Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2023 /
.
Calibán 2.0: Images In Crisis
Rodrigo Browne Sartori
Universidad Austral de Chile, Chile
Recibido: 24-03-2023
Aceptado: 04-07-2023
Resumen. En su momento, en el pasado, la
imagen se transformó para construir o inventar realidades, logrando incrustarse
en los imaginarios sociales y dejando en la conformación y consolidación del
pensamiento occidental grandes “verdades” que han superado las líneas de los
tiempos y los espacios. Ahora, en este momento, las imágenes se han ido
desplazando a una versión digitalizada. Hipermedialidades que han potenciado la
presencia indiscriminada de las mismas y que, en cada uno de los dispositivos
que las sostienen, nos incita a apelar a un nuevo Calibán. Un Calibán 2.0,
indisciplinado que resista antropofágicamente las más mediatizadas tempestades,
plenas de algoritmos y devaneos tecnológicos, exacerbadas por Prósperos
dominados y dominantes, bajo la lógica de la inteligencia artificial. Calibán fuera de borda, inédito y al margen
de las lógicas “post” de la imágenes-mercancía-spam-en crisis.
Palabras clave. Calibán, antropofagia, imágenes en
crisis.
Abstract. At the time, in the past, the image was transformed to construct or
invent realities, managing to embed itself in social imaginaries and leaving
great "truths" in the conformation and consolidation of Western
thought that have gone beyond the lines of time and space. Now, at this moment, the images have been
moved to a digitized version. Hypermedialities that have enhanced the
indiscriminate presence of them and that, in each of the devices that support
them, encourages us to appeal to a new Caliban. An undisciplined Caliban 2.0
that anthropophagically resists the most mediatized storms, full of algorithms
and technological devaneos, exacerbated by dominated and dominant Prosperos,
under the logic of artificial intelligence. Caliban outboard, unpublished and
outside the logic "post" images-merchandise-spam-in crisis.
Keywords. Caliban, anthropophagy, images in crisis.
Las imágenes son dispositivos ambiguos
que al mostrar ocultan.
V.S.E.
“(…) una imagen con la que soñar de un modo masoquista siendo
absolutamente consciente de ello”.
Imma Ávalos
Tanto
América Latina como la antropofagia -léase para estos efectos también el
canibalismo- han estado siempre en el patio trasero. América Latina como chivo
expiatorio de toda posible aventura política, social e incluso sanitaria. El
enclave canibalismo-antropofagia, por ser de trastiendas -como América Latina y
África- y por ser uno de los ritos más nefastos, si lo vemos en el marco de las
instaladas definiciones de nuestra cultura occidental.
La
antropofagia como tal es satanizable y, por lo mismo, se debe al patio trasero,
tal cual como fue instalado Calibán en la clásica La Tempestad (1611) de W. Shakespeare dando paso, nada más y nada
menos, que a la puesta en escena del concepto caníbal y su acto concebido como
canibalismo, “(…) en nuestra lengua, después de todo la madre del cordero,
Colón, de la palabra caribe, hizo caniba, y luego caníbal, cuyo anagrama lógico es Caliban…” (Fernández Retamar, R.
1999, 203). El mismo Roberto Fernández Retamar (1998) redondea su lectura dando
a entender que, para el dramaturgo británico, Calibán es un salvaje, que se
debe a la esclavitud, amorfo y digno de merecer los más altos desprecios.
Este
Calibán no sólo se comprende como esa diferencia mal tratada ancestralmente,
sino también -en su prospectiva- como parte del cuerpo del proletario y las
mujeres que se podían equiparar a esos “salvajes indios”, sobre todo a través
de una denigración literaria y cultural siempre en acople a una estrategia de
expropiación (Federici, S. 2015), siendo, incluso, este efecto proyectable y
asimilable con el pasar de los acontecimientos en la línea cronológica que
predispone la historia oficial.
Así
observamos en nuestra historia este patio trasero como retaguardia y
emplazamiento de “calibanes” -en el sentido amplio del concepto- propios de los
trasteros y las trastiendas, como personajes sintomáticos de una inclinación a
la barbarie, una “República de Carives”,
si recordamos las sensibilidades históricas de José Pedro Barrán (1993)
publicadas en los inicios de los noventa en la República Oriental del Uruguay.[1]
Este
efecto residual, de segunda o tercera línea, lo podemos equiparar a lo que con
claridad expuso Gilbert Durand (1981) al proponer que nuestra cultura se divide
en clasificaciones que van del día a la noche, de lo diurno a lo nocturno y que
-dentro de esta categorización- se deberían establecer las fundaciones
imaginarias de nuestras sociedades euro-occidentales (Browne Sartori, R. 2013).
