Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490

Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
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La maldición de Caliban:
dialéctica del poder y la dominación en la simbólica de nuestra América

Caliban´s curse: power dialectics and simbolism in Latin America

David Gómez Arredondo

Universidad Nacional Autónoma de México, México.

Recibido: 03/06/2023

Aceptado: 30/06/2023


Resumen. El texto busca explorar diversas escenas de La tempestad de Shakespeare en las que se ponen en juego varios aspectos del personaje Caliban. Se van delineando algunas problemáticas sobre la condición colonial y se intenta esbozar un acercamiento a la dialéctica de la dominación en esas situaciones.

Palabras clave. Caliban, Shakespeare, condición colonial, dominación, resistencia.

Abstract. This article seeks to explore various scenes of Shakespeare´s The Tempest where some aspects of Caliban’s character are displayed. Some problematics that surround colonial condition are analysed and the dialectics of power in those situations is studied.

Keywords. Caliban, Shakespeare, colonial condition, power, resistance.



Inscribir, situar una constelación de problemáticas en torno a Caliban constituye, ciertamente, un reto teórico. Se trata de un camino que se ha recorrido profusamente en el pensamiento latinoamericano y caribeño de las últimas décadas. Ese recorrido tiene un referente obligado, el ensayo de Roberto Fernández Retamar de 1971. (Fernández Retamar, R. 2004, 19-81)

 “Calibán. Apuntes sobre la cultura en nuestra América” conforma un texto-matriz, un texto-fuente; a pesar de su indiscutible marca coyuntural, una marca que pareciera constreñir los alcances de la intervención de Fernández Retamar, bien podríamos sugerir que allí se abren múltiples vías y una serie de interrogantes. Al acercarme a la figura de Caliban, buscaré ir mostrando las variadas escenas que lo involucran como un símbolo sumamente complejo, cuyas lecturas pueden caminar por diversas vías, sin que, a la vez, se pierda un substrato, un núcleo, que remite a la condición colonial.

Efectivamente, fue Fernández Retamar quien puso sobre la mesa una característica específica del personaje de La Tempestad, quien habitaba la isla en la que transcurren los acontecimientos del drama shakesperiano. Hay aquí un marcador temporal, que separa un antes y un después de la llegada de Próspero a la isla. Si bien en esa parte del ensayo de Fernández Retamar éste se centra en la población indígena del Caribe, en los pueblos taínos y caribes, sin duda esa particularidad del personaje de Caliban tiene alcances mayores. Al habitar la isla con su madre Sycorax, Caliban es un habitante “originario”, con lo cual no se alude a un vago origen o a un momento primigenio, sino que se establece un reconocimiento de una historicidad y de una realidad antropológico-cultural no ligada a Próspero y al tipo de ser humano que éste representa.

Bien podríamos ampliar las consideraciones de Fernández Retamar y señalar todas las consecuencias que conlleva ubicar a las culturas andinas, mesoamericanas, muiscas, esto es, al variado y heterogéneo mundo “originario” americano como una presencia simbolizada por Caliban, en tanto éste habitaba la isla antes de la llegada de Próspero.

Se trata de un asunto complejo, ya que, por un lado, esa reconstrucción, la memoria que recapitula ese tiempo anterior al impacto colonial, se configura o estructura en un presente coetáneo con la realidad dada de las culturas europeas en el Caribe y América. En La Tempestad, Caliban es muy elocuente al respecto, al indicar que fue “rey” de la isla en el pasado:

Tengo derecho a comer mi comida. Esta isla me pertenece por Sycorax, mi madre, y tú me la has robado […] ¡Que todos los hechizos de Sycorax, sapos, escarabajos y murciélagos caigan sobre vos! ¡Porque yo soy el único súbdito que tenéis, que fui rey propio! ¡Y me habéis desterrado aquí, en esta roca desierta, mientras me despojáis del resto de la isla! (Shakespeare, W. 1988, 187-188)

