Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28

Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28 / Sección Artículos
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Herbert Marcuse y Enrique Dussel.
Notas teórico-metodológicas para pensar una erótica en clave política

Herbert Marcuse and Enrique Dussel.
Theoretical-Methodological Notes for Thinking about an Erotics in a Political Key

Betina Vazquez Gadadi

Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras, Argentina

Recibido: 19-08-2024

Aceptado: 24-06-2025


Resumen. En el marco de este trabajo pretendemos abordar conceptos y problemas a partir de algunas tesis de H. Marcuse y de E. Dussel sobre la erótica. Tanto uno como otro se ocupan en la segunda mitad del siglo XX de repensar categorías psicoanalíticas para elaborar una erótica que haga justicia a la dimensión histórica de la misma. Esto en la medida en que para ellos, no se trata de una instancia privada de la existencia humana, sino que constituye una dimensión que expresa relaciones de dominación que atraviesan sociedades concretas e históricas. El deseo, el ejercicio del placer, los lazos entre personas, el cuerpo propio y el de los otros, se convierten en claves teóricas para criticar la sociedad en su totalidad y la dominación en ella presente, pero además para pensar alternativas que impliquen la liberación de la opresión. Marcuse afirma que es precisamente la represión libidinal uno de los principales mecanismos de dominación de las sociedades contemporáneas. Por otro lado, Dussel dedica un apartado de su sistema a la erótica, y la define como aquella relación práctica entre varón y mujer. Sin embargo, el modo en que se ejerce este vínculo entre los sexos es histórico y, en el marco de la historia de occidente, está signado por la dominación y la opresión de la mujer.

Palabras clave. Erótica; Marcuse; Dussel; Psicoanálisis; Política.

Abstract. In the framework of this work, we intend to address concepts and problems based on some theses of H. Marcuse and E. Dussel regarding erotics. Both thinkers, in the second half of the 20th century, focus on rethinking psychoanalytic categories to develop an erotics that does justice to its historical dimension. For them, it is not merely a private aspect of human existence but constitutes a dimension that expresses relationships of domination that permeate concrete and historical societies. Desire, the pursuit of pleasure, bonds between people, one's own body, and that of others become theoretical keys to criticize society as a whole and the domination present within it, but also to consider alternatives that imply the liberation from oppression. Marcuse asserts that it is precisely the repression of libido that is one of the main mechanisms of domination in contemporary societies. On the other hand, Dussel devotes a section of his system to erotics, defining it as the practical relationship between man and woman. However, the way this bond between the sexes is exercised is historical and, within the framework of Western history, marked by the domination and oppression of women.

Keywords. Erotics; Marcuse; Dussel; Psychoanalysis; Politics.



En la primera mitad del siglo XX, quien será reconocido como una figura central de las discusiones intelectuales más relevantes de ese siglo, Sigmund Freud, escribe el Malestar en la cultura, texto que pone en cuestión la felicidad del ser humano en la cultura que él mismo ha generado. Una interesante tesis capta la atención del lector atento no muy avanzado el desarrollo, y tiene que ver con la afirmación de que las relaciones con otros seres humanos constituyen una de las tres fuentes de sufrimiento y desgracia humanas. Freud afirma que el sufrimiento nos ataca desde tres ángulos: el primero, tiene que ver con el cuerpo biológico y su inevitable destino de descomposición progresiva; el segundo, con el mundo exterior natural y su fuerza implacable capaz de destruir la especie humana; y, por último, quizás el más doloroso y por eso más significativo, el sufrimiento que emana de las relaciones interpersonales.

Los vínculos entre personas, especialmente los de tipo erótico que implican algún tipo de satisfacción sexual y la consecución de algún grado de placer libidinal, constituyen para Freud quizás la principal fuente de sufrimiento humano en la cultura. Ahora bien, más adelante, el autor sorprende nuevamente al colocar al amor y los lazos libidinales como uno de los métodos para luchar contra las fuentes del sufrimiento y alcanzar la felicidad o, al menos, eludir el dolor. Al final de su enumeración, Freud trae a colación la vinculación afectiva con objetos, es decir, el amor en todas sus formas, y, primordialmente el amor sexual. Se trata en última instancia, según sus propias palabras, de la satisfacción que encontramos en el amar y el ser amados.

El problema de los lazos afectivos y su importancia en la constitución de lo humano en general es abordado de forma paradigmática en el siglo XX por el psicoanálisis. La relación del individuo con otros individuos en el marco de una sociedad y una cultura determinadas fue una cuestión abordada por Freud en su vertiente teórica más especulativa y filosófica. Esta deriva metapsicológica de Freud, dedicada a un minucioso análisis de la cultura y su origen filogenético, brindó importantes herramientas para pensar y criticar la sociedad europea de su tiempo, tal y como aparece interpretada en textos como El malestar en la cultura (1930), Tótem y Tabú (1913), El porvenir de una ilusión (1927), Moisés y la religión monoteísta (1939), entre otros.

El potencial crítico del psicoanálisis fue retomado en la segunda mitad del siglo XX por algunos autores que, a partir de las bases teóricas resultantes de la investigación psicoanalítica, ensayaron un análisis de la cultura y las tramas libidinales que la sostienen y la amenazan al mismo tiempo. El psicoanálisis atravesó de diversas maneras muchas de las discusiones que mantuvieron las ciencias humanas a mediados y fines de siglo, específicamente aquellas acerca de las relaciones y los vínculos entre los seres humanos en el marco de las sociedades contemporáneas.

