Caliban, Filosofía caribeña, Roberto Fernandez
      Retamar, Ernesto Che Guevara.

Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
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Nosotros y las tempestades de Caliban [1]

The Tempest’s Caliban and us

Felix Valdés García

Instituto de Filosofía. La Habana, Cuba

Recibido: 24-03-2023

Aceptado: 15-05-2023


Resumen. En el presente ensayo se analiza la génesis, las razones del nacimiento del ensayo y el concepto Caliban de Roberto Fernández Retamar en 1971. Se aluden varias razones, entre ellas la vocación martiana del autor, el hecho de la Revolución cubana en 1959, el reclamo del Che en torno al papel del intelectual y su compromiso con los cambios, así como diversos sucesos en el ámbito intelectual y político cubanos a inicios de los años setenta que hicieran que el autor perfilara tal noción. Caliban, una reapropiación del personaje de Shakespeare en La Tempestad, y una “reinterpretación de nuestro mundo, a la luz exigente de la revolución” se hace clave de interpretación, figura y símbolo, una abstracción del pensamiento, un concepto central del pensamiento insular con una extensión y contenido precisos.

Palabras clave. Caliban, Filosofía caribeña, Roberto Fernandez Retamar, Ernesto Che Guevara.

Abstract. In the present essay the genesis, the reasons for the birth of the essay and the Caliban concept of Roberto Fernández Retamar in 1971 are analyzed. Several reasons are alluded, among them the author's Martí vocation, the fact of the Cuban Revolution in 1959, the claim of Che regarding the role of the intellectual and his commitment to change, as well as various events in the Cuban intellectual and political sphere at the beginning of the seventies that made the author outline such a notion. Caliban, a reappropriation of Shakespeare's character in The Tempest, and a "reinterpretation of our world, in the demanding light of the revolution" becomes a key of interpretation, figure and symbol, an abstraction of thought, a central concept of insular thought with a precise length and content.

Keywords. Caliban, Caribbean Philosophy, Roberto Fernandez Retamar, Ernesto Che Guevara.



Un día de febrero de 2017, a la entrada del salón de actos de la UNEAC[2], me acerqué con timidez a Roberto. Aquella tarde se presentaba la edición de Caliban y otros ensayos, una recopilación realizada por Ediciones Holguín[3], y yo debía presentar Vidas de Caliban. Herencia y porvenir del calibanismo, un libro compilado por Julio César Guanche[4]. Aproveché el momento para entregarle una copia de otra edición reciente, la de La indisciplina de Caliban. Filosofía en el Caribe más allá de la academia[5], que acababa de salir de imprenta. En este ensayo se intenta poner a prueba la idea de que los conceptos de la filosofía insular son expuestos fuera de la academia, al margen del canon y la tradición, como desafío calibanezco a las disciplinas. Aquella tarde, todo rondaba alrededor suyo, no obstante, esperaba sentado, tranquilamente, en uno de los bancos de los jardines de la casa.

Su hija Laidi, quien amorosamente le acompañaba trajo a colación el tema del tiempo, los lapsos vividos. Como golpe de viento irrumpió el tema de la historia y los años en los que crecimos, nosotros y Caliban. Los hijos de la generación del 59 llegaban justo en el año de Playa Girón, de la Campaña de Alfabetización, de los preludios de la Crisis de Octubre. Era la “hora de los hornos”, como dijera José Martí, y no se debía ver “más que la luz” (Martí, J. [1891] 2011, 275.), una sentencia aludida por el Che Guevara en una de sus últimas intervenciones públicas, en su mensaje a la Tricontinental en 1967.

Habíamos nacido en el año que se levantó el muro en Berlín, Yuri Gagarin viajó al cosmos a bordo de la nave Vostok 1 pronunciando su famosa frase Poiejali (nos fuimos), se le quitó un cero al rublo, y fue un lapso de sacudidas al estatus colonial en el Tercer Mundo. África era el epicentro de la descolonización. Ese año asesinaron al líder congolés Patrice Lumumba y falleció de leucemia Frantz Fanon, quien acababa de escribir la biblia de la descolonización, aludiendo a la violencia y los peligros del complejo proceso emancipatorio total.

En la isla de Cuba sucederían tiempos cargados de una energía contagiosa motivada por la fuerza ígnea de las revoluciones. Vivíamos insertos en una nueva tempestad. Más al sur, atravesando las islas y hasta la Patagonia, surgían nuevos retos, ánimos de independencia, guerrillas, izquierdas revolucionarias, cantos y banderas rojinegras, teorías de la dependencia y de la liberación. El hemisferio se hizo un hervidero y la apuesta sobre los hombros del intelectual revolucionario, la pregunta o demanda sobre su utilidad, su compromiso, su involucramiento, marcaba los pasos. La utilidad y los peligros constituían advertencia de varios de los líderes de los procesos en curso, tanto en África como aquí.

Pero en la isla, el calendario y la historia tuvieron su cierre, al unísono, con el fin de los años sesenta. Roberto había vivido a intensidad, involucrado en todas aquellas jornadas, escribiendo, pensando, admitiendo la muerte del Che en Bolivia, participando de los encuentros de la Tricontinental (1966), de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS, 1967), el Congreso Cultural de La Habana (1968), desencuentros de amigos, la zafra del setenta, las faenas en la Casa de las Américas, la muerte de su amigo Roque Dalton en El Salvador, entre tantos otros sucesos. Los inicios de un quinquenio que devino gris tensaron la mente, los afectos y el concepto. Mientras tanto, aquel encuentro fortuito de Roberto con el Che, en 1965, no dejó de batirle su conciencia.

1971 trajo jornadas de duermevelas y Roberto decidió recluirse para redactar un texto que martillaba en su pensamiento y constituía testimonio de su tiempo, exhalación de sus preocupaciones, en ese acto que le llevaba a poner el punto sobre las íes. Se apartó para plasmar y sintetizar, para dejar el sumun de muchas cosas. Entonces nació Caliban, que más que un texto, es un símbolo y un concepto, una categoría de análisis. De aquel esfuerzo brotaron juntos el ensayo, el concepto y su autor, los tres, quienes empezaron a andar, unidos con los hijos de esta generación fundadora para compartir, en lo adelante, años y avatares, ajustes y extensión.