En este campo y, por tanto, con Durand (1981) podríamos decir que la fuerza de
esta construcción imaginaria define específicamente dónde se encasilla lo
positivo y dónde se encasilla lo negativo: pulcro, blanco, diurno y belleza
versus negro, oscuro, fealdad y nocturno. Cuestión que, si trasladamos a las
reflexiones que nos ocupan en este texto, podríamos sintetizar en, por una
parte, “Próspero” como la lucidez más precisa, exacta, blanca y perfecta de lo
diurno, de la “diurnidad”, de la luz del día; y, por otra, Calibán, militante
de lúgubres y oscuros trasteros, marginal, incivilizado, negro, miembro
representativo de las más sombrías noches, del régimen de lo nocturno, de la
más tenebrosa “nocturnidad”[2]. Mário de
Andrade (1988) sobre lo mismo, pero desde otra perspectiva, lo cataloga en su
“calibana” versión del antihéroe Macunaíma:
“Negro retinto e hijo del miedo de la noche. Niño feo que pasó más de seis años
sin hablar” (de Andrade, 1988). Macunaíma
no habla, además, la lengua del colonizador.
Así la
noche se instala como foco residual y cuna de marginalidad, distanciamiento,
poca luz y poca vida, tétricos suburbios y momentos de incertidumbre y exigua
claridad. “Calibanes”, por ejemplo, fueron aquellas y aquellos exiliados,
perseguidos, torturados y asesinados en las mismas Américas de Calibán a lo
largo de orquestadas dictaduras que los llevaron a hundirse en las más
profundas latitudes -como nunca- del patio trasero del cual habíamos sido,
siempre, activos protagonistas. Las decisiones políticas en esa década de los
’70 del siglo XX hicieron que cada uno de estos países formaran parte de una
eterna noche, generalizada y pávida: sin vida y con toque de queda. Decisión
que impuso esa noche eterna y que satanizó a un colectivo completo, a un
colectivo social que, al mismo tiempo, instaló a los sectores privilegiados -y
afines con ese régimen diurno- en lo más próximo de la blanca Cordillera de Los
Andes. Así lo precisa el poeta Ennio Moltedo al escribir sobre la “nocturnidad”
-en palabras de Durand- de las dictaduras, de su dictadura, de sus actores y
secuelas:
“Noche”,
del latín nocte; éste del griego nyntos; y éste, a su vez, del sánscrito nakta.
En alemán se dice nacht; en inglés night; en italiano, notte; en portugués,
noite; en francés nuit; en catalán, nit; en walon, nute”. En Chile la noche es
eterna (Moltedo, E. 1995, 19).
Hurgando
en los clásicos textos sobre la antropofagia y el canibalismo, recuperamos las
ideas de un anti-canibalista, William Arens (1981) que sentencia que hasta el
siglo XV el vocablo antropófago estaba relacionado con los salvajes hombres de
la prehistoria que se ubicaban en “(...) los límites de la civilización
occidental que comían carne humana” (Arens, W. 1981, 47). Poco después de
referirse a lo complejo que es señalar con exactitud el inicio de la práctica
caníbal, y con respecto al caso específico del “nuevo mundo”, este antropólogo
no escatima comentarios acerca de que el primer tema relativamente concreto de
estudio antropófago es -como ya lo precisamos- el de los cariba, “(...) de cuyo
nombre derivó, a través del español de la época, la palabra caníbal” (Arens, W.
1981, 47).
Asimismo,
y desde estas Américas, Fernández Retamar (1995) agrega que el nombre caribe y
su degeneración a caníbal quedaron estampados entre los europeos, “(...) sobre
todo de manera infamante” (Fernández Retamar, R. 1995, 27). A modo de ejemplo,
para la proyección en el “nuevo mundo” de las imágenes que circulaban y
circularon por la vieja Europa, este autor expone la visión que sobre Calibán
presenta el propio Shakespeare:
Calibán es
anagrama forjado por Shakespeare a partir de “caníbal” -expresión que, en el
sentido de antropófago, ya había empleado en otras obras, como la tercera parte
del Rey Enrique VI y Otelo- y este término, a su vez, proviene de “caribe”
(...) en Shakespeare (...) Calibán/caníbal es un esclavo salvaje y deforme para
quien son pocas las injurias (Fernández Retamar, R. 1995, 27-30).