Este aspecto del personaje de Caliban nos remite a un punto de partida necesario para cualquier abordaje crítico en torno a los procesos coloniales: sólo a partir del desmantelamiento y desestructuración de marcos sociales y culturales ya existentes fue como se instaló la cultura occidental en América. De allí que el filósofo Eduardo Subirats haya utilizado la imagen del vaciamiento para aludir a la lógica de la colonización ibérica en América. (Subirats, E. 1995) Y es que hablar de América como “continente vacío” no presupone que las sociedades y culturas amerindias fueran inexistentes. Lo que busca indicar Subirats es la forma en que los procesos coloniales, como parte de la modernidad, elaboraron precisamente esa imagen: había que llenar un vacío, esto es, era imperativo comenzar desde cero y configurar una práctica sistemática de obliteración y de desconocimiento de las sociedades, de las civilizaciones que habitaban América y el Caribe. En otros términos, había que destituirle a Caliban cualquier titularidad y derecho sobre la isla que habitaba. El tránsito que lleva de ese momento previo a la llegada de Próspero a la condición esclavizada de Caliban condensa y simboliza ese proceso tortuoso y trágico del colonialismo temprano.

Paralelamente, hay un registro de La Tempestad que también indicó en su momento Fernández Retamar. Éste ponía énfasis en algo que aparece desde la presentación de los personajes del drama: Caliban es “deforme”. En realidad, hay allí una clave de acercamiento que pareciera sólo conducir al aspecto del personaje de Caliban; sin embargo, aquí habría que tomar en cuenta la perspectiva, la mirada para la cual éste es “deforme”. Para comienzos del siglo XVII, Shakespeare, como sugiere Yolanda Wood, ya podía remitirse al conjunto de imágenes que circulaban en Occidente, imágenes de esa alteridad americana monstruosa o idílica. (Wood, Y. 2016, 127-150) En los grabados de Theodore De Bry y Jerónimo Benzoni se gestaban imágenes del “otro”, que tenían como punto de arranque el texto escrito, las cartas y crónicas del colonialismo temprano en el Caribe. Ese “otro” comenzaba a ser figurado, su imagen se integraba al cúmulo de representaciones visuales europeas.

Habiendo pasado del texto escrito a la imagen, el “otro” indoamericano representaba un “afuera”, un espacio exterior a la cultura europea y, de ese modo, resulta comprensible que en La Tempestad se le fije a Caliban la característica de ser deforme. Justo porque esa distorsión en las proporciones corporales, esa anomalía en la apariencia responde a la manera en la que Shakespeare alcanzaba a captar la circulación de representaciones estereotipadas sobre esos “otros” amerindios.

Sin embargo, la construcción de las representaciones visuales del sujeto indoamericano corresponde solamente a una de las dimensiones puestas en juego en este contexto. La figuración del “otro”, efectivamente, tuvo en ese colonialismo inaugural una indiscutible relevancia. Aunque quizá sea su contraparte discursiva y textual la que tenga un peso semejante o inclusive mayor, una de cuyas muestras es, justamente, La Tempestad.

La deformidad de Caliban no se reduce ni se limita a su apariencia corporal. Hay otra dimensión a la que conduce la deformidad de Caliban; en ese plano, constataríamos cómo se configura un mecanismo ideológico distorsionador y desfigurante. Allí habría que prestar atención a la manera en la que las características antropológicas de Caliban son desfiguradas en el imaginario colonial. En otros términos, el hecho de que se trate de un personaje deforme en el drama nos remite a un elemento básico, fundamental, de las representaciones dominantes en escenarios coloniales, en las que se gesta una visión del “otro” que, a la par, legitimará el despliegue de violencia y despojo que este sujeto padecerá. Porque, insisto, Caliban es deforme para la mirada europea y esa deformidad es una característica que se prolonga y se consuma en su condición de esclavo, de sujeto esclavizado por Próspero. Al mismo tiempo, se trata de una “deformidad” no sólo corporal, sino “moral”, podríamos decir: su carácter deforme puede ser un indicativo de una serie de representaciones ideológicas que enfatizan su salvajismo e idolatría.