En el presente texto, la atención está puesta sobre los desarrollos de dos pensadores contemporáneos que, precisamente, tomaron en cuenta algunas categorías de Freud a modo de punto de partida y elaboraron una teoría de las relaciones eróticas entre los seres humanos y las implicancias sociales y culturales de las mismas. Nos referimos a Herbert Marcuse y Enrique Dussel. Ahora bien, ¿por qué tomar en conjunto dos autores que, en principio, no tienen relación entre sí, al menos en términos de tradiciones o latitudes? Marcuse es un autor especialmente reconocido por sus aportes para pensar los temas que hemos mencionado: los lazos entre los seres humanos y los vínculos afectivos o eróticos que los unen, la cultura y las sociedades contemporáneas desde el punto de vista de los afectos que la componen, etc. De hecho, uno de sus libros más difundidos, Eros y Civilización (1953), se conoce también por su impacto entre los jóvenes de la década de los 60 y posterior, quienes tomaron sus tesis acerca de la administración represiva de los cuerpos y la vida erótica de los hombres que viven en sociedades del capitalismo avanzado, como así también las posibilidades de liberación que estas mismas claves teóricas habilitan. Enrique Dussel, por otro lado, también elabora en el marco de su sistema una Erótica, una teoría acerca de las pulsiones y los afectos humanos. Sin embargo, sus tesis no tuvieron especial llegada entre los jóvenes, y mucho menos fueron reconocidas por sus aportes para pensar una liberación en la dimensión erótica. Por el contrario, algunas conclusiones de Dussel fueron criticadas e incluso tachadas de conservadoras.

Nuestro trabajo pretende destacar algunos rasgos de la Erótica dusseliana que nos parecen de suma importancia y valor, en el marco de una relación y acercamiento con las teorías marcuseanas. Si bien reconocemos que algunas ideas que aparecen en la Erótica de Dussel pueden finalmente resultar conservadoras, sobre todo si las consideramos bajo la perspectiva de los avances actuales en el marco de los desarrollos de la crítica feminista y teorías de género en las últimas décadas, sostenemos, y esta podría ser considerada nuestra tesis, que los desarrollos de Dussel contienen importantes aportes para pensar la dimensión socio-cultural de toda erótica. La relación varón-mujer que Dussel define como la relación erótica, no es solo y exclusivamente un compartimento de la vida privada, un vínculo entre individuos, sino que refleja y se constituye a partir de la estructura, a veces opresiva, de una cultura. Para el autor, la erótica es siempre histórica, situada, y por eso responde a tramas más complejas que la mera relación amorosa entre dos personas aisladas. En estos términos, Dussel pretende realizar una crítica de lo que el mismo llama una erótica vigente y proponer las vías para una erótica alternativa y latinoamericana. Para ello y para comprender precisamente las características de la erótica vigente o establecida, toma los aportes de Freud, a quien critica, pero reconoce también como quien puso sobre la mesa los fundamentos de la misma.

En otro continente, pero no muy lejos temporalmente, Marcuse también estaba pensando la dimensión cultural y social de los afectos, la relación entre lo que sucede en la psiquis individual y lo que se establece en la cultura y cómo esto se articula o puede articularse en términos de opresión y liberación. La propuesta marcuseana en su totalidad pretende ser un retorno a Freud, y su propuesta alternativa a las formas del Eros vigente se desarrollará, a diferencia de Dussel, de la mano de Freud.

En términos generales, en este trabajo me propongo retomar nociones que estos autores proponen para pensar una erótica y, además, resaltar el modo en que ambos consideran una dimensión histórico-cultural en la constitución de la misma. En sus desarrollos, se encuentran contenidas herramientas teóricas y sobretodo gestos metodológicos valiosos para pensar las relaciones humanas en las sociedades contemporáneas incluso de nuestra época. El haber hecho hincapié en la dimensión siempre histórica y por eso transformable de la dimensión erótica humana, abre la posibilidad de pensar formas más libres para la misma y todo lo que ella implica: los vínculos afectivos, los cuerpos y las identidades, las formas en que nos agrupamos, etc.

Es importante destacar que los dos pensadores que traemos para su abordaje en este escrito, toman como punto de partida algunas de las tesis psicoanalíticas freudianas más importantes, critican algunos aspectos de las mismas, y a partir de allí, formulan su propuesta de una alternativa. Es por eso que este trabajo resaltó desde el inicio la relevancia del psicoanálisis a la hora de pensar las temáticas que aquí se ponen en juego. Y es en este mismo sentido que nos animamos a articular algunas ideas de Marcuse y Dussel en conjunto, pues, como dijimos, el haber tenido en cuenta el psicoanálisis para elaborar una erótica en clave emancipatoria, que tiene en cuenta los aspectos socio-culturales e históricos de toda erótica, valga la redundancia, los convierte en autores que, al menos en torno a estos temas, nos permiten realizar dicha articulación.