Vale
decir, Calibán se encuentra en el último eslabón del patio de atrás y las
imágenes -como la montada por Shakespeare[3]- lo hacen dar
la vuelta al mundo como uno de los primeros actos de difusión,
(pre)viralización y globalización de carácter masivo, cruzando el charco y
yendo de un continente a otro en frágiles naves de ultramar. En este caso, el
teatro como una especie de red social a-tecnificada y presencial que, a través
de la masificación de sus contenidos, llega desde las Américas a Europa y de
ahí a la libre y absoluta definición de canibalismo. Carlos A. Jáuregui afirma
que en los siglos XVI y XVII este “nuevo mundo” fue erigido cultural, religiosa
y geográficamente “(…) como una especie de Canibalia”
(2008, 14).
No es
menor, por tanto, indicar que el canibalismo proviene de la construcción de una
imagen de carácter público que se define en América Latina y que luego se
“mediatiza” -al ritmo de esos tiempos- en Europa, a partir de los informes de
Colón a los Reyes Católicos y de los cronistas que se aventuraron acompañando a
los colonizadores. Era la multiplicación de las más horrorosas imágenes: “(…)
mujeres y niños atiborrándose de vísceras humanas o de la comunidad caníbal
reunida alrededor de una parrilla, deleitándose con piernas y brazos mientras
observan como se asan restos humanos” (Federici, S. 2015, 348).
Pareciera
que los caníbales se comían sólo por una cuestión de alimentación carnal, que
su fin era agotar el hambre y adquirir los nutrientes que le permitiesen
continuar con su cotidianeidad. Entonces, las culturas antropófagas se comían
entre ellas porque carnalmente debían contribuir con su vivir y emplazamiento
en el mundo. Pero también, este acto de deglución podría acarrear aspectos que
fuesen condición central para hacerse del otro. Perspectiva que ya no
necesariamente es física o carnal, sino simbólica. Con esto, y por ende, nos
atreveríamos a decir que, en el marco de un proceso de alimentación de un otro,
se acometen dos acciones que trataremos de explicar en su más justa división:
1.
Física: el caníbal se come a su par porque tiene hambre y requiere de los
nutrientes básicos que el otro puede dar para su funcionamiento vital. Me
alimento para sobrevivir porque lo necesito para equilibrar dieta y potenciales
proteínas que mi cuerpo demanda para funcionar día a día.
2.
Simbólica: el caníbal satisfecho por su nutritiva alimentación carnal requiere,
ahora, una dosis de nutrientes simbólicos que le permitan crecer en un ámbito
extra-carnal y más emocional. La causa, por tanto, de este acto de deglución
carnal tiene como razón principal el comerse al otro -ya no sólo por la
sensación de hambre-, sino porque quiere hacerse parte de características
físicas, sociales y políticas que puede tener el comido. Con esto, se quiere
decir que también era prioritario comerse al otro para obtener características
consideradas positivas y que requiere el alimentado apoderarse de ellas.
Pertinente era comerse al líder de una tribu, de la tribu vecina, por ejemplo,
a destacados guerreros, a quienes sobresalen por sus particularidades y
peculiaridades. Simbólicamente, se comían los atributos que aquel antropófago
necesitaba para sí y no poseía.
Sin querer
transformar esta breve clasificación en un ejercicio lineal y automático de
alimentación ancestral, en miles de ocasiones dichas fórmulas de acción
deglutoria se podían ejecutar en órdenes diferentes. A veces, se debía a que
había hambre y era fundamental saldar esa básica necesidad. En otras ocasiones,
se podría deber a la fuerte atracción que la imagen de ese otro irradiaba y que
le provocaba la necesidad de adquirirlas para sí mismo. En el mejor de los
casos, podían coincidir ambas intenciones logrando cumplir con una pretensión
mayor del acto deglutorio caníbal-antropófago carnal y simbólico.
En este
sentido, cobra un relevante valor la noción de icono, de imagen, permitiendo,
ésta, una recepción en el consumidor de carne humana que la pone en valor
frente a pares de otras tribus. Si el caníbal se logra comer a alguien que no
solo le otorga beneficios nutritivos físicos, sino simbólicos -asimila las
virtudes que proyecta la imagen del comido- le hace virtualmente más fuerte y
completo, ya que cumple con dos de los frentes que debe cuidar, cautelar y
proyectar de su existencia. Nutrición y dieta caníbal por partida doble.
Empero,
el tema de la imagen puede, -podría-, incluso, ir más allá. Como lo dijimos,
fueron imágenes las que construyeron el imaginario de América Latina en Europa.