Este paso, este tránsito en el que pasan a primer plano otros aspectos de Caliban, es puesto sobre la mesa en La Tempestad en el propio discurso de Próspero, en lo que le dice a Caliban:

¡Esclavo aborrecido, que nunca abrigarás un buen sentimiento, siendo inclinado a todo mal! Tengo compasión de ti. Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una cosa u otra. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando tu propia significación, balbucías como un bruto, doté tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen te impedía tratarte con las naturalezas puras. ¡Por eso has sido justamente confinado en esta roca, aun mereciendo más que una prisión! (Shakespeare, W. 1988, 188)

Aquí vemos conjugarse varios aspectos del discurso colonial. En primer lugar, un punto sobre el que volveré más adelante, la relevante cuestión de la lengua aprendida por Caliban y enseñada por Próspero. Pero hay, paralelamente, otro elemento que queda suficientemente indicado en la intervención de Próspero: la afirmación sobre la “bajeza” del origen de Caliban. En La Tempestad Shakespeare lograba delinear magistralmente los contornos de un eje constitutivo del discurso colonial: el eje “racial”, representado en esta escena a modo de una enunciación que separa y divide lo “bajo” de lo “alto”. Y se trata de una “bajeza” que Próspero le supone como intrínseca, constitutiva de la esencia de Caliban, podríamos decir.

Se trata de un punto agudamente captado por Shakespeare y que conforma una clave de los dispositivos ideológicos coloniales. En el marco de una reflexión sobre el orden social de la América colonial, Aníbal Quijano planteó un marco analítico que remite a la noción de “clasificación racial”. (Quijano, A. 2000, 201-246) Con ello, quería mostrar que los sujetos sociales en ese orden colonial son ubicados, colocados en una suerte de tabla ascendente y descendente. Opera en ese universo social una clasificación de las personas que será fundamental para comprender dinámicas como la división social del trabajo o, paralelamente (aspecto en el que no profundiza Quijano) las reglas matrimoniales o la distribución del poder político. Pues bien, esa clasificación social es simultáneamente una clasificación “racial” en la que se les asigna a los sujetos una “identidad” fija, ligada a ciertas características corporales, somáticas. Quizá lo más notorio de las clasificaciones “raciales”, indiscutiblemente vigentes en el universo colonial americano, es la forma en que funcionan de manera un tanto “esencialista”, asignándole al sujeto ciertos atributos sociales, de manera inevitable y constitutiva.

Entonces, esa “bajeza” de Caliban estaría paralelamente simbolizando su alteridad, el hecho que ya señalábamos: su pertenencia a una realidad antropológica diferente a la de Próspero. En este punto, el discurso de La Tempestad será bastante ambiguo, justo como el propio discurso colonial temprano en el que se había involucrado la península ibérica desde fines del siglo XV. Se incluye a Caliban en el registro humano y esto se sugiere en varias escenas, inclusive en las intervenciones de Miranda, la hija de Próspero. Y, al mismo tiempo, se marca a Caliban como una alteridad, como un “otro” sumido en una “bajeza” inamovible. Se establece una jerarquización antropológica en la que se fincarán relaciones específicas de mando y obediencia.  

Este proceso de subordinación, en el cual Caliban será condenado a la obediencia y al trabajo, irá acompañado de una dinámica semiótica multidimensional, que ha generado un conjunto de perspectivas sobre la condición colonial. Allí habría que situar la “maldición” de Caliban, la cual nunca se enfatizará lo suficiente que es enunciada en una lengua “prestada”, esto es, en la lengua del “amo”, de Próspero.

Sin embargo, antes de profundizar en la maldición de Caliban como una práctica de inversión de papeles o de resistencia a la dominación, cabría establecer ciertas precisiones acerca del terreno previo que posibilitó dicha maldición. Como veíamos, Próspero sostiene que, antes de la adopción de su lengua, Caliban “ignoraba” su propia significación y “balbucía como un bruto”. Y hay allí un aspecto de La tempestad que está permeado por las visiones dominantes del discurso colonial a comienzos del siglo XVII.  

