Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2025 /
In Proximity. Reviewing Affective Response
Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba, Argentina
Recibido: 01-07-2024
Aceptado: 01-04-2025
Resumen. Nuestro trabajo hace pie en dos encuentros o provocaciones para la
escritura: un film que nos llevó a preguntarnos por el funcionamiento de marcos
de responsividad afectiva (Butler, 2010), y una conversación que se pregunta
por cómo volver próximas luchas que son de generaciones anteriores. El trabajo
tiene por objetivo general rastrear los modos en que se delinean proximidades y
distancias afectivas. La hipótesis general de este trabajo apuesta entonces a
la productividad de poner a dialogar la ontología sociocorporal butleriana con
la vertiente crítica del giro afectivo, en tanto que leerlas en conjunto
permite enriquecerlas, fortaleciendo sus intuiciones en común respecto del entre cuerpos. La hipótesis específica
apunta a la importancia de poner el énfasis en la noción de proximidad, a
partir de la crítica de las capacidades de respuesta afectiva.
Palabras clave: afectos, responsividad, proximidad, temporalidad, feminismos.
Abstract. Our
work is based on two encounters or provocations for writing: a film that led us
to question the functioning of frameworks of affective responsiveness (Butler,
2010), and a conversation that asks how to make the struggles of previous
generations more relevant in the present. The general objective of the work is
to trace the ways in which affective proximities and distances are delineated.
The general hypothesis of this work bets on the productivity of putting
Butlerian sociocorporal ontology in dialogue with the critical strand of the
affective turn, as reading them together allows for their enrichment,
strengthening their common intuitions regarding the inter-body. The specific
hypothesis points to the importance of emphasizing the notion of proximity,
based on the critique of the capacities for affective response.
Keywords: affects,
responsiveness, proximity, temporality, feminisms.
El futuro era una hoguera donde
ardía el presente.
Sofía Bordenave, Estrella Roja
Resucítenme. Aunque más no sea
porque fui un poeta y esperaba el futuro.
Vladimir Mayakovski, About that
El futuro es aquello que ocurre
gracias a todo el trabajo necesario
para acercarse lo suficiente como para oír el
rumor, que siempre es un rumor
que ha oído antes otra
persona. Nos convertimos en el sujeto
de una interpelación que no
hemos oído.
Sara Ahmed, La promesa de la
felicidad.
El giro afectivo ha permitido reponer un
énfasis en la circulación de afectos y emociones, el modo en que actúan y las
economías que describen su circulación[1]. Desde fines de la década de los noventa y con los feminismos y la
teoría queer como antecedente, ha propuesto maneras alternativas de comprender
la dimensión afectiva o emocional en función del rol en la vida pública,
debatiendo acerca “de la acción colectiva, la memoria, la ciudadanía, la
representación estética o la esfera pública” (Macón, 2022, p. 284). Este
interés ha ido acompañado por “el esfuerzo por reconfigurar la producción de
conocimiento encaminado a profundizar en dicha emocionalización” (Lara, Enciso,
2013, p. 101). Desarrollos previos (Nussbaum, Gilligan, Mouffe) establecieron
las bases de la crítica a las jerarquías de la dicotomía emociones/razones, y
debates posteriores –iniciados por Brian Massumi y Moira Gatens a través de sus
lecturas de Deleuze y de Spinoza– trascendieron y profundizaron aquellas
perspectivas[2]. Sigo aquí la distinción que apuntara Macón una década atrás: “nos
encontramos, por un lado, con la versión encabezada por Brian Massumi: una vía
que intenta asociar la dimensión afectiva a una instancia con potencialidad
revolucionaria. Por otro lado, quienes, como Berlant o Ahmed, usan el paradigma
para desarrollar una teoría crítica de los afectos” (Macón, 2013, p. 13). La
segunda vertiente –crítica– encuentra a los afectos fundamentales para analizar
la política, pero no los entiende como una dimensión más auténtica ni los
considera como inherentemente conservadores ni emancipatorios. Compilaciones
recientes como la de Seigworth y Pedwell (2023) dan cuenta de la
profundización, complejización y actualización de los aportes en este campo. En
todo caso, esto se dirime en el campo de unas economías afectivas específicas y
de las políticas culturales que se les asocian. Helena López ha sintetizado la
relevancia de estos trayectos teóricos: “la recuperación epistemológica de las
emociones y los afectos impugna toda una tradición de producción de
conocimiento masculinista anclada en el privilegio de la razón” (2021, p. 123).
La autora enmarca esta recuperación impulsada fuertemente por el feminismo en
lo que entiende como “capitalismo afectivo”, modulación específica de la
emocionalización de la vida pública del S.XXI.