“Caliban”, ese personaje de La Tempestad de Shakespeare, había sido empleado por otros autores antillanos a expensas del clásico de la lengua inglesa. Pero esta vez quedaba convertido en una clave de interpretación, en una figura y en un símbolo, en una abstracción del pensamiento, con una extensión y un contenido precisos. Caliban fue moldeado aquí con la precisión y la erudición, con la pericia de un progenitor –que, entiéndase–, devenía además el creador de un concepto filosófico sin que ello implique figuraciones o demasías. Como el hábil cirujano con el bisturí en la mano, o el escultor con su gubia, Fernández Retamar daba los cortes precisos, suturaba con certeza. Cual filósofo, el autor cincelaba una figura que nos permitiría aprehender y referir a una realidad hecha cotidiana, antes seducida en su interpretación por lecturas ajenas, grandes y generalizadoras, impuestas por la desmesura y el carácter señorial del colonizador.

En manos de Roberto, “Caliban” es la abstracción exacta, la noción que se levanta sobre la realidad, teniendo como contenido el “ahora y aquí” de la existencia, específicamente la insular antillana y latinoamericana; es “la reinterpretación de nuestro mundo, a la luz exigente de la revolución”, como dijera luego. Con este vocablo, va más allá del fenómeno para ser epítome de una experiencia vivida, de una realidad que debe valerse de sus síntesis para ser interpelada, para aprehender coordenadas coloniales, tal como Carlos Marx conceptualizara como “proletarios” a los que no tienen más que su fuerza de trabajo lista para ser vendida en las condiciones de las sociedades resultantes de la revolución industrial en el norte europeo. Es ahora Retamar quien abarca en un concepto los resultados de la expoliación, del saqueo y del sojuzgamiento, en estos espacios concretos. Se trata de un concepto de extrema amplitud, que capta las dimensiones generales, lo esencial, y que pone a su autor en la cúspide de la filosofía. Si bien se nos llamó “mambí”, o “negros” como ofensa, ahora se reclama “como un timbre de gloria el honor de considerarnos descendientes de mambí, descendientes de negro alzado, cimarrón, independentista; y nunca descendientes de esclavista” (Fernández Retamar, R. [1971] 2005, 30)[6].

Puesto a andar, Caliban –símbolo, concepto, personaje y texto–, listo para generar su traza, ya hecho figura, marbete o cuño, no encontró tal vez toda la recepción posible entre los contemporáneos jóvenes de la isla. Los hijos de su generación fuimos a la nueva escuela envueltos por el huracán de la Revolución. Muchos atravesamos el Atlántico, traspasamos la ecúmene o el límite del mundo conocido por los griegos y los romanos, hasta llegar al poniente, a la distante Unión Soviética que farfullaba en ruso toda la perspectiva tradicional y canónica de la filosofía occidental, e ignoraba al Tercer Mundo con la misma soberbia y esquemas que los conquistadores de antaño. Decenas de entusiastas de esta disciplina académica y de las ciencias sociales, de las humanidades, trocamos el rumbo y caímos de bruces en un sistema de aprendizaje con programas de formación curricular que no fue más allá de la perspectiva dominante, aquella que llegara con desmesura al “Nuevo mundo” y se consolidara en la Europa más al norte.

En la nota introductoria redactada para la selección de textos de Frantz Fanon titulada Leer a Fanon medio siglo después[7], digo que nuestra generación, la que entrara en las universidades en la década del ochenta, se formó sin leer a los intelectuales críticos que animaran a nuestros padres, que no nos pusieron a leer, ni a Gramsci ni a Mariátegui, tampoco a Fanon o al Che Guevara. Cuando Roberto lo leyó me hizo saber de su asombro. Nada le impactó más que esto. Levantaba la mirada y miraba a un punto indefinido. Y es que ciertamente, el fermento de lo nuevo se puso a reposar en odres viejos, pasándole por encima, con toda la presunción del pensamiento occidental, a los debates de los años sesenta en ese denominado “Tercer Mundo”, que se extendía de Vietnam, África, Cuba, hasta las profundidades de los países de Nuestra América.

Las bóvedas del saber no estaban todas allí, como dijera mordazmente Frantz Fanon en Piel negra, máscaras blancas. Pero es que también viajábamos a la inversa, en dirección contraria y hacia el cierre de un mundo, la cancelación de una perspectiva que venía en cuenta regresiva. Llegábamos a la URSS cuando “el enfermo” daba sus últimos jadeos de vida y se sacaban conclusiones. ¿No será que aparecíamos al final de una película, o que empezábamos a verla cuando de repente corrían los créditos y ese Koñets, (Fin) en cirílico? Sin dudas, volvíamos titulados en los duros tiempos del mayor desastre geopolítico reciente.

No fue hasta entrados los noventa –el alba de otras temporadas–, cuando el ensayo Caliban con veinte años de robustez formó parte de las lecturas de un grupo recién creado en la Universidad Central de Las Villas, para devolverle a esta universidad su extraviada tradición en los estudios sobre pensamiento cubano y latinoamericano, emprendida allí en la década del cincuenta del siglo pasado por Medardo Vitier, su hijo Cintio, Federico de Onís, Gaspar Jorge García Galló o Manuel Moreno Fraginals, animados también por Samuel Feijoo, Mariano Rodríguez Solveira y el historiador Omar Díaz de Arce. No obstante, la vida de nuestra generación era prácticamente contemporánea con la vida del ensayo y la apropiación por Fernández Retamar del personaje shakesperiano.

Desde la aparición en las páginas de la revista Casa de las Américas en 1971, hasta hoy, Caliban ha sido revisitado por su autor una y otra vez, deseando un día despedirse quizá por un tiempo, ¿los tres: el texto, él... y de Caliban?[8]. Su extensa vida ha generado una constelación de reflexiones y hasta una nueva disciplina que se ha dado en llamar “Calibanología”.

No obstante, la fuerza, el alcance del texto, tiene sus precedentes inmediatos. El ensayo y el concepto nacieron en 1971 antecedido por varias razones que nos gustaría resaltar, pues como el propio Roberto gustaba de hacer, es útil sumergirse en las genealogías, en la historia que enriquece la transcendencia.

Entre las premisas de mayor peso y las más visibles están el hecho de la Revolución cubana, todos los sucesos de esta tormenta y los temas que ella puso a debate; la descolonización del Tercer Mundo y la obra crítica, herética, enriquecedora del acto y las ideas que este desentrañaba[9], y en la base de todo, el profundo conocimiento y vocación martiana del autor. Junto a ello, la catadura moral, el compromiso y la honestidad que acompañan a la formación intelectual de su autor.

