Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza, Argentina / 2023 /
.
Caliban´s curse: power dialectics and
simbolism in Latin America
David Gómez
Arredondo
Universidad Nacional Autónoma de México, México.
Recibido: 03/06/2023
Aceptado: 30/06/2023
Resumen. El texto busca explorar diversas escenas de La tempestad de
Shakespeare en las que se ponen en juego varios aspectos del personaje Caliban.
Se van delineando algunas problemáticas sobre la condición colonial y se
intenta esbozar un acercamiento a la dialéctica de la dominación en esas
situaciones.
Palabras clave. Caliban, Shakespeare, condición colonial, dominación,
resistencia.
Abstract. This article seeks to explore various scenes of Shakespeare´s
The Tempest where some aspects of Caliban’s character are displayed. Some
problematics that surround colonial condition are analysed and the dialectics
of power in those situations is studied.
Keywords. Caliban, Shakespeare, colonial condition, power, resistance.
Inscribir, situar una constelación de
problemáticas en torno a Caliban constituye, ciertamente, un reto teórico. Se
trata de un camino que se ha recorrido profusamente en el pensamiento
latinoamericano y caribeño de las últimas décadas. Ese recorrido tiene un
referente obligado, el ensayo de Roberto Fernández Retamar de 1971. (Fernández
Retamar, R. 2004, 19-81)
“Calibán. Apuntes sobre la cultura en nuestra
América” conforma un texto-matriz, un texto-fuente; a pesar de su indiscutible
marca coyuntural, una marca que pareciera constreñir los alcances de la
intervención de Fernández Retamar, bien podríamos sugerir que allí se abren
múltiples vías y una serie de interrogantes. Al acercarme a la figura de
Caliban, buscaré ir mostrando las variadas escenas que lo involucran como un
símbolo sumamente complejo, cuyas lecturas pueden caminar por diversas vías,
sin que, a la vez, se pierda un substrato, un núcleo, que remite a la condición
colonial.
Efectivamente, fue Fernández Retamar quien
puso sobre la mesa una característica específica del personaje de La Tempestad, quien habitaba la isla en
la que transcurren los acontecimientos del drama shakesperiano. Hay aquí un
marcador temporal, que separa un antes y un después de la llegada de Próspero a
la isla. Si bien en esa parte del ensayo de Fernández Retamar éste se centra en
la población indígena del Caribe, en los pueblos taínos y caribes, sin duda esa
particularidad del personaje de Caliban tiene alcances mayores. Al habitar la
isla con su madre Sycorax, Caliban es un habitante “originario”, con lo cual no
se alude a un vago origen o a un momento primigenio, sino que se establece un
reconocimiento de una historicidad y de una realidad antropológico-cultural no
ligada a Próspero y al tipo de ser humano que éste representa.
Bien podríamos ampliar las consideraciones
de Fernández Retamar y señalar todas las consecuencias que conlleva ubicar a
las culturas andinas, mesoamericanas, muiscas, esto es, al variado y
heterogéneo mundo “originario” americano como una presencia simbolizada por
Caliban, en tanto éste habitaba la isla antes
de la llegada de Próspero.
Se trata de un asunto complejo, ya que, por
un lado, esa reconstrucción, la memoria que recapitula ese tiempo anterior al
impacto colonial, se configura o estructura en un presente coetáneo con la
realidad dada de las culturas europeas en el Caribe y América. En La Tempestad, Caliban es muy elocuente
al respecto, al indicar que fue “rey” de la isla en el pasado:
Tengo
derecho a comer mi comida. Esta isla me pertenece por Sycorax, mi madre, y tú
me la has robado […] ¡Que todos los hechizos de Sycorax, sapos, escarabajos y
murciélagos caigan sobre vos! ¡Porque yo soy el único súbdito que tenéis, que
fui rey propio! ¡Y me habéis desterrado aquí, en esta roca desierta, mientras
me despojáis del resto de la isla! (Shakespeare, W. 1988, 187-188)
Este aspecto del personaje de Caliban nos
remite a un punto de partida necesario para cualquier abordaje crítico en torno
a los procesos coloniales: sólo a partir del desmantelamiento y
desestructuración de marcos sociales y culturales ya existentes fue como se instaló
la cultura occidental en América. De allí que el filósofo Eduardo Subirats haya
utilizado la imagen del vaciamiento para aludir a la lógica de la colonización
ibérica en América. (Subirats, E. 1995) Y es que hablar de América como
“continente vacío” no presupone que las sociedades y culturas amerindias fueran
inexistentes. Lo que busca indicar Subirats es la forma en que los procesos
coloniales, como parte de la modernidad, elaboraron precisamente esa imagen:
había que llenar un vacío, esto es, era imperativo comenzar desde cero y
configurar una práctica sistemática de obliteración y de desconocimiento de las
sociedades, de las civilizaciones que habitaban América y el Caribe. En otros
términos, había que destituirle a Caliban cualquier titularidad y derecho sobre
la isla que habitaba. El tránsito que lleva de ese momento previo a la llegada
de Próspero a la condición esclavizada de Caliban condensa y simboliza ese
proceso tortuoso y trágico del colonialismo temprano.