Una de las críticas más radicales al análisis freudiano de la cultura que puede identificarse tanto en Marcuse como en Dussel tiene que ver con el señalamiento de la naturalización o la eternización de una erótica vigente en las tesis freudianas. Para estos autores, Freud fue capaz de analizar la cultura en términos que permitieron des-encubrir su estructura represiva: según este último, ella implicaría la subyugación de los instintos humanos y el sacrificio de la libido en orden a constituirse como tal. En el marco de una sociedad, gran parte de los impulsos libidinosos tienen que ser reprimidos o redirigidos según los requerimientos de una cultura que establece el qué y el cómo de la satisfacción de las necesidades individuales. La observación freudiana con respecto a la cultura y la vida erótica de los individuos que la integran implica una identificación de la esencia de toda civilización con la represión o, mejor, con una constitución represiva de la estructura libidinal. Es decir que, según estos autores, Freud supone que toda cultura es represiva por naturaleza.

Esta identificación entre cultura y represión tiene su fundamento teórico principalmente en la contraposición entre el individuo y la realidad, tanto natural como cultural, que se enfrenta a él, definido por Freud al interior mismo del aparato psíquico como el conflicto entre principio del placer y principio de la realidad. La original tendencia al placer que Freud reconoce en los individuos se enfrenta a una realidad que desde temprana edad enseña que la satisfacción total de los impulsos no es posible en un mundo civilizado. En el marco de ese mundo, se hace necesaria la postergación e incluso a veces la renuncia al cumplimiento de ciertas pulsiones. Este es, a grandes rasgos, uno de los aspectos esenciales del malestar en la cultura que Freud describe en su divulgado texto de 1930.

Ahora bien, es posible plantear la pregunta de si el principio de realidad, en cuanto representante de un mundo exterior compuesto no solo por la naturaleza sino también por la cultura, es siempre igualmente represivo. Tanto Marcuse como Dussel cuestionan la tesis de que la cultura es siempre igualmente represiva, y reclaman una revisión del contenido de semejante propuesta. Según estos autores, el principio de realidad es más bien histórico y varía de acuerdo con la organización histórico-social de la cual emana. No es lo mismo la estructura de la realidad y el grado de represión requerido en una civilización del siglo V d. C. en Europa, con ciertas bases productivas, desarrollos técnicos, una especifica división del trabajo, y una moral establecida; que en una comunidad de América del Sur en el siglo XXI. Tanto Marcuse como Dussel reconocen este límite en la psicología de Freud: no pudo ver que su análisis cultural alcanza solo a una forma específica de cultura que no es sino la occidental europea del siglo XIX y principios del XX, con su historia y características específicas.

Ahora bien, Marcuse y Dussel coinciden en señalar que efectivamente el análisis freudiano de la cultura occidental europea descubre su estructura represiva. Ella está determinada por intereses de dominación, que inundan la totalidad de las relaciones humanas que la componen. A partir de esta tesis común, la forma que toman los vínculos entre los individuos, los modos de ejercer el placer erótico y satisfacer los impulsos libidinosos en el contexto de una cultura represiva se tornan objeto de análisis y punto de partida tanto de la reflexión de Marcuse como de la de Dussel, pero con derroteros diferentes. El hecho de que la cultura y su consiguiente influjo en la organización pulsional de los individuos sea histórico y variable de acuerdo con diferentes organizaciones civilizadas, es lo que abre la posibilidad de alternativas para pensar una erótica no ya determinada por la represión y la opresión, sino de acuerdo con otros términos. Veremos a continuación y a grandes rasgos algunas categorías que permiten esbozar la crítica que Marcuse por un lado y Dussel por el otro realizan a lo que podríamos llamar, siguiendo a Dussel, una erótica vigente, y la alternativa que cada uno proyecta.


Más allá del principio de realidad: la propuesta marcuseana


En Eros y Civilización, texto publicado en la década del 50, Marcuse pretende discutir precisamente la tesis freudiana que hemos presentado, según la cual la esencia de la cultura está ligada indefectiblemente a la renuncia pulsional. Básicamente, Marcuse sostiene allí que la organización represiva de los instintos en el marco de las sociedades contemporáneas se debe a factores exógenos, pues, según este autor, no pertenece a la misma naturaleza de los instintos su organización represiva tal y como había postulado Freud, sino que se trata de un producto de específicas condiciones históricas bajo las cuales los instintos se desarrollan.

El diálogo que Marcuse entabla con las teorías psicoanalíticas freudianas tiene un propósito metodológico claro: historizar sus categorías. Esta no constituiría de ninguna manera una operación externa a la naturaleza misma de tales conceptos, sino que, según Marcuse, se trata de una recapturación de su contenido histórico, derivado del contenido mismo de estos conceptos. El autor dice:

El carácter ahistórico de los conceptos freudianos contiene, así, los elementos de su opuesto: su sustancia histórica debe ser recapturada, pero no agregándole algunos factores sociales (como lo hacen las escuelas neofreudianas culturales), sino desenvolviendo sus propios contenidos. En este sentido, nuestra discusión subsecuente es una extrapolación que se deriva de las teorías, nociones y proposiciones de Freud, implicadas en su obra solo en una forma diluida, en la que los procesos históricos aparecen como procesos naturales (biológicos). (Marcuse, 1985, p. 45)

En términos de Marcuse, las vicisitudes de los instintos y las contingencias históricas que los determinan no son correctamente expresadas por Freud. Las nociones que explican el desarrollo del aparto psíquico de los individuos en el marco de la metapsicología freudiana tienen el carácter de lo eterno o natural. Es en este sentido que Marcuse propone una “extrapolación” de los términos psicoanalíticos originales bajo la forma de una duplicación. Para decirlo en términos sencillos, reelabora algunos conceptos particulares de la obra de Freud, les adjudica otro sentido, e integra de esta forma su dimensión histórica.