Ya desde el amanecer del 1ro. de enero de 1959, Roberto –teniendo en mente a muchos compañeros caídos, como rememorara luego a Manolito Aguiar, asesinado dos meses antes del triunfo en el bar Ensueño, en las calles 100 y 51 del barrio de Marianao, sin llegar a los 20 años de vida– escribió su poema El otro, para decir a voz en pecho: “Nosotros, los sobrevivientes, /¿A quiénes debemos la sobrevida?/ ¿Quién se murió por mí en la ergástula?, Quién recibió la bala mía/ La para mí en su corazón?/ ¿Sobre qué muerto estoy yo vivo? … (Fernández Retamar, R. [1959] 2008, 158).

A las razones aludidas nos atrevemos a señalar otras de traza cognoscitiva, epistémica, que vienen a revolucionar los regímenes de verdad establecidos. Se trata de los giros que en el plano de los presupuestos de conocimiento se están dando, tanto en las ciencias “exactas” como en las humanas y sociales. Se reconoce por epistemólogos e historiadores de las ciencias que se supera el modelo epistemológico clásico, el “paradigma dominante”, creído de que se alcanzan certidumbres, conocimiento, gracias a la razón, por un sujeto universal y absoluto, no histórico, separado de un objeto –el mundo real. A partir de estos tiempos, la producción teórica se presenta más desconectada de las tradiciones académicas, está más apegada a los sucesos de cambio en la vida “real”. El punto de giro, el lugar desde donde se lee, está en el Sur colonial, ese que no coincide con el sur geográfico, y en los nuevos sujetos de la historia. Así lo reconocía Jean-Paul Sartre al prologar un libro que no necesitara prólogo. Los sujetos del cambio están en el “Sur”, naciendo como hombres y mujeres nuevos, que se deshacen de sus miedos. En estos espacios se actualizan las polémicas y los diálogos, se subvierte el orden establecido y los nuevos hombres y mujeres se emancipan, por ellos y por todos, ante el proyecto fracasado de la modernidad capitalista. Temas como la historia, la independencia total, los abstractos y falaces universales, el “hecho biológico de las ´razas´”, “el hecho histórico de las ´culturas´”, el reconocimiento del estatus ontológico de mundos ausentes, (reclamados por el feminismo, el indigenismo, la negritud, los estudios poscoloniales, etc.) son frecuentes en manos de intelectuales y activistas, de teóricos críticos, ajenos muchos de ellos de la academia tradicional.

La revolución triunfante atrae con su fuerza centrípeta al autor de Caliban, le hace involucrarse en las labores de la UNEAC, en la revista Unión, en misiones diplomáticas, en la labor docente de la Facultad de Letras de la universidad habanera, siendo el trabajo intelectual el flanco principal y el modo por antonomasia de estar y de hacer.

Entre 1963 y 1964, Roberto redactó uno de los ensayos más rigurosos sobre José Martí, comparable con los de los más prominentes escritores del siglo XX y con relieves inexplorados por ensayistas anteriores. La trascendencia de la obra de pensamiento, literaria, de un intelectual ubicado en su tercer mundo, el mundo colonial, hacen de su análisis la mayor divisa y, más aún, cuando se desbordan los referentes y fluyen las palabras precisas y bien puestas. Martí en su (tercer) mundo fue publicado por primera vez en enero de 1965 en la revista Cuba Socialista y desde entonces queda claro el punto de giro de la mirada, el lugar desde donde se piensa y actúa.

He de notar que este texto fue el que le diera Retamar al Che Guevara a mediados de marzo de 1965, cuando tuvo –según cuenta él luego– la excepcional ocasión de coincidir con el entonces Ministro de Industrias en un viaje de Praga a La Habana, pues volaban en “aquellos Britannia de Cubana que ya eran viejísimos”, y que por roturas se detuvo dos días en Shannon, Irlanda. Mientras esperaban, conversó mucho con el autor de Pasajes de la guerra revolucionaria. Hablaron e intercambiaron lecturas. El Che le dio, impreso a máquina de escribir, la carta que le dirigiera desde Argelia a Carlos Quijano, director del semanario Marcha de Uruguay, conocida luego como El socialismo y el hombre en Cuba; y él, su ensayo Martí en su (tercer) mundo[10].

Leer el mencionado texto de Retamar incitaría en el Che, un ávido lector, a descubrir los finísimos hilos y referentes de la labor del poeta y revolucionario, del escritor y pensador de América. Martí, como lo presenta Retamar, vio la realidad social y económica de finales del siglo XIX para las últimas colonias españolas de Nuestra América, argumenta la “revolución” necesaria, así como resalta la amenaza de la intromisión de los Estados Unidos en la guerra cubana –pórtico de la época imperialista según Lenin– y el peligro que ello implicaría para los pueblos de América y para el equilibro del mundo. Retamar precisa la amplitud de la obra de pensamiento de Martí y cómo en él hay una “suma de saberes y de oficios” (Fernández Retamar, R. [1965] 2016, 43) los cuales no son a expensas de su actividad política ni viceversa, “sino como partes esenciales de un todo” (Ibid.). Martí funda –dice Retamar– y es, además, “un sabio, un poeta porque es un dirigente revolucionario” (Ibid.). Roberto lo juzga en su totalidad para hacerlo visible en su grandeza dentro de sus coordenadas, como el ejemplar inequívoco del gran teórico y práctico de su tiempo. Martí es un pensador, “uno de los más altos de nuestro mundo” (Ibid., 64), un hombre de pensamiento social, político, ético, estético, al cual es imposible desvincularle de su acción, pues, aunque su letra fascine, hacerlo así sería dañarle. Buscar en el pensamiento de Martí sus fuentes a partir del pensamiento europeo o norteamericano es inútil –dice Retamar–, pues las verdaderas fuentes son “los problemas concretos que se dio a resolver, y el cuerpo de creencias que habían surgido al calor directo de esos problemas” (Ibid.). Si bien Martí es presentado como un pensador (y no como un filósofo, justamente para evitar el fragoso término de gastado uso, tal y como acostumbrara él a hacerlo, apelando siempre a José Gaos), aun así, reconoce que en su obra hay “constantes barruntos plenamente filosóficos, los cuales dejó abiertos, esbozados” (Ibid.)[11].