Paralelamente, hay un registro de La Tempestad que también indicó en su
momento Fernández Retamar. Éste ponía énfasis en algo que aparece desde la
presentación de los personajes del drama: Caliban es “deforme”. En realidad,
hay allí una clave de acercamiento que pareciera sólo conducir al aspecto del
personaje de Caliban; sin embargo, aquí habría que tomar en cuenta la
perspectiva, la mirada para la cual éste es “deforme”. Para comienzos del siglo
XVII, Shakespeare, como sugiere Yolanda Wood, ya podía remitirse al conjunto de
imágenes que circulaban en Occidente, imágenes de esa alteridad americana
monstruosa o idílica. (Wood, Y. 2016, 127-150) En los grabados de Theodore De
Bry y Jerónimo Benzoni se gestaban imágenes del “otro”, que tenían como punto
de arranque el texto escrito, las cartas y crónicas del colonialismo temprano
en el Caribe. Ese “otro” comenzaba a ser figurado, su imagen se integraba al
cúmulo de representaciones visuales europeas.
Habiendo pasado del texto escrito a la
imagen, el “otro” indoamericano representaba un “afuera”, un espacio exterior a
la cultura europea y, de ese modo, resulta comprensible que en La Tempestad se le fije a Caliban la
característica de ser deforme. Justo porque esa distorsión en las proporciones
corporales, esa anomalía en la apariencia responde a la manera en la que
Shakespeare alcanzaba a captar la circulación de representaciones
estereotipadas sobre esos “otros” amerindios.
Sin embargo, la construcción de las
representaciones visuales del sujeto indoamericano corresponde solamente a una
de las dimensiones puestas en juego en este contexto. La figuración del “otro”,
efectivamente, tuvo en ese colonialismo inaugural una indiscutible relevancia.
Aunque quizá sea su contraparte discursiva y textual la que tenga un peso
semejante o inclusive mayor, una de cuyas muestras es, justamente, La Tempestad.
La deformidad de Caliban no se reduce ni se
limita a su apariencia corporal. Hay otra dimensión a la que conduce la
deformidad de Caliban; en ese plano, constataríamos cómo se configura un
mecanismo ideológico distorsionador y desfigurante. Allí habría que prestar
atención a la manera en la que las características antropológicas de Caliban
son desfiguradas en el imaginario colonial. En otros términos, el hecho de que
se trate de un personaje deforme en el drama nos remite a un elemento básico,
fundamental, de las representaciones dominantes en escenarios coloniales, en
las que se gesta una visión del “otro” que, a la par, legitimará el despliegue
de violencia y despojo que este sujeto padecerá. Porque, insisto, Caliban es
deforme para la mirada europea y esa deformidad es una característica que se
prolonga y se consuma en su condición de esclavo, de sujeto esclavizado por
Próspero. Al mismo tiempo, se trata de una “deformidad” no sólo corporal, sino
“moral”, podríamos decir: su carácter deforme puede ser un indicativo de una
serie de representaciones ideológicas que enfatizan su salvajismo e idolatría.
