Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
.
A journey through posthuman
landscapes: from high tech transhumans to an posthumanism anantrhropic.
An
invitation to reimagine the future of the XXI century.
Instituto de
Humanidades, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET),
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Recibido: 26-11-2023
Aceptado: 11-07-2024
Resumen. En el presente artículo proponemos un viaje por los debates en torno
a lo posthumano. Si la figura epistémica del Hombre habitó el mundo de la
modernidad científica occidental, asistimos, en el siglo XXI, a una
reconfiguración de esa figura y de ese mundo. Rosi Braidotti (2015) afirma que
nuestro espacio-tiempo está marcado por la condición posthumana, y pensadores
como Donna Haraway, Yuk Hui, Andrés Vaccari, Max More y muchxs más, encuentran
un portal de entrada para comprenderla y dilucidarla en una reflexión que parta
de la pregunta por el rol y el estatuto de las técnicas y las tecnologías que
desde hace unas décadas han reconfigurado completamente los paisajes por los
que transitamos y nos movemos hacia un Futuro, que, nos dicen, brilla en el
tornasol de las máquinas inteligentes y los cuerpos de silicio. Pero otros
mundos divergentes asoman en estos paisajes donde lo humano se descentra y
otrxs existentes reemergen para disputar las imágenes del futuro high tech. A desentrañar estas y otras
cuestiones nos dedicaremos en las páginas que siguen.
Palabras clave. Hombre; técnica(s); transhumanismo; posthumanismo; imaginación.
Abstract. In
this article we propose a journey through the debates surrounding the
posthuman. If the epistemic figure of Man inhabited the world of Western
scientific modernity, we are witnessing, in the 21st century, a reconfiguration
of that figure and that world. Rosi Braidotti (2015) states that our space-time
is marked by the posthuman condition, and thinkers such as Donna Haraway, Yuk
Hui, Andres Vaccari, Max More and many others, find a gateway to understand and
elucidate it in a reflection that starts from the question of the role and
status of the techniques and technologies that for decades have completely
reconfigured the landscapes through which we transit and move towards a Future,
which, we are told, shines in the litmus of intelligent machines and silicon
bodies. But other divergent worlds emerge in these landscapes where the human
is decentered and other existents re-emerge to dispute the images of the
high-tech future. To unravel these and other questions we will devote ourselves
in the following pages.
Keywords. (Hu)man;
techniques; transhumanism; posthumanism; imagination.
Parte
del sentido común, que comparte algunas zonas de contacto con lo que, mediante
una extrapolación teórica del concepto elaborado por Wilfred Sellars (cfr.
Brassier, 2017, p. 29-ss.), podemos llamar la imagen manifiesta del mundo
humano moderno, sostiene que las tecnologías surgidas en los últimos ciento
cincuenta años han trastocado un reducto originario y sustancial denominado naturaleza humana. Esta sustancia, según
algunxs ahistórica y metafísica, o según otrxs dictada por un marco
biologicista permeado por sutilezas morales trascendentes, habría sido
paulatinamente amenazada y avasallada por el avance de un dominio artificial y
espurio proveniente de las técnicas inventadas por lxs mismxs humanxs.
El
pensamiento moderno occidental ha tendido a operar en base a dualismos,
categorías dípticas que funcionan como pinzas epistémicas instanciadas en
marcos de percepción y acción con efectos energéticos-materiales morfodinámicos
en las ecologías humanas. A su vez, estos dualismos se encadenan unos con otros
en una sinergia que fortalece y solidifica la imagen manifiesta de un occidente
moderno e ilustrado demasiado humano.
De este modo, el par natural/artificial guarda íntima relación con el de
Naturaleza/Cultura, el de humano/no humano, e incluso, más allá, con el de
organismo y ambiente. Por ejemplo, en Mundos
artificiales, Fernando Broncano (2000, p. 101) expone cómo los problemas en
torno a hallar un criterio claro que permita demarcar lo artificial de lo
natural, se topan indefectiblemente con la no menos equívoca distinción de
naturaleza y cultura.
Las
reflexiones en torno a los impactos de las tecnologías modernas, por lo menos
desde la Primera Revolución Industrial en adelante, y más ampliamente del
fenómeno técnico en tanto hecho antropológico, desperdigadas en un abanico
creciente de disciplinas, han ido convergiendo con el tiempo en un área de
estudios conocido como filosofía de la técnica, la cual se nutre de tradiciones
de investigación también recientes como los Science
and Technological Studies, los estudios de Cultura material y ontología de
los artefactos (cfr. Broncano, 2009; Parente, 2010), por nombrar solo dos
ejemplos. En el centro de las disquisiciones que interesan a la filosofía de la
técnica preocupadas por la pregunta acerca del estatuto de los llamados
artefactos técnicos, lo que hallamos siempre es la figura velada del Hombre, el
condensado epistémico de la Modernidad concebido unas veces como algo
predefinido y estable, por momentos mutable y transformable, pero antes bien, y
siempre, separado radicalmente del resto de existencias, de las cuales aquel
dispone para satisfacer y perfeccionar su proyecto antrópico, llámese
civilizatorio, emancipador, ilustrado, modernizador, globalizado, etc.
Foucault
buscó demostrar en sus estudios arqueológicos de las ciencias humanas que el
Hombre era una invención relativamente nueva, si nos ubicamos en una historia
larga de Occidente que abarca por lo menos los milenios que suelen comenzar con
el milagro griego y siguen los pasos de Roma, luego el cristianismo hasta
llegar al Humanismo renacentista. El Hombre, en tanto figura epistémica dotada
de una excepcionalidad entre todo lo existente se eleva por encima del resto y
rompe la cadena del Ser medieval, para dominarla y erigir su dignidad. Uno de
los textos fundamentales que operan esta separación, y que en muchos aspectos
anticipa los movimientos y derivas efectuadas por la máquina semiótico-material
y energética denominada Modernidad Occidental, es aquel manuscrito titulado Discurso sobre la dignidad del hombre de
Giovani Pico della Mirandola. Esta máquina antropológica de los modernos, como
la llama Agamben (2006, p. 72), produce lo
humano en sí mismo mediante una fractura que opone términos como el de
animal/humano, humano/inhumano como dice Agamben. Pero incluso opera en otros metaconceptos,
como nombra Andrés Vaccari (2017, p. 314) a aquella “matriz que abarca las
ideas que organizan y estructuran nuestro discurso y pensamiento” en cuya red
anudada estamos inmersos hace siglos, que funcionan por pares, los ya nombrados
de Naturaleza/Cultura y artificial/natural. Si bien, según la lectura del mismo
Agamben, el discurso de Pico della Mirandola de ningún modo pretendía delimitar
o fijar una esencia del hombre, es decir, adscribirle un rostro (facie) ni ubicarlo en un rasgo (dignitas) establecido en el Orden
creatural proveniente del Sumo Artífice, no obstante, el movimiento humanista
—del que este texto es un ejemplar paradigmático— con el que la modernidad da
sus primeros y firmes pasos, supone ya esa exclusión, por más irónica o
taciturna que haya sido pensada o enunciada.[1]
A esta
exclusión o separación radical (cfr. Kohn, 2021) Jean-Marie Schaeffer (2009) la
denomina la Tesis de la excepción humana
(o simplemente la Tesis). Este constructo, suerte de suelo meta-discursivo o
axioma ontológico, supone que el humano, ya sea en su estatuto de especie
biológica, o bien el Hombre en tanto concepto filosófico o proyecto
socio-histórico político, es un ser
particular, excepcional, que se encuentra excluido de los demás existentes, un
sujeto o “yo” único entre los objetos materiales, una mente consiente entre los
cuerpos inanimados, un agente que diseña un mundo artificial relativamente
despegado del ambiente natural del que participan los demás organismos bióticos
y abióticos, el Dasein que habita un
mundo pleno de sentido, etc. Desglosaremos esa maraña de categorías y
conceptos, provenientes de tradiciones, filosofías y disciplinas diferentes con
algunos ejemplos a lo largo de este apartado para que quede más claro por qué
es tan potente y cuán pregnantes son los efectos de la Tesis sobre nuestras
prácticas cotidianas, al mismo tiempo que desandaremos en particular cómo esta
Tesis es problematizada al colisionar con los impactos generados desde el
universo de la tecnociencia. La salida por fuera de la Tesis o el detenimiento
de la máquina humanística moderna, y más aún del principio antropológico (Ludueña Romandini, 2012), por medio de una
incursión en los modos de existencia de los objetos técnicos que nos conducirá
luego a una especulación sobre la interdependencia de múltiples modos de
existencia con sus mundos simbiontes tejidos en una red densa y espesa más allá
de lo humano, es una de las tantas vías de acceso a aquello que en una región
cada vez más extensa del pensamiento contemporáneo ha sido denominado
posthumanismo o condición posthumana. Esto es, no existe una sola puerta que
nos conduzca hacia al amplio abanico de teorías posthumanistas. Sin embargo, en
un espacio-tiempo material de co-habitación terrestre, que a su vez se abre a
una dimensión cósmica multiescalar, polirrítmica y extrahumana, en donde las
tecnologías de punta del tecnocapitalismo diseñan y agencian mundos en común[2] a niveles nunca
vistos en la geohistoria, creemos que
una inserción en los meandros posthumanos a través del devenir máquina (Braidotti, 2015) resulta clave.