En el libro colectivo Sentirse precarixs, se advierte que “la relacionalidad es condición
de lo afectivo” (Moretti, Perrote, 2019, p. 173). En particular, Sara Ahmed ha
propuesto un deslizamiento de la pregunta por las emociones desde qué son hacia un fenomenológico qué hacen: las emociones “moldean las
superficies mismas de los cuerpos, que toman forma a través de la repetición de
acciones a lo largo del tiempo, así como a través de las orientaciones de
acercamiento o alejamiento de los otros” (Ahmed, 2015, p. 24). Al pensar los
afectos en el entre cuerpos, no
pueden entenderse como propiedad, “no están ni ‘en’ lo individual ni ‘en’ lo
social, sino que producen las mismas superficies y límites que permiten que lo
individual y lo social sean delineados como si fueran objetos” (Ahmed, 2015, p.
34). Ese efecto de frontera permite atender a las impresiones que nos dejan los
afectos, entendidos de modo relacional.
La hipótesis general de este trabajo
apuesta entonces a la productividad de poner a dialogar la ontología
sociocorporal butleriana con la vertiente crítica del giro afectivo, en tanto
que leerlas en conjunto permite enriquecerlas mutuamente, fortaleciendo sus
intuiciones en común respecto del entre
cuerpos. Al mismo tiempo, cada una funciona explicitando crítica y
productivamente los puntos que las distinguen. El trabajo sobre la ontología
social corporal propuesta por Judith Butler, (ya desde Moretti (2013) en
permanente diálogo con el grupo de investigación[3]) nos ha permitido comprender la interdependencia como condición del
sujeto, hecho y des-hecho en esas relaciones que son, siempre, corporales y
afectivas. La relacionalidad subrayada por el giro afectivo me permite
enriquecer la pregunta butleriana por la responsabilidad, que se vincula con la
noción de responsividad (responsiveness)
afectiva ante la violencia normativa (Butler, 2010). Todo acto de violencia
está inscrito en un determinado contexto. Si bien un acto de violencia puntual
puede corresponder a una responsabilidad individual, es importante recordar que
lo es en un contexto de responsabilidad colectiva en lo que atañe a la
violencia normativa que nos precede. Chambers y Carver subrayan la importancia
de este análisis anterior, si no en tiempo, sí en prioridad: “Si una violencia
normativa previa vuelve a una vida de alguna manera en algo menos que real,
entonces borra de antemano la violencia que podría luego ejercerse sobre esa
supuesta «vida»” (Chambers & Carver, 2008, p. 90). Butler por su parte deja
abierta la cuestión sobre los afectos ligando el concepto de cuerpo con el de
socialidad: “¿Cómo podemos pensar en la responsabilidad sobre la base de esta
estructura del cuerpo socialmente extática? En tanto que, por definición, el
cuerpo cede a la acción y a las fuerzas sociales, es también vulnerable. No es
una mera superficie en la que se inscriben los significados sociales, sino
aquello que sufre, se alegra y responde a la exterioridad del mundo, una
disposición que define su disposición, pasividad y actividad” (Butler, 2010, p.
57). La preocupación por la responsabilidad basada en la vulnerabilidad común
se encuentra tempranamente en la obra de Butler, donde busca explicitar el modo
en que la violencia normativa nos performa como sujetos, al tiempo que trama
una filosofía política para pensar la agencia subversiva.
Ante escenarios de precarización
recrudecida en lo económico, en lo afectivo, en lo sexual, los activismos
feministas y de la disidencia sexual pueden permitirnos hacer pie en “la idea
de que estamos ante unas condiciones sociales compartidas e injustas, y que las
propias reuniones se convierten en una forma provisional y plural de
coexistencia que constituye una alternativa ética y social a la
responsabilización” (Butler, 2017, p. 22). La experiencia, también feminista,
de la puesta en común –como lo hacían hace décadas los llamados grupos de
concienciación- parece no garantizar, pero sí posibilitar lazos para pensar
alternativas, a partir de condiciones comunes de precarización. En ese sentido,
el trabajo de y con el archivo pueden iluminar maneras opacadas, pero ya existentes o que existieron, en
cuanto a lazos afectivos responsables más atentos a nuestra vulnerabilidad
intrínseca. Incluso en contextos de altos niveles de violencia contra
poblaciones precarizadas, como lo son también cuerpos feminizados y disidencias,
sucede que la responsabilidad de quien está expuesto aumenta: la paradoja se
cifra en que “[s]ólo cuando hemos sufrido semejante violencia estamos
obligados, éticamente, a preguntar cómo debemos responder por el daño sufrido.
¿Qué rol vamos a asumir en la propagación histórica de la violencia? (...)