Si examinamos la escena de La Tempestad en la que Próspero afirma que Caliban “balbucía como un bruto” y transferimos dicha escena al terreno del colonialismo temprano en el Caribe y América podríamos encontrar un contexto sumamente complejo. Y es que para comienzos del siglo XVII (fecha de elaboración del drama de Shakespeare) los poderes coloniales ibéricos ya se habían encontrado con una multiplicidad de lenguas indígenas. De hecho, durante el siglo XVI, siglo fundacional del colonialismo en América, podemos encontrar una situación abigarrada en el plano semiótico y discursivo, asunto que se vuelve más nítido si tomamos en cuenta la existencia de formas gráficas de expresión en las sociedades mesoamericanas. Efectivamente, la instauración del dominio colonial ibérico permitió que se configurara una interacción cultural bidireccional, a pesar de la asimetría que esa condición colonial imponía como una de sus características más visibles. Esa nueva estructura de dominación, en la que se fusionaba el poder de la Corona con el poder eclesiástico mostró un perfil muy peculiar en cuanto a la actitud hacia las lenguas indígenas, de tal modo que en buena medida se podría afirmar que hubo una apertura hacia las formas lingüísticas portadas por el sujeto indígena, especialmente entre los misioneros de las órdenes mendicantes.

Un ejemplo contundente de esa apertura hacia las formas lingüísticas y expresivas del “otro”, del sujeto indígena, lo podemos encontrar en Fray Bernandino de Sahagún, franciscano que llega a México en 1529, acompañado de diecinueve franciscanos encabezados por Antonio de Ciudad Rodrigo. (Máynez, P.  2008, 15-23) Para 1536, Sahagún está presente en la inauguración del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde se cultivaba el estudio del latín, del castellano y del náhuatl. Como explica Pilar Máynez, básicamente son dos los proyectos que desarrolló Sahagún, los cuales fue desplegando en forma paralela; por un lado, una enciclopedia doctrinal, que incluía la Psalmodia, el Evangelario y los Coloquios, y, por otro, una enciclopedia de la cultura de los nahuas del altiplano central, conocida después como la Historia general de las cosas de la Nueva España. (Máynez, P. 2008, 16) En esta dualidad de proyectos podemos vislumbrar un aspecto clave de la figura de Sahagún, en tanto éste encarna, por un lado, una actitud de investigador “etnográfico”, precursor de la antropología moderna y que conllevaba el aprendizaje de la lengua y de las prácticas culturales del “otro”. A la par, en su proyecto de elaboración de una “enciclopedia doctrinal” podemos constatar la contraparte de esa voluntad de saber, ya que se buscaba vaciar en náhuatl, en la lengua de ese “otro”, el mensaje evangélico. Así, como podemos ver, hay aquí una situación semiótica que bien podríamos considerar como una de las múltiples variantes que se presentaron en el horizonte de ese colonialismo temprano. No es “Calibán”, no es el sujeto nativo americano el que aprende la lengua metropolitana, sino que el emisario del dispositivo religioso católico se abre hacia el universo de sentido indígena y alcanza a comprender sus detalles y hasta sus recovecos menos visibles.

Entonces, la propia figura de Sahagún condensa una modalidad, una variante de aprendizaje y dominio del marco discursivo y cultural del “otro” indoamericano, a tal punto que bien podríamos considerar esos saberes como resultado de una actitud estratégica. Se podría ver incluso en cierta dimensión de la actividad de Sahagún la configuración de una colonización más insidiosa, ya que se valía de la propia lengua de “Calibán” para incorporar el universo religioso cristiano en las subjetividades indígenas vencidas previamente por medio de las armas. Esto es, las sofisticadas investigaciones de Sahagún siempre tuvieron un segundo nivel, un terreno en el que se plasmaba el objetivo de hacer subjetivar la fe católica en las colectividades indoamericanas. De allí la exigencia, no sólo de vaciar en náhuatl el mensaje cristiano, sino a la par de detectar, a través de una hermenéutica profunda, cualquier residuo “idolátrico”, esto es, cualquier práctica sacra ajena al cristianismo. Por ello, bien podríamos ubicar a la figura de Sahagún en tanto representa una actitud de escucha y de desciframiento de cualquier enunciado y práctica de ese “otro” indígena; pero para afianzar los fines de Próspero, por utilizar el tópico de La Tempestad. Y en todas sus investigaciones, la comprensión de la lengua del “otro” resulta ser la clave de acceso, como bien lo señala Máynez:

Para Sahagún, el conocimiento de la lengua mexicana constituía un eficaz medio para aproximarse al ‘otro’, a ese ‘otro’ al que se propuso estudiar y comprender. De acuerdo con esta premisa, llevó a cabo su estudio etnográfico que culminó con los doce libros que conforman su obra más acabada: el Códice florentino. Sahagún penetró en el mundo amerindio valiéndose de su propia lengua; reunió el material obtenido en sus pesquisas con los sabios acolhuas y mexicas en náhuatl, y realizó numerosos borradores y versiones en ese mismo idioma. (Máynez, P. 2008, 19)