Siguiendo
a Braidotti afirmamos que lo posthumano es una condición histórica, un
espacio-tiempo abierto, en discusión, un mundo donde anidan y se debaten muchos
mundos posibles, lo cual no quiere decir que sean meros potenciales o ausencias
que deban actualizarse. Veamos entonces qué es el posthumanismo, o para ser más
precisxs, qué son los posthumanismos, y en qué sentido suponen o no una
“novedad” o una ruptura con los presupuestos de la Tesis segregacionista de la
excepción humana.
Filósofxs,
como son el caso de Braidotti y Schaeffer, ubican los comienzos de esta ruptura óntica en los inicios de la
Modernidad temprana. Mientras Braidotti ve en el Humanismo renacentista
italiano el origen de la entronización del Hombre como fundamento universalizante,
Schaeffer señala a Descartes como padre de la Tesis segregacionista que
reconoce en el cogito, el zócalo
autofundante y fundamento de la realidad, la historia y el devenir de la res extensa. Con Ludueña podríamos decir
que la Modernidad coincide con los efectos semiótico-materiales del principio
antropológico, el cual se halla alimentado por las raíces nutrientes del
principio antrópico (cfr. Ludueña Romandini, 2012, p. 60). ¿Qué implica y cuáles
han sido los presupuestos inscriptos en y las consecuencias desplegadas por
este principio/Tesis antropológica?
Al
principio de todo está Él: el ideal clásico del Hombre, identificado por
Protágoras como “la medida de todas las cosas”, luego elevado por el
Renacimiento italiano a nivel de modelo universal, representado por Leonardo da
Vinci en el Hombre vitruviano (…) Un
ideal de perfección corporal que (…) evoluciona hacia una serie de valores
intelectuales, discursivos y espirituales. Juntos, éstos sostienen una precisa
concepción de qué es humano a
propósito de la humanidad. Además, aseveran con inquebrantable seguridad la
casi ilimitada capacidad humana de perseguir la perfección individual y
colectiva. Esa imagen icónica es el símbolo de la doctrina del humanismo, que
interpreta la potenciación de las capacidades biológicas, racionales y morales
a la luz del progreso racional, orientado teleológicamente. (Braidotti, 2015, p.
25)
La cita
anterior resume en un párrafo gran parte de lo que entendemos aquí por la
Tesis. Sin embargo, el cuadro no está completo, resta información importante
que se ha perdido a causa del proceso entrópico que supone toda abstracción
conceptual en el proceso comunicativo. Esto es, piezas claves parecen estar
escondidas o encerradas a lo largo del enunciado, sosteniendo en forma de
cadena significante los atractores transcriptos como “Hombre”, “todas las
cosas”, “ilimitada capacidad”, “progreso racional” y “orientación [tecno]teleológica”. Una reconstrucción
histórico-filosófica que nos muestre la imagen icónica descripta por Braidotti
merece ser desarrollada. A pesar de las discrepancias cronológicas existe un
consenso general en el hecho de sentar los comienzos de la época Moderna en el
movimiento Humanista italiano. La poesía de Petrarca; la técnica perspectivista
con punto de fuga único como invención arquitectónica de Brunelleschi y
Uccello, y más tarde Alberti y della Francesca (cfr. Deotte, 2013, p. 58-59;
Florenski, 2005, p. 53) que a su vez inspiró los trabajos pioneros del espíritu
científico de Galileo en adelante; la
ciencia política de Maquiavelo, son hitos de un enérgico movimiento por el cual
el hombre se distanció relativamente de las amarras teológicas y buscó fabricar
y diseñar, en principio mediante técnicas y mecanismos artesanales
“rudimentarios”, pero luego a través de complejas máquinas ingenieriles ideadas
en base a un conocimiento científico claro y metódico de la realidad, un mundo
hecho a su medida. Un mundo nuevo que encontraba en su figura el centro motor y
el fin de su realización[3].
El
mundo nuevo constituye no solo una amalgama de saberes y técnicas aplicadas en
el desarrollo y la construcción de máquinas, primero en talleres de artesanos y
más tarde en laboratorios de científicos e inventores (cfr. Rossi, 1998), sino
que es en sí mismo una manera de narrarnos ese mundo, una historia diremos con Donna Haraway, que explica el despliegue
material y el progreso teleológico, en tanto perfectibilidad siempre ya
actualizable en el futuro (plus ultra),
como producto de las astucias intelectivas de la razón humana, instanciadas en
objetos, programas científicos, diseños políticos de ordenamientos sociales,
arquitecturas urbanas y espacios de interacción entre individuos, etc.
El
Hombre, lo humano de la humanidad, es un signo encarnado nacido en Europa hace
unos cinco siglos que se autoproclama poseedor de Razón, una herramienta única
que permite descubrir las leyes que operan en el exterior, y cuyo conocimiento
y buen uso guarda una promesa doble: por un lado domesticar ese exterior, para
acomodarlo a las necesidades humanas, y por otro, aunque dependiente de lo
anterior, perfeccionar las capacidades inscriptas en la naturaleza material (la
del mundo externo pero también la del cuerpo que sirve de asiento a la razón, y
que comparte con aquella esa sustancia material) transportando la historia, que
desde allí en más coincide con el destino Europeo conquistando el orbis terrarum, hacia estadios
superiores.
Por lo
tanto, la máquina antropológica moderna es humanista y europea. Que sea europea
involucra una serie de rasgos marcados que la definen, en oposición a la idea
de cultura no-marcada (Haraway, 2021) y de concepto universal, abstracto y
a-histórico de lo humano impuesto y
cristalizado por la violencia epistémica inherente a la máquina. Insistimos,
las rupturas y continuidades entre categorías, prácticas y estructuras
onto-políticas rastreables en tiempos-espacios anteriores a lo que estamos
delimitando aquí como Modernidad son un tema de debate que no puede cerrarse,
las decisiones teórico-metodológicas son variadas, sin embargo, el análisis
requiere apostar y tomar decisiones. La legitimidad de la edad moderna, si bien
no fue una invención ex nihilo, sí
posee una autenticidad distintiva (Blumenberg, 2009, p. 18) que la erige como
un globo, siguiendo la metaforología esférica de Sloterdijk, que encuentra en
la autoafirmación del ser único que es el Hombre un “programa existencial” que
modificó no sólo su espacio interior entendido como sensorium, sino supuso una transformación técnica del entorno
circundante sin precedentes.
El
crecimiento del potencial técnico no sería sólo la continuación o la
aceleración de un proceso que abarcaba toda la historia de la humanidad. Más
bien, el incremento cuantitativo de prestaciones y medios técnicos sólo se
podría derivar de una nueva cualidad de la conciencia humana. En el crecimiento
del ámbito de la técnica habría una voluntad de violentar la realidad propia de
una forma nueva de humanidad, que sale conscientemente al encuentro de esa
realidad alienada. El hombre reflexiona sobre las carencias de la naturaleza
viéndolas como un acicate para su propio comportamiento. (Blumenberg, 2009, p. 137)
Una
época entregada a sus logros técnicos la denomina Blumenberg. La empresa que,
parafraseando desviadamente la frase de Braidotti llamamos orientación
tecno-teleológica de todas las cosas. Esa autoafirmación, proceso que coaguló a
partir de una serie convergente de ensamblajes como las nuevas ciencias y sus
métodos de conocimiento, movimientos y procedimientos innovadores del pensar
como el aparato cartesiano, dispositivos mecánicos y maquinarias complejas que
agenciaron nuevas disposiciones relacionales entre lxs existentes, fue, como no
podía ser de otra manera, un proceso. Se han establecido varios “comienzos” de
la antropodicea moderna. No obstante,
Copernico, Galileo, Descartes, Newton y Kant, junto con la Conquista del
bautizado Nuevo Mundo fueron instancias necesarias en lo que Latour ha
reconocido como la Constitución de los modernos (Latour, 2022).