Grabados, bocetos, obras de teatro, relatos de historias y aventureros que
hicieron imaginarse en el “viejo continente” al “nuevo”, y donde, además, el
canibalismo de Colón -como “madre del cordero”- se diseminó por todos los
rincones de la civilización occidental. Asentamiento en la mayor oscuridad de
la noche, de las nocturnidades del patio de atrás y donde aquel Calibán que
come carne humana es un fiel representante de este tipo de in-humanidad,
distanciada de las blancas, diurnas e impolutas creencias, costumbres y
tradiciones de la humana Europa del momento. “Esa reducción histórica, estética
y antropológica de la larga data incrementa la desilusión de la imagen,
dividiéndola y cerrándola, no permitiéndole deambular por territorios
antropológicos, estéticos y mediáticos” (Silva Echeto, V. 2016, 12), dejando, a
modo de palimpsesto, un cúmulo de huellas que marcan y sobrepasan épocas y
culturas que podrían ir desde el encubrimiento de las Américas hasta nuestras
sociedades.
El
canibalismo se difundió por Europa a través de imágenes erigidas trágicamente
para fundamentar en potencia el “descubrimiento”. Sin embargo, esas mismas
imágenes representadas por los grabadores de los navegantes y aventureros eran
parte de otro juego de intercambio de imágenes que convocaba a los caníbales a
hacerse comidos entre ellos. Valga la clasificación en comprensión y atención a
la noción de imagen:
1. Los
caníbales, entre otras cosas, pueden comerse entre sí atraídos y atrapados por
la imagen del otro, y quieren hacerla suya a través de ese acto de digestión y
asimilación.
2. Los
conquistadores levantaron desde los actos antropófagos que presenciaron un
conjunto de registros que derivaron de las imágenes que hacían que los
caníbales se comieran entre sí, estimulando una deriva que va desde una imagen
que invita a comer a otra imagen, que registra ese acto y lo construye en un
imaginario irradiado, multiplicado y (pre)viralizado por occidente y los
occidentales.
Estos
dos pasos muestran la canibalización tal como la podemos interpretar de cara a
un análisis donde la imagen comienza a tornarse en la vuelta de tuerca, en el
giro visual que -en su simulacro y consumo- da vida a una distancia radical de
la realidad y de lo vivido. Una suerte de ocultamiento y develamiento por parte
de la propia imagen. Así lo sostiene, por ejemplo, Eduardo Viveiros de Castro
(2010) al indicar que en algunos sectores “(…) la tesis según la cual la
antropología, exotista y primitivista de nacimiento, no puede ser otra cosa que
un teatro perverso en el que el «otro» siempre es «representado» o «inventado»
de acuerdo con los sórdidos intereses de Occidente” (2010, 15).
En su
momento, en el pasado, la imagen se transformó para construir, representar o
inventar realidades, logrando incrustarse en los imaginarios sociales y dejando
en la conformación y consolidación del pensamiento occidental grandes
“verdades” que han superado las líneas de los tiempos y los espacios. Las
historias se cuentan más allá de lo que son y en virtud de la versión que cada
una de ellas debía tener, en atención a los intereses y fines del contexto
social de la época. Historias inflamadas –sedadas y sentadas diría Baitello
Junior (2012)- que en su máximo esplendor saturan las verdades, reventándolas, desbordándolas
y haciéndolas parte de una simulada ficción que las consume. Un cuento
occidental que se construye a partir de un cúmulo de verdades simuladas,
maquilladas: aglomeración de posverdades que embarga todos los tiempos,
supeditada a la estricta línea cronológica de la Historia Universal.
Con
Jáuregui (2008) podemos sostener este punto como una fuerte carga simbólica que
entiende a una América Latina construida “imaginadamente”, una Calibania asumida en un espacio cultural
reducido a la imagen del monstruo americano consumidor de carne humana.
Sumado
a lo anterior, en la actualidad, presenciamos otro accionar de las imágenes y
sus efectos. Ya no sólo recurrimos a ellas para hacerlas representar discursos
de otras latitudes, versionar a mi ritmo la cultura de “otras” culturas (por lo
general, poco civilizadas a la sazón de Occidente), sino que las utilizamos
para, en esa representación, simular las realidades, impostarlas y darles
tribuna a través de un sunami imperceptible de imágenes que no permiten discernir
cuál es el fin, los objetivos y para dónde nos quieren llevar. He ahí el efecto
sedante de las imágenes.