Nos interesa particularmente la operación que Marcuse realiza sobre la categoría de “represión”. Pues esta es precisamente la pista a partir de la cual interpretamos la acusación de Marcuse hacia Freud acerca del carácter inherentemente represivo de la cultura. Como hemos mencionado, es esta premisa la que se pone en cuestión. Según la teoría freudiana del desarrollo de los instintos, la sexualidad es por naturaleza originariamente perversa y polimorfa. En un principio, el yo es puro impulso hacia el placer y utiliza la totalidad de su cuerpo como objeto del mismo. En los primeros momentos de la infancia, el eros lo abarca todo. El contacto con la cultura y la subsiguiente generación del principio de la realidad progresivamente da forma a los instintos en orden a adaptar el aparato psíquico al mundo exterior. Este es, a los ojos de Freud, inevitablemente un proceso represivo. Esto último en la medida en que se trata de la postergación e incluso renuncia a ciertas pulsiones y su satisfacción, en orden a adaptarse al mundo exterior o la realidad circundante.

En el marco del desarrollo del aparto psíquico normal y civilizado, el individuo aprende a satisfacer sus impulsos sin entrar en conflicto directo con la cultura: elige qué y cómo hacerlo según parámetros culturales externos. Esta no es sino la condición para vivir en sociedad, la condición de toda unión civilizada. De esta manera, podría sostenerse que la represión aparece como requisito de toda cultura. El concepto de hombre que se desprende de semejante teoría es, para Marcuse, la acusación más irrefutable contra la civilización occidental, en la medida en que se trataría de un hombre constitutivamente reprimido (Cf. Marcuse, 1985, p. 25).

Marcuse pretende discutir el carácter constitutivo e inevitable del proceso represivo, apoyándose en la idea de que el desarrollo del aparo psíquico responde a factores externos que dependen de una realidad cultural que es siempre histórica y variable. Por lo tanto, Marcuse sostendrá que no toda forma civilizada es igualmente represiva. Cada organización histórica de la sociedad, con sus específicas características de distribución del trabajo y sus frutos, requiere un diverso grado de represión para existir.

En el caso particular de las sociedades capitalistas avanzadas, con sus requerimientos específicos para el trabajo y la consecuente distribución de los frutos de ese trabajo, Marcuse encuentra un plus represivo que fundamenta la afirmación de que tales sociedades son súper represivas. El autor reconoce en la organización de estas sociedades la exigencia de que algunos grupos de individuos de las mismas dediquen una gran parte de su existencia (si no la totalidad) a producir las bases materiales que la sostienen. En este sentido, la vida de los individuos pertenecientes a la clase trabajadora está destinada a sostener el statu quo establecido por minorías que, además, no participan en el proceso productivo. Esto provoca que, en el marco de las sociedades contemporáneas, los individuos dirijan una gran cantidad de energía originalmente destinada a la satisfacción de las propias necesidades a las tareas de un trabajo excesivo (y, muchas veces, alienado). Pero además, el tiempo y la forma en que se atiende a las pulsiones de tales individuos están también administrados y establecidos desde afuera. Los sujetos acceden a un abanico de posibilidades de satisfacer sus necesidades según los dictámenes del sistema que produce los objetos de consumo para los mismos y establece también los modos adecuados para ese consumo.

Marcuse reconoce que efectivamente toda forma civilizada requiere un cierto nivel de represión, que denomina “represión básica”. Sin embargo, dado que el aparato psíquico y su desarrollo responde a un mundo externo que es siempre histórico, los niveles de represión pueden variar de acuerdo con las diferentes formaciones histórico-culturales. En este sentido, puede localizarse un cierto grado de “represión excedente” en algunas sociedades particulares. Como decíamos, en el caso de las sociedades contemporáneas y capitalistas la represión es excesiva, excede los niveles necesarios filogenéticamente para que haya civilización. Es en este sentido que Marcuse califica a las sociedades contemporáneas como sociedades súper-represivas, a partir del concepto extrapolado de represión excedente que deriva de la categoría original freudiana de represión.

Según observa nuestro autor, en el contexto particular de las sociedades del capitalismo tardío, la sexualidad y la libido humanas son organizadas con el propósito de convertir el cuerpo en un objeto no de placer, como originariamente es, sino de trabajo (Marcuse, 1985, p. 55). Esto último en vistas al adecuado desempeño/actuación del individuo en el aparato económico de tales sociedades.

Ahora bien, según Marcuse, la utilización social del cuerpo como un instrumento de trabajo que venimos anticipando, provoca una transformación de doble dimensión: una modificación de orden cuantitativo y, también, cualitativo sobre la sexualidad y la libido humanas. Implica concretamente una restricción de la misma que culmina, según las mismas palabras del pensador frankfurtiano, con la sujeción de la totalidad del cuerpo a la primacía de la genitalidad y una subyugación del mismo a la función procreativa. El resto de las manifestaciones de la libido que tanto Freud como Marcuse consideran “naturales” son tachadas de perversiones y convertidas en tabús. Esto quiere decir, en otras palabras, que la original gama de expresiones libidinales del sujeto es reducida a la relación heterosexual monogámica concentrada además en la genitalidad.