Un paso
necesario para romper el hechizo del desencantamiento del mundo y contar una
historia no moderna de la Modernidad, es decir que logre desestabilizar el
centro de escena que desde Descartes ubicó al cogito, la conciencia autorreflexiva, como garante de toda
existencia, es reintroducir a esa entidad en el comercio interrelacional e
interdependiente de existentes que hacen mundos. La estrategia moderna para
sostener la Tesis “reforzó la exterioridad entre el hombre y la ´naturaleza´”
(Schaeffer, 2009, p. 41) y elevó a la conciencia-de-sí a un espacio absoluto,
en el sentido de no condicionado. El mismo procedimiento de ocultamiento por
omisión se repite en el modo en que esa Razón se construyó dialécticamente no
solo con su “otro” extenso, sino, y antes en la historia, con sus “otrxs” de
apariencia humana, pero sustancialmente menos-que-humanos, también
“descubiertos”, pero, del otro lado del hoy denominado Océano Atlántico.
En el
“tiempo imaginario llamado modernidad” (Haraway, 2021, p. 69) el Hombre
(europeo) se define por oposición dialéctica bajo una estructura binaria donde
el polo que ocupa la alteridad, el lugar de la diferencia pasa a ser lo
negativo e inferior. Será Hegel quien haga de los procesos de exclusión
esencialista y universalizante un sistema filosófico. Europa coincide con los
poderes de la razón autorreflexiva, motor del cambio y la perfección de la
historia, en oposición a los pueblos sin historia que habitan los territorios
no-occidentales. El universalismo se logró por medio de la guerra, la conquista
y colonización de continentes, espacios oceánicos, cuerpos marcados,
sexualizados y racializados (americanxs, africanxs, asiáticx, etc), ecosistemas
no-humanos (bosques, selvas, llanuras), en definitiva, de mundos completos que
fueron invisibilizados, depredados y arrasados por la megamáquina imperial
eurocéntrica. Nada de esto hubiese sido posible ni concretado sin los
artefactos de visión, las máquinas de guerra, los dispositivos de esclavización
y los medios de colonización espacial y temporal desplegados por los
agenciamientos entre humanxs y no humanxs dirigidos por los colectivos
autopercibidos y mancomunados bajo la figura del Hombre.
“Las
tecnologías [en sentido amplio], incluidas las tecnologías del cuerpo, son el
sujeto real de la historia universal. (…) [L]a historia del progreso técnico
está instalada en el corazón del humanismo de la Ilustración” (Haraway, 2021, p.
77). Haraway, destructora de mitos modernos y humanistas en pos de tejer otras
narrativas, otros mitos quizás, donde la justicia y el bienestar interespecies
e intermundos hagan un futuro habitable y vivible en la Tierra, en esta cita
hace explotar el globo de la historia contada desde la posición del enunciador demasiado humano (la historia de las
mentalidades, de las sociedades humanas, etc.). La pólvora y la brújula
magnética introducidas desde China en el siglo XIII en Europa; el astrolabio,
las cartas de navegación (Mumford, 2011), los mapas y las prácticas
cartográficas (Lois, 2014)[4], el
telescopio y más tarde el microscopio, así como los dispositivos de parcelación
y cultivo, de extracción de minerales y metales, etc. son los actantes y
actores que posibilitaron el auge de la Revolución Científica. Asimismo, como
lo han mostrado sobradamente los estudios interseccionales que desmontan los
dispositivos taxonómicos de raza, clase y sexo, estos mismaos se erigieron como
inmensas máquinas para clasificar y separar existentes en categorías
valorativas que delimitan las prácticas, los programas de acción de sujetxs y
objetos y la vida y muerte de organismos bióticos. Contar la historia del
Hombre, masculino, occidental(izado), blanco, aburguesado no es, sostenemos con
Haraway, “inventarla”, ni deconstruirla o evaporarla en la bruma de los sentidos
borroneados en un Texto, ni en los rumores de los discursos sociales. Contarla
es desenrollar la madeja de narrativas, ensamblajes semiótico-materiales
encarnados en cuerpxs, prácticas colectivas, artefactos y medios técnicos,
tecnologías de producción de espacios, tiempos, subjetividades, senoriums que producen, agencian y hacen
un mundo y cancelan otros.
La
recurrencia de los dualismos segregacionistas y la tendencia a esencializar las
categorías reprodujeron una violencia onto-epistémica que estructuró las redes
del mundo en el que hemos estado viviendo, ya sea a través de las formaciones
discursivas o bien de los medios técnicos que lo mantienen, (¿lo hacen
todavía?), en el plano material.
¿Cómo
romper los compartimentos ontológicos, las grillas epistémicas y desplazar las
técnicas de producción, fabricación y sedimentación que performan un modo de
existencia que el paso de los siglos ha mostrado, para quienes han sabido
leerlo, etno-eco-cida (Valentim, 2018,
p. 21)? ¿Es posible encarnar una
perspectiva, no solo entendida como punto de vista desde el cual mirar y
“recortar” la realidad, sino en tanto materialización situada de interacción multiagencial, donde mundos
(naturalezas-culturas) divergentes puedan florecer enmarañados en el peligroso
y prometedor juego de la co-habitacón? A
fines del siglo XX, y con mayor ímpetu en lo que llevamos trascurrido del nuevo
milenio, una serie de procesos aún en curso han desestabilizado las redes
artefactuales y los dispositivos que mantuvieron estables el, al parecer, mundo
humano y su irradiación expansiva desde un centro jerárquico antrópico. A esta
condición histórica se la ha denominado condición posthumana, y la ola de
teorías que han abordado este fenómeno se aglutina bajo el paraguas heterogéneo
de posthumanismo.
Posthumanism is the philosophy of our time.(…) the
urgency for an integral redefinition of the notion of the human, following the
onto-epistemological, as well as scientific and bio-technological developments,
of the twentieth and twenty-first centuries.(…) Specifically, “posthuman” has
become an umbrella term to include Posthumanism (Philosophical, Cultural, and
Critical); Transhumanism (in its variants as Extropianism, Liberal
Transhumanism, and Democratic Transhumanism, among other currents); New Materialisms
(a specific feminist development within the posthumanist frame); the
heterogeneous landscape of Anti-humanism; the field of Object-Oriented
Ontology; Posthumanities and Metahumanities. (Ferrando,
2019, p. 1)
La
condición posthumana está dada por una convergencia de al menos dos
hipereventos que han generado una remoción de los estratos cosmológicos de
Occidente, haciendo emerger en el espacio-tiempo público de las sociedades
hiper-modernizadas la palmaria e inquietante presencia de aquello que había
sido relegado a los márgenes, expulsado al rincón de la ausencia y la inexistencia, los incontables Otrxs con
los que necesariamente el Hombre blanco cinceló los bordes de su propia imagen.
La Gran Aceleración propiciada según el estudio comandado por Will Steffen
(Steffen et al, 2004) a partir de 1950, momento en que los índices de consumo
de agua, uso de fertilizantes como agente necesario para el modelo del
monocultivo, migración y expansión de las ciudades con sus modos de vida
consumistas a cuestas, consumo energético, sobre todo de combustibles fósiles
etc., se dispararon exponencialmente, produjo efectos en cascada (Steffen et
al, 2004, p. 19) sobre el Sistema-Tierra con consecuencias catastróficas para
la inmensa y variada región de formas y lógicas de co-existencias no-humanas. A
su vez, y en relación directa con esto, por aquellos años de posguerra
comenzaba a gestarse la revolución bio-ciber-tecnológica que conforma nuestro
cosmos mediado por chips, satélites, dispositivos tele-comunicacionales, cables
de fibra óptica, intervenciones a nivel genético, creación de máquinas de
procesamiento de datos, robots, y programas de Inteligencia Artificial. Ambas
series si bien en primera instancia parecen correr en paralelo no son sino
fases de un portal que nos arrastra diseñando nuestxs cuerpxs, nuestras
subjetividades y nuestro entorno mientras destruye las condiciones mínimas de
sostenibilidad de aquello que concebimos como mundo. Y si bien 1950 es una
fecha que condensa el cruce de estadísticas, el proceso, como hemos dicho tiene
una larga historia.
O progresso
se alimenta de reservas de baixa entropia de plantas, animais e escravos
humanos para aumentar a energia disponível para classes dominantes e sustentar
cidades e impérios. Desde a Revolução Industrial, reservas de carvão,
petróleo e gás – reservas de vida fóssil – têm servido como um gigantesco
Exército de Reserva de escravos energéticos para alimentar o ritmo acelerado
de acumulação de energia em banquetes de baixa entropia – exportando
entropia-lixo para o resto do planeta. Notem que podemos também dizer: o
progresso como aumento de energia per capita se apoiou até hoje na canibalização
de Gaia. (Almeida 2014, 20-21 en
Valentim, 2018, p. 20)
Catástrofe
climática, y devastación de cuerpxs en millones, de humanxs y sujetxs
des-humanizadxs y progreso tecnocientífico convergen a modo de solución
cáustica en la que Occidente, el Hombre y sus prácticas de producción —en el
más amplio sentido del término que no distingue materia de sentidos o
discursos— se topan con límites de aquello que siempre pensó como externo pero
a su vez supeditado a sus deseos.