Planteamos estas preguntas no para absolver a los individuos que cometieron
actos de violencia, sino para asumir otro tipo de responsabilidad respecto de
condiciones globales de justicia” (Butler, 2006, p. 41,42). Allí, la pregunta
por las condiciones que habilitan la violencia es fundamental como parte del
esfuerzo activista y teórico-académico, lo que implica el desafío de, “en
parte, escuchar más allá de lo que podemos escuchar” (Butler, 2006, p. 42). La
práctica de la escucha parece entonces fundamental para poder responder,
atentas a la coyuntura que nos emplaza.
En
ese sentido, podemos retomar desde el giro afectivo la pregunta butleriana por
la responsividad (responsiveness) afectiva (Butler, 2010),
y cómo es que se vincula con una distribución diferencial de la proximidad.
Para la filósofa, la capacidad de respuesta afectiva está enmarcada por ciertas
normas de inteligibilidad: “Que el cuerpo se enfrenta invariablemente al mundo
exterior es una señal (…) de la indeseada proximidad a los demás y a las
circunstancias que están más allá del propio control” (Butler, 2010, p. 58), y
sin embargo es esa condición la que anima la responsividad, la capacidad de
respuesta a ese mundo. ¿En qué ocasiones, y de qué modo, respondemos
afectivamente? ¿Qué condiciones establecen proximidad afectiva con el “otro”?
Este
escrito hace pie en los interrogantes que abrieron, a su modo, dos eventos con
los que tuve contacto en el último tiempo. El primero, un film cordobés filmado
en Rusia, Estrella roja (Bordenave,
Argentina, 2021), que vuelve sobre la figura de la Revolución en tanto capaz de
imaginar futuridades posibles y comunes. El cine aparece aquí como sitio que
cristaliza y a su vez participa de lo que Sara Ahmed denominara “economías
afectivas”, enmarcadas por una temporalidad susceptible de ser criticada[4]. El segundo, un encuentro con dos profesoras ahora jubiladas en una
actividad de la FFyH (UNC): Conversaciones
en torno al 24 de marzo en la imaginación del futuro. En ambos casos,
pasado y futuro se reconfiguran por fuera de una idea lineal y progresiva del
tiempo, impugnando desde cierta extranjería afectiva la crononormatividad y las
proximidades que ésta supone.
Estrella roja es un film
singular, un planeta extraviado en el cine nacional. Se compone de archivos y
narraciones ficcionales alrededor de los 100 años de la Revolución Rusa. En
2017 su directora, Sofía Bordenave, viaja a Rusia en busca de esos festejos que
supone serán grandiosos. No los encuentra. Encuentra otras cosas. Encuentra la
errancia de algunos personajes anacrónicos, las narraciones de otras
explicaciones posibles sobre la vida y la muerte, lo terrenal y lo
extraterrestre, la propia revolución, Marx, Marte. Un primer acercamiento al
tema del film puede hacerlo aparecer como lejano, y a sus personajes un tanto
ajenos al mapa del cine latinoamericano actual. Sin embargo, esos lejanos
paisajes afectivos reclaman una respuesta, como apunta Butler, una proximidad.
Entre la advertencia de la falta de futuro y la inquietud de la esperanza
(Ahmed, 2010), el film permite repensar críticas a una temporalidad
homogenizante, tanto como la posibilidad de desentrañar esperanzas cifradas en
otras tramas afectivas. Los personajes del film le faltan el respeto a la
temporalidad lineal, usurpando fechas y viajes en el tiempo, encarnando relatos
anacrónicos sobre los horizontes floridos de futuro que permitía el imaginario
revolucionario. Entre nuestro presente y ese relato parece separarnos una
historia que, sin embargo, la ficción insiste en acercar: ¿Qué historias, qué
narraciones sentimos cercanas? El fracaso, la ilusión, el uso queer (Ahmed,
2019) de ciertos objetos de aquella época revolucionaria, la nostalgia, la
extranjería, el enamoramiento, la compañía o la soledad, transitan el film y
afectan a quien lo mira.
En Framer
framed, Trinh Minh-ha pone en cuestión no solo al objeto enmarcado, sino al
sujeto que realiza la acción de enmarcar. En el equívoco del concepto frame – marco, incriminación, encuadre –
la directora cuenta sobre el movimiento de la cámara: “una de las decisiones
que tomé fue hacer varias panorámicas; pero no suaves, y ninguna que pudiera
dar la ilusión de no estar mirando a través de un marco” (Minh-ha, 1992, p.
117). Volver evidente el marco, su delimitación, aparece como gesto crítico del
enmarcar a quien enmarca – en una filmación, en una operación de conocimiento
–. Al trabajar con imágenes cargadas política e ideológicamente, Trinh Minh-ha
advierte: “[…] el punto no es simplemente sacar estas nuevas imágenes fuera de
su contexto para hacerlas servir un nuevo contexto […] sino también hacerles
hablar nuevamente, de otra manera.” (1992, p. 210). La apuesta de Estrella Roja
también puede entenderse en ese sentido, imágenes des-recontextualizadas de una
cordobesa filmando en Rusia sobre una revolución insidiosa. ¿Qué logra entrar
en nuestros marcos de responsividad,
activando respuestas afectivas? ¿Qué relatos, en cambio, parecen caer fuera de
esos marcos y hacia esa contracara del afecto que parece ser la indiferencia?
