Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas

Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Comentarios de libros
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
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tapa libro: Marx: ciencia y revolución

Marx
Ciencia y Revolución

Márcio Bilharinho Naves
Santiago de Chile, Doble Ciencia Editorial, 2020,
introducción y edición de Pedro Karczmarczyk,
traducción de Pedro Karczmarczyk, Claudio Costales y Blas Estévez., 193 pp.

Julia Montes

Universidad Nacional de La Plata, Argentina.

juliamontes1814@gmail.com

En la “Introducción” a Marx: Ciencia y Revolución Márcio Bilharinho Naves (2020) se pregunta en torno al derrumbe de lo que en el siglo XX se ha conocido como “comunismo”, es decir, en torno a la caída del “socialismo real”, ¿qué sentido puede tener, para nosotros hoy, leer a Marx? Naves estudia las diferentes etapas del pensamiento de Marx signadas por la confrontación con ciertas “ideologías filosóficas”, pues comprende que Marx constituye un nuevo campo conceptual y una nueva práctica filosófica asentada sobre nuevas bases, las de una teoría científica de la historia.Mediante la crítica de dichas ideologías filosóficas, Marx consigue hacer visible su carácter ideológico, esto es, de “representaciones imaginarias que recubren y oscurecen las relaciones reales” (p. 40), y allí, según Naves, encuentra sentido a la lectura de Marx. Ello nos dará el pie para cuestionar la tesis que afirma la imposibilidad de la superación del capitalismo, posibilitando a su vez la destrucción de las relaciones sociales burguesas.

El primer capítulo, “Vida y obra”, ofrece una biografía sucinta del filósofo de Tréveris. Los capítulos 2-7 siguen el orden de la vida de Marx. En el capítulo 2, Antes del marxismo: los caminos del joven Marx”, Naves describe la adaptación del hegelianismo al liberalismo por Marx: a la irracionalidad del Estado prusiano, le opone la idea de un Estado racional que, en esta etapa, se identifica con el Estado liberal (p. 56). Bajo esta concepción el Estado se realizaría como encarnación del interés general, implicando que el derecho de un Estado que no esté organizado racionalmente deba considerarse, en rigor, como un no-derecho. En un segundo momento, comenta Naves, Marx encuentra en el proletariado alienado un fundamento material para la transformación revolucionaria. No obstante, como la figura de proletariado sigue el modelo del hombre alienado de Feuerbach (p. 61), Marx piensa que la emancipación del proletariado tendrá lugar a través de la teoría, es decir, de la filosofía. En este marco, Marx desarrolla el concepto de trabajo alienado: el hombre está alienado porque tanto el trabajo, como el producto del trabajo y el trabajador mismo pertenecen a un otro. Según Naves, en esta etapa del pensamiento de Marx se considera que la sociedad comunista anularía esta condición mediante la supresión positiva de la propiedad privada, lo que permitiría al hombre apropiarse de su esencia.

En el capítulo 3, “La constitución del materialismo histórico”, Naves analiza la formación de un nuevo campo conceptual en La ideología alemana. La ruptura epistémica con la “ilusión de Hegel”, al dar cuenta de la mistificación de la problemática hegeliana, lleva a Marx a abandonar “el terreno ideológico común del par ‘espíritu-materia’” (p. 71). Entonces, la manera en la cual las condiciones materiales de producción condicionan al conjunto de los elementos de la estructura social es analizada a través del concepto de modo de producción, -condiciones materiales de producción- que depende de las relaciones de producción -determinadas relaciones entre los productores- las cuales asimismo, en esta etapa del pensamiento de Marx, dependen, según Naves, del grado de desarrollo de las fuerzas productivas -innovaciones técnicas que modifican los medios de producción-. Estos conceptos plantean el problema de la determinación de la superestructura por la estructura, concluyendo que del plano de las ideas no se puede alterar la realidad material. Ello le permite a Marx fundar un conocimiento científico –contrapuesto a ideológico– de la historia. Pero, nos aclara Naves, Marx sigue estando en el terreno del humanismo debido a que la producción aun es pensada como resultado de la creación de un sujeto y no como un proceso objetivo que enfrenta dos clases. El capítulo concluye afirmando que, para constituir un nuevo campo científico, Marx debe, por un lado, reelaborar el concepto de fuerzas productivas, afirmando que su desarrollo está determinado por las relaciones de producción; por el otro, tiene que criticar las formas jurídicas existentes, la noción de hombre y, con ella, la de alienación, al vincular estas formas jurídicas e ideológicas con el proceso de valorización dentro del proceso de intercambio comercial.