El Che leyó el ensayo de Retamar y fue generoso. Roberto leyó su carta al semanario Marcha, tal vez recién salida en Montevideo. Compartieron la pasión por África y la necesidad de publicar en Cuba libros como Los condenados de la tierra de Fanon. De allí salió esa urgencia que se culminó en días. En aquellas conversas, Retamar le dijo al Che estar de acuerdo en lo esencial con sus afirmaciones a Carlos Quijano, no obstante, tenía algunas discrepancias. El “héroe de Santa Clara”, en correspondencia con su espíritu de riguroso polemizador, abierto, le instó a hacerlas públicas. Dos meses después, Retamar le envió una carta que infructuosamente su destinatario no leyó, donde arguye ideas relativas a la intelectualidad cubana, al “arte y los artistas en Cuba”, el “hombre del siglo XIX” y las “reincidencia en el decadentismo del siglo XX”, sobre lo decadente y las vanguardias. Roberto discrepó sobre la desorientación de la intelectualidad en la isla y su aseveración en torno a la inexistencia de “artistas de gran autoridad que a su vez tengan gran autoridad revolucionaria”, como era el caso de Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, René Portocarrero, y divergió en torno a ese “pecado original” de muchos intelectuales que “no son auténticamente revolucionarios”, mientas varios “han fundido sus vidas personales con la de la revolución, y quieren correr su propio destino” –les refuta Retamar (2004, 178-191)[12].

De estos dos días quedó una agenda, un reclamo que se extendió: ese que se le hace al intelectual, al artista, a su posición de participante o expectante, de si es sujeto de acción o sujeto de contemplación, la catadura de su utilidad o la advertencia de repetir lo aprendido como intelectual colonizado, distante y descomprometido, o bien involucrado y ya atravesado por la experiencia de la conversión, de la purificación, del contacto con el pueblo, esa sensibilidad y agudeza que da su involucramiento en el acto de la transformación. Somos también intelectuales de transición, le argumenta Fernández Retamar.

Tanto Fernández Retamar como el Che conocían a profundidad los análisis de Fanon, su advertencia sobre los peligros que asechan, sobre el papel del intelectual revolucionario, El sello Ediciones Venceremos sacó, después de este viaje de regreso del Che de África y de la provechosa desventura del vuelo de Cubana Praga-Habana, el libro Los condenados de la tierra. Retamar tampoco demoró en redactar un nuevo ensayo, esta vez titulado Fanon y la América Latina, publicado en la revista Casa de las Américas, en el número de julio-agosto de 1965. Se hizo tácita la coincidencia de los dos en la trascendencia del pensamiento de Fanon para estos días y en la necesidad de dar a conocer la obra de pensamiento de esta parte preterida del mundo.

Como dijera Ambrosio Fornet, “Calibán no surgió como por milagro de la cabeza de Retamar. Tuvo un proceso de incubación…” (2016, 12). Más bien buscaba su expresión conceptual, que perfila en esos acelerados procesos que vienen a colmar el segundo quinquenio de la fructífera década de los sesenta.

En la segunda mitad de los sesenta, las jornadas también se hicieron inagotables. Permaneció la pregunta por el rol del intelectual y el lugar de la cultura en los procesos revolucionarios y de liberación nacional, la conformación de una nueva intelectualidad crítica sumida en los problemas políticos, sociales y culturales del Tercer Mundo. En el campo de la cultura se advertía una nueva corriente revolucionaria a nivel mundial apartada de las propuestas del socialismo soviético y de la ortodoxia marxista. Los encuentros políticos de la Conferencia Tricontinental de enero de 1966 y de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en agosto de 1967, el Congreso Cultural de enero de 1968 en La Habana, fueron tal vez las tribunas por excelencia para analizar estas preocupaciones del pensamiento revolucionario.

Este último encuentro, que fuera a su vez espacio para la entrega de los Premios Casa, fue lugar –una vez más–, de debate sobre la necesidad de una nueva intelectualidad crítica comprometida, sobre los principios ético-políticos, el rol de los “intelectuales revolucionarios”, así como su vínculo acorde a la especificidad cultural con los procesos sociales en curso. La pauperización de los pueblos no era un problema meramente económico –se afirmaba–, sino también cultural. Se argumentó sobre la pelea por la hegemonía política y la constante del lugar del intelectual, quien debe ser subvertido junto con la sociedad toda. Había que huir del nacionalismo estrecho y del universalismo imitador para “contribuir en los países del Tercer Mundo al florecimiento de una cultura con raíces propias y amplios horizontes”. Si bien el Che había sido asesinado en las selvas de Ñancahuazú, sus ideas regían los debates de esos días de enero de 1968 en el congreso de La Habana.

Fernández Retamar habló. En su intervención titulada Responsabilidad de los intelectuales de los países subdesarrollantes, afirmó que no es patrimonio excluyente de la intelectualidad del Tercer Mundo, sino que requiere de la colaboración de los intelectuales occidentales ante la carencia de cuadros que se deriva de la escasa formación educativa de nuestros pueblos (1968, 1). Martínez Heredia expuso sobre la necesidad de promover la descolonización entre los intelectuales del Tercer Mundo (1968, 14); Aurelio Alonso, por su parte, habló del rol del funcionario dentro de la sociedad socialista. Si en el mundo burgués el mecanismo de selección en la producción artística está sometido a las leyes del mercado y lo convierte todo en valor de cambio y, por la otra, obstaculiza el desarrollo de innumerables talentos, los socialismos por entonces existentes: “no han logrado llegar muy lejos en cuanto a completar la desmercantilización de la producción.” (Alonso, A. 1968, 28).

En los años que siguen, una recua de acontecimientos históricos constriñe la marcha: La Primavera de Praga o la entrada de los tanques soviéticos en esta ciudad, el recrudecimiento de la guerra de Vietnam y las manifestaciones en su contra, las noticias de los sucesos en los Estados Unidos que conmovían a California y el sur del país, el conflicto chino-soviético (1969), las elecciones presidenciales en Chile y la presidencia de Salvador Allende y la UP, un proceso movilizador que traía otras posibilidades de socialismo en América Latina, entre tantos otros. En la isla, por su parte, es el momento de los efectos de la Ofensiva Revolucionaria que alentara al sector más ortodoxo cercano a la URSS, del desmontaje del ‘sectarismo’ y de la ‘microfracción’ que llevara a juicio a Aníbal Escalante y a otros 37 militantes. Se hicieron palmarios los efectos del bloqueo y la agudización de la crisis económica que afectara la vida cotidiana, acompañado de las labores movilizadoras del “cordón de La Habana” y el año del esfuerzo decisivo (1969) con las intensas movilizaciones para la zafra histórica del año 70-71. Todo ello suscitó un tiempo arduo, con acerbas consecuencias en la vida intelectual.