Marzo,
mes de luchas. Conversaciones en torno al 24M en la imaginación del futuro fue una propuesta que suponía un cruce activo entre los feminismos
y la perspectiva de Derechos Humanos, en el marco de las conmemoraciones por el
Día Internacional de la Mujer Trabajadora[5] y el Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia[6]. La actividad fue luego desgrabada y se trabajó en su publicación,
en primera instancia para poder replicar de algún modo lo acontecido en aquel
momento a las alumnas del Programa Universitario de la Cárcel, y luego como
material abierto a toda la comunidad (Moretti y Chabrando, 2024). Abrieron la
conversación Ana Levstein y María Teresa Sánchez, ambas docentes jubiladas de
la UNC; Levstein, miembro del Programa de Derechos Humanos de la Facultad y
Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo. En una conversación clara y
conmovedora, compartieron los modos en que la dictadura marcó sus cuerpos,
desde el terror y la violencia. El lenguaje apareció como campo de batalla[7], sitio activo donde se condensaron significantes que aún hoy
prolongan efectos de la dictadura, al tiempo que habilita su resignificación,
como tarea constante. Sánchez comenta que en los ’70, el afecto que puede ser
descripto como miedo les atravesaba intensamente. Aun así, afirma, “Ese miedo
que persistía, nuestra generación lo fue perdiendo en el vuelco hacia una
militancia que cambiaba ese presente sin expectativas. Accionar, convertir en
acto aquello que habíamos imaginado, tenía la magia de otorgarnos una decisión
y fortaleza que ignorábamos tener” (Sánchez en Moretti y Chabrando, 2024,
p.21-22). Las autoras compartieron sus encuentros y reencuentros a lo largo de
su trabajo en la Universidad y fuera de ella, también como parte de la red que
les permitió persistir en la apuesta de un futuro que pueda, una y otra vez,
volver críticamente al pasado. El trayecto compartido apareció, así, como una
invitación a recuperar una memoria colectiva y en movimiento, en el trabajo por
un presente y un futuro más igualitario y habitable para todos. La conversación
supone también un modo otro de entender la temporalidad histórica, ya no desde
una lectura homogénea y lineal. Antes bien ofrece una trama compleja en la que
pasado, presente y futuro se entrelazan con las narraciones de lo ocurrido, sus
huellas, sus proyecciones.
En
ese sentido, la conversación retomó el interrogante, la inquietud, la
preocupación sobre cómo “implicar” a quienes no vivieron generacionalmente el
terrorismo de Estado en la lucha de Memoria, Verdad y Justicia[8]. La pregunta por la proximidad aparece aquí como un desafío
temporal, como una invitación a una cita entre generaciones que para ello deben
estar permeables a la respuesta afectiva a esos pasados.
Ambos objetos, el film y la conversación
aquí citados, fueron lo que Gloria Anzaldúa llamaría una provocación para la escritura. En contacto con ellos, anidaron las
preguntas teóricas que motorizaron el presente trabajo, en apretado diálogo con
las propuestas conceptuales de las autoras feministas aquí citadas. Las propias
respuestas afectivas a estas provocaciones se vieron enlazadas con
interrogantes teóricos a los que se les da lugar en el presente artículo.
Las preguntas abiertas por el trabajo con Estrella Roja y las Conversaciones invitan a retomar la cuestión de la responsividad, en tanto expresión de las
proximidades que nos delinean. Entre la respuesta y la responsabilidad, la
responsividad habilita a reflexionar sobre otros aspectos de la fundamental
relacionalidad que constituye a los sujetos, en cuanto permite volver sobre los
vínculos éticos, afectivos, y también epistemológicos que producen los marcos
hegemónicos. La noción también permite cuestionar estos marcos, desde lazos
disidentes que difieren en la repetición de la norma. La capacidad de respuesta
no es acto espontáneo, sino “consecuencia de cierto campo de inteligibilidad
que ayuda a formar y a enmarcar nuestra capacidad de respuesta al mundo
determinante (un mundo del que dependemos, pero que también nos determina,
exigiendo una capacidad de respuesta de forma compleja y ambivalente)” (Butler,
2010, p. 59). Sobre la distribución diferencial de cierta capacidad de
respuesta afectiva, dice Butler “¿qué es lo que permite que cierto aspecto del
mundo se torne perceptible y otro no?” (2010, p. 80). Es una pregunta por los
marcos que condicionan la capacidad de sentir “asombro, indignación, revulsión,
admiración y descubrimiento” (Butler, 2010, p. 26), entre otros. Aun así, dado
el carácter iterativo de los marcos[9], las respuestas afectivas “también pueden cuestionar el carácter
supuesto de estos marcos y de esa manera suministrar condiciones afectivas para
la crítica social” (Butler, 2010, p. 58). El giro afectivo y la teoría queer
han profundizado en esta línea, rastreando la historicidad política de los
afectos, aquello que en términos de Ahmed (2010, 2015) “se pega” a ciertas
emociones, tanto como su capacidad de interrumpir economías afectivas
instituidas.