Entonces, en ese escenario del colonialismo temprano, en el marco del siglo XVI americano como una época de tránsito y de profundos trastocamientos, podemos ver diversos tipos de estrategias en el plano de la semiosis y del discurso. Efectivamente, como señalaré más adelante con detenimiento, por un lado, se encuentra esa suerte de modelo, de paradigma explorado por Shakespeare en La Tempestad, en el que el sujeto nativo, el sujeto “originario” aprende la lengua dominante, se familiariza con el instrumental conceptual y de pensamiento metropolitano. Al hacerlo, se irá conformando en los espacios históricos colonizados una especie de lugar intermedio, fronterizo, en el que se dan cita prácticas y discursos de procedencia occidental con otros de carácter indígena. Porque siempre puede surgir la interrogante: ¿hasta qué punto Caliban se “aculturó”? Ante esta pregunta, quizá no haya respuestas unívocas; por un lado, en el vínculo asimétrico entre Próspero y Caliban hay una situación inédita. No sólo encontramos a Caliban esclavizado, sino que puede “aprender”, como el propio Próspero reconoce. Aprende la lengua de Próspero y se genera una circunstancia absolutamente inesperada, ya que “maldice”, habla maldiciendo. Comentando las reflexiones de Fernández Retamar sobre esa escena, Carmen Centeno Añeses (Centeno Añeses C. 2016, 52-59) indica una interpretación que enfatiza la práctica de “resistencia” de Caliban:

El Calibán de Retamar es emblema de esa América Latina que surge híbrida y multicultural frente a quienes le dieron sus lenguas y con cuya apropiación se revierte la colonización mediante una maldición que no es otra cosa que resistencia al dominio. (Centeno Añeses C. 2016, 54)

En este acercamiento, se pone sobre la mesa ese cruce cultural, el hibridismo constitutivo de la condición colonial. Justamente en tanto supone una práctica de apropiación se pone de relieve un eje fundamental de dicha condición; particularmente, se podría señalar el carácter activo, la ausencia de pasividad del mismo Caliban. No sólo se apropia del discurso, de la lengua del amo, sino que la retuerce, la trastoca e invierte su uso.

Al mismo tiempo, hay otra faceta de Caliban, simultánea y complementaria al desafió abierto, al habla que maldice. En realidad, en esta otra dimensión del personaje podremos ver también un resultado del vínculo semiótico que lo mantiene atado a la lengua de Próspero. Se trata de una escena menos comentada, pero que en La Tempestad ocurre justo después de que Caliban le desea a Próspero que le caiga la “roja peste”. Como se esperaría en una relación de dominio, al desacato semiótico calibanesco, a la injuria del esclavo, le seguirá un afianzamiento de la coerción por parte del amo, de Próspero, quien le dice:

Ve a buscarnos combustible. Y apresúrate, que más te valdrá para llevar a cabo otras misiones. ¿Te encoges de hombros, réprobo? Si lo echas en olvido o realizas de mala gana mis mandatos, te torturaré con los consabidos calambres, te llenaré los huesos de dolores y te haré lanzar tales gemidos que temblarán las bestias. (Shakespeare W. 1988, 188-189)

Y Caliban, tras suplicar que no se le lo torture de ese modo, dice, aparte, sin dirigirse a Próspero: “Debo obedecer. Su poder es tan irresistible, que triunfaría de Setebos, el dios de mi madre, y haría de él un vasallo” (Shakespeare, W. 1988, 189).   

Hay varios aspectos de esta escena, en la que se podría explorar una dialéctica de la dominación. Pero si, por ahora, ponemos atención al habla de Caliban, resulta bastante sugerente que no se dirija a Próspero, que se trate de un habla cuyo destinatario es él mismo, es notorio que se trata de un habla “reflexiva”, por plantearlo de alguna manera. En buena medida, esa enunciación, al no tener otro destinatario que el propio Caliban, y, por otro lado, al ser un habla en una lengua adoptada y apropiada, nos puede llevar a ubicar otro “provecho”, otra ganancia del propio Caliban: en esa lengua prestada se habla a sí mismo, piensa y configura un ámbito propio, reflexivo. Y señalo esta “ganancia”, este “provecho” (profit) a partir de ese momento clave de La tempestad, en el que Caliban formula: “¡Me habéis enseñado a hablar, y el provecho (profit) que me ha reportado es saber cómo maldecir!” (Shakespeare, W. 1988, 188).