La organización de los instintos humanos primarios bajo el influjo de la realidad específica de la civilización contemporánea capitalista es súper-represiva y termina finalmente por desexualizar el cuerpo. En términos generales y en este contexto, la sexualidad cae bajo un proceso general de centralización: los diversos objetos de los instintos son unificados en un solo objeto libidinal del sexo opuesto; mientras que la libido llega a estar concentrada en una sola parte del cuerpo bajo la primacía genital.

Así, la sexualidad no solo sufre una reducción cuantitativa, en el sentido de que muchas de sus manifestaciones son reducidas a una única y funcional forma de expresión, sino que también parece sufrir una transformación cualitativa: de un principio autónomo que gobierna todo el organismo (primer momento de la infancia en el marco del narcisismo primario), es transformada en una función temporaria especializada como medio para un fin específico (la procreación). En este sentido, esta reducción implica para Marcuse una transformación de la naturaleza misma de la sexualidad (Marcuse, 1985, p. 50).

El principio de realidad, en cuanto representante del mundo exterior en el interior del aparato psíquico, toma la forma histórica del mundo al que representa. Nuevamente, hablar del principio de realidad al modo de una categoría eterna y ahistórica no tiene sentido. Marcuse también aquí historiza la categoría freudiana de principio de realidad, y afirma que en las sociedades capitalistas avanzadas domina un principio de realidad histórico determinado: el principio de actuación, que responde a una realidad organizada según la dominación de unos pocos que son evaluados según su desempeño o actuación en el aparato económico. Una sumisión del principio del placer al principio de la realidad específico de la cultura capitalista es completada, entonces, cuando Eros, la sexualidad en la totalidad de sus expresiones, es reducido a la sexualidad procreativa y monogámica. Este proceso es consumado cuando el individuo ha llegado realmente a ser exclusivamente un sujeto de trabajo y de consumo en el aparato de su sociedad.

Ahora bien, Marcuse reconoce en estas mismas sociedades la posibilidad de un cambio de orientación que nos dirija hacia la liberación, en lugar de la dominación organizada que efectivamente prevalece. Precisamente en cuanto las condiciones de la represión de los individuos son, según él, históricas, pueden ser transformadas. Es, justamente, la recapturación del contenido histórico de las categorías lo que habilita la posibilidad de transformación de la sociedad. De hecho, el aparato técnico y científico actual, reorientado a fines que no sean ya los de la dominación y explotación de los seres humanos, permitiría eliminar el trabajo con esfuerzo, que ha justificado de forma sistemática pero falaz la transformación del cuerpo en un instrumento de trabajo.

Marcuse plantea esta transformación en términos de una regresión a estados anteriores a las imposiciones del principio de la realidad, la cual desharía la canalización de la sexualidad en la reproducción monogámica y heterosexual y rompería el tabú sobre las perversiones (otras expresiones que quedaron fuera de la erótica vigente y establecida). Esto provocaría no una explosión de la libido, como suele pensarse, sino más bien, en términos de Marcuse, un esparcimiento (Marcuse, 1985, p. 188): el cuerpo en su totalidad sería sexualizado otra vez, a partir del modelo infantil polimorfo e inicialmente narcisista. Esto significa que muchas de las zonas erógenas del cuerpo previamente desexualizadas por la represión ejercida por la cultura serían reactivadas. Resurgiría así la sexualidad polimorfa pregenital, al mismo tiempo que caería la supremacía genital impuesta. A partir de esta transformación los lazos entre seres humanos ya no estarían reducidos a la familia formada a partir de la pareja compuesta por varón y mujer, monogámica y orientada a la procreación. La erótica contiene una gama mucho mayor de expresiones que, según Marcuse, bajo condiciones no-represivas, podrían manifestarse libremente.


Hacia otra erótica: la alternativa dusseliana


Por su parte, Enrique Dussel aborda el tema de la erótica, específicamente su crítica de la erótica vigente, también tomando como punto de partida algunas de las tesis y categorías freudianas. Como anticipamos al inicio de este texto, el autor desarrolla una Erótica, para nombrar y describir la relación práctica entre varones y mujeres. El abordaje de la misma se da como un momento del sistema dusseliano, y, en este sentido, es transversal a la obra de Dussel. Pero es en el capítulo VII de su Filosofía ética latinoamericana (1977), publicado luego separado y bajo el título de Para una erótica latinoamericana (2007), donde el autor trabaja de forma específica las cuestiones que aquí nos convocan. En este texto, Dussel señala que las nociones centrales del psicoanálisis tienen validez solo en el marco de la sociedad europea y capitalista, por lo que extender tales conclusiones a todo el mundo y todas las épocas, como si se tratara de una estructura natural, es un error. Según Dussel, Freud logró captar efectivamente la erótica vigente de su tiempo, pero se equivocó al interpretarla como la forma universal, natural y mundial. En las Palabras preliminares, que escribe a modo de introducción para la edición de 2007, se señala precisamente esta cuestión: en el marco de ese texto, entre otras cosas, se emprenderá “la crítica de la erótica interpretada dialécticamente, como ejemplo paradigmático de lo que se pretende sea la natural y científica relación varón-mujer, sutil dominación que se sigue haciendo sentir entre nosotros” (p. 11). Dussel señala que la interpretación dialéctica (que más tarde será reconocida como la desenmascarada por Freud), pretende naturalizar y postular como esencial, una forma erótica, una forma de relación entre el varón y la mujer, que no es sino la de la dominación y opresión de una de las partes sobre la otra.