Sin
perder el hilo de lo que estamos desarrollando, a estas alturas parece
importante indicar que el canibalismo -según Jáuregui (2008)- se ha tornado en
un tropo trascendental para la
definición de la identidad de las Américas. Acción que podemos develar, como ya
lo dijimos, desde las primeras imágenes y visiones de los europeos sobre el
“nuevo mundo”, “(…) como monstruos y salvajes, hasta las narrativas y
producción cultural de los siglos XX y XXI en las que el caníbal se ha re-definido de diversas maneras en relación con la
construcción de identidades (pos)coloniales y «posmodernas»” (Jáuregui, C.
2008, 15).
Como
pudimos ver, primero fue la antropofagia y luego y vinculado con el “nuevo
continente”, la invención “imaginaria” del canibalismo. Desde los tupinambas
brasileños, los pueblos occidentales del golfo de México, los costeños de la
África central, hasta los rugbistas que cayeron en la Cordillera de Los Andes,
pasando por Viernes -el fiel amigo de Robinson Crusoe que provenía de una
cultura que se alimentaba de sus enemigos-, han ejercido este particular y mal
visto ejercicio, siempre dejado en el patio de atrás.
Como ya
lo adelantamos y ahora lo detallamos, si nos alejamos un tanto del canon
occidental, y salvo el caso de los deportistas uruguayos perdidos en Chile
-cuyo acto antropófago fue sólo por supervivencia-, la tradición indica que uno
de los motivos fundamentales por lo que se ejercía el canibalismo -por lo menos
en el actual Brasil- era bajo la creencia de que los nativos que consumían el
cuerpo de otro adquirían las cualidades de éste, sobre todo si se trataba de un
enemigo valiente y líder de su tribu.
El
objetivo era incorporarse o empaparse de las virtudes que el cuerpo del enemigo
proyectaba. Mientras más irradiaba aquel banquete humano una imagen de hombre
fuerte, poderoso e indestructible, más ganas daban de comérselo. En el fondo,
te haces más fuerte comiéndote al que tiene más fuerza. Te apoderas de su
destreza, depositada dentro de ti.
Las
imágenes son algo que el cuerpo del enemigo proyecta o proyectaba y que, por
varias razones, querría hacer mías. Lo importante para este tipo de antropofagia
son las imágenes que yo percibo, o que mi círculo o las masas perciben de un
cuerpo que se expone en un momento determinado, donde -como admirador de ese
cuerpo- quisiera tenerlo conmigo o ser como él. Adelantándonos, especulando un
poco y en palabras más actuales, se trataría de una especie de deglución de
mercado, vender un producto a través de una imagen, cuestión muy similar que,
por ejemplo, podemos observar con la pirotecnia multimedial del retail, bajo el mágico concepto de
consumo.
El aumentar
la imagen personal en un entorno social determinado desarrolla y activa
nuestras sensaciones corporales. Mientras más likes tengamos en una cibersociedad como la nuestra, creemos que
somos mejores, nos empoderamos porque nuestro entorno nos avala y celebra.
Juega con nuestros afectos, afecta nuestros afectos. Se entrega una imagen que
alimenta a sus seguidores y, con todo gusto, los receptores devoran/consumen
simbólicamente la imagen enviada por sus referentes. En tiempos de menos
hipertecnologización, nos encontramos con Elvis o Madonna, por ejemplo. Hoy con
las tendencias en redes dos o tres punto cero con Dua Lipa y la ventilación de
los problemas matrimoniales -hechos virales- de Shakira.
Como
consecuencia de esta reflexión, podemos darnos cuenta de que el tiempo ha
pasado y, por supuesto y por suerte, dejamos de alimentarnos físicamente de
otros, de mismos, pero continuamos devorando imágenes.
Y es
aquí donde recogemos una lectura contemporánea del consumo de imágenes a través
del paradigma antropófago de construcción de imaginarios, ligada a nuestros
tiempos donde no deja de prevalecer el cliché que exclama a viva voz “una
imagen vale más que mil palabras”. Jáuregui (2008) nos ayuda a alentar estas
ideas al hablar de “transacciones digestivas”: “(…) cuando consumimos e
incorporamos en nuestra vida mercancías, imágenes y mensajes, como cuando
comemos, definimos quiénes somos…” (Jáuregui, C. 2008, 580). E insiste en que
no son los alimentos ni las mercancías lo que ayuda a pensarnos, sino el comer,
en un caso, y el consumir, en el otro, lo que nos lleva a entender nuestras
nuevas sociedades aceleradamente pirotécnicas.