Efectivamente, Caliban maldice en la lengua que aprendió de Próspero, pero también construye un “habla para sí”, un uso reflexivo de la lengua. Ahora, tras ese aprendizaje, calcula su actuar en forma estratégica: “debo obedecer”, se dice a sí mismo.

Por otro lado, podemos constatar en la escena en la que Próspero amenaza a Caliban con “llenarle los huesos de dolores” un momento que abre la temática de una dialéctica de la dominación y la resistencia, dialéctica que atraviesa transversalmente a La Tempestad. Por un lado, como en el modelo clásico hegeliano, es Caliban quien trabaja para Próspero, aunque lo hace en la isla que habitaba previamente, lo cual le da un giro peculiar a esa relación de dominio y de control. Estrictamente, Shakespeare nos plantea una dialéctica de la dominación en un marco específicamente colonial, en el que el sujeto “nativo” trabaja para el colonizador.

Y si recordamos el abordaje de Hegel, que nos podría ayudar para aclarar ciertos puntos de esta dialéctica, hay una serie de consideraciones sobre el temor como motor, como desencadenante del trabajo del esclavo. Se trata de un tipo de angustia que, en la Fenomenología del espíritu, se encuentra vinculada a la expectativa de la muerte. El esclavo teme por su vida y esta angustia le hace trabajar para el amo, de tal modo que transforma el mundo a través de su actividad. Se podría decir que, en el marco de la dialéctica de Hegel, el temor y la angustia se plasman en un mundo alterado y transformado por la actividad del esclavo. La Fenomenología del espíritu lo expresa de manera muy directa, al indicar que la autoconciencia esclava “ha sentido el miedo de la muerte, del señor absoluto.” (Hegel, G.W.F 1993, 119). Este temor “la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo”. (Hegel, G.W.F. 1993, 119)

Estableciendo algunos paralelismos entre la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo con el vínculo de dominio que se configura entre Próspero y Caliban encontramos cercanías y diferencias. En cierto sentido, podríamos ver en la escena en la que Caliban enuncia que debe obedecer, al temor incrustado en su propia subjetividad. Por miedo, por la angustia generada ante las torturas producidas por los poderes mágicos de Próspero, Caliban obedece. Pero también ocurre que se somete a regañadientes, como indica el mismo Próspero, esto es, hay un desacato subterráneo, una desobediencia de baja intensidad en la forma en la que Caliban se conduce.

Habría, entonces, por lo menos dos respuestas ideadas por Caliban como resistencia al dominio: en una se conforma un desacato abierto que pasa por una enunciación específica, el uso de la lengua para maldecir. Allí vemos una práctica y una enunciación de desafío abiertos, en el marco de una relación inequívoca de dominación. Esa es la escena paradigmática que ha adquirido relieve en el marco de los múltiples acercamientos a la figura de Caliban, especialmente tras el giro hermenéutico condensado en el ensayo de Roberto Fernández Retamar. Recordemos que fue justamente Fernández Retamar quien comenzó a poner énfasis en el personaje de Caliban como sujeto colonizado que resiste ante su condición subordinada.