En el capítulo 4, “Historia y revolución”, Naves analiza cómo la problemática economicista desarrollada en La Ideología alemana se ve perturbada por la irrupción del concepto de lucha de clases. El Manifiesto del partido comunista es un testimonio de esta situación. El paso del feudalismo al capitalismo sirve de modelo: dentro de la sociedad feudal se generaron los medios de producción e intercambio propios de la burguesía. Las fuerzas productivas, al desarrollarse, obligan a un cambio en las relaciones feudales de propiedad, hasta destruir tanto dichas relaciones como su imaginario social. Marx piensa que un movimiento similar ocurrirá en el capitalismo: el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas requiere un ajuste de las relaciones de producción que llevará más allá del capitalismo. En las crisis comerciales que el capitalismo genera recurrentemente, la superproducción da muestras de un “exceso de civilización”. Esto indica que el capitalismo no está en condiciones de contener sus propias riquezas, de manera que sus “propias armas” se vuelven contra la burguesía misma. Dentro de estas “armas” también está la propia clase obrera, que es “el resultado más auténtico” del desarrollo de la gran industria (p. 107). Como la pequeña producción no puede competir con la industria y los nuevos métodos de producción ya no requieren habilidades especiales, las demás clases sociales se van “proletarizando”, generando las condiciones para la revolución proletaria.

En el capítulo 5, “La crítica de la sociedad burguesa”, se describen las condiciones de posibilidad del trabajo asalariado, ahondando en la lógica del capital. El capital es una relación social, no una cosa: para que se constituya, el poseedor de las condiciones objetivas de la producción necesita de una mercancía cuyo valor de uso sea fuente de valor, esta es la fuerza de trabajo. Entonces, sólo hay capital bajo ciertas condiciones: aquellas en las que los medios de producción, en manos de propietarios privados, se combinan con la fuerza de trabajo, cuyos poseedores deben ofrecer a la venta debido a la separación del productor de los medios de producción. Como el plusvalor o plusvalía es el excedente que el capitalista se apropia, orienta todo el proceso de trabajo. Es decir, el proceso de trabajo -producción de valores de uso- está subordinado y determinado por el proceso de valorización -producción de plusvalía. Las relaciones de producción capitalistas se constituyen por medio de la subsunción del trabajo al capital. En un primer lugar, la subsunción del trabajo al capital es meramente formal, consistiendo en la separación del trabajador de los medios de producción, que son propiedad del capitalista, conservando todavía una importancia clave las destrezas y la calificación del trabajador. Pero las relaciones de producción capitalistas sólo se constituyen plenamente con la subsunción real del trabajo al capital: la “maquinización” del trabajo, donde el trabajador debe someterse al ritmo que impone la maquinaria, viéndose así expropiado de su conocimiento técnico, sus condiciones intelectuales, etc. Esta situación es enmarcada por el estatuto jurídico de derecho de la libre disposición de la voluntad de las partes, donde los poseedores de mercancía se reconozcan mutuamente como propietarios privados. Ello supone tanto la libertad del sujeto como una libertad por igual para todos estos sujetos, por lo que la compra de la fuerza de trabajo aparece como la realización de la libertad y la igualdad, y la dominación burguesa aparece como expresión de una voluntad general en la democracia republicana. Se ve así cómo es que el marco democrático encierra la lucha de la clase trabajadora dentro de una legalidad e institucionalidad burguesas.

"La refundación del materialismo histórico”, el sexto capítulo, revisa el esquema de la determinación estructura-superestructura tratado en el tercer capítulo. En un sentido decimos que primero surge una relación social determinada, que vincula al poseedor de las condiciones materiales de producción -el capitalista- con el de la fuerza de trabajo -el proletario-; luego, las fuerzas productivas se ajustan a dichas relaciones. Pero, en otro sentido, es el desarrollo de las fuerzas productivas el que “plenifica” las relaciones de producción, lo que las hace propiamente capitalistas, al constituir la base material para la expropiación subjetiva de la clase trabajadora (p. 152). Se concluye que las fuerzas productivas están dentro de las relaciones de producción, siendo estas últimas, a la vez, la forma del desarrollo de las fuerzas productivas. Entonces, en primer lugar, la historia no es una sucesión lineal de modos de producción dirigida por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, sino que depende también de la lucha de clases. En segundo lugar, las fuerzas productivas no tienen carácter neutro, sino que cargan con una determinación de clase. Por ello, las fuerzas productivas de la sociedad comunista no podrán constituirse paulatinamente al interior del capitalismo. Para saber cómo destruir las relaciones de producción capitalistas, debe primero analizarse qué lleva a su reproducción.