Así es
como en São Paulo, tierra antropófaga, nace la noción teórica de iconofagia
(Baitello Junior, N. 2014): imágenes que devoran otras imágenes para crear
nuevas imágenes, e imágenes que son devoradas por los consumidores para,
supuestamente, optimizar su imagen. La antropofagia brasileña como acción de
consumir y digerir bienes simbólicos. En esta deglución se buscaba una
correspondencia analógica “(…) entre el rito caníbal y los diversos procesos de
producción, circulación y apropiación cultural” (Jáuregui, C. 2008, 39).
Siguiendo en esta misma sucesión, se pueden diagnosticar prácticas que invitan
a reconfigurar la impronta del Calibán latinoamericano y hacerlo parte de
nuestros mundos digitales, a través de la alimentación masiva de bienes
simbólicos y a partir de dispositivos comunicacionales para el consumo y su
deglución: “Este consumo tendría las mismas matrices del canibalismo (apropiación y resistencia) y la antropofagia cultural (resignificación)” (Jáuregui, C. 2008, 45),
atendiendo a una definición de esta hipercultura mediática como una “cultura
caníbal”.
Para
Víctor Silva Echeto (2016), el problema se agudiza cuando en esta era de la
mundialización y globalización de las culturas se intenta iluminar la cara
oculta de lo no-visto. Lo que Martin Jay (2009) llama el ocularcentrismo occidental, y que Silva Echeto devela al tratar de
orientar una mirada que ha erigido mecanismos de marginación para con la imagen
de la diferencia femenina, gay, trans, etc. Lo que se denominó, a la larga, “falogocularcentrismo”. “Por tanto, las imágenes se conforman a
partir de una economía política, que distribuye en el espacio y en el tiempo
signos imagónicos. La economía implica una distribución de objetos, sujetos,
iconos, en resumen, imágenes” (Silva Echeto, V. 2016, 115).
Lo que
sucede es que estamos permanentemente bombardeados por imágenes provenientes de
todos los sectores y que producen una variedad incontenible de estímulos. La
televisión, la música, la propaganda, la moda, la publicidad y en su conjunto
de viralización: las redes sociales. A tal punto que, incluso, éstas nos
indican cómo vestirnos, cómo salir a la calle, cómo vivir, qué ver, qué comer,
a quién admirar, etc. Pensando que somos libres, formamos una sociedad que nos
tiene “empantallados” (Silva Echeto, V. 2016 y Browne Sartori, R. 2023) y en la
cual somos capaces de hacer sólo lo que los patrones -los mismos que deciden
quiénes van en el patio de adelante y quiénes en el de atrás- aspiran proponer.
Por ello, el colonialismo no es, necesariamente, una cuestión del pasado, sino
también del presente, "(…) en sus formas renovadas de racismo, marginación
económica y explotación laboral, sexual y biomédica” (Jáuregui, C. 2008, 602)
El
punto atingente es que tanto comer y devorar imágenes nos lleva a que ellas se
apoderen de nosotros. De todo esto surge un problema: qué sucedería si nos
preguntamos ¿cómo podríamos botar, defecar la enorme cantidad de imágenes que
consumimos iconofágicamente? Primero, ¿se puede? Si no lo hacemos, ¿qué
pasaría? ¿Tendríamos una indigestión cultural-mediática, producto de esta
saturación de imágenes? (Browne Sartori, R. 2006).
La
iconofagia es una forma particular y simbólica de alimentación corporal en tres
partes que van evolucionando de acuerdo con la inflación de imágenes que nos
impone el medio y el mercado, a través de las secuelas que el consumo
indiscriminado de éstas puede acarrear. El nivel básico es lo que asociamos con
el fenómeno de la intertextualidad: proceso en el que las imágenes, en un
ejercicio ilimitado, se devoran entre ellas para producir otras imágenes.
El
segundo nivel de la iconofagia está compuesto por las imágenes que las personas
devoran simbólicamente a través de la propaganda, la moda, los medios de
comunicación, en redes, en el diario vivir por las calles, al vestirse, etc.
Sin embargo, el tercer nivel surge cuando este segundo punto se extrema de tal
manera que comienza a generar diversas patologías que pueden producir
consecuencias debido a la posible consumición de imágenes que, en un efecto
inverso, se alimenten de los sujetos y los anulan al incentivarles,
permanentemente, que convengan con ellas y se tornen en simples imágenes. Así
lo plantea quien propone este concepto, Norval Baitello Junior (2014), cuando
dice que, de simbólicos devoradores indiscriminados de imágenes, pasamos a ser
indiscriminadamente devorados por ellas. Eso que dicho autor llamó, en su
momento, la devoración y el consumo de imágenes por las propias imágenes.