El principio de realidad, principio fundamental que en la obra de Freud se muestra como el elemento responsable de la represión en el interior del aparato psíquico de los individuos, es para Dussel un principio histórico que ha sido considerado erróneamente como el principio de realidad en cuanto tal. De este modo, “se confunde la coacción represiva que una cultura dominadora introyecta históricamente y de hecho en el yo, destruyendo la espontaneidad de la pulsión sexual, con la represión que la realidad como tal ejercería por naturaleza sobre el yo” (Dussel, 1990, p. 61).

Dussel observa que el complejo de Edipo es uno de los fundamentos de la erótica específica e histórica que Freud analiza. Este último tiene sus raíces en una estructura social opresiva, que no es sino la europea. De hecho, como en Europa la imago del padre ha sido siempre sexualmente opresora, el conflicto edípico se generaba culturalmente de forma opresiva. El resultado del desarrollo del yo bajo el conflicto edípico europeo es el “hombre normal”, adulto, que básicamente cumple sin conflictos aparentes las demandas de una "realidad" represora, una cultura castrante.

Dussel critica la noción misma del deseo que está a la base de la teoría freudiana y que fundamenta la forma específica del complejo de Edipo que Freud describe. Según él, la pulsión freudiana se totaliza y se cristaliza en una totalidad que es descripta como originaria: la totalidad hijo-madre. El deseo incestuoso del hijo por su madre, y el odio a su padre que va de la mano con este último, están a su vez basados en la idea de que la madre no vale como otro, sino como un medio para la satisfacción fálica del hijo varón. En el marco del complejo de Edipo, el padre, en la posición de obstáculo de la satisfacción, es odiado y los deseos de parricidio colaboran con la creación del súper-yo culposo y la constitución del aparto psíquico maduro. Es en este sentido que el complejo de Edipo es reconocido por Dussel como núcleo y fundamento de la erótica vigente: se encuentra a la base de la forma psíquica opresiva y oprimida que es considerada como normal y adulta. El ego o el yo nace así en el marco de una estructura totalizante, en el sentido de que el niño busca la satisfacción utilizando al otro (en este caso la madre) como un medio para sí mismo, mientras que el padre encarna el deseo de destrucción en la medida en que supone un obstáculo para la propia satisfacción. Según Dussel, se trata del ego propio de la cultura occidental, que surge a partir de la represión ejercida por el padre y más tarde por la cultura.

Dussel señala que una lógica erótica que surge estructurada de esa manera es fundamentalmente machista y dominadora, en la medida en que está centrada en el deseo fálico del varón y en la instrumentalización y dominación del otro no ya como otro, sino como objeto. La teoría psicoanalítica que postula al objeto de placer justamente como objeto es, para Dussel, desde el principio, una mera descripción de la erótica vigente en la que el varón objetiva a la mujer y no deja que aparezca en su ser Otro, más allá de su mera instrumentalización para la propia satisfacción. La alienación de la mujer en la relación erótica es la expresión de la totalización, de la presencia de la estructura de la dominación en el vínculo práctico entre el varón y la mujer. En este contexto, el ser oprimido y alienado es la mujer, convirtiéndose así ella misma en la primera oprimida de una sociedad opresora, según afirma Dussel en el ensayo Hacia una metafísica de la femineidad, producto de una conferencia de 1971. El otro, ya sea en la relación erótica o en cualquiera de las relaciones prácticas que el autor categoriza, es la noción que expresa la exterioridad capaz de romper con la totalización. Es en la categoría de exterioridad, en este caso encarnada en la figura de la mujer, donde está puesta la posibilidad de la superación de la totalidad actual. Esteban Sánchez (2024) afirma que:

Según Dussel, podemos reconocer dos vías de acceso al Otro. La primera consiste en captar a lo otro en lo mismo, como una instancia de la di-ferencia, dicha di-ferencia implica la unidad de lo Mismo. Mientras que la segunda vía consiste en cobijar al otro como dis-tinto, supone la diversidad sin unidad previa; es lo que transciende desde el “más allá” de la Totalidad. (p. 253)

En este sentido, es claro que la mujer, en el marco de la erótica que Freud naturaliza, está integrada a la totalización del varón y su pulsión autoerótica: ella es el otro como lo di-ferente al interior de lo Mismo. Es en la ruptura con la unidad vigente establecida a partir de la mujer como un otro dis-tinto, que se abre la posibilidad de trascender la forma erótica opresiva.

La erótica vigente, fundamentada a partir del complejo de Edipo y el principio de realidad naturalizado, funda el ego totalizado y dominador del varón, que reproducirá tal estructura en el resto de las relaciones interpersonales que establezca, incluida la relación erótica adulta varón-mujer. El complejo de Edipo que surge en la relación del hijo con su madre, cimiento del psicoanálisis según Dussel, es a su vez producto de una erótica, es decir, de una relación varón-mujer marcada por la opresión de la segunda a partir del primero, que más tarde termina por oprimir al hijo.