El objetivo de la zafra de 1970 de producir 10 millones de toneladas de azúcar no se consiguió, no obstante, movilizó en largas y epopéyicas jornadas a intelectuales, obreros, estudiantes, al pueblo en general. El año 71, tan pronto abrió, conoció de la frustración, la posibilidad de entrada obediente de Cuba en el CAME, mientras desde muy temprano cernió sobre la intelectualidad, la alharaca desencadenada por un premio literario retirado, la prisión del escritor Heberto Padilla y su juicio en la UNEAC. A ello no se hizo esperar el apresurado Congreso Nacional de Educación y Cultura, y de nuevo el reclamo a los artistas e intelectuales, así como el endurecimiento ideológico que se desplegara. Ante el suceso del así conocido “Caso Padilla”, llegó la respuesta internacional de rechazo, proveniente de artistas y escritores occidentales, expresadas en dos cartas firmadas y hechas públicas. La Casa de las Américas devino foco de todos estos zanjes, y en medio de todo, y al lado de Haydee Santamaría, estuvo Roberto.

Un acontecimiento no menos importante en el nacimiento de Caliban fue la creación y puesta en marcha de la revista Mundo Nuevo (1966-1968), financiada por la CIA a través de “transparentes intermediarios” como Emir Rodríguez Monegal –su director, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Severo Sarduy, con el objetivo de trasquilar o menoscabar, el prestigio creciente de la revista Casa de las Américas entre la intelectualidad latinoamericana que dirigía Fernández Retamar desde 1965. Mundo Nuevo se creó para exhibir su afrenta, para ser alternativa, para distorsionar la mirada en el mundo artístico literario, al tiempo que infelices consejeros proponían incansablemente “lecciones” y “sapiencias” a Cuba, tal y como se les aconseja a los países que emergen del colonialismo, a los cuales se les dan mágicas fórmulas metropolitanas para resolver los graves problemas coloniales y neocoloniales.

1971 también fue el año del cierre de la revista Pensamiento crítico y del departamento de filosofía de la universidad de La Habana, por razones que devienen confusas y tensas. Incendiar el océano tropieza, de juro, con exabruptos y herejías. Separar la paja del grano no se da sin estragos. Asesorías ad hoc, diálogos prejuiciados quitan brillo y luz, apartan a entusiastas y a comprometidos jóvenes, estudiosos y críticos. Asoma entonces una vuelta de hoja, un tiempo diferente, no solo marcado por los caprichos del calendario, sino por la grisura de un quinquenio que se impuso con terquedad y escasa inteligencia en el manejo del trabajo intelectual.

De todas estas jornadas, de todo este acumulado, en septiembre de 1971 nació Caliban, este ensayo resultado de la criba de un tiempo arduo y de la encendida coyuntura polémica de sus tiempos. Vino tras algunos días y noches febriles. Retamar se sometió a reinterpretar “nuestro mundo, a la luz exigente de la revolución”, y en unos cuantos días, de “escaso sueño y sostén”, de desencuentros reales y potenciales, de clausuras de una década que fue pasado, le puso término a una obra convertida en encrucijada. En este ensayo están trabajos anteriores y de aquí partirán otros, como él mismo dijera.[13] Caliban ya había nacido y buscaba esa abstracción, esa figura del pensamiento, ese molde o concepto, esa abstracción que traspasa y eclipsa, que allana las múltiples manifestaciones de lo fenoménico e individual. Temas como el intelectual y la revolución, el pensamiento del Tercer Mundo, José Martí, la obra crítica de Frantz Fanon, la muerte del Che Guevara, hicieron posible semejante restitución.

Pero también hubo discusiones consigo mismo, con el Retamar que fue, con el que lo hicieron. El autor pasa por sí mismo –reconoce él–, se crispa y pide excusas por la irritación (2005, 93), tal vez ante Jorge Luis Borges, quien había firmado a favor de los invasores de Girón, le había pedido la pena de muerte a Debray o le dedicara un libro a Nixon; como antes las mafias, primero argentinas y ahora mexicanas que urdían sus trampas y sus mundos nuevos. No había paz y, tal vez, este fue también un momento hacia otra serenidad, como aquella que también acompañara a Cintio Vitier para escribir Ese sol del mundo moral, que como afirma un amigo, a pesar de los tiempos que desanda su autor, se funden aquí la historia, la ideología, la cultura y la ética para entablar diálogos fecundos al pensamiento continental.

Una y otra vez se hacen las merecidas referencias al escritor barbadense George Lamming, quien en Los placeres del exilio (1960) fuera el primero en asumir nuestra identificación (especialmente la del Caribe), con Caliban. Lamming devolvía la mirada hacia C.L.R. James y a su libro de 1938, Los Jacobinos negros para ese entonces olvidado, y con ello, hacia Haití y a Toussaint, en esos “hermosos avatares americanos de Caliban” (Fernández Retamar, R. 2005, 32). Tras Lamming, otro amigo de Roberto, el poeta y pensador barbadense jamaicano Kamau Brathwaite –quien todavía poeta y con nombre inglés–, en su Caliban incluido en su poemario Islas, dice que “el noventa y cinco por ciento de su pueblo es pobre, es negro, y está muerto” (Brathwaite, K. 1969, 34), y todos debieron saberlo, incluido Jean-Paul Sartre. En Black and Blues, su poemario premiado por Casa de las Américas en 1967, Caliban de nuevo se presenta como el resplandor de lo oscuro y está perdido en un bosque de alambres donde todo es desolación. “Y yo caliban, ciego, y yo caliban, torturado, y yo caliban, retorcido y encorvado, víctima de la victoria de las ciudades, víctima de la piel y las baratijas de las ciudades” (Brathwaite, K. 1976, 30).

A estos intelectuales críticos de las islas, se sumó en 1969, Aimé Césaire con la pieza Una tempestad, adaptación de La tempestad de Shakespeare para un teatro negro. Aquí Ariel es un esclavo mulato, mientras Caliban es un esclavo negro. Eshú es un “dios-diablo negro”. También mucho antes, Césaire se había levantado con irritación frente a la Asamblea Nacional Francesa que festejaba el centenario de la “justa” eliminación de la esclavitud en 1848, y allí reaccionaba por la “mala lectura” que del colonizado había realizado Gustave Mannoni al justificar al colonizador francés que había masacrado a casi cien mil sublevados el año anterior, exponiendo su peregrina teoría sobre el complejo de Próspero que sufre el colonizado Caliban. El hedor racista irritó mucho al maestro del colegio de Fort de France y luego a su discípulo Fanon, quien no pudo contenerse para criticarle en su libro de 1952, Piel negra, máscaras blancas.

Primero Laming, Brathwaite, Césaire y más tarde Roberto, ajustan la puntada, ensayan y precisan la inocultable realidad heredada, cedida por los poderes coloniales, donde “hay sitios donde muere el hombre con su lágrima seca”, donde no pueden siquiera llorar sus tribulaciones. “Me zambullí en este mundo –dice Kamau– desde que era un mocoso / y nunca he visto un puerto todavía (…) Hay tanto maltrato, pero yo espero aquí / un día al fin que la hierba será verde”, y que Babilonia se derrumbará como el hotel Sheraton estallará... (Brathwaite, K. 1976, 32-34).