Este paso, este tránsito en el que pasan a
primer plano otros aspectos de Caliban, es puesto sobre la mesa en La Tempestad en el propio discurso de
Próspero, en lo que le dice a Caliban:
¡Esclavo
aborrecido, que nunca abrigarás un buen sentimiento, siendo inclinado a todo
mal! Tengo compasión de ti. Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada
instante te he enseñado una cosa u otra. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando
tu propia significación, balbucías como un bruto, doté tu pensamiento de
palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu
origen te impedía tratarte con las naturalezas puras. ¡Por eso has sido
justamente confinado en esta roca, aun mereciendo más que una prisión!
(Shakespeare, W. 1988, 188)
Aquí vemos conjugarse varios aspectos del
discurso colonial. En primer lugar, un punto sobre el que volveré más adelante,
la relevante cuestión de la lengua aprendida por Caliban y enseñada por
Próspero. Pero hay, paralelamente, otro elemento que queda suficientemente
indicado en la intervención de Próspero: la afirmación sobre la “bajeza” del
origen de Caliban. En La Tempestad Shakespeare
lograba delinear magistralmente los contornos de un eje constitutivo del
discurso colonial: el eje “racial”, representado en esta escena a modo de una
enunciación que separa y divide lo “bajo” de lo “alto”. Y se trata de una
“bajeza” que Próspero le supone como intrínseca, constitutiva de la esencia de
Caliban, podríamos decir.
Se trata de un punto agudamente captado por
Shakespeare y que conforma una clave de los dispositivos ideológicos
coloniales. En el marco de una reflexión sobre el orden social de la América
colonial, Aníbal Quijano planteó un marco analítico que remite a la noción de
“clasificación racial”. (Quijano, A. 2000, 201-246) Con ello, quería mostrar
que los sujetos sociales en ese orden colonial son ubicados, colocados en una
suerte de tabla ascendente y descendente. Opera en ese universo social una
clasificación de las personas que será fundamental para comprender dinámicas
como la división social del trabajo o, paralelamente (aspecto en el que no
profundiza Quijano) las reglas matrimoniales o la distribución del poder
político. Pues bien, esa clasificación social es simultáneamente una
clasificación “racial” en la que se les asigna a los sujetos una “identidad”
fija, ligada a ciertas características corporales, somáticas. Quizá lo más
notorio de las clasificaciones “raciales”, indiscutiblemente vigentes en el
universo colonial americano, es la forma en que funcionan de manera un tanto
“esencialista”, asignándole al sujeto ciertos atributos sociales, de manera
inevitable y constitutiva.
Entonces, esa “bajeza” de Caliban estaría
paralelamente simbolizando su alteridad, el hecho que ya señalábamos: su
pertenencia a una realidad antropológica diferente a la de Próspero. En este
punto, el discurso de La Tempestad será
bastante ambiguo, justo como el propio discurso colonial temprano en el que se
había involucrado la península ibérica desde fines del siglo XV. Se incluye a
Caliban en el registro humano y esto se sugiere en varias escenas, inclusive en
las intervenciones de Miranda, la hija de Próspero. Y, al mismo tiempo, se
marca a Caliban como una alteridad, como un “otro” sumido en una “bajeza”
inamovible. Se establece una jerarquización antropológica en la que se fincarán
relaciones específicas de mando y obediencia.
Este proceso de subordinación, en el cual
Caliban será condenado a la obediencia y al trabajo, irá acompañado de una
dinámica semiótica multidimensional, que ha generado un conjunto de
perspectivas sobre la condición colonial. Allí habría que situar la “maldición”
de Caliban, la cual nunca se enfatizará lo suficiente que es enunciada en una
lengua “prestada”, esto es, en la lengua del “amo”, de Próspero.
Sin embargo, antes de profundizar en la
maldición de Caliban como una práctica de inversión de papeles o de resistencia
a la dominación, cabría establecer ciertas precisiones acerca del terreno
previo que posibilitó dicha maldición. Como veíamos, Próspero sostiene que,
antes de la adopción de su lengua, Caliban “ignoraba” su propia significación y
“balbucía como un bruto”. Y hay allí un aspecto de La tempestad que está permeado por las visiones dominantes del
discurso colonial a comienzos del siglo XVII.