En este contexto, Dussel señala que la pulsión sexual detrás de una erótica semejante es una pulsión autoerótica, que, como venimos anticipando, toma al otro como un mero objeto para la propia satisfacción, totalizando de esta precisa manera la relación varón-mujer. El otro se transforma en una mediación para el ejercicio autoerótico de quien desea, que, desde el punto de vista psicoanalítico, es primordialmente el varón. En este esquema pulsional la mujer queda relegada al ámbito del no-ser, de la castración, del objeto del deseo del varón en tanto hijo en el complejo de Edipo y en tanto varón en la relación erótica con una mujer. Es en este sentido que la pulsión autoerótica totaliza la personalidad machista, instrumentaliza todo a su paso, y termina por impregnar el resto de las relaciones y dimensiones prácticas humanas de un carácter opresivo.

El reconocimiento del carácter histórico preciso de la erótica vigente, y la crítica de la estructura de la misma, conduce a Dussel a pensar que hay otras formas posibles. La erótica es definida en términos generales como uno de los cara-a-cara que se da entre los seres humanos, específicamente aquél entre el varón y la mujer. En el sistema dusseliano, además del cara-a-cara erótico, encontramos el pedagógico (padres-hijos), el político (entre hermanos), y otros. Todos ellos están caracterizados, en un contexto alternativo al occidental europeo y según como Dussel los postula, por la presencia irreconciliable de lo diferente, la pura e irreductible exterioridad del otro. En una erótica alternativa orientada no ya a la dominación e integración del otro para la totalización de la personalidad autoerótica, sino al encuentro cara-a-cara con el otro en su pleno ser otro, la mujer no es alienada al ser del varón. La pulsión presente en el cara-a-cara que Dussel postula es una pulsión de alteridad, que se contrapone a la pulsión autoerótica y se define no ya por ser cumplimiento de la satisfacción propia sino servicio para cumplir el deseo del otro. Esta tensión de alteridad es, a los ojos de Dussel, lo específico del erotismo humano (Dussel, 1990, pp. 77,78), mientras que la pulsión autoerótica constituye un momento de anormalidad en el ejercicio de la erótica. En palabras del mismo Dussel (1990): “El conflicto edípico es el fruto de una familia enferma, efecto de una sociedad enferma, lo que por su parte instaura una pedagógica depravante y opresiva” (p. 78).

El amor humano se constituye como pulsión hacia el otro como otro, como libre, separado, exterior. La posición de servicio que Dussel describe en el amor, tiene que ver con el deseo de realización del deseo del otro. Según las palabras del autor, el deseo sexual normal tiende al Otro como otro, al Otro no como a quien se usa para satisfacer una necesidad propia, sino como a quien se sirve para cumplir su necesidad. El cumplimiento de la propia pulsión pasa indefectiblemente por el cumplimiento del Otro como otro.

Para el autor, el cara-a-cara erótico normal (entiéndase normal como no-enfermo en el sentido totalizado y autoerótico) supone el advenimiento de una nueva exterioridad a la pareja y de alguna manera la previene de su propia totalización en tanto pareja. Se trata del hijo o la hija. Para Dussel, la relación erótica se completa en su paso al cara-a-cara pedagógico, el vínculo que se produce entre madre, padre, e hijo o hija. En el marco de una pedagógica basada en una pulsión alterativa, más allá del mero autoerotismo, no hay lugar para un complejo de Edipo y su superación represiva. La represión que este mismo supone para el ego normal se vuelve innecesaria.

Sólo en este caso la superación del conflicto edípico no es necesaria represión paterno-cultural en la fantasmagórica presencia de un súper-yo (Ueber Ich) opresivo. Por el contrario, la imposibilidad del conflicto edípico (y por ello su normal superación) es la superación de la fijación regresiva de la pulsión de totalización (pulsión narcisista que permanece en el enfermo mental o en el mal moral) por la educativa expansión de la pulsión alterativa que no es, de ninguna manera, represión de la pulsión de vida (humana) ni de la sexualidad (alterativa) sino, por el contrario, su natural (en cuanto naturaleza humana) y cultural (si es servicio y no opresión antinatural) despliegue. (Dussel, 1990, p. 78)


Algunas ideas de cierre


Las tesis de Dussel y Marcuse, diversas en relación con sus categorías y también respecto a sus propuestas positivas, parten del mismo supuesto: es necesario tener en cuenta la dimensión histórica y cultural a la hora de pensar la erótica. Esta última ha sido considerada habitualmente como un componente del ámbito privado de los individuos, el amor ha sido interpretado como cosa independiente de la vida social. Sin embargo, las tramas libidinales nunca se dan asiladas de la estructura general de una sociedad determinada.

Ambos autores formulan su teoría a partir de una crítica de las categorías freudianas, pues reconocen en las tesis psicoanalíticas una elaboración ineludible para pensar la erótica humana. Sin embargo, identifican su límite allí donde la dimensión histórica no es tenida en cuenta, donde el desarrollo de las pulsiones y la realidad que les da forma desde el exterior aparecen como figuras eternizadas. Como hemos desarrollado, la principal consecuencia de considerar que tanto el desarrollo del “yo” como de la cultura humana implican de forma natural ciertos procesos necesarios e inevitables, conduce a pensar que la represión, producto del primer encuentro con la realidad en el marco del complejo de Edipo y luego de la moral cultural, es también inevitable.