Aun así, el Caliban de Roberto no es solo denuncia de una realidad y continuidad de un símbolo que se precisa, ni la simple identidad del personaje como distintivo del Caribe o de los pueblos del sur colonial. Tampoco es su adscripción a los intelectuales caribeños que lo hacían notar. El Caliban de Roberto fue una “apropiación”, una “asimilación crítica”, y tal vez un “desvío creativo” en los estudios literarios ¿acaso un “descarrío” o “malentender” que tanta molestia provocara al producto líder del mercado inglés, al William Shakespeare que quedaba distorsionado en el Tercer Mundo por multiculturalistas, feministas, marxistas y nuevos historiadores. Pero, sin dudas, el Caliban de Retamar se hizo síntesis y concepto.

Tal vez la condición de apropiarse de lo esencial para constituir sumario, para devenir figura de pensamiento, perspectiva que invierte las lecturas tradicionales y refiere a un contenido de una amplitud que se precisa en el tiempo, hacen que su Caliban no sea más el simple personaje shakesperiano, sino como dijera Gayatri Spivak, sea un “concepto-metáfora”, o según Gilles Deleuze y Felix Guattari un “personaje conceptual”[14]. Los conceptos como abstracciones, como síntesis, como figuras lógicas, no son acto, sino desarrollo de una idea que sintetizan una realidad. Este es el caso de Caliban que ha vivido inspirando y dando luz más de medio siglo. Como dijera el filósofo alemán G. W. F. Hegel –autoridad irrefutable del canon filosófico occidental–, el concepto filosófico se caracteriza por ser “punto de partida” de lo cual “las ciencias mostrarán la prueba” (1955, 7). Y aquí estamos ante tal caso.

El propio Retamar reconoce que “lo realmente valioso –para él– es la zona de la realidad, iluminada por Caliban” (2005, 7). Esta es una imagen que ha hecho ver ciertas cosas, y asegura: “…ha logrado hacer ver algunas cosas”, sin ser, ni en él, ni en Martí, “ornamentos ni volutas” no obstante la “innegable raíz poética” (Ibid., 96) de ambos en sus aserciones. Aquí está, “líquida y difusa”, para “usar palabras unamunianas” (Ibid.) como le gustaba decir a Roberto, esta noción que permite captar a profundidad la realidad.

El profesor mexicano Leopoldo Zea consideraba el concepto Caliban como clave para sus lecturas del pensamiento latinoamericano.[15] Y ni que decir para los estudios culturales y subalternos de hoy. Tal vez lean más a Retamar en las aulas de Norteamérica o más al sur, que la frecuencia con que acuden nuestros estudiantes universitarios.

Una vez le preguntamos a Roberto por la filosofía en una encuesta para un libro que organizábamos. Y con esa modesta y amable forma de mirar y responder nos dijo. “Pero es que yo no soy filósofo”. Y al responder por escrito alegaba: “Dada la pregunta que me ha hecho, debo explicarle por qué no me considero filósofo” (Fernández Retamar, R., en Valdés García, F. y León del Río, Y. 2021, 258). Entonces se remitió, como ya había hecho unas cuantas veces más, desde su Martí en su (tercer) mundo, al filósofo español transterrado en México, a José Gaos, cuando en su Antología del pensamiento de lengua española en la Edad Contemporánea (México, 1945), distingue cierta “literatura especial, que se llama (…) de pensamiento, o pensamiento (…) a secas”, una de cuyas especializaciones es la filosofía (Ibid.). Roberto prefería, en tal caso, ser considerado un pensador, no un filósofo en el sentido técnico, tradicional y rígido que este oficio ha conseguido hacer de sí mismo. Un tiempo después, en 2011, la Universidad Central de Las Villas lo reconoció como Doctor Honoris Causa en Ciencias Filosóficas y el hecho ratificaba la consideración anterior. Entonces era “el filósofo” de la no disciplina; resultaba ser un pensador in-disciplinado, fuera de las rígidas dinámicas de la academia. Luego, en uno de esos días atareados por algún evento en la Casa de las Américas, entrando temprano en la mañana, me vio, se acercó y me dijo: “Debo desdecirme, me han hecho filósofo”[16].

“Caliban” es hijo de circunstancias internas, de reajustes de la mirada desde el Caribe y de Cuba, coincide en el tiempo o antecede a debates entre filósofos continentales acerca de la existencia de un pensamiento latinoamericano auténtico y original, una filosofía latinoamericana, como una filosofía que sirviera a la liberación.[17]

Por su contenido, el concepto metáfora, refiere el lugar del explotado, del excluido, del ninguneado, del subalterno. Apunta a la otredad caribeña. Es también el “pobre de la tierra” de Martí, el colonizado y el “condenado de la tierra” de Fanon. Y también se igualaría a la “negritud” de Césaire. Es el sujeto que se sumara a las transformaciones revolucionarias en Cuba, como aquel que proclamara el Black Power y se lanzara a las revueltas a finales de los años sesenta y durante los setenta en el Caribe anglófono. Caliban es el sujeto de los cambios revolucionarios, desde la revolución haitiana, hasta las actuales expresiones rebeldes en los barrios de hojalata de las islas, en los soleados cañaverales cubanos, en la reanimada Granada de Maurice Bishop. Caliban es el Caribe, y se hace su símbolo. Se convierte en el otro, en el rebelde, el explotado, el subalterno, el excluido, el germen de la revolución y el peligro de su contingencia.

Si Próspero le dio la lengua, “¿Qué otra cosa puede hacer Caliban si no utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él, la “roja plaga?” se pregunta Retamar (2005, 34). Según Lamming, Próspero le ha dado el lenguaje a Caliban y con ello “una historia tácita de consecuencias, una historia desconocida de intensiones futuras”. Le dio el discurso y también el concepto” y por ello hoy “asume su riesgo”. Mientras pensaba que Caliban podía aprender hasta un punto y no más, su regalo representó su propia prisión (Lamming, G. 2010, 183).

El concepto metáfora ha devenido, como reconoce su autor, una “imagen que ha logrado hacer ver algunas cosas” (Fernández Retamar, R., 2005, 96). Siendo de raíz figurativa, ha permitido captar a profundidad la realidad insular. “No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad (…) ¿Qué es nuestra historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Caliban?” (Ibid., 34). Y más adelante afirma: “Asumir nuestra condición de Caliban implica repensar nuestra historia desde el otro lado, desde el otro protagonista” (Ibid., 37), que no es Ariel. Significa un punto de partida otro, un locus diferente, una visión cargada con otros contenidos.