Por su parte, Eduardo Mattio ha propuesto
el concepto de “gramáticas emocionales” para referir a “aquellas estructuras
normativas ―plurales, heterogéneas, en conflicto― que regulan los guiones
afectivos socialmente disponibles a los que se sujeta nuestra responsividad
emocional” (Mattio, 2023, p. 7). El autor propone así un modo de atender a los
hilvanes normativos de la circulación afectiva, para evidenciar, en particular,
la regulación de la responsividad afectiva sexodisidente y las diversas formas
en que se encarnan ciertas resistencias sexoafectivas. La noción de gramática
emocional se ha acuñado en el trabajo con literatura homoerótica local, a modo
de laboratorio de reelaboración experimental de las normas que componen esta
gramática. Como conjunto de normas que regulan los afectos adecuados, sus
condiciones, intensidades y orientaciones, implica también una violencia, que
marca cuerpos y afectos en la posibilidad o no de su expresión y su
reconocimiento. Algunos años antes, Mattio ya señalaba –acompañado por aquel
corpus literario– la posibilidad de desviarse respecto de esas normas, de
auto-extrañarse (Flatley, 2008) para “tomar distancia de los propios apegos
afectivos, (…) para así reordenar o reorientar la gramática emocional a la que
uno se ve sujeto” (2020, pp.43-44). Es así que la gramática emocional funciona
en su especificidad, a la manera más general de los marcos normativos: limita,
y a la vez resulta condición de posibilidad de la agencia afectiva. Dirá
Mattio: “las convenciones hegemónicas acerca del sentir se traducen entonces en
reglas que en su repetición performativa no sólo fijan y reproducen el statu quo; están sujetas a ser
desplazadas en algún sentido, muchas veces imprevisto para el mismo agente que
siente” (2023, p. 8). La gramática emocional condiciona entonces la
responsividad, en el doble sentido de circunscribirla y volverla posible.
Las interpelaciones del film y la
conversación, en torno a la memoria política y los afectos que implica,
encamina hacia una concepción de archivo que no pretende ser totalizante ni
acabada (Taccetta, 2019). Más bien sigue la línea trazada por Ann Cvetkovich
quien ha vuelto sobre el trauma para analizar la diversidad de respuestas colectivas que se pueden
generar, condensadas en un posible archivo de sentimientos: “una exploración de
los textos culturales como depositarios de sentimientos y emociones, que están
codificados no solo en el contenido de los textos, sino en las prácticas que
rodean a su producción y su recepción” (2018, p. 22). Para Cvetkovitch, el
trauma es “parte del lenguaje afectivo que describe la vida bajo el
capitalismo” (2018, p. 39), lo que permite, por un lado, disputarle la noción a
la psicología y hacer énfasis en las respuestas afectivas y no sólo en los
síntomas, y por el otro, desafiar el modo habitual de concebir un archivo.
Evidenciando la imposibilidad de las pretensiones totales del archivo moderno,
Cvetkovitch advierte que “el trauma cuestiona y fuerza las formas
convencionales de documentación, representación y conmemoración” (2018, p. 23),
muchas veces marcado por el olvido, la disociación y la dificultad de dejar
registro. Desde lo fragmentario de la memoria y el olvido, las experiencias de
entrelazamientos entre activismos y academia pueden aparecer como formas de
responsividad disponibles, no violentas, que permitan refiguraciones afectivas.
Tanto Macón (2016) como López (2022) han tensionado la noción de archivo desde
la concepción de “mapa” de Flatley (2008). López agrega que “una cartografía
afectiva enfatiza el carácter procesual y relacional de las economías
emocionales que, antes que propiedades discretas y aisladas de los sujetos, se
despliegan como fuerzas interconectadas y coemergentes que circulan entre la
materialidad y la semiosis de los territorios culturales” (2022, p. 72).
Considerado esto, entendemos que “un contra-archivo de sentimientos deviene en
un contra-archivo de afectos. Trasladado a la calle, forma una relación
particular y afectiva con el pasado, articulando un rol clave en el desarrollo
de un encuentro entre cuerpos con el activismo” (Macón, 2021b, p. 47).