Si examinamos la escena de La Tempestad en la que Próspero afirma
que Caliban “balbucía como un bruto” y transferimos dicha escena al terreno del
colonialismo temprano en el Caribe y América podríamos encontrar un contexto
sumamente complejo. Y es que para comienzos del siglo XVII (fecha de
elaboración del drama de Shakespeare) los poderes coloniales ibéricos ya se
habían encontrado con una multiplicidad de lenguas indígenas. De hecho, durante
el siglo XVI, siglo fundacional del colonialismo en América, podemos encontrar
una situación abigarrada en el plano semiótico y discursivo, asunto que se
vuelve más nítido si tomamos en cuenta la existencia de formas gráficas de expresión
en las sociedades mesoamericanas. Efectivamente, la instauración del dominio
colonial ibérico permitió que se configurara una interacción cultural
bidireccional, a pesar de la asimetría que esa condición colonial imponía como
una de sus características más visibles. Esa nueva estructura de dominación, en
la que se fusionaba el poder de la Corona con el poder eclesiástico mostró un
perfil muy peculiar en cuanto a la actitud hacia las lenguas indígenas, de tal
modo que en buena medida se podría afirmar que hubo una apertura hacia las
formas lingüísticas portadas por el sujeto indígena, especialmente entre los
misioneros de las órdenes mendicantes.
Un ejemplo contundente de esa apertura
hacia las formas lingüísticas y expresivas del “otro”, del sujeto indígena, lo
podemos encontrar en Fray Bernandino de Sahagún, franciscano que llega a México
en 1529, acompañado de diecinueve franciscanos encabezados por Antonio de
Ciudad Rodrigo. (Máynez, P. 2008, 15-23)
Para 1536, Sahagún está presente en la inauguración del Colegio de Santa Cruz
de Tlatelolco, donde se cultivaba el estudio del latín, del castellano y del
náhuatl. Como explica Pilar Máynez, básicamente son dos los proyectos que
desarrolló Sahagún, los cuales fue desplegando en forma paralela; por un lado,
una enciclopedia doctrinal, que incluía la Psalmodia,
el Evangelario y los Coloquios, y, por otro, una enciclopedia
de la cultura de los nahuas del altiplano central, conocida después como la Historia general de las cosas de la Nueva
España. (Máynez, P. 2008, 16) En esta dualidad de proyectos podemos
vislumbrar un aspecto clave de la figura de Sahagún, en tanto éste encarna, por
un lado, una actitud de investigador “etnográfico”, precursor de la
antropología moderna y que conllevaba el aprendizaje de la lengua y de las
prácticas culturales del “otro”. A la par, en su proyecto de elaboración de una
“enciclopedia doctrinal” podemos constatar la contraparte de esa voluntad de
saber, ya que se buscaba vaciar en náhuatl, en la lengua de ese “otro”, el mensaje
evangélico. Así, como podemos ver, hay aquí una situación semiótica que bien
podríamos considerar como una de las múltiples variantes que se presentaron en
el horizonte de ese colonialismo temprano. No es “Calibán”, no es el sujeto
nativo americano el que aprende la lengua metropolitana, sino que el emisario
del dispositivo religioso católico se abre hacia el universo de sentido
indígena y alcanza a comprender sus detalles y hasta sus recovecos menos
visibles.