Retamar, como Miguel de Unamuno y José Gaos, comparte la idea de que “nuestra filosofía”, –esa que denominamos “pensamiento” para distanciarnos de la rigidez disciplinar y académica–, se encuentra en forma “líquida y difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en nuestra mística, sobre todo, y no en sistemas filosóficos”, como es propio de la filosofía modélica euroccidental.[18] Para el mundo occidental y los centros de poder es difícil encajar nuestras realidades con sus moldes conceptuales. Buscan nombre y anaqueles en los cuales ubicar nuestro mundo. Al proceso revolucionario cubano se le buscaba denominación y se le bautizaba, afirma Retamar y alude a un discurso de Fidel Castro, de abril de 1971, donde dice: “Todavía, con toda precisión, no tenemos siquiera un nombre, estamos prácticamente sin bautizar”, sin embargo, añade, “para los imperialistas no somos más que pueblos despreciados y despreciables” (Ibid., 2005, 37)[19].

La imposición de Próspero, de la universidad modélica europea y del libro occidental, de la filosofía ajena, como de sus defensores, apologetas y amanuenses debe ceder, justamente cuando estamos ante la historia y la realidad de Caliban. Retamar vuelve a la idea de Martí, para afirmar que en la universidad del Caribe, de Nuestra América, “la historia, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia”, pues, “Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra” (Ibid., 43-44), mientras destaca, al final del ensayo, la necesidad de revolucionar la academia, la universidad y como lo afirmara el Che “pintarla de negro, de mulato, de obrero y de campesino” (Ibid., 37)[20].

Con la inversión propuesta en la comprensión de la cultura, del pensamiento nuestroamericano y su visión calibanezca hay una ruptura esencial con los presupuestos, los “regímenes de verdad”, en los cuales se ha basado el conocimiento de esta parte del mundo y se insiste en leérsele. La visión desde ‘Caliban’ significa romper los moldes epistémicos, buscar otros puntos de partida. Por eso se hace adulto y fuerte Caliban a medio siglo de vida.

Nosotros crecimos y vivimos con Caliban. Así pudo continuar el diálogo con Roberto y Laidi aquella tarde. De él aprendimos a situarnos en nuestras coordenadas, reconocer que Martí es un pensador de futuro. Del Caliban de Retamar aprendimos, antes que fueran usanza entre los estudiosos decoloniales, que “el colonialismo ha calado tan hondamente en nosotros, que sólo leemos con verdadero respeto a los autores anticolonialistas difundidos desde las metrópolis. De ahí que dejemos de lado la lección mayor de Martí; de ahí que apenas estemos familiarizados con Artigas, con Recabarren, con Mella, incluso con Mariátegui y Ponce” (Ibid., 34). Pero de Retamar advertimos los peligros de caer en robinsonismos intelectuales. Aprendimos que se nos ha enseñado el mundo de cabeza, mientras intentamos “contribuir a ponerlo sobre sus pies” (Ibid., 86) como supiera repetir y que con el mejor lenguaje poético se pueden trazar las mejores ideas, los más precisos conceptos.

Hoy, como a finales de los años sesenta, ni la imagen de Próspero, ni la de Caliban se desvanecen. Se sufren guerras, amenazas, desprecio, irreconocimiento. El mercado aliado de la política impone sus reglas. Se construyen noticias falsas, se omiten verdaderas, se tumban con desenfreno símbolos coloniales. Continúan los muros de la xenofobia para granjear el disfrute exclusivo de Próspero. Un magnate inmobiliario neoyorquino, expresidente del país vecino, ofendió a los mexicanos con sorna. Cincuenta años después, hay Prósperos que roban tierras, esclavizan, viven del trabajo de sus esclavos modernizados y saben, como supo el esclavista de las plantaciones, que los calibanes siempre son necesarios para las duras faenas, para limpiar pisos en grandes superficies de mercados, en aeropuertos gigantes, en los trenes urbanos de Chicago, para sembrar los campos de California, no importa que un día, de nuevo, las llamas lleguen al cielo, como una vez sucediera en Bois Caimán. Próspero con cinismo le advierte a su hija Miranda que no podrían pasarse sin Caliban: “De él no podemos prescindir. Nos hace el fuego, / Sale a buscarnos leña, y nos sirve/ A nuestro beneficio”. (Shakespeare, W. 1982).

Vivimos con Caliban otros vendavales, él, nosotros, los hijos de la generación que hiciera madurar el concepto. Cincuenta años después, tendrá todavía muchas más vidas y leídas. Los hijos de la generación de Roberto, aquellos venidos cuando Girón, la crisis de octubre, el levantamiento en una noche del muro de Berlín; los nietos, nacidos con el derrumbe del mismo muro de Berlín y de la URSS, y los bisnietos, llegados en lapsos de crisis y nuevos sueños, en jornadas adormecedoras por una reciente pandemia, agradecerán su síntesis y la herramienta que nos legara, para interpretar y advertir sobre esa “leña al fuego” que seguirá arriesgando Caliban, justamente en otras “tempestades”.


Bibliografía


Alonso, Aurelio. 1968. Desmercantilizar y desarrollar la creación. Cuadernos de Ruedo Ibérico 16: 13-14.

Brathwaite, Edward Kamau. 1969. Islands. Londres: Oxford University Press.

Brathwaite, Edward Kamau. 1975. Black + Blues. La Habana: Ediciones Casa de las Américas.

Fernández Retamar, Roberto. 1968. La responsabilidad de los intelectuales de los paises subdesarrollantes ante los problemas del mundo subdesarrolado. Lisboa: Fundação Mário Soares / Arquivo Mário Pinto de Andrade. http://www.casacomum.org/cc/visualizador?pasta=10197.007.004

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Fernández Retamar, Roberto. 2005. Todo Caliban. Buenos Aires: CLACSO.

Fernández Retamar, Roberto. 2008. “El otro”. En Con las mismas manos. Ensayo y poesía. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.

Fernández Retamar, Roberto. 2016. “Martí en su (tercer) mundo”. En Pensamiento anticolonial de nuestra América. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO.

Fornet, Ambrosio. 2016. “El ADN de Caliban: La forja del intelectual revolucionario”. En Vidas de Caliban: herencias y porvenir del calibanismo compilado por Julio César Guanche. La Habana: Editorial José Martí.