Começa-se a
experimentar o desastre a que incontáveis outros, distantes e próximos, já
vinham sucumbindo e resistindo há séculos, vítimas da “baixa antropofagia”
(Andrade 1990: 51) dos modernos e seus inimigos íntimos. (Valentim, 2018, p. 22)
La
corriente de estos hipereventos que coinciden con las figuras posthumanas de
Gaia y de la IA (por ponerles un nombre entre varios que circulan por los
flujos de las teorías posthumanistas) asedia el rostro orgánico, blanco,
masculino, consciente y seguro de sí mismo del Hombre. De este modo, quienes se
hacen cargo de estas circunstancias y se sumergen en el maelstrom de nuestro espacio-tiempo pueden decir, junto con
Francesca Ferrando:
Posthumanism is a “post” to the notion of the
“human,” located within the historical occurrence of “humanism” (which was
founded on hierarchical schemata), and in an uncritical acceptance of
“anthropocentrism,” founded upon another hierarchical construct based on
speciesist assumptions. Both the notion of the “human” and the historical
occurrence of “humanism”, have been sustained by reiterative formulations of
symbolic “others,” which have functioned as markers of the shifting borders of
who and what would be considered “human”: non-Europeans, non-whites, women,
queers, freaks, animals, and automata, among others (…) Posthumanism is
inextricably related to the studies of the differences, referring to the fields
of research which developed out of the deconstruction of the “neutral subject”
of Western onto-epistemologies. (Ferrando, 2019, p. 24)
La
escala es otra, puesto que la medida ya no es el cuerpo individual del hombre,
o del humano que deambula entre otras especies entre reinos descubiertos por el
discurso de la biología. Las escalas se superponen en tanto la red de
existencias está tejida y conectada, pero siempre situada y no flotando en un
plano holístico en ninguna parte, y mediada por la Red Global –la www asi como
el sistema de rutas comerciales intercontinentales, aéreas e interoceánicas,
por las que circulan datos, materias primas y manufacturas bajo la común
etiqueta de mercancías.
El
desarrollo tecnológico desplegado a partir de los saberes científicos modernos,
en especial aquellos asociados al impulso de un racionalismo Iluminista, es un
terreno insoslayable para los debates posthumanistas, si bien no todas las
teorías coinciden en el papel y la valencia que desempeñan dichos “avances” en
un diagnóstico de época más amplio. De hecho, como bien apunta Ferrando, el
movimiento que la mirada posthumana al despliegue de tecnologías
bio-info-cognitivas de mejoramiento de lo humano, sin preocuparse por los
efectos y consecuencias que ello tenga sobre el resto no-humano (la naturaleza
y dentro de ella los contingentes de la especie humana considerados recursos
explotables y desechables) es un punto que separa al transhumanismo del post-humanismo propiamente dicho (el
posthumanismo filosófico, el cultural y el crítico). Si el primero se piensa
como un estadio superior del humanismo de las Luces, buscando potenciar y
mejorar las capacidades que definen a la especie Homo sapiens, el segundo, deconstruye la idea de lo humano y
distribuye muchas de sus capacidades cognitivas y de agencia pensadas como
reservorio genético, ya sea fijo o flexible, entre una vasta red de humanxs y
no humanxs “wich aknoledges technology and the enviroment, among others, as
defining aspects of the human” (Ferrando, 2019, p. 27), es decir:
Posthumanism sees technology as a trait of the
human outfit, but not its main focus, which would reduce its own theoretical
attempt to a form of techno-reductionism. Technology is neither the “other” to
be feared and to rebel against, in a sort of neo-luddite attitude; nor does it
sustain the God-like characteristics which some schools of thought in
Transhumanism attributes to it, addressing technology as an external source
which might guarantee humanity a place in post-biological futures. (Ferrando, 2019, p. 39)
No solo
la tecnología es pensada de manera diferente: en términos instrumentales[5] para el
transhumanismo, o bien como parte de una vasta red intractiva, simbiótica y
transespcífica que configuran modos de existencias parciales, situados y reales
(cfr. Haraway, 1995; 2019; 2021) en el posthumanismo. Además, y tal vez aún más
importante, la noción de sujeto que ambos proyectos sostienen es diametralmente
opuesta. El transhumanismo es un ultra-humanismo pues deja intacto el
presupuesto de la excepcionalidad del anthropos,
ya como especie biológica o bien como proyecto filosófico moderno occidental
proveniente del pensamiento racionalista del siglo XVIII, y lo catapulta hacia
un especulado y ansiado futuro poblado por posthumanos, sea en formato de
máquinas inteligentes o de organismos mejorados en entornos tecnoutópicos. La
subjetividad transhumanista coincide con los bordes del individuo, casi siempre
encarnado en los cuerpos neoliberales de las metrópolis occidentales. Por el
contrario, la subjetividad post-humanista y post-antropocéntrica “como
compuesto […] engloba agentes no humanos (…) [e] implica que la subjetividad no
es prerrogativa exclusiva del anthropos
(…) no está ligada a la razón trascendental (…) [y] se basa en la inmanencia de
las relaciones” (Braidotti, 2015, p. 100). El posthumanismo filosófico de
Ferrando, el posthumanismo crítico de Braidotti, el compostismo de Haraway, la
teoría del actor red de Latour, el mundo ch’íxi
de Rivera Cusicanqui, la metafísica caníbal de Viveiros de Castro, el
pensamiento extramundano de Valentim y un largo etcétera, concuerdan, nos
atrevemos a decir, en “visualizar al sujeto como entidad transversal que
comprende a lo humano, a nuestros vecinos genéticos animales y a la tierra en
su conjunto” (Braidotti, 2015: 100) así como a la miríada de artefactos,
máquinas y dispositivos tecnológicos que componen lo que Sandrone (2016),
siguiendo a Simondon, denomina objetos
artificiales. El modelo de representación del sujeto “fundado en la
identidad, la conciencia y la autorreflexión” (Braidotti, 2018, p.37) se
desdibuja en un plano abigarrado de agentes y actantes extraños, monstruosos,
sin un rostro reconocible o escaneable por los dispositivos de categorización
biométricos diseñados por la matriz humanista.
Volviendo a la distinción entre
posthumanismo y transhumanismo, como adelantamos hace instantes, la dimensión
técnica es indispensable en ambos, no obstante, las diferencias entre dichos
pensamientos son radicales.
El transhumanismo se compone de varias
propuestas filosóficas y teorías tecnocientíficas cuyo alcance ha logrado
permear el imaginario de la industria cultural en los países del Norte Global,
con un centro específicamente situado en Silicon Valley. Bautizado por Francis
Fukuyama (cfr. Vaccari, 2013) como la idea más peligrosa del mundo, el
transhumanismo ha sido catalogada por sus críticos como la utopía del siglo
XXI, el gran relato de los grupos liberales de las sociedades
tecnocapitalistas. ¿Qué quiere el transhumanismo? El objetivo es vencer la
muerte y prolongar la vida del individuo humano, potenciando, extendiendo y
mejorando sus capacidades cognitivas, físicas, sensoriales, morales y
emocionales mediante el desarrollo de tecnologías como la ingeniería genética.
El título de una compilación que reúne los trabajos de lxs máximxs exponentes
de este movimiento revela las claves que guían este programa de mejoramiento (enhancement)
bio-tecnológico humanista: “The scientific conquest of death: essays on
infinite lifespans” (Inmortality Institute, 2004). La promesa de conquistar la
muerte no es un tema nuevo. De hecho, como algunos transhumanistas han
intentado justificar mediante argumentos transhitóricos y casi metafísicos, se
remonta y coincide con la aparición del hombre en la Tierra, el despertar de la
mente y la conciencia como sustancia de lo humano. Así, Nick Bostrom sigue los
pasos de Gilgamesh en su historia del transhumanismo. Sin embargo, anota
Andrew Pilsch,
As with Bostrom claiming Gilgamesh as a fellow
transhumanist, desires for improving the human condition have surely existed
since the dawn of any kind of human record; however, transhumanism, if it is to
refer to anything in particular, must be focused on the portion of evolutionary
futurist argumentation at which the radical or alien comes out the other end of
technologically mediated humanity. While the concept of using technology to
improve human life is as old as history itself, the transhumanist idea that we
will soon become unrecognizable to ourselves through our technology is not. (Pilsch, 2017, p. 29)
Superar
los límites impuestos por la naturaleza, mejorar los errores y redirigir los
planes de la evolución a través de la ciencia, la tecnología y la razón
descubiertas por el Iluminismo, en un proceso de perpetuo mejoramiento, en
oposición a la idea del arribo hacia una stasis Ideal (More, 2013, p.14)[6],
en aras de liberar al individuo y a las sociedades en conjunto del sufrimiento,
las enfermedades y la muerte conforman un horizonte de expectativas que
supedita el universo entero a los deseos de una idea prescriptiva de lo que
debe ser humano. “Humans
must use reason and morality to shape further evolution.” (More, 2013, p.11).