Entonces, la propia figura de Sahagún
condensa una modalidad, una variante de aprendizaje y dominio del marco
discursivo y cultural del “otro” indoamericano, a tal punto que bien podríamos
considerar esos saberes como resultado de una actitud estratégica. Se podría
ver incluso en cierta dimensión de la actividad de Sahagún la configuración de
una colonización más insidiosa, ya que se valía de la propia lengua de
“Calibán” para incorporar el universo religioso cristiano en las subjetividades
indígenas vencidas previamente por medio de las armas. Esto es, las
sofisticadas investigaciones de Sahagún siempre tuvieron un segundo nivel, un
terreno en el que se plasmaba el objetivo de hacer subjetivar la fe católica en
las colectividades indoamericanas. De allí la exigencia, no sólo de vaciar en
náhuatl el mensaje cristiano, sino a la par de detectar, a través de una
hermenéutica profunda, cualquier residuo “idolátrico”, esto es, cualquier
práctica sacra ajena al cristianismo. Por ello, bien podríamos ubicar a la
figura de Sahagún en tanto representa una actitud de escucha y de
desciframiento de cualquier enunciado y práctica de ese “otro” indígena; pero
para afianzar los fines de Próspero, por utilizar el tópico de La Tempestad. Y en todas sus
investigaciones, la comprensión de la lengua del “otro” resulta ser la clave de
acceso, como bien lo señala Máynez:
Para
Sahagún, el conocimiento de la lengua mexicana constituía un eficaz medio para
aproximarse al ‘otro’, a ese ‘otro’ al que se propuso estudiar y comprender. De
acuerdo con esta premisa, llevó a cabo su estudio etnográfico que culminó con
los doce libros que conforman su obra más acabada: el Códice florentino. Sahagún penetró en el mundo amerindio valiéndose
de su propia lengua; reunió el material obtenido en sus pesquisas con los
sabios acolhuas y mexicas en náhuatl, y realizó numerosos borradores y
versiones en ese mismo idioma. (Máynez, P. 2008, 19)
Entonces, en ese escenario del colonialismo
temprano, en el marco del siglo XVI americano como una época de tránsito y de
profundos trastocamientos, podemos ver diversos tipos de estrategias en el
plano de la semiosis y del discurso. Efectivamente, como señalaré más adelante
con detenimiento, por un lado, se encuentra esa suerte de modelo, de paradigma
explorado por Shakespeare en La
Tempestad, en el que el sujeto nativo, el sujeto “originario” aprende la
lengua dominante, se familiariza con el instrumental conceptual y de
pensamiento metropolitano. Al hacerlo, se irá conformando en los espacios
históricos colonizados una especie de lugar intermedio, fronterizo, en el que
se dan cita prácticas y discursos de procedencia occidental con otros de
carácter indígena. Porque siempre puede surgir la interrogante: ¿hasta qué
punto Caliban se “aculturó”? Ante esta pregunta, quizá no haya respuestas
unívocas; por un lado, en el vínculo asimétrico entre Próspero y Caliban hay
una situación inédita. No sólo encontramos a Caliban esclavizado, sino que
puede “aprender”, como el propio Próspero reconoce. Aprende la lengua de
Próspero y se genera una circunstancia absolutamente inesperada, ya que
“maldice”, habla maldiciendo. Comentando las reflexiones de Fernández Retamar
sobre esa escena, Carmen Centeno Añeses (Centeno Añeses C. 2016, 52-59) indica
una interpretación que enfatiza la práctica de “resistencia” de Caliban:
El Calibán
de Retamar es emblema de esa América Latina que surge híbrida y multicultural
frente a quienes le dieron sus lenguas y con cuya apropiación se revierte la
colonización mediante una maldición que no es otra cosa que resistencia al
dominio. (Centeno Añeses C. 2016, 54)
En este acercamiento, se pone sobre la mesa
ese cruce cultural, el hibridismo constitutivo de la condición colonial.
Justamente en tanto supone una práctica de apropiación se pone de relieve un
eje fundamental de dicha condición; particularmente, se podría señalar el
carácter activo, la ausencia de pasividad del mismo Caliban. No sólo se apropia
del discurso, de la lengua del amo, sino que la retuerce, la trastoca e
invierte su uso.
Al mismo tiempo, hay otra faceta de
Caliban, simultánea y complementaria al desafió abierto, al habla que maldice.
En realidad, en esta otra dimensión del personaje podremos ver también un
resultado del vínculo semiótico que lo mantiene atado a la lengua de Próspero.
Se trata de una escena menos comentada, pero que en La Tempestad ocurre justo después de que Caliban le desea a
Próspero que le caiga la “roja peste”. Como se esperaría en una relación de
dominio, al desacato semiótico calibanesco, a la injuria del esclavo, le
seguirá un afianzamiento de la coerción por parte del amo, de Próspero, quien
le dice:
Ve a
buscarnos combustible. Y apresúrate, que más te valdrá para llevar a cabo otras
misiones. ¿Te encoges de hombros, réprobo? Si lo echas en olvido o realizas de
mala gana mis mandatos, te torturaré con los consabidos calambres, te llenaré
los huesos de dolores y te haré lanzar tales gemidos que temblarán las bestias.