La hipótesis general de este escrito,
acerca de la productividad de poner a dialogar la ontología butleriana con
ciertas autoras del giro afectivo, nos ha llevado a una hipótesis específica:
que la noción de proximidad puede aportar en la singularización del análisis de
la relacionalidad y la capacidad de respuesta afectiva que conlleva. Ya en Marcos de guerra, Butler advertía: “Que
el cuerpo se enfrenta invariablemente al mundo exterior es una señal (…) de la
indeseada proximidad a los demás y a las circunstancias que están más allá del
propio control” (2010, p. 58). A su vez, es esa condición la que anima la
responsividad, la capacidad de respuesta a ese mundo y al otro. ¿En qué
ocasiones, y de qué modo, respondemos afectivamente? ¿Qué condiciones establecen
proximidad afectiva con el “otro”?
Más de una década más tarde, el último
libro de Butler vuelve sobre las condiciones que la pandemia dejó e
intensificó: allí, la proximidad refiere tanto a las no elegidas y
potencialmente amenazantes -posible fuente de contagio- como a las que perdimos
en tiempos de aislamiento, “el tipo de proximidad que valorábamos; perdimos el
tacto como sentido y como conexión” (2022, p. 26)[10]. El tacto nos involucra en escenas como la expresada en la frase
“nos tocamos”, donde parece referirse un encuentro físico y emocional que
desdibuja la frontera entre quién toca y quién es tocado: “si la actividad y la
pasividad están entrelazadas, como sugiere Merleau-Ponty, entonces tanto acción
como receptividad deben ser enseñadas por fuera de la lógica de la exclusión
mutua” (Butler, 2022, p. 57).
En un retorno a las propuestas
fenomenológicas, la autora recupera la comprensión de la intersubjetividad como
entrelazamiento, donde interconexión e interrelación son condiciones en las que
“no siempre es posible hacer una buena distinción entre los elementos que
inciden entre sí” (Butler, 2022, p. 63). Así, actividad y la pasividad no son
fácilmente polarizables, y se complejiza la distinción entre afectar y ser
afectadx. Sin embargo, no se trata “tampoco (de) simple reciprocidad, porque la
tierra, el agua y la comida median en nuestra relación” (Butler, 2022, p. 91).
Quizá uno de los gestos más interesantes del libro es cuando la filósofa nos
interpela desde lo que hay por hacer: “La tarea no es tanto una simple
afirmación de intedependencia como un esfuerzo para encontrar o forjar la mejor
forma de interdependencia, aquella que más claramente encarne los ideales de
una igualdad radical” (Butler, 2022, p.134). En ese sentido, no basta con
declarar nuestra relacionalidad fundamental, sino que habría que insistir con
la pregunta por la proximidad: ¿de quiénes nos sentimos próximxs? ¿cómo se
performa nuestra responsividad afectiva ante esa proximidad? ¿qué consecuencias
tiene asumir nuestra proximidad quiásmica en la ética, en la política?[11]
Al mismo tiempo, Lauren Berlant nos dejó en
su último libro una reflexión sobre la experiencia de nuestra relacionalidad
no-soberana -la inconveniencia[12] de otra gente- como tópico político pragmático. El estudio de la
inconveniencia es, dice, un abordaje de los procesos de receptividad, y ello
conlleva hacerle frente a esta idea: “cuando se trata de vivir en proximidad,
no hay algo así como pasividad. El ajuste es una acción constante: el rechinar
de las ruedas de la incomodidad y la negociación con las infraestructuras de la
vida” (Berlant, 2022, p. 9). Aquí, la presión de la proximidad involucra todo
tipo de tensiones, de valencias positivas tanto como negativas - lo sensual, lo
sexual, la violencia, la amenaza, la intimidad, etc.-. Las normas de proximidad
afectiva no tienen tanto que ver con pertenecer, dice Berlant, sino más bien
con “lidiar con la fricción de la copresencia” (2022, p. 10). En un sentido
similar, Butler había considerado aquella relacionalidad que adjetivamos como
fundante de toda subjetividad: “no es algo bueno en sí mismo, un signo de
conectividad, una norma ética a la que hay que colocar por encima y contra la
destrucción; en verdad, es un campo controvertido y ambivalente en el cual la
cuestión de la obligación ética se debe resolver a la luz de un potencial
destructivo persistente y constitutivo” (2020, p. 23). La capacidad de
respuesta afectiva involucra, así, una noción de responsabilidad que pueda
lidiar con la doble valencia de la proximidad como rasgo relacional.