El
extropianismo de Max More, el transhumanismo democrático de Bostrom, la
propuesta de la Singularidad de Kurzweil —aunque la suya sea un modelo
particular del concepto acuñado en 1993 por Vernor Vinge[7] —, componen, entre otros, el
iridiscente campo de transhumanismos, que, sin embargo, si bien difieren en el cómo, concuerdan en el qué. “Although there are many schools of thought
within the transhumanist scenario, they all share the deepest interest and
emphasis on technology, which is recognized as key in the evolutionary drive
toward the ‘next’stage of the human” (Ferrando, 2019, p.35). Como bien apuntaba
More en un ensayo pionero aparecido en el sexto número de la revista Extropy:
“Transhumanism (…) recognizes and anticipates the radical alterations in the
conditions of our existence resulting from various sciences and technologies
such as neuroscience and neuropharmacology, nanotechnology, artificial
ultraintelligence, space habitation, and so on” (More, 1990, p. 6). Entre las múltiples críticas que estas teorías han recibido, el
núcleo ultra-humanista ha sido el más atacado. Este implica, como bien apunta
Vaccari (Vaccari, 2013, p. 42), que “[e]n términos del modelo clásico de la
acción técnica, el cuadro de la evolución dirigida nos plantea un esquema
curioso en el que el ser humano es, a la vez, agente, medio y fin de su propia
acción.” El problema en la narrativa tecno-te(l)eológica de los transhumanismos
es que en sus programas existenciales
al
argumentar que la posthumanidad es un estado deseable y mejor, el
transhumanismo debe recurrir a ciertas funciones normativas otrora desempeñadas
por el concepto de la naturaleza. Estas funciones normativas, al no encontrar
asidero en una concepción esencialista estable, se transforman en funciones
ideológicas cuya función es proclamar la universalidad y continuidad histórica
de algo así como una naturaleza humana, al tiempo que ocultan relaciones de
poder, por ejemplo, aquellas que resultan de las desigualdades de acceso a
ciertas tecnologías. (Vaccari, 2013, p. 45)[8]
En la
base de estas filosofías que vectorizan las investigaciones de centros de
producción científica y tecnológica ubicados en Universidades y empresas como
Google, Amazon y Meta Plataforms (la antigua Facebook), se halla una
antropología filosófica humanista que a su vez subsume sus líneas de acción en
torno a una reflexión sobre los valores que sustentan esa idea. Los escritos de
Nick Bostrom son el ejemplo acabado de esto. Sin embargo, por más de que las
estrategias persuasivas desplegadas por el filósofo inglés suturen la condición
humana como sustrato flexible y autoperfectible a una filosofía de los valores
establecida por las normativas del Iluminismo racionalista, la herencia
democrática y deliberativa sigue siendo un fárrago neocolonialista prescriptivo
que da por sentado qué es lo Mejor y el Bien para los posthumanos. De esta
manera, “[n]o es que debamos asentir a estos valores porque son universales,
sino que Bostrom asume que su atractivo es universal, y que cualquier persona
racional asentiría a ellos si deliberara lo suficiente” (Vaccari, 2013, p. 56).
Desde
una perspectiva de pensamiento situado, tal como nos enseñó Haraway, no es un
dato menor el hecho de que “[s]ince the 1970s, transhumanism has been gaining
speed and influence, particularly among people who work with computers in
places such as California’s Silicon Valley or New York’s Silicon Alley” (Pilsh,
2017, p. 1). Inyectados por el entusiasmo que despertaba Internet en los 90,
con la revista Weird como un
laboratorio de la imaginación tecnoutópica, muchos de los por entonces jóvenes
de la industria de las tecnologías de la comunicación y filósofos profesionales
como More, Bostrom y Pearce, encontraron en escritos dispersos de autores
futuristas como Nicolai Fiodorov, Aldous Huxley y Fereidoun M. Esfandiary —rebautizado FM 2030 —, en los proyectos cibernéticos de
Moravec y Minsky o la criogenia de Robert Ettinger, y en la ciencia ficción
dura de Clarke, Asimov, Lem y Heinlein, un escenario especulativo donde el
control biogenético de la especie humana y el desarrollo de superinteligencias
maquínicas se erigieron como promesas de mejoramiento y beneficio para los
individuos.[9] En el
panorama transhumanista de diseño de sociedades posthumanas, lo que se mantiene
impensado e intacto es el sistema de relaciones de poder, así como la filosofía
de la historia fundada en la idea de progreso indefinido y control humano de la naturaleza exterior e interior en beneficio
del único sujeto contemplado, el individuo
tecnomejorado.[10]
El
punto ciego de la mayoría de los transhumanismos es la aceptación acrítica del
sistema capitalista como medio naturalizado que posibilita la emergencia y
conservación de lxs sujetxs que utilizan instrumentalmente las tecnologías para
su beneficio. En este sentido, nos parece equívoca la lectura de Antonio
Diéguez Lucena (2017) que ubica a Haraway y Braidotti dentro de lo que él llama
transhumanismo cultural o crítico como flexión del transhumanismo, en oposición
relativa al transhumanismo tecnocientífico. El criterio de definición del
transhumanismo de Diéguez Lucena del mejoramiento mediante la fusión con la
máquina, sin pasar por ninguna instancia de crítica de economía política o bien
de cuestionamiento de la diferencia interseccional de lxs cuerpxs encarnadxs lo
lleva a confundir narrativas totalmente divergentes, como no ha cesado de
demostrarlo Francesca Ferrando en sus análisis (cfr. Ferrando, 2018, p. 438 y
ss; 2019). Una revisión de los índices de glosarios o manuales en torno a un
tema o zona problemática que acostumbra realizar la academia anglosajona puede
ayudarnos a distinguir los intereses y apuestas de estas dos macronarrativas. The Transhumanist Reader editado por Max
More y Natasha Vita-More (2013), y el Posthuman
Glosary preparado por Rosi Baridotti y Maria Hlavajova (2018) son puertas
de entrada que nos permiten analizar las diferencias casi insalvables entre
ambos. Entradas como “Afrofuturism”, “Ahuman, the”, “Decolonial Critique”,
“Exclusion Zone”, “Extintion”, “Feminist Posthumanities”, “Forests”,
“Necropolitics”, “Symbiogenesis”, “Technoalnamlism”, por nombrar los casos más
evidentes, presentes en el Posthuman
Glosary declinan campos analíticos troncales para lo que con Ferrando
llamamos posthumanismo filosófico y que de ninguna manera ingresan en el
horizonte de expectativas transhumanista. La conexión de estas entradas no es
aleatoria, sino que resumen una característica sustancial de este
posthumanismo, que, una vez más Ferrando, se puede enunciar de la siguiente
forma:
If post-humanism can be seen as the pluralistic
symphony of the human voices who had been silenced in the historical
developments of the notion of “humanity,” post-anthropocentrism adds to this
concert the nonhuman voices, or better, their silencing amid what is currently
defined as the sixth mass extinction—the ongoing extinction of species caused,
directly or indirectly, by human actions. (…) This chapter calls for an
environmental and sustainable praxis by accessing the posthuman as a
post-anthropocentrism. Why is anthropocentrism a problem? The centrality of the
human implies a sense of separation and individuation of the human from the
rest of beings. This epistemological approach has not only sociopolitical and
ethical consequences, in the abuse that has been inflicted upon nonhuman
others, but also geological implications. (Ferrando, 2019,
p.103)
Nada de
implicancias en el sistema-Tierra a causa del uso de las tecnologías avanzadas,
ni cuestionamiento de los relaciones y modos de extracción y producción de los
materiales, principalmente de origen mineral (metales) que hacen las veces de
infraestructura de los modos de vida imperiales de los individuos habitantes de
los centros urbanos y sus paisajes digitales (cfr. Parikka, 2021). Tampoco una
revisión de la categoría universal de humano forjada por prácticas de exclusión
y deshumanización mediante las cuales
“human” project has formed, historically and
theoretically, through the construction of the “Other”: animals, automata,
children, women, freaks, people of color other than white, queers, and so on
marking the shifting borders of what would become “the human” through processes
of performative rejections. (Ferrando, 2019, p. 89)
Y mucho
menos una reflexión que vea la relación de los sujetxs calificadxs como humanxs
con sus medios tecnológicos más allá de un enfoque instrumentalista y neutral.