Marcuse y Dussel discuten esta conclusión a partir de una operación metodológico-critica similar: repensar la dimensión histórica de algunas categorías del psicoanálisis. El principio de realidad, que en el marco de la teoría freudiana aparece impregnado por el principio de la escasez (Ananké) y por eso mismo por la necesidad del trabajo, es, para los autores que hemos analizado, un principio histórico. La realidad, el mundo exterior, responde siempre a configuraciones histórico-sociales específicas, que varían de acuerdo con distintos factores tanto históricos como también geográficos. En este sentido, el grado de represión requerido para sostener una civilización específica será diferente para otra organización social. Atender al carácter histórico de estas categorías permitió utilizarlas como herramientas críticas para pensar las sociedades contemporáneas. El deseo, el ejercicio del placer, los lazos entre personas, el cuerpo propio y el de los otros, se convierten en claves teóricas para criticar la sociedad en su totalidad y la dominación en ella presente, pero además para pensar alternativas que impliquen la liberación de la opresión. Es en este sentido que podemos afirmar que estos autores lograron pensar una erótica en clave política: en la medida en que esta última expresa una estructura social de dominación, o, por el contrario, habilita pensar desde ella misma una alternativa.

Es interesante resaltar que a pesar del gesto metodológico que reconocemos común y vinculante en los autores trabajados, Dussel (2016) cuestiona la alternativa marcusena:

Marcuse se pregunta entonces: ¿Cómo ir “más allá del principio de la realidad"? […] ¿Cómo superar la ontología? Marcuse, como todos los pensadores más agudos del "centro", nos propone como maneras de superación: la fantasía, la utopía (de primer grado), la dimensión estética, en fin, el juego órfico. Es decir, es como el hippy que niega el sistema pero vive del sistema. La superación, el más allá del eros narcisista o totalizado, no puede ser el juego del sexy shop, de la homosexualidad, de las orgías de drogados. No es ni la contemplación (del striptease o la pornografía) ni el juego, sino la aventura del amor sexual en cuya re-creación nace la pareja y se pro-crea el hijo en la fecundidad. (p. 51-52)

A pesar de la dureza con que se refiere a la propuesta de Marcuse de erotizar la totalidad del cuerpo y romper con la función exclusivamente procreativa de la sexualidad, esta cita es capaz de mostrar sin más preámbulos la distancia entre ambas alternativas a la erótica vigente. Si bien en este trabajo nos hemos focalizado en la lectura y reelaboración que Dussel y Marcuse realizan sobre las categorías del psicoanálisis y cómo a partir de allí realizan una crítica de la erótica vigente, es ineludible referirnos a las propuestas positivas que se derivan de tales críticas.

En el caso de Dussel, es necesario resaltar algunas objeciones que han estado referidas a su postulación de la erótica como un cara-a-cara exclusivamente reservado al varón y a la mujer. ¿Qué pasa con otras identidades y formas de vincularse? ¿Es la erótica heteronormativa? (Cf. San Pedro, 2013, p. 102). Así como también en el caso de Marcuse se ha cuestionado el posible carácter utópico de sus proyecciones y la caída en un esencialismo acerca de la sexualidad por la postulación de una sexualidad originaria (polimorfa y narcisista) a la cual es necesario “retornar” (Cf. Robert, 2006).

Sin embargo y a pesar de que algunas de las lecturas sobre la erótica en Dussel y Marcuse identifican algunos límites, nos parece que es importante resaltar el alcance del carácter crítico de la cultura inherente a las reflexiones de ambos pensadores. El gesto metodológico que hemos resaltado y reconocido en la erótica dusseliana así como en la marcuseana sin dudas constituye un aporte significativo para pensar una erótica en clave histórica y política.


Referencias bibliográficas


Dussel, E. (1980). Filosofía de la liberación. Universidad Santo Tomás, Centro de enseñanza desescolarizada.

Dussel, E. (1990). Liberación de la mujer y erótica latinoamericana. Editorial Nueva América.

Dussel, E. (2016). Para una erótica latinoamericana. Fundación Editorial El perro y la rana.

Freud, S. (1992). Obras completas. Volumen 21 (1927-31), El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y otras obras. Amorrortu Editores.

Marcuse, H. (1985). Eros y Civilización. Editorial Planeta- De Agostini Edición.

Marcuse, H. (1970). El anticuamiento del psicoanálisis. Ética de la revolución. Taurus.

Robert, J. (2006). Herbert Marcuse: Sexualidad y psicoanálisis. Revista Filosofía Universidad de Costa Rica, XLIV (111-112), 153-163. https://archivo.revistas.ucr.ac.cr/index.php/filosofia/article/view/7438

San Pedro, C. (2013) ¿Liberación erótica o prescripción de sujetos y deseos? Intersticios De La política Y La Cultura. Intervenciones Latinoamericanas, 2(3), 97–104. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/intersticios/article/view/5368

Sánchez, G. E. (2024). Acerca del método anadialéctico de Enrique Dussel: alteridad y revelación. Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, 44, 249–273. https://revistas.uncu.edu.ar/ojs3/index.php/anuariocuyo/article/view/7985

 

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