El
último nivel de la iconofagia es el que nos invita a continuar con el juego de
las actuales e hiperreales aplicaciones como Zoom, Teams y sus
secuelas. ¿Qué pasará si llevamos -pandemia mediante- más de un año frente a
una pantalla, devorando y devorando imágenes? Tanto comer y devorar imágenes
puede acarrear, además de una indigestión icónica, una iconoadicción, casi
iconorreica. ¿La posverdad no es resultado de una proyección iconofágica de
nuestras sociedades? ¿Dónde quedan las fake
news en estas divagaciones?
En
síntesis, la idea de Baitello Junior (2007) al respecto se refiere al consumo
mercantil de imágenes y esto puede llevar a un problema que se suscita cuando
desde estos contextos hiperreales derivamos del comer imágenes a que ellas nos
coman (Silva Echeto, V. y Browne Sartori, R. 2007). Baitello Junior (2007) lo
detalla al decir que, como se sabe, los nativos ejercían la antropofagia
ritual, los artistas del Brasil de primeros años del siglo XX la antropofagia
cultural; no obstante, en las sociedades contemporáneas devoramos las imágenes
y ellas nos pueden devorar a nosotros. “Se come un alimento que no contiene
nutrientes. Se comen muchas imágenes que no tienen ninguna información nueva,
ninguna sorpresa, ningún nutriente para el alma” (Baitello Junior, N. 2014,
80). Baitello Junior (2007) aproxima esta tensión a un efecto comunicacional
“nulodimensional” que se produce con un acelerado incremento de las
tecno-imágenes, imágenes técnicas creadas por dispositivos bajo una ecuación
algorítmica, abstracta o simplemente numérica que tiende al ocultamiento, el
develamiento y la sedación. Siguiendo la lectura que Flavia Costa (2022) hace
sobre el “Tecnoceno”, se podría citar:
(…) con el
entramado de datos, algoritmos y plataformas que organiza buena parte de
nuestra vida social, que se expandió enormemente durante la pandemia, y que son
otro signo -menos evidente quizá que la deforestación o el cambio climático-
del salto de escala que estamos viviendo” (Costa, F. 2022: en línea).
Costa
alarma, al respecto, sobre el incierto futuro de la pospandemia debido al
enorme shock de virtualización y sus efectos “(…) al que condujeron las medidas
de aislamiento de buena parte de la población mundial” (Costa, F. 2021, 20). En
muy poco tiempo llegamos a un proceso apresurado de digitalización en el marco,
sobre todo, de la experiencia cotidiana: “(…) buena parte de las personas ha
adquirido por necesidad alguna clase de competencia tecnológica que hasta el
momento no tenía, en un giro hacia lo digital” (Costa, F. 2021, 20).
Quizás
en estos imprecisos momentos de vaivenes sociodigitales deberíamos hacer el
esfuerzo de detenernos a reflexionar un tanto más sobre estas cuestiones, ya
que podríamos estar a poco de trasladarnos -a modo de traslape- de un patio
trasero presencial a otro virtual, donde nuestro metaverso sea más que nosotros
mismos. Con mucha precisión lo ejemplifica Hito Steyerl en su libro Los condenados de la pantalla (2014),
donde, al proponer una cartografía de la producción mediática en tiempos de
sociocapitalismo, pone sobre la mesa en este contexto la noción de
imagen-basura, de esas imágenes basura que se arrojan a los patios traseros de
los ecosistemas digitales, concentrándose especialmente en la noción de
“imágenes-spam”. Y dice:
La
imagen-spam es nuestro mensaje al futuro (…). Densos clústeres de ondas
electromagnéticas abandonan nuestro planeta cada segundo. Nuestras cartas y
fotos, comunicaciones íntimas y oficiales, emisiones televisivas y mensajes de
texto se distancian de la Tierra en anillos; una arquitectura tectónica de los
deseos y los temores de nuestra época. En unos pocos cientos de años, formas de
inteligencia extraterrestre podrían escudriñar incrédulas nuestras
comunicaciones inalámbricas.
Pero
imaginen la perplejidad de esas criaturas cuando miren detenidamente este
material. Porque un enorme porcentaje de las imágenes enviadas inadvertidamente
al espacio exterior es en realidad spam. Cualquier arqueólogo, forense o
historiador -en este mundo o en otro- lo analizará como nuestro legado, un
verdadero retrato de nuestro tiempo y de nosotros mismos. Imaginen una
reconstrucción de la humanidad hecha a partir de esta basura digital.