Y ello se da porque
[l]a
preocupación central del transhumanismo es el progreso tecnológico y el
mejoramiento de la especie por medio de la liberación de nuevas tecnologías en
el mercado. Los cambios institucionales no importan; tampoco importa que el
mejoramiento de las condiciones materiales de la humanidad pueda ser realizado
por tecnologías primitivas, tales como agua potable, comida y remedios. La
introducción de nuevas tecnologías impulsará de por sí el cambio social,
causando una revolución política y cultural. (Vaccari, 2013, p. 52)
En resumidas cuentas, “[t]ranshumanism
attributes to it, addressing technology as an external source which might
guarantee humanity a place in post-biological futures.” (Ferrando, 2019, p. 39), mientras el posthumanismo filosófico
introduce a las tecnologías en una perspectiva geo o cosmohistórica, dependiendo de los alcances de cada teoría,
no teleológica ni progresiva que piensa la tecnogénesis de los existentes
multiespecies en relaciones de interdependencia donde la vida-la muerte dejan
de ser polos oposicionales en una línea de cortes en torno a las fronteras
biológicas y sociales de individuos preconcebidos, y pasan a ser fases difusas
en la trama simbiótica de con-formación de existencias encarnadas y situadas.
La muerte, así, no es el mal radical ni el enemigo del individuo. No es una
zona a conquistar por los avances de la tecnociencia occidental, un límite a
ser superado para que el superhombre posthumano advenga, sino un espacio de
indagación de las violencias sistemáticas perpetradas por las maquinarias de
exclusión y segregación que provocaron, y siguen haciéndolo, las extinciones de formas de vida y modos de
existencias consideradas no humanas o menos que humanas. Una máxima del posthumanismo
es entonces aquella acuñada por Donna Haraway: “aprender a vivir y morir bien
en un planeta dañado” (Haraway, 2019).
Los
tópicos de la extinción, la violencia perpetrada sistemáticamente sobre formas
y modos de vida considerados no humanxs, la creación de un sofisticado aparato
extractivista cuyos actores centrales son empresas multinacionales asociadas
con los Estados nacionales de territorios del Sur Global en pos del sustento de
los modos de vida imperiales (Brand
& Wissen, 2021) en las urbes
del Norte Global, la capitalización de cada rincón de la Tierra y ahora del
Espacio Exterior cercano, constituyen nudos de indagación, análisis y crítica
del posthumanismo que nos interesa sostener positivamente. En cambio, lo
repetimos una vez más, son lo forcluido en el inconsciente del transhumanismo y
de otras narrativas que comparten con este una filosofía de la historia lineal
que configura a las sociedades hipermodernas con sus medios tecnocientíficos
“avanzados” como el climax de la especie homínida, lo que los lleva a adherir a
un solucionismo tecnológico de origen antrópico a todo problema presente o
futuro. En este último caso encontramos a algunxs de los denominadxs
aceleracionistas de izquierda como Benjamin Bratton y otrxs pensadores
asociadxs al programa The New Normal
que este último dirige en el Instituto Strelka. La diferencia entre estxs
jóvenes aceleracionistas y los transhumanistas es su asunción como marxistas
que han pasado por la criba deleuziana-guattariana, vía Nick Land.
En la
coalescencia postulada como necesaria entre los discursos sobre las tecnologías
y la tecnicidad, por un lado, y las crisis, catástrofes y/o colapso del
sistema-Tierra, por el otro, es decir, en las disputas sobre los imaginarios y
las imaginaciones en torno al Futuro, la pregunta por las herencias del
marxismo sigue suscitando acalorados debates. La cuestión del capital como
determinante tanto de las relaciones sociales al interior de las comunidades
humanas como de las relaciones metabólicas de estas con la naturaleza, y la
necesidad de su crítica para resolver los malestares de la cultura de nuestro
tiempo es un tema abierto. Si para Latour el marxismo es una teoría perimida,
para un amplio sector de los posthumanismos que forman parte de la escena
postextual (Biset, 2022) no es así. Dentro de las teorías marxistas de corte
ecológico abocadas a imaginar un futuro poscapitalista podemos nombrar dos
grandes corrientes, si seguimos el brillante mapeo realizado por Facundo Nahuel
Martín (2020): por un lado, hallamos las propuestas de la escuela de la ruptura
metabólica inaugurada por John Bellamy Foster; y, por el otro, la escuela de la
ecología-mundo que tiene en el libro El
capitalismo en la trama de la vida, aparecido originalmente en inglés en
2015, de Jason W. Moore (2020), a un exponente fundamental. En América Latina
este debate se ha planteado desde los discursos anti-extractivistas, que, en
contra del desarrollismo[11] instalado
en la región fiel a la filosofía historicista y lineal a la que venimos
aludiendo, abogan por una conexión con tradiciones, prácticas y modos de
existencia no-occidentales, pero no por ello no modernos o “primitivistas”,
tales como el Buen vivir (cfr. Rivera Cusicanqui, 2018). Enrique Leff con su
teoría de la racionalidad ambiental (2006) desde una revisión de la teoría
marxista en clave ecológica constituye una piedra de toque muchas veces
desatendida en los debates académicos producidos desde los centros hegemónicos
de Europa y Estados Unidos. Tal vez lo que falta en las reflexiones
latinoamericanas sea lo que sobra en los aceleracionismos de izquierda, una apuesta
por los beneficios y las potencias emancipadoras de las tecnociencias
occidentales de punta que posibilite rescatar aspectos de la modernidad y el
sistema capitalista, para no caer en una lectura demonizadora de aquellas como
un todo unitario. Parafraseando a Martín (2020), “una perspectiva eco-marxista
podría tener gran tracción política en el subcontinente” si se conecta con
parcelas de la imaginación contemporánea más tecnooptimistas. “Para eso serán
necesarios ejercicios de traducción teórico-política aún pendientes, [puesto
que, e]l eco-marxismo es todavía, en buena medida, una teoría producida de modo
predominante en el centro global.”
Si bien
existe una densa y prolífica tradición marxista en nuestro continente que se
dedicó a pensar un horizonte postacapitalista partiendo de prácticas y
categorías propiamente latinoamericanas, como el caso de Bolívar Echeverría y
su apuesta por el ethos barroco
latinoamericano en tanto flexión de la modernidad (2000), los desarrollos de la
ya mencionada racionalidad ambiental de Leff, o la modernidad chíxi de Rivera Cusicanqui, creemos con
Facundo Nahuel Martín, que queda pendiente anudar esas vías de futurabilidad
con aquellas que no solo intentan desacoplar tecnociencias como la biología
sintética, las nanotecnologías o la Inteligencia Artificial del aparato de
producción capitalista, sino también poner a trabajar estas prácticas con
saberes y técnicas no occidentales.
El
eslabón puede generarse estableciendo un diálogo necesario entre la teoría
blasfema del ciborg y la crítica
situada de la tecnociencia elaboradas profusamente en Testigo_modesto@segundo_milenio, aunque no exclusivamente, por
Donna Haraway, y el campo abierto por la tecnodiversidad y las cosmotécnicas de
Yuk Hui. Ambxs pensadores inscriben sus esfuerzos imaginativos centrados en el
fenómeno de la modernización tecnológica a aquellas teorías poscoloniales y/o
decoloniales que buscan desarmar la colonialidad del poder ejercida por las
fuerzas ejecutoras de la violencia del capital. Que la imaginación, en estxs
teóricxs, opere como territorio crítico y especulativo, línea de fuga que
difracta[12] los
flujos de la máquina capitalista inventando conexiones innovadoras con promesas
de un mundo más vivible, inexistentes para los aparatos de visión y los
discursos de aquella, no es un dato menor. Imaginar, tanto para Haraway como
para Hui, implica fragmentar la tecnociencia del Segundo Milenio para desatarla
del nudo que la constriñe a los deseos de la subjetividad neoliberal y sus
fantasías transhumanistas (cfr. Hui, 2020, p.15).
Ese
nudo no es solo una operación practicada efectivamente por los actores humanos
que defienden el tecnocapitalismo, sino que es parte de la reflexión crítica de sus detractores de izquierda. La ecuación que
nos devuelve este esfuerzo reflexivo es tecnociencia=tecnocapitalismo. En
cambio, la difracción y la fragmentación escapan a este determinismo, y más
bien desean mostrarnos que se puede hacer “una tecnociencia más adecuada y
autocrítica, comprometida con los conocimientos situados” (Haraway, 2021, p. 103),
o bien que las culturas no europeas pueden incorporar cosas de la Modernidad
tecnológica en sus proyectos cosmotécnicos. Fragmentar y difractar son dos
pasos mutuamente implicados. Fragmentar la idea de la tecnología como un
universal antropológico que se dirige teleológicamente hacia la consumación de
las ciencias y los dispositivos modernos occidentales va de la mano de una
difracción de esas mismas prácticas, aparatos y conocimientos tecnocientíficos.