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. 1955. Lecciones sobre la historia de la filosofía tomo 1. México: Fondo de Cultura Económica.

Lamming, George. 2010. Los placeres del exilio. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas.

Martí, José. 2011. “Carta a José Dolores Poyo”. En Obras Completas volumen 1. La Habana: Centro de Estudios Martianos.

Martínez Heredia, Fernando. 1968. Colonialismo y cultura nacional. Cuadernos de Ruedo Ibérico 16: 28.

Shakespeare, William. 1982 “La tempestad”. En Comedias de William Shakespeare. La Habana: Editorial de Arte y Literatura.



[1] Nota del coordinador: Este texto obtuvo en diciembre de 2022 una mención en el Concurso “Temas de ensayo” organizado por la revista Temas.

[2] La Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, conocida por sus siglas en Cuba, es una organización que agrupa a intelectuales y artistas cubanos, fundada el 22 de agosto de 1961 por el poeta Nicolás Guillén.

[3] Fernández Retamar, Roberto. 2016. Caliban y otros ensayos. Holguín: Ediciones Holguín.

[4] Guanche, Julio César, compilador. 2016. Vidas de Caliban. Herencia y porvenir del calibanismo. La Habana: Editorial José Martí.

[5] Valdés García, Felix. 2017. La indisciplina del Caliban. Filosofía en el Caribe más allá de la academia. La Habana: filosofi@. Reeditado por CLACSO. Buenos Aires, 2020.

[6] Las referencias a este texto las haremos en lo adelante por la edición de CLACSO, Todo Caliban (2005).

[7] Valdés García, Felix, compilador, 2016. Leer a Fanon medio siglo después. México: Fundación Rosa Luxemburgo.

[8] El ensayo Caliban, publicado inicialmente en la revista Casa de las Américas, (Nro. 68, sep.-oct. de 1971), lo publicó en 1979, la editorial Arte y Literatura, junto con otros textos del autor escritos hasta la fecha, bajo el título: Caliban y otros ensayos (La Habana: Editorial Arte y literatura, 1979). Tanto su aceptación como comentarios críticos han hecho que el autor revisitara el texto, retrotrayéndolo a las nuevas condiciones del tiempo, tal y como sucediera tras la caída del Muro de Berlín y “las vicisitudes del fracaso del experimento ruso y su impacto directo en su zona de influencias, con el consecuente “disfrute exclusivo de Próspero”. Estas reflexiones pasaron a formar parte de la selección Todo Caliban (La Habana: Edit. Letras Cubanas, 2000; CLACSO, 2005; Fondo Cultural del ALBA, 2006). En 1989 fue publicado en inglés como Caliban and Other Essays. (Minneapolis: University of Minnesota Press), con prólogo de Fredric Jameson. La mencionada edición de Caliban y otros ensayos, presentada esa tarde, editada por Ediciones Holguín, no es reproducción de la realizada en 1979, sino incluye ensayos posteriores.

[9] En el ámbito teórico-ideológico hubo libros que hicieron girar la mirada, que invirtieron las nociones tradicionales. Mencionemos solamente, sin pretender abarcarlos a todos, a: Los Condenados de la Tierra (1961) de Franz Fanon; La Guerra de Guerrillas (1960) de Ernesto Guevara; y ¿Revolución en la Revolución? (1962) de Regis Debray. De igual modo, de estos autores fueron muy leídos otros escritos, notorios para estos años.

[10] El recuento de estos días ha sido publicado varios medios, sobre todo digitales. Puede verse como El más memorable encuentro con el Che, en: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/10/08/el-mas-memorable-encuentro-con-el-che/ (revisado, junio de 2022).

[11] Una reedición del ensayo puede ser consultada en: Pensamiento anticolonial de nuestra América, una antología de su obra, seleccionada por el propio Fernández Retamar, con prólogo de Aurelio Alonso, publicada por CLACSO en 2016, en papel y digital: http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/clacso/index/assoc/D12162.dir/PensamientoAnticolonial.pdf

[12] Esta carta, además de publicada en medios digitales, se puede ver: Fernández Retamar, Roberto. 2004. Cuba defendida. Buenos Aires: Editorial Nuestra América, pp. 178-191.

[13] Retamar refiere los arduos momentos de finales de los años sesenta e inicios de los setenta, los sucesos relacionados con el encarcelamiento y juicio del poeta Heberto Padilla y su repercusión en la posterior política cultural del país. Ello se expresa en sus ensayos posteriores: Adiós a Caliban (Casa de las Américas, Nro. 191, abril junio de 1993), o Posdata de enero de 1993 y en el ensayo Caliban revisitado. Ver en Todo Caliban en sus diferentes ediciones publicadas.

[14] Retamar adjudica la noción “concepto metáfora” a Gayatri Spivak y refiere las fuentes: 1987. “Subaltern Studies. Deconstructing Historiography”. En Other Worlds. Essays in Cultural Politics. NY: Routledge, p. 198. Así mismo atribuye el uso del concepto “personajes conceptuales” a Gilles Deleuze y Felix Guattari (1991. Qu’est-ce que la philosophie?. Paris: Les Éditions de Minuit, pp. 60-81.), de lo cual se vale para referirse a Caliban como tales. Ver: Roberto Fernández Retamar. Todo Caliban. Ob. Cit., p. 73.

[15] Abelardo Villegas, filósofo mexicano, reconoce la influencia del texto de Retamar en la obra crítica de L. Zea. Ver: Villegas, Abelardo, 1992. América Latina. Historia y destino. Homenaje a Leopoldo Zea Tomo II. México: Universidad Nacional Autónoma de México, p. 393.

[16] Esta entrevista fue publicada en: La filosofía en nuestro tiempo histórico. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2012.

[17] A finales de los años cincuenta arrancó la preocupación por la filosofía latinoamericana, la polémica entre A. Salazar Bondy y L. Zea, así como el replanteo de su existencia como tal. La producción teórica de L. Zea, F. Miró Quesada, A. Salazar Bondy, E. Dussel, durante este tiempo se ocupa del tema de marras. Ello también suscitó en Retamar ir además a las lecturas de C. L. R. James, G. Lamming, A. Césaire, F. Fanon, ausentes de los mencionados debates.

[18] Esta idea la tomó Retamar de M. de Unamuno. Ver: Unamuno, Miguel de. 1952. Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Espasa-Calpe: Buenos Aires. p. 244.

[19] Retamar cita el discurso de Fidel del 19 de abril de 1971.

[20] Aquí cita, al final del ensayo, a Ernesto Che Guevara en su discurso en la UCLV, al recibir su título de Profesor Honoris Causa, el 28 de diciembre de 1959.