(Shakespeare W. 1988, 188-189)
Y Caliban, tras suplicar que no se le lo
torture de ese modo, dice, aparte, sin dirigirse a Próspero: “Debo obedecer. Su
poder es tan irresistible, que triunfaría de Setebos, el dios de mi madre, y
haría de él un vasallo” (Shakespeare, W. 1988, 189).
Hay varios aspectos de esta escena, en la
que se podría explorar una dialéctica de la dominación. Pero si, por ahora,
ponemos atención al habla de Caliban, resulta bastante sugerente que no se
dirija a Próspero, que se trate de un habla cuyo destinatario es él mismo, es
notorio que se trata de un habla “reflexiva”, por plantearlo de alguna manera.
En buena medida, esa enunciación, al no tener otro destinatario que el propio
Caliban, y, por otro lado, al ser un habla en una lengua adoptada y apropiada,
nos puede llevar a ubicar otro “provecho”, otra ganancia del propio Caliban: en
esa lengua prestada se habla a sí mismo, piensa y configura un ámbito propio,
reflexivo. Y señalo esta “ganancia”, este “provecho” (profit) a partir de ese momento clave de La tempestad, en el que Caliban formula: “¡Me habéis enseñado a
hablar, y el provecho (profit) que me
ha reportado es saber cómo maldecir!” (Shakespeare, W. 1988, 188).
Efectivamente, Caliban maldice en la lengua
que aprendió de Próspero, pero también construye un “habla para sí”, un uso
reflexivo de la lengua. Ahora, tras ese aprendizaje, calcula su actuar en forma
estratégica: “debo obedecer”, se dice a sí mismo.
Por otro lado, podemos constatar en la
escena en la que Próspero amenaza a Caliban con “llenarle los huesos de
dolores” un momento que abre la temática de una dialéctica de la dominación y
la resistencia, dialéctica que atraviesa transversalmente a La Tempestad. Por un lado, como en el
modelo clásico hegeliano, es Caliban quien trabaja para Próspero, aunque lo
hace en la isla que habitaba previamente, lo cual le da un giro peculiar a esa
relación de dominio y de control. Estrictamente, Shakespeare nos plantea una
dialéctica de la dominación en un marco específicamente colonial, en el que el
sujeto “nativo” trabaja para el colonizador.
Y si recordamos el abordaje de Hegel, que
nos podría ayudar para aclarar ciertos puntos de esta dialéctica, hay una serie
de consideraciones sobre el temor como motor, como desencadenante del trabajo
del esclavo. Se trata de un tipo de angustia que, en la Fenomenología del espíritu, se encuentra vinculada a la expectativa
de la muerte. El esclavo teme por su vida y esta angustia le hace trabajar para
el amo, de tal modo que transforma el mundo a través de su actividad. Se podría
decir que, en el marco de la dialéctica de Hegel, el temor y la angustia se
plasman en un mundo alterado y transformado por la actividad del esclavo. La Fenomenología del espíritu lo expresa de
manera muy directa, al indicar que la autoconciencia esclava “ha sentido el
miedo de la muerte, del señor absoluto.” (Hegel, G.W.F 1993, 119). Este temor
“la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella
de fijo”. (Hegel, G.W.F. 1993, 119)
Estableciendo algunos paralelismos entre la
dialéctica hegeliana del amo y el esclavo con el vínculo de dominio que se
configura entre Próspero y Caliban encontramos cercanías y diferencias. En
cierto sentido, podríamos ver en la escena en la que Caliban enuncia que debe
obedecer, al temor incrustado en su propia subjetividad. Por miedo, por la
angustia generada ante las torturas producidas por los poderes mágicos de
Próspero, Caliban obedece. Pero también ocurre que se somete a regañadientes,
como indica el mismo Próspero, esto es, hay un desacato subterráneo, una
desobediencia de baja intensidad en la forma en la que Caliban se conduce.