Probablemente se parezca a una imagen-spam (Steyerl, H. 2014, 167-168).
Entonces,
desde estos nuevos residuales patios traseros digitales e hipermediales,
deberíamos, para no perder su tradición, apelar a una suerte de nuevo Calibán,
de Calibán 2.0, indisciplinado que resista antropofágicamente las más
mediatizadas tempestades, plenas de algoritmos y devaneos tecnológicos,
exacerbadas por Prósperos dominados y dominantes, bajo la lógica de la
inteligencia artificial. Un Calibán 2.0, en nueva versión, estimulador de
contraimágenes que vulneren las representaciones -incluso las de la web 2.0 y
sus descendencias- establecidas por sus pasados, por sus ancestros y alienten
nuevas formas de confrontar, contrarrestar a las imágenes del tercer estadio de
la iconofagia.
Se
trata, siguiendo a Silvia Federici (2015, 13), de luchar frente aquellas
prácticas que estimulan las guerras contra la indisciplina, “(…) denigrando la
´naturaleza’ de aquéllos a quienes explota: mujeres, súbditos, coloniales,
descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la
globalización” (Federici, S. 2015, 31), estimulando, en sentido estricto, una
resistencia al capitalismo también desde una perspectiva global contra imagen
basura pirotécnica, encubierta, velada y simulada.
Incluso
el Próspero de Shakespeare insiste en este hecho económico fundamental en un
breve parlamento sobre el valor del trabajo, que él da a Miranda después de que
ella manifestase el disgusto absoluto que le producía Calibán:
Sí,
pero le necesitamos. Enciende
el
fuego, trae la leña y nos hace
trabajos
muy útiles
Shakespeare,
La Tempestad, Acto I, Escena 2”.
(Federici, S. 2015, 220)
Releyendo
a Carlos Aguirre Aguirre (2020), lo podríamos ver como una forma de asimilar de
otra manera el vocablo Calibán y -desde la différance
derridiana- darle un giro que socave estos dispositivos. Para con esto deglutir
las prácticas discursivas y simbólicas de la iconofagia y derribar los mitos e
imaginarios, no sólo derivados desde los iconos de la colonización canibalista
de antaño, sino que asolando los bombardeos indiscriminados de imágenes de
nuestros tiempos, como una herramienta posoccidental que, por partida doble,
“(…) busca deshacer los modos culturales ofrecidos por la cultura occidental”
(Aguirre Aguirre, C. 2020, 23).
Un
Calibán que permita abrir campos de mediadas diferencias contraculturales. Que
indiscipline la arqueología de la imagen bajo un prisma que busque y exponga la
crítica a esta época que, como precisa Silva Echeto (2016), ha desilusionado a
la imagen. Un Calibán que aguante la avalancha de imágenes-spam -sus
predecesoras icono-caníbales- y las posibilidades que se estimulan para no
descomponernos y sorprendernos frente a sus excesos imagónicos de voracidad
fagocitadora. Representaciones de referencia occidental refrendadas por las
nuevas ferocidades de un Calibán fuera de borda, inédito y al margen de las
lógicas “post” de la imágenes-mercancía-spam-en crisis.
Aguirre
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[1] José Pedro Barrán (1993) en este texto menciona, entre otras cosas,
que en el Uruguay del siglo XIX se le declaraba y llamaba a los sectores
vulnerables y populares de “República de
Carives”.
[2] Para conocer una versión reciente de La Tempestad y tratar de calibrar algunas de las ideas acá
indicadas, revisar y visionar: “Tempest Project (Proyecto Tempestad)” de Peter
Brook y Marie-Hélène Estienne, montada en Chile por la Fundación TEATROAMIL,
recientemente. Mayor información: https://teatroamil.cl/que-hacemos/circulacion-nacional-e-internacional/catalogo/tempest-project/
[3] Cómo Shakespeare se enteró de las libres interpretaciones de Colón
sobre los caníbales y el canibalismo lo trabajamos, en detalle, en el libro:
Silva Echeto, Víctor y Browne Sartori, Rodrigo (2007): Antropofagias. Las indisciplinas de la comunicación. Biblioteca
Nueva. Madrid. Otro ejemplo, al respecto, comenta Silvia Federici al referirse
a las mujeres: “En este sentido, La fierecilla domada (1593) de Shakespeare era
un manifiesto de la época. El castigo de la insubordinación femenina a la
autoridad patriarcal fue evocado y celebrado en incontables obras de teatro y
tratados breves” (Federici, S. 2015, 181).