Fragmentar
la tecnología moderna en cosmotécnicas particulares desactiva la idea de un
universalismo civilizatorio comandado por la superioridad de la Razón
Iluminista, y muestra que lo que ha habido es “universalización (o
sincronización): un proceso de modernización que la globalización y la
colonización hicieron posible” (Hui, 2020, p. 29). La difracción ajusta el
análisis en esa modernización y no reniega de sus herencias controvertidas; la
pone en perspectiva y rechaza tanto la sincronización que descarta otras
epistemologías y otras técnicas no occidentales, así como categorías sustantivistas
de izquierda como racionalidad instrumental o tecnociencia capitalista. Las
ciencias modernas como práctica de interacción con y dentro de otros mundos no
humanxs (cfr. Haraway, 2021, p.342) (la biología, las ciencias de la Tierra, la
física, etc) debe ser parte de una nueva “cosmotécnica que consista de
diferentes epistemologías y epistemes” (Hui, 2020, p. 64) para salir de las
narrativas escatológicas (Apocalipsis o Salvación) que apuntalan la imaginación del realismo capitalista,
desde las derechas neoliberales y desde las izquierdas tradicionales.
Reimaginar,
entonces, el futuro de y por la tecnociencia, la cual ya no coincide
completamente con la “vinculación de la ciencia y las tecnologías con las
instituciones económicas, política y militares” (Cuponi, 2022, p. 464). Si la
tecnociencia financiada por gobiernos y empresas en laboratorios proveedores de
high tech surge como un fenómeno de
la segunda guerra mundial a partir del Informe Bush redactado al presidente de
los EUA en 1945[13],
erigiéndose en la sintaxis que sienta las bases del “sistema corporativo
transnacional que enreda al planeta” (Haraway, 2021, p.66), no obstante, hay
ciencia y tecnología valiosas más allá de los límites acotados de la máquina de
estratificación capitalista.
Haraway
nos invita a ingresar en los agujeros de gusano extravagantes de la
tecnociencia sin ser simplemente antagonistas, sino conocedores suspicaces y
despiertxs de las prácticas y conocimientos específicos que podemos utilizar
para imaginar otras formas de ordenamientos naturoculturales. “Desde el
interior de la trama de historias, agenciamientos e instrumentos que
constituyen a la tecnociencia” (Haraway, 2021, p. 68), aprender a “navegar de
forma paralela la Red presente e imaginada” (Haraway, 2021, p. 73) y fabular
experimentos de arte-ciencia especulativos por fuera de las narrativas
comerciales o de vigilancia (militares) que mantienen presos a Internet, las
biotecnologías, las nanotecnologías, etc., del régimen del tecnobiopoder
(tecnocapitalismo). Hackear los códigos de diseño de los medios tecnológicos
para planificar paisajes mediales habitados por monstruxs hijxs de un
surrealismo ciborg (cfr. Haraway, 2021; 2022).
Una
última pregunta precisa ser realizada. ¿Llegaremos a ser posthumanxs, o sucede
más bien que siempre lo hemos sido? ¿Existe una manera de ser posthumanxs, o
debemos evitar reintroducir estrategias de universalización, y nutrir el
posthumanismo de perspectivas múltiples, de pensamientos situados y
articulaciones específicas? La pregunta retoma el problema de lo moderno,
planteado por Latour como nuevo concepto que evita el historicismo lineal que
confina a los pueblos y culturas materiales no occidentales al terreno de lo
premoderno. Por otros medios, entonces, la pregunta reorienta el nudo de las
comunidades des-humanizadas por la máquina moderna esclavista colonial diseñada
en los primeros siglos del “descubrimiento” del Nuevo Mundo, y reproducida por sus
avatares neocoloniales. Retomando un debate capital en el proceso de
humanización eurocéntrico como fue el que se produjo en Valladolid entre 1550 y
1551 entre el fraile dominico Bartolomé de las Casas y el humanista Ginés de
Sepúlveda, quienes se preguntaban sobre la legitimidad de la Conquista y la
esclavitud de las comunidades indígenas, la pregunta es ¿somos, fuimos o
seremos posthumanxs? Si en el centro del debate sostenido entre los dos
españoles del siglo XVI estaba en pugna la extensión y el alcance del género
humano concebida como la participación o no en la ley natural impresa en las
criaturas racionales por Dios, que permite respetar el orden natural e
inclinarse por las obras virtuosas y el Bien (cfr. De Sepúlveda, G. 1987, 67)[14], nuestra
pregunta devuelve respuestas distintas, y hasta opuestas, dependiendo del marco
o la narrativa desde la que se la aborde. El paralelismo puede parecer
inconducente, pero no lo es tanto si atendemos a las filosofías del tiempo y la
historia que sostienen. Francesca
Ferrando argumenta que “Sepúlveda’s fundamental division between “us” (the
plus) and “them” (the minus) is at the base of any historical process of
dehumanization” (Ferrando, 2019, p. 79). Esta división
sigue operando en las doctrinas transhumanistas, para las que lo posthumano aún
no es, sino que será, tarde o temprano en el futuro. Para ello debemos cultivar
y seguir determinadas reglas prescriptivas dictadas por los avances
tecnocientíficos, alineados a su vez con preceptos humanistas herederos del
Iluminismo modernizador. En
cambio, lxs posthumanistas critixs, según la categoría elaborada por Braidotti,
“draws on a history of human-technological-animal entanglements to interrogate
the ways in which agency and the production of knowledge have always been the
emergent product of a distributed network of human and non-human agents” (King,
& Page, 2017, p. 4). El posthumanismo no es un
post- en el sentido cronológico, sino que representa un aparato anacrónico, si
seguimos a Didi- Huberman (2005) y lo llevamos hacia un terreno geohistórico de
temporalidades multiescalares no humanas. Lo posthumano aquí, como lo amoderno
en otros contextos que nutren esta perspectiva, “insiste en la ausencia de
principios, iluminaciones y finales: el mundo siempre ha estado en el medio de
las cosas, en una conversación práctica y no regulada, llena de acción y
estructurada por un conjunto asombroso de actantes y de colectivos desiguales
interconectados” (Haraway, D. 2022, 58). Para fortalecer este post-humanismo es
necesario nutrir esas interrelaciones desde perspectivas multifocales,
arriesgando una posible política articulatoria entre los colectivos que han
quedado fuera del pueblo de los Humanos, como proponen Haraway y Latour. Este
posthumanismo, como imaginación práctica intenta componer mundos en apariencia
contradictorios. Articulación que apuesta no por un retorno a la Naturaleza
premoderna, ni ansía el Cielo salvífico de un futuro transhumano, sino que
trabaja moviéndose hacia un lugar-otro
desde la red semiótico material tejida hoy, como hace milenios, por la
multiplicidad de existentes y sus múltiples maneras de existir que co-habitan
el denso “espacio semiótico llamado Tierra” (Haraway, 2022, p. 81).
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[1] En Lo abierto, donde
Agamben elabora el concepto de máquina antropológica, el filósofo italiano
caracteriza a la máquina antropológica moderna del humanismo como irónico pues
en el intento por delinear o dotar a Homo
de un rostro o un lugar en el Cosmos no hace sino descubrir y verificar la
ausencia de una naturaleza propia. “El descubrimiento humanístico del hombre es
el descubrimiento de su faltarse a sí mismo, de su irremediable ausencia de dignitas” (Agamben, G. 2006, 64). La
ironía se traduce en una exclusión que es siempre ya una inclusión, una zona de
indeterminación que a pesar suyo funda un lugar propio mediante un aislar lo
no-humano en el hombre (Agamben piensa aquí específicamente en lo animal en el
hombre) que presupone de antemano un estadio superior y formado de lo humano en
si mismo.
[2] Estamos tentadxs de caracterizar a estos mundos en común como un
único mundo homogéneo, el despertar de un inframundo
(cfr. Ludueña Romandini, F. 2018) antropocentrado, demasiado occidental y
tecnoutópico (en el sentido de que la convergencia de las tecnologías avanzadas
—biotecnologías, nanotecnologías, IA y ciencias cognitivas— nos conducirán a un
estadio de progresiva felicidad y bienestar, un Paraíso secular de raíces
neognósticas), pero decidimos mantener el plural como índice de una apuesta por
el florecimiento de mundos multiespecies más justos que existen y resisten por
fuera y casi siempre en oposición combativa con el mundo monovalente, antrópico
y destructivo del tecnocapitalismo.
