerpos que se exponen, cuerpos vulnerables que se
agencian para resistir.
Antígona hace el duelo por Polinices, lo
sepulta y, en esta acción, enfrenta la norma, el marco que consideraba a
Polinices como indigno de sepultura. Esta aparición en el espacio público
expone a los cuerpos al peligro contra el cual ellos mismos se resisten. Y esta
doble significación de la vulnerabilidad es la que hace productiva a la categoría.
La vulnerabilidad no es la debilidad ni tampoco exclusivamente la posibilidad
de que nos dañen, sino que es la exposición de todo cuerpo al arrojo de lo que
suceda, y es en ese arrojo que se hace resistente. La vulnerabilidad se
convierte en una forma de activismo, de agencia del sujeto que lucha por su
reconocimiento. Cuando hablamos de cuerpos cuya vulnerabilidad es explotada,
esa exposición se vuelve peligrosa, pero por eso mismo puede volverse
resistente y no pasiva ante el marco de reconocibilidad construido para hacerlo
aparecer.
Consideramos que la reflexión sobre la
vulnerabilidad abre paso a ciertas preguntas: ¿luchamos por la sobrevivencia
sin más, como si fuese una base cuya estabilidad da lugar a una posterior vida
política (como plantea H. Arendt), o se conciertan esfuerzos para que la
supervivencia sea materia de lucha política, en un esfuerzo por crear vidas
vivibles? Justamente, las condiciones de supervivencia, en muchos casos, no
están dadas, y resulta necesario luchar por ellas, pero, además, se vuelve
fundamental discutir acerca de la vida misma y su desarrollo. ¿Qué vidas
queremos llevar a cabo? ¿Sobrevivir es vivir? Específicamente, situados en
nuestra región, ¿qué vidas son dignas de vivirse? ¿Qué vidas son descartadas en
discursos de poder (medios, políticos, institucionales)? Consideramos que, si
podemos profundizar en aquello que hace de una vida algo vivible, descartando
su esencialización y tomando en cuenta la diferencialidad propia de lo humano,
podemos abrir un análisis político acerca de las condiciones que suturan la
vulnerabilidad de todo cuerpo.
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[1] Con esto Butler no afirma que no deba lucharse en nombre del propio
cuerpo y por mayor autonomía. En efecto, la reivindicación del cuerpo que somos
y su capacidad de agencia forma parte de la necesidad normativa de demandar
cobijo, protección y libertad, en especial en el caso de las minorías sexuales
y de género y las mujeres (Butler, J. 2016, 40). El planteo de la autora señala
la posibilidad de repensar el lugar que ocupa el cuerpo en la política,
evitando caer en una reflexión individualista y liberal del mismo.
[2] Señalamos que no necesariamente Butler entiende que la
vulnerabilidad nos compromete con la vida del Otro. En efecto, en sus lecturas
acerca del rostro de Emmanuel Lévinas se detiene a pensar por qué este último
entiende que el rostro del Otro, en su precariedad e indefensión, es una
tentación de matar al mismo tiempo que una apelación a la paz (Butler, J.
2006). El rostro del Otro sirve “para producir una lucha en mí” entre “el temor
de sufrir violencia y el temor de infligirla” (Butler, J. 2006, 170-172). El
rostro del Otro abre el conflicto ético en mí, a partir del cual se instala una
interpelación que me llama, justamente, a proteger una vida que en un primer
momento tuve el impulso de matar. Yo puedo querer matar al Otro pero estar cara
a cara con el Otro es ser incapaz de matar (Butler, J. 2006, 174).
[3] Acerca de la autonomía Butler aproxima una reflexión crítica en Deshacer el género donde entiende que la
autonomía corporal es una “vivaz paradoja” (Butler, J. 2016, 40) en la medida
en que la piel y la carne nos exponen a los otros que nos constituyen como
cuerpo. Pensar la autonomía como capacidad absoluta de decisión del sujeto por
sí mismo (planteo del individualismo liberal) impide observar la relacionalidad
intrínseca a toda decisión y a la existencia de normas previas al yo que lo
constituyen, es decir, antes de que un “yo” exista ya está socialmente
condicionado (Butler, J. 2016, 38).
[4] Butler utiliza este término, tanto aquí como en otros textos en su
sentido griego de ek-stásis que
significa “estar fuera de uno mismo”.
[5] En este punto Butler es deudora del giro afectivo en la Teoría
Queer. En efecto, la idea de que afectos tales como la rabia o el dolor puedan
constituirse en la materia misma de la crítica es un aporte ofrecido por
pensadoras queer de mediados y fines de los años 90 (Solana, M. 2017, 90). El
giro afectivo buscó, entre otras cuestiones, ofrecer una nueva ontología del
cuerpo que tuviera presente aquellas emociones que constituyen su materialidad.
En este sentido, los aportes de autoras como Sara Ahmed, Ann Cvetkovich y
Lauren Berlant son fundamentales para la reflexión butleriana (Aclaramos que
Butler cita a estas autoras en el texto).
[6] Este último concepto es profundizado en este libro donde la autora
establece una distinción entre precariedad y precaridad: la primera se refiere a una condición compartida de la
vida humana (y la vida en general), es la vida social del cuerpo, el hecho de
que nuestra vida está siempre dependiendo de otros, lo cual, en un punto nos
expone a los demás, pero a la vez nos da una obligación ética hacia ellos. La precaridad, en cambio, es la condición
política diferencial en la cual se induce a determinadas poblaciones a la
precariedad, dando lugar a una maximización de la precariedad que nos es común,
sin posibilidad de apelar a un sostén. En el texto en inglés no hace falta introducir un neologismo
como es el caso para el español. Butler distingue en significación precariousness (precariedad) y precarity (precaridad), ambas palabras
que existen en su idioma (Butler, J. 2009, 25; 2010, 30-31).
[7] Son centro de su reflexión política la ocupación de la plaza Tahrir
(Egipto) en 2011; el movimiento Occupy
(que de Wall Street se extendió a otros puntos de Estados Unidos y el mundo,
2011); y el movimiento de los indignadxs en España (2010).
[8] Específicamente se refiere a elementos del texto “¿Qué puede un
cuerpo?” en Spinoza y el problema de la
expresión (trad. Diego Abadi). CABA:
Isla desierta. 2021.
[9] Esto ha sido denominado por María Victoria Dahbar como la
“ontología socio-corporal” en la filosofía de Butler. (Cfr.: Dahbar, M. 2017)
[10] La autora no plantea dicha
dependencia como algo necesariamente positivo, más bien reconoce que la misma
puede ser explotada, por ejemplo, en la esclavitud. De ahí que plantee y
remarque la diferencia entre dependencia y explotación. La primera no es
sinónimo de la segunda sino su viciosa derivación.