En una recuperación del propio trayecto de
investigación, propongo volver sobre las posibilidades de la agencia en el
marco de una ontología relacional que atiende a la circulación afectiva como
campo de acción política. En ese sentido, resulta particularmente útil la
precisión que aporta Cecilia Macón al hablar de “agencia afectiva”. La noción
da cuenta de una capacidad de acción feminista y colectiva, en el marco de lo
que con Mattio (2023) llamamos gramáticas
emocionales, esto es, en tensión con la violencia normativa – y nunca
totalmente por fuera de su circuito –. En su tarea de desafiar las
configuraciones afectivas de un sistema de sexo-género violento y excluyente,
la agencia afectiva muestra la contingencia e injusticia de las mismas. La
autora advierte: “Lejos de una concepción en la que los afectos son causa de la
acción, la agencia afectiva supone la refiguración del orden afectivo como
efecto y como causa de la estrategia emocional” (Macón, 2021, p. 38). Junto con
señalar la contingencia radical de toda configuración afectiva, la agencia
aparece aquí como recurso para impugnar la subordinación, gesto que resulta
relevante “en un momento en que algunos estudios sobre los afectos se centran
en dar cuenta de la inhabilidad de pensar el futuro en un presente marcado por
el Antropoceno, el capitalismo global y los movimientos reaccionarios asociados
no solo a la pérdida de la esperanza, sino sustancialmente a la captura y
regulación de los afectos” (Macón, 2021, p. 37). El énfasis en la proximidad puede significar un aporte en
la comprensión de la agencia afectiva, en cuanto permite considerar tanto la
capacidad de afectar como la de ser afectadxs, en una gramática emocional desde
la que se puede tensionar nuestra capacidad de respuesta.
La
noción de proximidad aparece como
productiva a la hora de analizar las condiciones de la capacidad de respuesta
afectiva que nos aproximan a unos cuerpos al tiempo que nos alejan de otros. A
su vez, devela el funcionamiento – solapado – de un marco sexoafectivo
determinado histórico-políticamente, aquello que la noción de gramáticas
emocionales despliega tan bien. En este sentido, la tarea de aproximación al
pasado “irrevocable” puede habilitar la impugnación de la economía afectiva y
desde allí reorientar nuestras proximidades, aún en su inconveniencia,
tensionada hacia la promesa política de otros paisajes sexoafectivos. Como
pensaba Ann Cvetkovich (2018), se trata de volver sobre respuestas creativas y
colectivas del trauma: como el terrorismo de Estado en el caso del 24 de marzo
o aquel 8M que también se vincula con la “primera” Revolución Rusa, la de
febrero, la encabezada por mujeres que pedían por el pan. En la pregunta por
cómo vivir juntxs, la proximidad es a un tiempo promesa y amenaza de los cuerpos
interdependientes, supone una relación quiasmática entre sujeto y objeto, en el
marco de una gramática que reitera y desfasa.
Estrella
Roja y aquellas Conversaciones…
dejaron interrogantes sobre el pasado, los modos de archivarlo y los futuros
que permiten figurar, junto a otros que sentimos próximos. La distancia – en el
tiempo y/o en el espacio – con las afectividades revolucionarias puede ser y de
hecho es, por momentos, acortada en función de responsividades disidentes,
extranjeras, anacrónicas. La testarudez en el deseo de cambio y el gusto por el
fracaso son las herencias que recupera Estrella
Roja de aquel 1917 en el que “el futuro era una hoguera en la que ardía el
presente”, y que también podemos reconocer en los relatos-archivos de Hijos de
la generación diezmada por la dictadura militar en nuestro país. ¿Quién puede
sentir esos afectos hoy? ¿Entran acaso en el encuadre de nuestras escenas
afectivas? ¿En nuestros marcos de inteligibilidad? ¿Tenemos responsividad,
capacidad de respuesta, cuando se entraman tan íntimamente con afectos como la
melancolía y el fracaso? Inclusive queda pregunta en relación con el fracaso, como
apuntara Ahmed (2010): ¿Por qué se puede afirmar con tanta certeza histórica la
inviabilidad del concepto de revolución política, y no la del capitalismo
global? En el encuentro de Conversaciones
en torno al 24M, alguien interrogaba a las expositoras sobre su capacidad
de seguir pensando en el futuro hoy, que parecía una promesa perdida. La
respuesta dejó más bien una tarea: la de trabajar por ese futuro, como herencia
de aquellas décadas de efervescencia revolucionaria.
La proximidad afectiva supone un abordaje
de la responsabilidad, en cuanto permite explorar las posibilidades y límites
de nuestras respuestas afectivas ante otros que sentimos en cercanía o
demasiado distantes. La proximidad puede ser seductora o asfixiante, o ambas
cosas a la vez, pero en el marco de cohabitar este mundo debemos atenderla
tanto como a las condiciones que la componen. Quizá se trata de volver la
mirada – y el tacto, y los sentidos que la metáfora iluminista deja de lado –
hacia la experiencia de la proximidad en tanto permite revisar las cercanías y
distancias que las gramáticas emocionales imponen, y que la agencia afectiva
puede desafiar. La noción de proximidad puede dar cuenta de la complejidad de
la cohabitación, tarea para un próximo escrito, para poder desplegar las
especificidades que este concepto permite describir en el proceso de hacer
comunidad – incluso con nuestros muertos, incluso con aquellos que vendrán –.