En el caso del feudalismo, nos dice Naves, la incidencia de coerción (efectiva o potencial), y de la ideología religiosa que la recubre y la justifica, se torna comprensible cuando analizamos la naturaleza misma de la base económica. En efecto, el señor feudal no tiene el control efectivo de los medios de producción, que sí detenta relativamente el siervo, de manera que la apropiación del excedente requiere una coerción exterior al proceso de producción, y de una justificación “ideológica” que sostenga y prolongue esa coerción. En el caso del capitalismo, el capitalista sí tiene el control efectivo de los medios de producción y el proletario tiene sólo su fuerza de trabajo, que está obligado a vender. El capitalista extrae de esta relación una plusvalía, como ya comentamos, pudiendo sostener esta extracción gracias tanto al enmascaramiento la misma, como al control de los medios de producción. Como vimos, tanto la ideología jurídica como el Estado -su aparato represivo y su aparato ideológico- tienen un peso importante en la reproducción de estas relaciones, pero, para Naves, la reproducción de las relaciones de producción capitalistas es asegurada por la instancia económica. Esto es debido a que la separación entre el trabajador y sus medios de producción, expresada en la forma salario, genera la dependencia hacia el capitalista. No obstante, en esta etapa del pensamiento de Marx la determinación económica ya no es presentada como determinación directa, como una suerte de manifestación expresiva, sino como “determinación en última instancia” (p. 153), al reconocer la eficacia que los elementos superestructurales poseen dentro de la reproducción de las relaciones de producción y concebir a la superestructura como un conjunto de relaciones cuya existencia es necesaria para la reproducción de la totalidad social (p. 159).

En el capítulo 7, “La superación de la sociedad burguesa: transición y comunismo”, Naves explicita una serie de rectificaciones que realiza Marx. La primera, ya mencionada, es el abandono de la tesis del primado de las fuerzas productivas, la cual permite revisar la posición dominante dada a la supresión de la propiedad privada, ya que por sí sola esta supresión -por ejemplo, mediante la estatización de los medios de producción- no transforma las relaciones de producción capitalistas. La consecuencia inmediata de la estilización es el control colectivo sobre las condiciones externas de proceso de producción; sin embargo, según afirma Naves, las relaciones de producción continuarán siendo capitalistas. Para suprimirlas, debe atacarse la organización capitalista del proceso de trabajo: la división entre trabajo manual e intelectual, y la división entre tareas de dirección y ejecución. Estas divisiones reproducen las condiciones de expropiación del trabajador al obstaculizar el control sobre sus medios y proceso de trabajo. Entonces, el socialismo debe implicar la reapropiación de las condiciones tanto objetivas como subjetivas de producción.

La segunda rectificación introduce la necesidad de la destrucción del aparato de Estado burgués, la Revolución del Estado. Debe destruirse, por un lado, el aparato represivo de Estado, separado de las masas, que impide la apropiación directa del poder político por parte de la clase trabajadora; por otro lado, debe destruirse su división de poderes, donde se expresan los intereses de distintas fracciones de las clases dominantes. El tránsito hacia la sociedad sin clases se da mediante la dictadura del proletariado, pero como esta fase se desarrolla sobre una base ajena que contiene “los rastros de la vieja sociedad burguesa” (p.177), deberán transformarse sus relaciones de producción y sus fuerzas productivas. Esto lleva al surgimiento de una forma efectiva -y no sólo formal- de la libertad, al constituirse sobre la base de relaciones de producción asociativas. Esta transformación sigue la lógica de la dialéctica marxista en tanto estudio de las contradicciones de la sociedad burguesa y de las condiciones de posibilidad de la resolución de esa contradicción (p. 179). Distinguiéndose de Hegel, en Marx la dialéctica es una dialéctica de destrucción” (p. 182), destruyendo lo negado y suplantándolo por algo nuevo, fuera del elemento negado.

La conclusión sigue el hilo pautado por la pregunta que estructura el texto: ¿qué sentido puede tener, para nosotros hoy, leer a Marx, aun luego del fin del “comunismo”? Naves la responde con claridad: el “fin del comunismo”, es decir, de lo que en el siglo XX se conoció como “socialismo real”, no afecta sustancialmente la vigencia del pensamiento de Marx. Primero, porque en el “socialismo real” las relaciones de producción capitalistas no fueron quebradas, sino que continuaron reproduciéndose. Segundo, porque la insistencia con la que se replica la tesis de la caducidad del marxismo responde a una trama ideológica cuya funcionalidad es sencilla de discernir. Para Naves, el nuevo campo conceptual creado por Marx continúa produciendo conocimiento acerca de las formas de dominio y de explotación que se dan en la actualidad, consigue romper con las representaciones ideológicas de naturaleza moral, religiosa o jurídica que favorecen la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Marx nos muestra la condición contingente del capitalismo, negándole la condición de “forma natural” de organización de la sociedad, y por consiguiente “eterna”, que le atribuyen muchos de sus defensores, con lo cual se hace posible pensar tanto su destrucción, como el advenimiento del comunismo. En este sentido, para Naves el marxismo continúa siendo capaz de producir efectos revolucionarios, tanto teóricos como políticos.