[3] La conciencia de
la novedad que tuvieron lxs modernos, por lo menos un grupo disperso de ellxs
en el siglo XVII, es remarcada por Paolo Rossi en su obra El nacimiento de la ciencia moderna en Europa: “El término novus aparece de forma casi obsesiva en varios
centenares de títulos de libros científicos del siglo xvn: del Nova de
universis philosophia de Francesco Patrizi y del New Attractive de
Robert Norman, al Novum Organum de Bacon, la Astronomia nova de
Kepler y las Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos
nuevas ciencias de Galileo.” (1998, 13)
[4] “Si en lugar de pensar que el mapa es el resultado de la aplicación
de técnicas y tecnologías varias y, en cambio, lo pensamos como una tecnología
de la visión, podremos inscribirlo dentro de un linaje de aparejos de la
ciencia moderna como microscopios, telescopios y otros, que sirvieron para
aumentar la identificación entre la observación empírica, el razonamiento
matemático y el conocimiento, lo que llamamos revolución científica. (Cosgrove,
2002: 74). La clave pasa por pensar el mapa mismo como una tecnología de la
visión. Como una lente muy particular que hace posible una manera de ver la
realidad. Y si esto es relevante es porque las tecnologías de la visión no solo
producen imágenes, sino que también modifican la capacidad de visión del
observador y producen sentidos: verosimilitud, autoridad, legitimidad; también
producen poder, persuasión, decisión.” (Lois, 2014, p. 42).
[5] Diego Parente (2010) explica que la comprensión instrumentalista de
la técnica es parte del imaginario social moderno sobre el fenómeno
tecnológico, de allí que resulte difícil rastrear fuentes o teorías que den
cuenta de ella. “El instrumentalismo es, en cierto modo, el suelo pre-reflexivo
desde el cual emergen las opiniones de ‘sentido común’ que, posteriormente, dan
forma a las preconcepciones de muchos tecnólogos y científicos al tiempo que se
trasladan a instancias institucionales de decisió política.” Y precisa sobre
este punto de vista extendido: “Según Feenberg, la concepción instrumentalista
(…) reúne a aquellas posiciones que sostienen que las tecnologías se encuentran
bajo control humano y carecen de valores (1999: 9). El instrumentalismo se asocia,
de tal modo, con la idea según la cual la técnica es neutral y son los
individuos particulares quienes la utilizan al servicio de objetivos moralmente
independientes. Tal neutralidad se afirma en una consideración de la técnica
como mero medium carente de contenido valorativo, como herramienta de la
especie humana a través de la cual satisfacemos nuestras necesidades y servimos
a nuestros propósitos.” (88). Por último, cabe destacar otra característica que
se desprende de esta comprensión instrumentalista de la técnica puntada por el
mismo Parente: “Específicamente la CI sugiere una comprensión de la tecnología
como instrumento de progreso. (…) Puesto que, desde un punto de vista
racional, no puede haber divergencias acerca de la bondad de la técnica, aquel
que critica algún aspecto de su desarrollo puede ser rápidamente encasillado
como un «reaccionario» con opiniones contrarias a la razón. (…) toda innovación
material en dicho ámbito significa un avance y, en tal sentido, su rechazo
sería irracional.” (Parente, D. 2010, 93)
[6] En un pasaje que refuta a los críticos del transhumanismo
calificando sus argumentos como malas lecturas que llevan a malentendidos, Max
More enfatiza este hecho: “In my own formulations of transhumanism, I found the
Idol of Paradise and the idea of a Platonically perfect, static utopia, is so
antithetical to true transhumanism that I coined the term “extropia” to label a
conceptual alternative. Transhumanists
seek not utopia, but perpetual progress —a never-ending movement toward the
ever-distant goal of extropia. If the transhumanist project is successful, we
may no longer suffer some of the miseries that have always plagued human
existence. But that is not reason to expect life to be free of risks, dangers,
conflicts, and struggle.” (More, 2013, p. 14)
[7] Sirva esta cita de lxs editores del
The Transhumanist Reader: Classical and
Contemporary Essays on the Science, Technology, and Philosophy of the Human
Future, Max More y Natasha
Vita-More, como ejemplo que diversifica y complejiza la imagen cristalizada de
un solo transhumanismo: “Some transhumanists expect a singularity and most of
those who expect a singularity are broadly transhumanist. But, while transhumanism
is a broad worldview that anticipates using technology to overcome human
limits, the singularity is a specific model (or set of models) of technological
change and its trajectory into the future.” (More, y
Vita-More, 2013, p. 361)
[8] Fabián Ludueña Romandini (2010) señaló en un trabajo crítico del
transhumanismo, pionero en lengua castellana, la relación intrínseca entre este
movimiento secular y la tradición teológica cristiana. El transhumanismo, con
su fe en la tecnología como instrumento de redención y salvación de la especie
humana instaura “a techno-secular reimagining of Christian fundamentalist
salvation history” (Pilsch, 2017, p. 6), por la cual, “transhumanism (…) appears to argue that we will make
ourselves into gods. This
internalization of control is one of transhumanism’s most interesting features:
as More also makes clear, even a blind external force, such as evolution, is
too little control in the hands of humanity.” (Pilsch,
2017, p. 10)
[9] Para una periodización y una historia de las ideas y proyectos
alineados con el transhumanismo, también denominado H+, remitimos, entre la
profusa bibliografía a los trabajos de Max More (1990; 2013), al ensayo de
William Grassie and Gregory R. Hansell (2011) incluidos en la compilación
H´Transhumanism and its critics, al libro Transhumanismo
de Antonio Diéguez Lucena (2017), al estudio heterodoxo de Andrew Pilsch Transhumanism. Evolutionary futurism and the
human technologies of utopia (2017) y a la detallada y profusa introducción
a la compilación en castellano de Borys Groys Cosmismo Ruso, en la cual Martín Baña y Alejandro Galiano (Baña y
Galiano, 2021) reponen el cruce, los encuentros y desencuentros entre un
transhumanismo de izquierda y el más conocido transhumanismo de derecha.
[10] Dentro de los programas de investigación transhumanistas se suele
reconocer dos grandes vías o líneas de acceso a los cuerpos posthumanos. Por un
lado, están aquellos que se desprenden de las ciencias y tecnologías que
abarcan los grandes campos de la cibernética, las neurociencias y la robótica,
y por otro, aquellas más enfocadas en las biotecnologías genéticas y el
mejoramiento de las capacidades inscriptas en el flexible sustrato corpóreo de
la especie biológica Homo sapiens.
Antonio Diéguez Lucena (2017) dedica los capítulos 2 y 3 de su estudio sobre el
transhumanismo a exponer detalladamente ambas corrientes. La división sin
embrago es un modo de ordenar el panorama, si bien en algunas propuestas
radicales ambas vías son incompatibles, en la amalgama del imaginario
transhumanista estas tecnologías no son excluyentes sino que se retroalimentan
y convergen en nuevas e innovadoras posibilidades de intervención.
[11] Contra las narrativas promesantes del desarrollo como gestión del
futuro (Antonelli, 2009) pensadores como Mirta Antonelli, Maristella Svampa y
Arturo Escobar han planteado la categoría de maldesarrollo, en las que las
bondades, beneficios y esperanzas movilizadas por la aceleración de la
circulación de capital insertado como agente de una narrativa salvífica, se
transforman en patrones de destrucción, daño y zonas muertas (Sassen, 2015) de
esos territorios.
[12] La difracción como categoría metodológica que descubre nuevos
sentidos y significados presentes en las prácticas tecnocientíficas le sirve a
Haraway para despejar partículas de la modernidad, las ciencias y las
tecnologías occidentales que siguen siendo útiles en la creación de un futuro
alejado de las catástrofes y el Reino de los cielos a la medida del Hombre.
Esas partículas o elementos, gracias a la difracción, se aíslan de la narrativa
de la revolución Científica, la cual deja de ser un todo monolítico que debe
ser aceptado como destino o desechado como el enemigo de una posible justicia
posthumanista multiespecie.
[13] “Echeverría
(2003) indica como origen el informe que elevó el ingeniero Vannevar Bush
(originario del MIT) al presidente de los EUA en 1945, proponiendo el fuerte y
sistemático incentivo gubernamental a la investigación básica como instrumento
de progreso social y de afirmación del país en el escenario internacional. El
Informe Bush (…) tuvo como efecto el establecimiento de un ‘nuevo contrato
social de la ciencia entre científicos, ingenieros, políticos, militares y
corporaciones industriales’ (Echeverría, 2003: 31). Ese nuevo contrato fue la
base de las políticas de ciencia y tecnología que diversos países comenzaron a
implementar en su aspiración al desarrollo y a la defensa, y dio un nuevo
impulso a los complejos industriales y comerciales del sistema capitalista.”
(Cuponi, 2022, 465)
[14] Ginés de Sepúlveda bregaba por una civilización de los bárbaros
americanos mediante la guerra justa y la dominación, es decir someterlos para
humanizarlos. Estas gentes, en realidad menos que gentes, siervos por
naturaleza, debían someterse a las leyes y costumbres de príncipes y naciones
más cultas y humanas, sus señores por naturaleza, para que merced a ellas
puedan cultivar la virtud, el Bien y escalen desde su estado bestial hacia el
escalón más perfecto de la humanidad racional, al Derecho de las gentes en
consonancia con la ley divina. (cfr. García Pelayo en De Sepúlveda, G. 1987, 19-20).