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Licencia de uso: (CC BY-NC-SA 2.5
AR)
Derechos de autor © 2025: Ianina
Moretti Basso
Declaración de intereses
La autora declara
que no existen conflictos de intereses que puedan haber influido en los
resultados o interpretaciones del presente artículo.
[1] La distinción entre afectos y emociones se ha entendido
describiendo a los primeros como desestructurados, prelingüísticos, y a las
segundas como afectos ya culturalmente codificados. Autoras como Sara Ahmed y
Margaret Wetherell han cuestionado la distinción, en función de la relevancia
de experiencias pasadas aun en respuestas no conscientes (Ahmed) o entendiendo
al afecto como “creación corporizada de significados [que podría ser entendida
como] emoción humana” (Wetherell, 2012, p. 4). Recientemente, Macón ha
propuesto pensar en términos de práctica
afectiva como aquella “capaz de desarmar una configuración, estableciendo
otra donde la circulación afectiva se superpone con la emocional” (2021, p.
36).
[2] Lara y Enciso (2013) han descrito sintéticamente tres tradiciones
del giro afectivo: una de matriz deleuziana, abierta por Brian Massumi, una
atenta a la psicología de Silvan Tomkins que ha sido llevada adelante por Eve
Kosofsky Sedgwick, y una que retoma los legados filosóficos de Alfred North
Whitehead, como sucede con Isabelle Stengers. Macón apunta que hay autoras
fundamentales para el giro afectivo que no se apegan a estas tres tradiciones,
“sino que exploran marcos conceptuales heterogéneos que evitan sistemáticamente
el recurso a la metafísica” (Macón, 2022, p. 285) como es el caso de Ann
Cvetkovich y Lauren Berlant.
[3] En particular, bajo el proyecto “Emociones, temporalidades,
imágenes: hacia una crítica de la sensibilidad neoliberal” (2018-2023) y
“Vulnerabilidad, desposesión y violencia normativa: El "giro ético"
de Judith Butler”, ambos dirigidos por Eduardo Mattio y radicados en el Centro
de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, financiado y
ejecutado por SECYT, UNC.
[4] He trabajado de manera específica el film Estrella Roja en Moretti, 2022.
[5] Otro lazo
entre los dos “eventos” que menciono: Katya, una de las protagonistas de
Estrella Roja, focaliza su relato en la revolución de febrero de 1917, iniciada
por mujeres. El 8 de marzo fue establecido como DIMT por las Naciones Unidas
(1975) tomando como referencia las demandas de esas mujeres de la revolución
bolchevique (febrero en el calendario juliano) – por el voto y las condiciones
laborales-.
[6] El film me permitió repensar nuestra propia “partícula”
revolucionaria, ese tiempo en que se imaginaban futuros mejores y se apostaba a
luchar por ello.
[7] En ese sentido, comentaron el trabajo conjunto "Retóricas de
la identidad: el caso Evelyn" (2008), donde analizaron el fallo sobre una
nieta de detenidos desaparecidos. Levstein y Sánchez insisten en “el venturoso
quizá de un horizonte nuevo y hospitalario” (2008, p. 71) para lo cual es
necesario trabajar, y trabajar colectivamente.
[8] Es en este mismo sentido que
trabajamos en la publicación de la conversación, para fomentar su circulación y
hacia esa búsqueda de implicar a otros no próximos en espacio o tiempo (Moretti
y Chabrando, 2024).
[9] Los marcos normativos se
repiten para su propia persistencia, performando subjetividades en ese
movimiento. Sin embargo, y evidenciando la herencia derridiana en Butler,
entendemos con la autora que es también en la repetición donde se puede dar con
la diferencia, con la falla.
[10] La
traducción de Butler, 2022 es propia.
[11] “Nuestra
labor es establecer, como si fuera por primera vez, una relación recíproca que
no se pierda en el propio interés ni en el comunitarismo (la coartada del
racismo), ni tampoco en la identidad nacional (la coartada de la violencia en
las fronteras). La tarea sería repensar el carácter relacional de la ética como
entrelazamiento, o solapamiento, o, incluso, como quiasma, al tiempo que
imaginamos la igualdad con ese telón del fondo. El yo diferenciado conservaría
su singularidad, pero dejaría de ser la base de dicha ética” (Butler, 2022, pp.
134–135).
[12] Para las
citas de Berlant (2022) las traducciones son propias.