Habría, entonces, por lo menos dos
respuestas ideadas por Caliban como resistencia al dominio: en una se conforma
un desacato abierto que pasa por una enunciación específica, el uso de la
lengua para maldecir. Allí vemos una práctica y una enunciación de desafío
abiertos, en el marco de una relación inequívoca de dominación. Esa es la
escena paradigmática que ha adquirido relieve en el marco de los múltiples
acercamientos a la figura de Caliban, especialmente tras el giro hermenéutico
condensado en el ensayo de Roberto Fernández Retamar. Recordemos que fue
justamente Fernández Retamar quien comenzó a poner énfasis en el personaje de
Caliban como sujeto colonizado que resiste ante su condición subordinada.
Sin embargo, me parece que esta importante
escena, en la que Caliban maldice, debe de interpretarse de manera
complementaria con el desenlace inmediato de dicha maldición, ya que ésta
provoca la furia de Próspero. Al desafío y al uso subversivo de la lengua por
parte de Caliban le sigue la amenaza de tortura, del uso de la fuerza y de la
coerción que formula Próspero. Y, efectivamente, si tomamos en cuenta que se
trata de un marco de dominio colonial, en el que los sujetos subordinados
carecen de garantías o derechos ante el uso arbitrario y despótico de la fuerza
por parte de los “amos”, de los sectores dominantes, resulta plenamente
comprensible la frase de Caliban: “debo obedecer”, la cual quizá no indica
resignación, sino señala una estrategia de supervivencia. En buena medida,
estas consideraciones se podrían ampliar tomando en cuenta un interesante
estudio sobre el poder y la resistencia publicado hace algún tiempo. En Los dominados y el arte de la resistencia James
Scott plantea una extensa discusión y provee un marco teórico y analítico para
acercarse a situaciones de dominación y asimetría. (Scott, J. 2000) Uno de los puntos más interesantes del
abordaje de Scott conduce a la separación entre “discurso público” y “discurso
oculto”, de tal modo que en condiciones de dominación abierta encontramos una
escena de interacción entre dominantes y dominados altamente ritualizada, en la
que inclusive pareciera que los sujetos subordinados aceptan de forma
entusiasta su condición. En buena medida, los actos y enunciaciones de
deferencia hacia los “superiores” resultan ser constantes y cotidianos; en
ellos, según Scott, se condensa el “discurso público” de una sociedad
estratificada. Pero hay otra escena tras bambalinas, la del “discurso oculto”,
que surge y se consolida en los espacios sociales de las colectividades
dominadas. Allí, se plantea un desafío hacia las jerarquías y hacia la
dominación y se estructura toda una constelación de discursos y prácticas de
resistencia y sabotaje. En ciertos momentos clave, el “discurso oculto" de
los dominados toma la batuta, se apropia repentinamente de la escena y se
enuncia explícita y abiertamente, diciéndole “la verdad” al poder.
Pues bien, pareciera que en La tempestad podemos encontrar algunos
de los elementos señalados por Scott como constitutivos de una estructura de
dominación. Y uno se podría preguntar a qué se debe que esa escena de la
maldición de Caliban haya desdibujado otros momentos de la obra, por ejemplo, la
escena posterior, en la que este personaje se dice a sí mismo que debe
obedecer. Una hipótesis que podría formular con respecto a las estructuras de
dominación en situaciones coloniales, como aquellas que ejemplifica y presenta
Shakespeare en La Tempestad, remitiría
a una constatación aparentemente sencilla: el desafío, el desacato y la
resistencia no son prácticas permanentes. Se combinan con el funcionamiento
cotidiano y regular de las sociedades colonizadas, sociedades jerárquicas que
terminan por solidificar las asimetrías. No es que la “maldición” de Caliban no
ocurra o que sea secundaria, más bien es un desenlace o una parte de procesos
que la rebasan. Al mismo tiempo, Shakespeare logró captar un aspecto de la
dialéctica de la dominación colonial que me parece fundamental: la respuesta de
Próspero al desafío de Caliban. Esto nos remite a un eje, a una clave de las
prácticas de dominación, esto es, que la coerción y el uso de la fuerza se
agudiza en cuanto las asimetrías son puestas en entredicho por los sujetos
subordinados. A su vez, esa dinámica de desafío y coerción debe ser analizada
trayendo al marco de análisis, incorporando al horizonte de visibilidad otros
procesos no menos relevantes, que nos encaminan a las formas sutiles y
encubiertas de resistencia.
Centeno Añeses, Carmen. 2016. “Relecturas de
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