Sin embargo, me parece que esta importante escena, en la que Caliban maldice, debe de interpretarse de manera complementaria con el desenlace inmediato de dicha maldición, ya que ésta provoca la furia de Próspero. Al desafío y al uso subversivo de la lengua por parte de Caliban le sigue la amenaza de tortura, del uso de la fuerza y de la coerción que formula Próspero. Y, efectivamente, si tomamos en cuenta que se trata de un marco de dominio colonial, en el que los sujetos subordinados carecen de garantías o derechos ante el uso arbitrario y despótico de la fuerza por parte de los “amos”, de los sectores dominantes, resulta plenamente comprensible la frase de Caliban: “debo obedecer”, la cual quizá no indica resignación, sino señala una estrategia de supervivencia. En buena medida, estas consideraciones se podrían ampliar tomando en cuenta un interesante estudio sobre el poder y la resistencia publicado hace algún tiempo. En Los dominados y el arte de la resistencia James Scott plantea una extensa discusión y provee un marco teórico y analítico para acercarse a situaciones de dominación y asimetría. (Scott, J.  2000) Uno de los puntos más interesantes del abordaje de Scott conduce a la separación entre “discurso público” y “discurso oculto”, de tal modo que en condiciones de dominación abierta encontramos una escena de interacción entre dominantes y dominados altamente ritualizada, en la que inclusive pareciera que los sujetos subordinados aceptan de forma entusiasta su condición. En buena medida, los actos y enunciaciones de deferencia hacia los “superiores” resultan ser constantes y cotidianos; en ellos, según Scott, se condensa el “discurso público” de una sociedad estratificada. Pero hay otra escena tras bambalinas, la del “discurso oculto”, que surge y se consolida en los espacios sociales de las colectividades dominadas. Allí, se plantea un desafío hacia las jerarquías y hacia la dominación y se estructura toda una constelación de discursos y prácticas de resistencia y sabotaje. En ciertos momentos clave, el “discurso oculto" de los dominados toma la batuta, se apropia repentinamente de la escena y se enuncia explícita y abiertamente, diciéndole “la verdad” al poder.

Pues bien, pareciera que en La tempestad podemos encontrar algunos de los elementos señalados por Scott como constitutivos de una estructura de dominación. Y uno se podría preguntar a qué se debe que esa escena de la maldición de Caliban haya desdibujado otros momentos de la obra, por ejemplo, la escena posterior, en la que este personaje se dice a sí mismo que debe obedecer. Una hipótesis que podría formular con respecto a las estructuras de dominación en situaciones coloniales, como aquellas que ejemplifica y presenta Shakespeare en La Tempestad, remitiría a una constatación aparentemente sencilla: el desafío, el desacato y la resistencia no son prácticas permanentes. Se combinan con el funcionamiento cotidiano y regular de las sociedades colonizadas, sociedades jerárquicas que terminan por solidificar las asimetrías. No es que la “maldición” de Caliban no ocurra o que sea secundaria, más bien es un desenlace o una parte de procesos que la rebasan. Al mismo tiempo, Shakespeare logró captar un aspecto de la dialéctica de la dominación colonial que me parece fundamental: la respuesta de Próspero al desafío de Caliban. Esto nos remite a un eje, a una clave de las prácticas de dominación, esto es, que la coerción y el uso de la fuerza se agudiza en cuanto las asimetrías son puestas en entredicho por los sujetos subordinados. A su vez, esa dinámica de desafío y coerción debe ser analizada trayendo al marco de análisis, incorporando al horizonte de visibilidad otros procesos no menos relevantes, que nos encaminan a las formas sutiles y encubiertas de resistencia.  


Referencias


Centeno Añeses, Carmen. 2016. “Relecturas de Caliban”. En Vidas de Caliban. Herencia y porvenir del calibanismo, compilado por Julio César Guanche. La Habana: Editorial José Martí

Fernández Retamar, Roberto. 2004. “Caliban” en Todo Caliban. Buenos Aires: CLACSO

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. 1993. Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica

Máynez Vidal, Pilar. 2008. “El trabajo doctrinal y lingüístico de fray Bernardino de Sahagún en el Nuevo Mundo”. En Diferentes perspectivas de la obra de fray Bernardino de Sahagún, coordinado por Lina Zythella Ortega Ojeda. México: UNAM

Quijano, Aníbal. 2000. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En La colonialidad del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, compilado por Edgardo Lander. Buenos Aires: CLACSO

Scott, James. 2000. Los dominados y el arte de la resistencia. México: Era

Shakespeare, William. 1988. Troilo y Cressida/La tempestad. Madrid: Aguilar

Subirats, Eduardo. 1994. El continente vacío. México: Siglo XXI

Wood, Yolanda. 2016. “Caliban desde el universo visual del Caribe”. En Vidas de Caliban. Herencia y porvenir del calibanismo, compilado por Julio César Guanche. La Habana: Editorial José Martí.